Esta tragedia ilimitada, inconmensurable comenzó el 6 de agosto de 1945, cuando Claude Robert Eatherly, piloto del ejército de aviación de EEUU, recibió el mandato orden de bombardear el puente que unía el cuartel general nipón con la ciudad de Hiroshima…Lo que siguió después es conocido aunque no suficientemente recordado. La ciudad japonesa de Hiroshima, […]
Esta tragedia ilimitada, inconmensurable comenzó el 6 de agosto de 1945, cuando Claude Robert Eatherly, piloto del ejército de aviación de EEUU, recibió el mandato orden de bombardear el puente que unía el cuartel general nipón con la ciudad de Hiroshima…Lo que siguió después es conocido aunque no suficientemente recordado.
La ciudad japonesa de Hiroshima, situada en Honshu, la isla principal del Japón, sufrió la devastación, hasta entonces desconocida, de un ataque nuclear. Se estima que hacia finales de 1945, las bombas habían matado a 166 000 personas en Hiroshima y 80 000 en Nagasaki, totalizando unas 246 000 muertes, aunque sólo la mitad falleció los días de los bombardeos. Entre las víctimas, del 15 al 20 % murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación . Desde entonces, algunas otras personas han fallecido de leucemia (231 casos observados) y distintos cánceres (334 observados) atribuidos a la exposición a la radiación liberada por las bombas. En ambas ciudades, la gran mayoría de las muertes fueron de civiles.
Conciencia USA. La descomunal magnitud de semejante gesta no ha podido ser todavía evaluadas porque ha afectado de diversas maneras, a varias generaciones de japoneses, eso aparte de lo que significó en el equilibrio ecológico de la tierra, en la misma medida de los desastres humanos, aparte de significa la primera manifestación del equilibrio del terror.
Cabría pensar que algo de esta magnitud incomparable recibiría la atención merecida, que con la mayor periodicidad se ofrecerían imágenes y datos del desastre, pero no ha sido así. A los norteamericanos no les gusta que le recuerden sus propias hecatombes humanas, para los japoneses es una fuente inagotable de sufrimiento. De ahí que la industria del cine haya sido tan parca sobre esta cita histórica, que haya preferido subrayar más -sobre todo en las últimas décadas- el «Shoah» al precio de una canalización extrema. No estará de más señalar que, desde la perspectiva de Hollywood, la II Guerra Mundial se decidió en Normandia y no en Stalingrado y que, en cuanto a los ejemplos de atropello militaristas se refiere, exista una desbordante filmografía sobre el ataque a Pearl Harbour, en tanto que lo de Hiroshima y Nagasaki ha permanecido más bien oculto por el tupido velo de una historia oficial que es la que nos ha llegado a nosotros.
Hollywood se había acostumbrado a filmar películas de guerra que, a pesar de los pesares, tenían un final feliz: ganaba la democracia, la suya por supuesto. Y en aquel momento único, desde una altura prudencial, las cámaras de un avión lo registraron todo el panorama desde lo alto, claro. Eran las ocho y cuando aquel avión de nombre inocente, el Little boy, lanzó sobre Nagasaki aquella bomba tan letal que se transmutaba en un enorme hongo. Lo filmaron en blanco y negro; pero tres días más tarde, cuando lo de Nagasaki, ya contaban con negativo en color. Lo importante era conseguir imágenes más realistas.
Desde ras de tierra, el enfoque era, claro está, bastante diferente, entre otras cosas porque ni tan siquiera les dejaron reaccionar. Los de abajo, los japoneses tardaron unos cantos días en reponerse de la primera impresión (aunque los testigos no se han repuesto todavía) hicieron también sus filmaciones del horror, de un interminable horror. Después, los ocupantes se hicieron dueños de todo el material. Al fin y al cabo la bomba era suya. Tanto el que se rodó por arriba como el que se filmó desde abajo, pasó a ser material Top Secret, de manera que permanecieron así al menos durante 20 años. Durante ese tiempo, Hollywood rodó numerosas comedias sobre la ocupación feliz del tipo La casa de té de la luna de agosto ( The Teahouse of the August Moon , EUA, Daniel Mann), que ofrecía la singular particularidad de presentar a Marlon Brando como un nipón, eso sí, muy lejano de los «diablos amarillos», repulsivos y odiosos sobre los que soldados como los de Guadalcanal (EUA, 1943), lanzaban toda clase de improperios despectivos, lo propio de toda la época bélica.
