Catedrático de Historia Contemporánea en la UAB, José Luis Martín Ramos es especialista en la historia del movimiento obrero y es autor de numerosos estudios sobre los movimientos socialista y comunista del siglo XX en Cataluña y en el conjunto de España. Entre sus últimas publicaciones, ambas en la editorial Avenç, La rereguarda en guerra. […]
Catedrático de Historia Contemporánea en la UAB, José Luis Martín Ramos es especialista en la historia del movimiento obrero y es autor de numerosos estudios sobre los movimientos socialista y comunista del siglo XX en Cataluña y en el conjunto de España. Entre sus últimas publicaciones, ambas en la editorial Avenç, La rereguarda en guerra. La Guerra civil a Catalunya, 1936-1937 (2012) y Territori capital. La Guerra civil a Catalunya, 1937-1939 (2015).
Seguimos comentando su libro El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España, Barcelona, Pasado&Presente, 2016.
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-Nos habíamos quedado en el capítulo V. «Asalto a la República» es su título. ¿Por qué fue tan complicada la normalización institucional, por qué fueron tan conflictivas las relaciones entre la Jefatura de la República y la del Consejo de Ministros?
-El avance de la democracia política estuvo acompañado de mecanismos legales e institucionales que, bajo el pretexto de «moderar» la confrontación política, tendieron frecuentes trampas, ya fuera al desarrollo pleno de esa democracia política o al funcionamiento de los poderes representativos. Una de esas consistió en atribuir a los jefes de estado electos directa o indirectamente, poderes concretos a los que los jefes de gobierno tenían que someterse. Si había sintonía política entre los que ocupaban ambas magistraturas no había problema, pero sí solían producirse cuando no era así, tanto mayores cuanto lo fueran las diferencias políticas entre ambos; y como los jefes de estados solían ser elegidos por un tiempo de mandato específico y superior a los de los gobiernos -sometido éste al mantenimiento de mayorías parlamentarias- cuando había conflicto solían alargarse, enturbiando la dinámica política general. Es lo que ocurrió durante la Segunda República mientras la jefatura del estado, la Presidencia de la República, fue ocupada por Alcalá Zamora. Éste procedía del sector que había evolucionado desde el liberalismo monárquico al republicanismo por rechazo, fundamentalmente, a Alfonso XII y mantenía además posiciones conservadoras en la mayor parte de las cuestiones en las que la República naciente quiso introducir reformas. Había sido aceptado como jefe del gobierno provisional de la República, pero pronto chocó con los ministros más activos con las políticas de reforma, Azaña o Largo Caballero. Cuando se aprobó la constitución y hubo de escogerse Presidente constitucional de la República, en un momento en que las divisiones entre radicales de un lado y socialistas y republicanos de izquierda empezaban a arreciar, Azaña que pasó a jefe de gobierno, promovió la candidatura de Alcalá Zamora, para intentar integrarlo a él y a la derecha republicana, como manifestación también de voluntad de pluralismo político.
-¿No salió bien?
-No salió bien. Alcalá Zamora abusó de sus atribuciones y quiso, mediante ellas – firma de leyes , disolución anticipada de las Cortes, etc- intervenir en la acción política del gobierno. En 1932 conspiraba descaradamente para descabalgar a los socialistas del gobierno y a Azaña como jefe del gobierno; con la mira puesta en una reforma de la recién aprobada constitución, para frenar el proceso reformador. Consiguió que el PSOE quedara fuera del gobierno y que Azaña tuviera que renunciar a su jefatura, pero tampoco fue capaz de establecer una buena sintonía con los radicales y menos aún con la CEDA. El constante intervencionismo político de Alcalá Zamora obligó al Frente Popular a promover su sustitución para evitar que se repitiera de nuevo el bloqueo de 1933.
-¿Qué pasó con las elecciones municipales? ¿Por qué hubo tanto problema?
-Los ayuntamientos tenían un papel fundamental tanto en el control político y social de la población, y mucho más ante el retroceso de los poderes fácticos, como en la aplicación de la nueva legislación social. Por eso la disputa sobre ellos fue enconada y la fragilidad de las mayorías políticas hizo que ninguno de los gobiernos de la República se atreviera a cumplir lo que venía previsto por la legislación municipal, su renovación. Sólo se hizo en Cataluña, a comienzos de 1934. Esquerra Republicana dominaba por completo la situación política y, además, la realización de las elecciones municipales completaba en la práctica la ley municipal catalana aprobada por el Parlament; era posible convocarlas sin abrir un grave interrogante político y se cumplía con ello una autoafirmación estatutaria.
-¿Qué es eso del «maleficio de Priego» al que haces referencia en algún momento?
-Priego de Córdoba es la localidad de nacimiento de Alcalá Zamora. Azaña aludía con esa frase de burla al Presidente de la República y su nociva actuación política.
-Elecciones el 16 de febrero, y constitución de las nuevas Cortes el 3 de abril. Un mes y medio más tarde. ¿Por qué tanto tiempo? ¿Por qué asistió la CEDA a la constitución?
-Eran los tiempos determinados por la legislación. La CEDA decidía estar presente siempre que podía en las ceremonias institucionales.
-¿Cómo se elegía al presidente de la República? ¿Cómo se elegían «los 473 compromisarios populares que habrían que participar en el colegio de la elección presidencial»?
