Francisco Gómez González, titulado en Sociología y en Geografía, es actualmente profesor de Sociología en la Universidad de Valladolid. Pertenece al Grupo de Evaluación de la Tecnología de la citada universidad y al Grupo de Investigación de Estudios Sociales de la Ciencia (Grupo CTS) dela Universidad de Oviedo. Ha colaborado en numerosas estudios españoles, europeos […]
Francisco Gómez González, titulado en Sociología y en Geografía, es actualmente profesor de Sociología en la Universidad de Valladolid. Pertenece al Grupo de Evaluación de la Tecnología de la citada universidad y al Grupo de Investigación de Estudios Sociales de la Ciencia (Grupo CTS) dela Universidad de Oviedo.
Ha colaborado en numerosas estudios españoles, europeos y latinoamericanos dentro del campo de investigación de Ciencia, Tecnología y Sociedad.
Nuestra conversación se centra en su reciente libro publicado por Libros de la Catarata, Madrid, 2016.
Me centro en su último libro. De entrada en el título, si me permite. ¿Cómo debemos entender el concepto «ciencia interdisciplinar»? Usted mismo señala en la conclusión, tomando pie en Dogan y Pahre, que la categoría estaba en riesgo de convertirse en un atrapatodo por usos no del todo rigurosos.
La verdad es que no hay una definición consensuada del término interdisciplinariedad. Por ese motivo su uso ha sido confuso y poco riguroso. Para que este término deje de ser utilizado como un atrapatodo, creo que la interdisciplinariedad debe entenderse como cooperación entre disciplinas en el contexto de la producción y difusión del conocimiento científico. En mi opinión, no debe entenderse como un saber global que integra todos los saberes, ni como un polifacetismo en que todos deben saber de todo. Esas visiones tan cosmogónicas de la interdisciplinariedad han hecho un flaco favor al objetivo de incrementar la cooperación entre científicos.
¿Por qué usa la palabra «mito»? ¿Dónde se ubica la mirada mítica en este intento de cooperación entre disciplinas?
El mito está en todas partes. La misma ciencia está llena de versiones míticas de la realidad que conviven con las leyes científicas. En el libro me refiero a varios mitos sobre la interdisciplinariedad. El primero está relacionado con el hecho de que la reivindicación de cooperación disciplinar coexiste con una estructura del sistema científico que funciona en dirección contraria. Esta contradicción convierte a las aspiraciones de interdisciplinariedad en míticas. Debido a esto, dentro del movimiento interdisciplinar ha habido más reivindicaciones y manifiestos que avances reales.
Pero también es un mito pensar que en el pasado la ciencia fue más integradora. En realidad la especialización viene de antiguo, y nuestra mirada debe orientarse hacia el futuro más que hacia el pasado. No podemos soñar con recuperar el polifacetismo de los científicos del XIX; al margen de que es posible que no hubiera tantos sabios polifacéticos como a veces se cree.
El último mito es el de los saberes totales y globales. Para cooperar entre disciplinas no hace falta tener una visión global del universo. Solo hace falta querer cooperar y tener un marco institucional que lo facilite. No hay que comprender la esencia última de la realidad y contar con una gran teoría omnicomprensiva.
En el subtítulo habla usted de obstáculos y propuestas de cooperación. Le pregunto por los obstáculos. ¿Cuáles serían los principales obstáculos?
La cooperación es una dinámica muy natural en el ser humano. Cuando las personas no cooperamos suele ser porque el mismo sistema institucional genera obstáculos. En el caso de la cooperación entre disciplinas hay obstáculos que se derivan de la manera en que se realiza la financiación de la investigación (que genera competencia entre disciplinas), de los conflictos de poder, de la diferencia de formas de entender la ciencia, pero, en realidad, el obstáculo que más dificulta la cooperación son los sistemas de evaluación del personal investigador. Los científicos somos evaluados por miembros de nuestras propias disciplinas y no es infrecuente que se penalice las investigaciones realizadas con otras áreas o con campos en conflicto. Como decía un joven investigador, la interdisciplinariedad es para cuando ya se tiene un trabajo fijo.
¿Interdisciplinar sería equivalente a multidisciplinar? Si no fuera así, ¿dónde se ubican las principales diferencias?