Las primeras imágenes sobre «la bomba» llegaron pronto, concretamente en 1945, poco después de la explosión. Se trataba de The Fist Yank into Tokio (RKO-Radio), obra del eficiente Gordon Douglas, en la que la actuación queda plenamente justificada. La película no expresa satisfacción, pero casi. Años más tarde (1953), hay algo parecido al alborozo en China Venture, una de «hazañas bélicas» de Donald Siegel con Edmond O´Brien en la que la noticia representa una alegría, sobre todo porque augura el final de aquella maldita guerra. Aquí cabría señalar títulos tan notables como La casa de la calle 92 ( The House on 92nd Street ,1945, Henry Hathaway), y Cloack and Dagger (EUA, 1946), una obra del gran Fritz Lang con Gay Cooper de neto corte antifascista en la que el personaje rescata a un investigador nuclear secuestrado por los nazis. La película advierte concienzudamente contra la utilización de este tipo de armamento, una llamada a la conciencia que los productores consideraron inoportuna.
Hollywood produzca una película de exaltación del proceso de creación de la bomba, vista como una contribución a la paz. Estamos hablando de The Begining or the End (EUA, 1947), filmada por norman Taurog, un especialista en películas inocuas al servicio de comedietas de tres cuartos con Jerry Lewi&Dean Martin o de Elvis Preley, y que fue vista aquí en la pequeña pantalla como ¿Principio o fin?. Aunque pasó completamente desapercibida, The Begining…pretende recrear «objetivamente» (como sí se tratara de un documental) el proceso de creación de la bomba en unos laboratorios donde todo el mundo es bueno, y por supuesto, sirven a un gobierno bienintencionado. Vista desde la óptica de lo que significó para los japoneses, se podría hablar también de la «banalidad del mal», ya que aquí se trataba igualmente de hacer la faena bien hecha. La MGM no escatimó medios para que los norteamericanos siguieran manteniendo su buena conciencia, incluso se les ofrece el detalle de un Truman embargado por la duda, un regalo de los guionistas porque todavía no hay ningún dato que permita creer que fue así
Pero la apología más conocida entre nosotros es El gran secreto ( Above and Beyond, EUA, 1953), una producción de la MGM que tampoco fue estrenada , pero que se ha emitido en las sobremesas…El guión fue firmadoo por Melvyn Frank, Norman Panamá y Beirne Lay, fue nominado al Oscar. La trama contaba los esfuerzos en el entrenamiento del coronel Paul Tibbertts (Robert Taylor), en el papel de Claude Robert Eatherly, el militar que lanzó la bomba cobre Nagasaki, y se explica como acabó superando sus irrisorios problemas de conciencia. Lo logró gracias en parte de su abnegada esposa (Eleanor Parker), una mujer que no se equivoca, le basta con no considerar las consecuencias.
Se trataba de defender y de justificar la bendita «pax americana».
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¿Y las victimas? Durante todo ese tiempo, algunos cineastas japoneses no olvidaron. Lo demostraron títulos como El canto eterno de Nagasaki o Hiroshima, producciones niponas que nunca nos llegaron aunque, por mi parte, mantengo un vago recuerdo de algún título anunciado en los años cincuenta. Hay una excepción: Hiroshima mon amour (Francia, 1959), obra célebre de Alain Resnais en su vertiente más comprometida pero también vanguardista al tratar un «tiempo mental» en el que se encuentran dos amantes, él (Eiji Okada), es un japonés que no ha conocido la experiencia de Hiroshima pero que es plenamente consciente de la devastadora secuela moral y física dejada por la bomba.
Además el cine es un medio primordialmente de distracción y las guerras valen si La historia era demasiado dura, la gente no iba al cine a sufrir, de ahí que el testimonio sobre el hongo atómico se refugiara en una serie de «tebeos» cinematográficos con monstruos creados por la pobretona cinematografía nipona que supo sacar su partido del «gran terror» resucitando de los tiempos remotos unos monstruos prehistóricos, obviamente encolerizados. De todo es sabido que el más famoso de dichos monstruos fue Godzilla que finalmente acabaría siendo -también- engullido por Hollywood, aunque la última resulta francamente interesante.