-Entre la elección directa por sufragio, como se hacía en Alemania, y la elección por la Asamblea conjunta de diputado y senadores, que era el caso de Francia, se escogió un sistema híbrido: se formaría un colegio electoral con los 473 diputados más un número igual de compromisarios elegidos por sufragio universal, directo.
-¿Calvo Sotelo sostuvo que era merecida la destitución de Niceto Alcalá Zamora? ¿No es un poco raro teniendo en cuenta la posición de Gil Robles que llegó a hablar de golpe de Estado?
-Calvo Sotelo y Gil Robles no tenían la misma posición política, aunque las dos fueran antidemocráticas y finalmente favorables, o instigadoras, del golpe. Calvo Sotelo abominaba de manera particular de Alcalá Zamora, por ser republicano y haber sido antes monárquico. Por otra parte, a Calvo Sotelo le gustaba ponerse en la situación de criticar a todas partes.
-La elección de Azaña, afirmas, como presidente de la República, el 10 de mayo, lo confirmó como la personalidad política situada en la confluencia de todas las corrientes del Frente Popular. ¿No había excepciones en este consenso? ¿También en el caso del anarcosindicalismo?
-El anarcosindicalismo no formaba parte del Frente Popular. Por otra parte hablo de confluencia, no de consenso, y menos de apoyo unánime. Ciertamente Largo Caballero, que se mantenía tan hostil a Azaña como reticente al Frente Popular hizo un amago de promover otro candidato, pero no tuvo éxito ni entre los suyos, por lo que retiró su fugaz iniciativa. A Azaña lo apoyaba el republicanismo, buena parte del socialismo y el Partido Comunista.
-¿Por qué fracasó la incorporación del PSOE al gobierno y este fue estrictamente republicano?
-Porque Largo Caballero, que siempre puso como condición de su resignación al Frente Popular que el PSOE no formara parte del gobierno, no aceptó de ninguna manera la propuesta de Prieto de incorporar al partido después de la elección de Azaña como Presidente de la República. No era una cuestión personal, sino de concepción política. Como quiera que, desde su formulación inicial, el PC se situaba como parte integrante de la coalición política electoral pero sin formar parte del gobierno -y la mayoría de los republicanos habrían planteado objeciones a esa presencia- el gobierno del Frente Popular estuvo estrictamente integrado por republicanos; pero jo fue «estrictamente republicano» sino frentepopulista, con la única limitación de la reticencia del apoyo de una parte de los socialistas.
-La evolución del escenario internacional, afirmas, se estaba situando sobre un eje poco favorable para la República democrática española. ¿Qué era lo peor de la situación? ¿El triunfo del nazismo en Alemania?
-Desde luego el ascenso del nazismo al poder en Alemania, pero también las reacciones de adaptación, de tolerancia e incluso de empatía que ese hecho produjo entre la derecha liberal europea. Sin la reacción «apaciguadora» del gobierno británico, o las dudas del Partido Radical y de la derecha liberal en Francia, sobre adoptar o no una posición de firmeza ante la ofensiva internacional de la Alemania nazi, no es improbable que el golpe de julio de 1936 se hubiera convertido en una sanjurjada sangrienta, pero no en una guerra civil.
-¿Cómo valoras la figura de Casares Quiroga? No siempre se habla bien de su gestión. Tú mismo afirmas que la imagen de un C.Q cediendo constantemente «hacia la izquierda revolucionaria y perdiendo el control de la situación es falsa».
-Esa es la imagen que le construyó la derecha antidemocrática para preparar políticamente el golpe y luego justificarlo. Luego, y a toro pasado de los hechos del 17 de julio, sobre todo desde las filas socialistas se construyó de él una imagen de inepto ante la conspiración. Ni él ni Azaña estuvieron finalmente acertados ante el proceso conspirativo, que conocían en líneas generales pero no en el detalle; pero la equivocación política no es necesariamente una ineptitud. Por otra parte, sus críticos no aportaron una alternativa mejor a lo que estaba haciendo Casares Quiroga; por ejemplo, el armamento de las organizaciones obreras ya a comienzos de julio no habría evitado el golpe y es probable que hubiese arrastrado a él, o a la inhibición, a numerosos mandos militares y policiales que se mostraron leales en los días de la sublevación, aún siendo algunos de ellos claramente conservadores.
-¿Cómo estaba actuando en aquellos momentos la derecha pro-golpista, la militar y la civil? ¿Cuáles eran los nudos de la situación que aprovecharon para su propaganda política?
-Su propaganda política tenía ya un largo recorrido; en cualquier caso, en la primavera del 36 deformaron y exageraron la violencia, que ellos mismo provocaban, para articular un discurso centrado en la cuestión del orden público. La denuncia de la izquierda como mera subversión, incompatible con el orden, cualquier orden; y de la democracia como un sistema incompatible con la autoridad. Y a ello sumaban la demagogia nacionalista en dos sentidos: con el fantasma de la ruptura de España y con la presentación de la izquierda socialista y comunista como cuerpos ajenos a la nación y agentes de una potencia extranjera, la URSS. Actuaron en las Cortes, en los púlpitos, en las calles, en la prensa, con un discurso hiperbólico que no dejaba ninguna opción a la continuación de la República democrática.
-Te pregunto por Juan March a continuación.
-Cuando quieras.
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