En el uso cotidiano a veces se usan como sinónimos, pero ya desde los primeros pasos del movimiento interdisciplinar de los setenta se intentó dar un definición basada en diferentes grados de integración. En función de esta definición, el término multidisciplinar lleva asociado la idea de adición, mientras que la interdisciplinar implica integración. Por poner un ejemplo, el saber enciclopédico es aditivo, puesto que cada entrada de una enciclopedia pertenece a un saber. La interdisciplinariedad busca algo más, busca explicar conjuntamente la realidad entre varias disciplinas. Es un saber integrado. El siguiente nivel de integración dependería del término transdisciplinariedad que supone un avance todavía mayor en cohesión.
Interdisciplinar me hace pensar, acaso erróneamente, en unidad de la ciencia. ¿Se consideran ustedes herederos de las finalidades del Círculo de Viena? ¿Se inspiran ustedes en Neurath y en su Enciclopedia de la Ciencia Unificada? ¿Qué balance hacen de aquellos viejos intentos de los neopositivistas lógicos? ¿Sienten con ellos algún aire de familia?
El círculo de Viena asumió el objetivo de unificar la ciencia porque experimentaba problemas parecidos a los que se perciben en la actualidad. El mal uso de la ciencia, la manipulación y el uso ideológico de los avances científicos eran tan frecuentes en la Europa anterior al nazismo como en la actualidad. En ese sentido, la interdisciplinariedad nace de un fermento parecido al proyecto de unificar la ciencia. La diferencia fundamental es que hoy estamos más acostumbrados a convivir con la explosión de diferencias y sabemos que la estrategia de futuro no consiste en estandarizar y homogeneizar, sino en lograr que los diferentes dialoguen y logren consensos viables.
El siglo XX ha sufrido mucho por todos los intentos de unificación del pensamiento. Seguramente la epistemología no debería caer en ese error. Esta es la diferencia básica entre reivindicar la unión de la ciencia frente a fomentar la interdisciplinariedad.
Comenta usted en el libro que hay autores que creen reconocer en el momento actual un cambio cualitativo en la forma de entender la ciencia debido a desarrollos e disciplinas emergentes como las neurociencias, la biología molecular, la genética, la física del caos, etc. ¿Cuáles serían las características de ese cambio cualitativo en la forma de considerar la ciencia? ¿Las disciplinas que citan no tienen ya su larga historia?
La ciencia no está exenta de modas y de ciclos de optimismo/pesimismo, como ocurre en cualquier otra actividad humana. Al final de los 80 se pusieron de moda las «nuevas ciencias» y hubo muchos ensayos sobre la revolución de paradigmas científicos que generaban las nuevas teorías y las disciplinas emergentes. En muchos casos, estos ensayos exageraban el potencial transformador de estas ciencias, pero supusieron una motivación positiva para reivindicar cambios.
Dentro de los eslóganes que se han asociado a esta ruptura, ha tenido especial éxito el que habla del paso de la ciencia de los relojes a la ciencia de las nubes, citado por Karl Popper y Prigogine o, en la misma línea, el paso de la ciencia de los cristales a la ciencia del humo, del biólogo Henri Atlan.
Pero volviendo a la pregunta, efectivamente, muchas de estas tradiciones y disciplinas ya tienen trayectorias prolongadas, y no es tan fácil reinventar la ciencia. En este sentido, también ha sido un tópico decir que la ciencia del futuro debe ser más pascaliana y menos cartesiana, recuperando la aspiración holística de Pascal. Puede que sea cierto, pero, efectivamente, esto ya estaba inventado desde el XVII.
Teniendo en cuenta la complejidad, «matematización» y diversidad de disciplinas científicas, ¿no es algo quimérico o utópico el programa que se defiende? Por poner un solo ejemplo entre mil posibles: muchos matemáticos conocen bien su especialidad, la teoría de los números, pero no se mueven con comodidad en otras ramas (pongamos la geometría computacional) de su propia ciencia. ¿Cómo en condiciones así se puede pensar en la cooperación entre científicos de diferentes disciplinas? ¿De qué tipo de cooperación hablamos?
Los problemas humanos no entienden de disciplinas. Consecuentemente, para dar respuesta a estos problemas es necesario que trabajen conjuntamente personas con diferentes saberes. Esto es más complejo de lo que parece, porque hay desconocimiento, conflictos, competencia por los recursos, disensos metodológicos… En el libro se parte de la convicción de que los obstáculos a la cooperación tienen más que ver con los conflictos e interés que con la diversidad de conocimiento. El objetivo no es que todos sepamos de todo, es que sepamos integrar saberes diferentes.