Sí existe una película japonesa que aborda la historia a la medida de los hechos y añade verdad y conocimiento sobre estos, esta película es Lluvia negra ( Black Rain, Japón, 1989), realización de Sohei Imanura, uno de los cineastas japonesas más inquietos y reputados de finales del siglo XX, autor de una serie de títulos importantes buena parte de los cuales han llegado hasta nosotros. Lluvia negra resulta ser una obra poderosa e indispensable para ello, uno de esos filmes que duelen, que se sufren, de aquellos que te hacen crecer humanamente como espectador. Está basada en una novela del mismo título escrita por Masuji Ibuse, y que no he leído, pero al documentarme solo he encontrado comentarios que la definen como una gran novela emotiva e impactante.
Rodada en blanco y negro, lo que ayuda a darle un tono muy cercano al cine japonés clásico, lo que la convierte en una excepción dentro de la filmografía de Imamura, que aquí parece poseído por su maestro: Yasujiro Ozu. Esta comparación aunque no es exacta, pero tampoco es gratuita. Más allá de la brutal escena inicial con Hiroshima arrasada repleta de cadáveres y de supervivientes que parecen más muertos que vivos, el resto de la película sigue otro rumbo, huyendo de la exageración dramática y centrándose en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo humano… y ese es el gran punto fuerte de la película, que se trata de un retrato humano de una sobriedad y sencillez aplastante. Profundamente triste, pero cálida y cercana, nunca cae en el melodrama, ni hay el menor atisbo de revanchismo, ni complejos mensajes, ni discursos, sí acaso imágenes que no olvidas. Imamura dirige con firmeza, sobriedad y sumo respeto, respetando los hechos hasta el detalle, una realidad que se puede confundir con la locura de un cuadro del Bosco. Sus personajes están presentados a la medida de la historia contada, ya que su dirección es casi invisible, aunque fundamental en el gran sabor que deja el visionado de la película. Dolorosa sencillez cotidiana en una película de gran profundidad humanista y de fuertes valores pacifistas porque nos habla desde las víctimas .
En la escueta lista de películas sobre el desastre nuclear no se pude olvidar Cuando el viento sopla ( When the Wind Blows, RU, 1986), escrita por Raymond Briggs (basada en su propia novela gráfica) y dirigida por Jimmy T. Murakami. La historia que cuenta se hizo célebre: Jim y Hilda Bloggs son una pareja de jubilados que viven en una remota zona rural de Gran Bretaña poco antes del inicio de una guerra nuclear. Profundamente patriotas, tienen absoluta confianza en su gobierno y se han informado sobre todo de qué es necesario hacer en caso de que el enemigo ataque su país. Jim ha leído los folletines oficiales sobre la la bomba atómica, e inicia la construcción de un refugio que les protegerá en caso de una explosión nuclear…
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Advertencias ulteriores. En los años posteriores, el Hollywood liberal se mostró más valiente a la hora de señalar la gravedad de la amenaza nuclear, llegando desde este ángulo mucho más allá que sus malditos políticos. En este cuadro hay que anotar una película que como tal resulta bastante aburrida, pero que va al grano. Me estoy refriendo a La hora final ( On the Beach. EUA, 1959), obra del entonces más audaz de los productores y directores liberales (que es como decir «rojo» en EUA), Stanley Kramer, quien también nos ofrecería una notable adaptación del llamado «juicio del mono» (La herencia del viento). Con la ayuda de un sonado reparto (Gregory Peck, Ava Gardner, Fred Astaire, Anthony Perkins), nos sitúa ante la «hora final» del último continente con vida (Australia), mientras atienden impotentes la llegada de una nube atómica que había destruido ya el resto del planeta. Menos conocida pero mucho más incisiva fue Fail Safe (Punto límite, 1962), obra del maestro Sidney Lumet, un trabajo en línea de 12 hombres sin piedad, o sea en blanco y negro y para la pequeña pantalla, escrito por el «black liste» Walter Bernstein y con una magnífico reparto liderado por un atribulado Henry Fonda. Un fallo imprevisto hace que un bombardero norteamericano macha automática a lanzar sus bombas nucleares sobre la URSS…Un título imprescindible que décadas más tarde daría lugar a un vigoroso «remake» producido por George Clooney y dirigido por Stephen Frears.
En 1963, Stanley Kubrick realizó la vitriólica ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, título hispano bastante estúpido que escondía el original Dr. Strangelove, o cómo aprendí a amar la bomba. Eran los mismos que ya habían comenzado a mostrar que la de Nagasaki e Hiroshima les había mostrado que gozaban de la mayor impunidad, y que ya estaban comenzando a aplicar las armas más destructivas contra el pueblo de Vietnam, aunque no en este caso no llegaron a emplear la bomba H, y no fue porque no hubieran quines así se lo aconsejaban (sin ir más lejos, el cronista del diario barcelonés La Vanguardia, propiedad del conde Godó, pero todos tenemos defectos). La película acaba justo al revés que Fail Safe. Se podía hundir el mundo pero un arquetípico soldado yanqui (Keenan Wynn), defendía la propiedad de una máquina de Coca-Cola, sin olvidar el sempiterno «cow-boy» de tantas películas (Slim Pikens), cabalgada sobre el proyectil nuclear que él mismo arrojaba en tierra de los «rojos».
La lista se puede ampliar hasta llegar a títulos como Thirteen Days (13 days, EUA, 2000), una ambiciosa producción dirigida por Roger Donalson bajo la inspiración como productor y actor del mejor Kevin Costner que evoca con el máximo rigor posible -o sea desde el punto de vista made in USA- la crisis de los misiles de Cuba. En octubre de 1962, una serie de fotografías aéreas obtenidas por aviones norteamericanos revelaron que los soviéticos estaban instalando en la isla misiles que podrían alcanzar gran parte de los Estados Unidos. Para obligar a la URSS a desmantelarlos, el presidente John F. Kennedy y sus colaboradores decidieron el bloqueo de la isla, seguramente el momento histórico en el que la Destrucción Mutua Asegurada (MAD), estuvo a punto de llegar a sus últimas consecuencias, aunque nos consta que no fue el único…
El Diccionario de Películas. El cine Bélico (editado por el Ministerio de Defensa en colaboración con la editorial T&B, 2009). Este es el título escogido por el teniente coronel José Manuel Fernández para un grueso volumen en el que pretende informar sobre este tipo de cine, dejando a su paso una estela de opiniones que cabe considerar más que representativas del estamento amén de peculiares. La obra aparece con una pretensión de una exhaustividad que nos parece harto discutible ya que, sin necesidad de ir más lejos, ni tan siquiera registra unos cuantos de los títulos citados en este artículo, todos ellos plenamente «bélicos»…Pero, dejando para otra ocasión estos detalles y otros temas de interés, vale la pena tomar nota de algunos los comentarios vertidos por el mando militar sobre lo sucedido en Hroshima y Nagasaki y sobre el equilibrio del terror nuclear…
Así, sobre La hora final, proclama que «no pasa de ser una mera propaganda en contra de un tipo de armas denominadas no convencionales», y ya está, para que preocuparse más, y la puntuación es «mala»; con El gran secreto (** regular), concluye la descripción diciendo:»La película nos muestra los avatares del citado coronel y finalmente el desenlace final del cumplimiento de su misión. Es de destacar el gran plantel de actores y actrices que participaron en esta producción, así como la proximidad con la fecha histórica que se produjo»; en relación a Fail Safe (Punto límite) que también es puntuada como «mala», acaba la somera descripción, proclamando que «…esta película no añade nada nuevo al subgénero de películas de guerra fría y amenaza nuclear» y la trata de «mala», dejando el lado el pequeño detalla de que fue una total excepción en su tiempo. Más singular resulta su evaluación de la producción de Kubrick, Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, a la que puntúa igualmente de «mala», y acaba la confusa descripción de su trama con estas palabras: «Todo un galimatía». A Lluvia negra, el teniente coronel la trata también de «mala», y cierra la escueta descripción del argumento, diciendo que se trata de: todo un alegato antiatómico desde el punto de vista japonés», o sea que lo de los víctimas deja paso al dilema bélico.
Entre otras cosas, en el mismo libro que ofrece estas puntuaciones sumarias, nos encontramos con otras mucho más altas de las películas de exaltación patriótica que caracterizaron el franquismo.
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