Perdone que insista. Una cooperación así, ¿no exigiría un imposible, un ser humano omnisciente que fuera capaz de saber y coordinar cientos o decenas de saberes? ¿Quién sería capaz de una cosa así? Más, en general, ¿los científicos actuales reciben una formación que posibilite un objetivo de estas características?
Ese ser humano omnisciente debe ser sustituido por el equipo. La interdisciplinariedad no busca seres humanos que lo sepan todo, sino que sepan cooperar e integrar saberes. Es cierto que el director o directora de equipos debe tener un buen perfil como integrador de saberes, con una sólida base en metodología y epistemología, pero está claro que no tiene que saber de todo. La interdisciplinariedad niega esa dudosa afirmación de que en la ciencia prima la «jerarquía del saber». El director de un equipo debe saber dirigir, no debe soñar con tener un conocimiento superior a todos los miembros del equipo.
Le cito: «Desde la primeras reivindicaciones radicales de los sesenta, el discurso evolucionó siguiendo el gusto por la hibridación tan propiamente posmoderna en los años setenta, se coloreó de esoterismos new age con el pensamiento complejo y otros movimientos mesiánicos de fin de siglo». No parece usted muy favorable a todos esos nudos que señala. ¿No hay nada que pueda salvarse de esos programas y tendencias?
Los discursos de este tipo son muy sugerentes y han tenido mucho impacto y mucha capacidad de motivar. Autores como Edgar Morin han generado verdaderos fenómenos de adhesión y siguen estando muy presentes en Europa y Latinoamérica. Aunque no soy muy cercano a su retórica, creo que han realizado buenas aportaciones y nos han propuesto utopías muy interesantes para el conocimiento científico. Lamentablemente, hay un desajuste muy grande entre los objetivos que han propuesto y los logros que sus propios escritos expresan. Esto no quiere decir que no hayan hecho aportaciones, quiere decir que sus aspiraciones eran claramente excesivas.
Prosigo con otro texto suyo: «Se convirtió en una segunda edición de los movimientos por la unidad de la ciencia de corte positivista y, afortunadamente, a partir de 2000 ha llegado a convertirse en un discurso de gestión muy vinculado con las dinámicas de racionalización del sistema científico. Todo ello a pesar de las acusaciones de ser, como señala la propia OCDE en 1985, un concepto epistemológicamente ingenuo». ¿Y qué pinta la OCDE en un debate de estas características? ¿Este asunto no es más bien un tema de debate entre científicos y filósofos? ¿Cómo puede sostener la OCDE que un programa epistemológico es o no ingenuo? ¿Cuáles son sus credenciales para una cosa así?
La OCDE opina de todo, incluso de aspectos que no son de su ámbito de competencia. No obstante, y el caso de la Interdisciplinariedad la OCDE cuenta con cierta legitimidad, porque es parcialmente el padre de la criatura. El primer congreso de interdisciplinariedad, celebrado en 1970, en Niza, lo promovió el CERI, organismo de la OCDE. No es un hecho casual, la promoción de la interdisciplinariedad estaba inserta en los intentos para reformar la universidad sin cambiar nada. Los movimientos estudiantiles del 68 asustaron al statu quo y los grandes centros de decisión se plantearon que algo había que cambiar en las universidades. La interdisciplinariedad aflora como un objetivo poco arriesgado y un objetivo aceptable.
Ahora bien, algunas repercusiones de estos debates sobre el saber debieron ser demasiado visionarias porque la OCDE se desmarca 15 años después de haber apoyado el concepto, y pasa a considerarlo ingenuo. Seguramente en el año 1985 ya nadie temía que la universidad volviera a generar conflictos.
Pues no acertó del todo. Hablando de cooperación: recuerda usted el concepto de coopetición de Adam Braundenburger. Se trata de buscar competir y cooperar al mismo tiempo entre disciplinas y entre científicos. ¿Es posible de forma generalizada? ¿Los intereses nacionales, las prácticas reales de las grandes potencias, no dificultad esa cooperación cuanto menos en determinadas áreas de la teconociencia contemporánea que serían, algo así, como secretos de Estado? Le pregunto a continuación sobre estas temáticas.
Cuando quiera, a su disposición.
Fuente: Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, nº 136, 2016/17, pp. 177-185
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