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La Zona Gris

Cómo un programa secreto del Pentágono llegó a la prisión de Abu Ghraib

Fuentes: The New Yorker

Traducido para Rebelión por Marina Trillo Las raíces del escándalo de la prisión de Abu Ghraib no descansan en las tendencias criminales de unos pocos reservistas del ejército sino en una decisión, aprobada el año pasado por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, para ampliar una operación altamente secreta, que había estado enfocada sobre la […]

Traducido para Rebelión por Marina Trillo

Las raíces del escándalo de la prisión de Abu Ghraib no descansan en las tendencias criminales de unos pocos reservistas del ejército sino en una decisión, aprobada el año pasado por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, para ampliar una operación altamente secreta, que había estado enfocada sobre la caza de Al Qaeda, al interrogatorio de prisioneros en Irak. La decisión de Rumsfeld exasperó a la comunidad del espionaje estadounidense, dañó la eficacia de las unidades de combate de élite, y estropeó las expectativas de América en la guerra contra el terror.

Según entrevistas con varios oficiales del espionaje estadounidense tanto antiguos como en activo, la operación del Pentágono, conocida dentro de la comunidad del espionaje bajo varias palabras clave, entre las que está Copper Green, alentaba la violencia física y la humillación sexual de los presos Iraquíes con objeto de obtener más información sobre la creciente insurgencia en Irak. Un alto oficial de la CIA, al confirmar los detalles de esta historia la semana pasada, afirmó que la operación provino del antiguo deseo de Rumsfeld de arrancar a la CIA el control de las operaciones clandestinas y paramilitares estadounidenses.

Rumsfeld, durante sus intervenciones de la semana pasada ante el Congreso para testificar sobre Abu Ghraib, tenía prohibido por ley mencionar explícitamente asuntos de alto secreto en una sesión no clasificada. Pero transmitió el mensaje de que estaba diciéndole al público todo lo que sabía de la historia. Dijo, «Cualquier sugerencia acerca de que no hay un conocimiento pleno y profundo de lo que ha sucedido, y del daño que ha hecho, pienso que sería una equivocación » El alto oficial de la CIA, al preguntarle sobre los testimonios de Rumsfeld y de Stephen Cambone, su Subsecretario para Inteligencia, dijo, «Algunas personas creen que se le puede comer el coco a cualquiera.»

La historia de Abu Ghraib empezó, en cierto sentido, justo semanas después de los ataques del 11 de septiembre de 2001, con el bombardeo estadounidense de Afganistán. Casi desde el comienzo, la búsqueda de la Administración de miembros de Al Qaeda en zona de guerra, y su búsqueda mundial de terroristas, tropezaba con importantes problemas de mando y control. Por ejemplo, las tropas de combate que tenían a la vista objetivos de Al Qaeda tenían que pedir autorización legal antes de disparar contra ellos. El 7 de octubre, la noche en la que empezó el bombardeo, un avión Predator no tripulado localizó un convoy de automóviles en el que, según creía la inteligencia Americana, iba el Mulá Muhammad Omar, el líder Talibán. Un abogado de guardia en el Cuartel General Central de EEUU, en Tampa, Florida, se negó a autorizar el ataque. Para cuando fue aprobado el ataque, el objetivo estaba fuera de alcance. Rumsfeld se puso apopléjico sobre lo que él veía como una contraproducente vacilación para atacar que era debida a la corrección política. Un oficial me lo describió aquel otoño como «pateando mucha cristalería y rompiendo puertas.» En noviembre, el Washington Post informó que, diez veces desde principios de octubre, los pilotos de la Fuerza aérea creyeron tener a la vista a importantes miembros de Al Qaeda y Talibán pero no habían podido actuar a tiempo a causa de barreras legales. Hubo problemas similares en todo el mundo, cuando las unidades de Fuerzas Especiales Americanas que trataban de actuar rápidamente contra células terroristas sospechosas se veían obligadas a obtener aprobación previa de los embajadores Americanos locales e informar a sus superiores en la cadena de mando.

Rumsfeld reaccionó en su usual modo directo: autorizó el establecimiento de un programa altamente secreto al que se dio absoluta autorización previa para matar o capturar y, si era posible, interrogar a objetivos de «alto valor» en la guerra de Administración de Bush contra el terror. Se estableció un programa de acceso especial, o SAP -sujeto al más estricto nivel de seguridad del Departamento de Defensa- con oficina en un área segura del Pentágono. El programa reclutaría operativos, adquiriría el equipo necesario, incluidos aviones, y mantendría sus actividades encubiertas. Las más exitosas operaciones del espionaje estadounidense durante la Guerra Fría habían sido SAPs, entre ellas la infiltración de la Armada de los cables submarinos utilizados por el alto mando Soviético y la construcción del bombardero secreto de la Fuerza Aérea. Todos los denominados programas «negros» tuvieron un elemento en común: el Secretario de Defensa, o su adjunto, llegaron a la conclusión de que las restricciones militares normales de clasificación no proporcionaban suficiente seguridad.

«La meta de Rumsfeld era conseguir poner en funcionamiento la capacidad para atacar un objetivo de alto valor -un grupo colocado para golpear rápidamente-» me dijo un antiguo oficial de alto nivel del espionaje. «Reunió a todas las agencias -la CIA y la NSA- para poner en marcha la autorización preconcedida. Tan solo decir la contraseña y adelante.» La operación contaba con la aprobación unánime de Rumsfeld y Condoleezza Rice, la consejera de seguridad nacional. El Presidente Bush estaba informado de la existencia del programa, dijo el antiguo oficial del espionaje.

Las personas asignadas al programa trabajaban según el reglamento, me dijo el antiguo oficial del espionaje. Crearon contraseñas, y reclutaron, después de cuidadosa selección, a comandos sumamente entrenados y a operativos de las fuerzas de élite de América -Navy seals, Delta Force del Ejército, y los expertos paramilitares de la CIA. También formularon algunas preguntas básicas: «¿Tienen que utilizar apodos las personas que están trabajando en el asunto? Sí. ¿Necesitamos escondrijos para el correo? Sí. Ningún rastro y ningún presupuesto. De algunos programas de acceso especial nunca se da información completa al Congreso.»

En teoría, la operación permitía al Gobierno de Bush responder de modo inmediato a información de espionaje sensible al paso del tiempo: los comandos cruzaron fronteras sin visados e interrogaron a sospechosos de terrorismo considerados demasiado importantes como para transferirlos a las instalaciones del ejército en Guantánamo, Cuba. Llevaron a cabo interrogatorios instantáneos -utilizando la fuerza cuando lo consideraron necesario- en centros secretos de detención de la CIA dispersados por todo el mundo. La inteligencia habría de ser retransmitida en tiempo real al centro de mando del SAP en el Pentágono, y filtrada de aquellos trozos de información crítica para el mundo «blanco,» o abierto.

Menos de doscientos operativos y oficiales, incluidos Rumsfeld y el General Richard Myers, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, estaban «completamente al tanto del programa,» dijo el antiguo oficial de inteligencia. El objetivo era mantener protegida la operación. «No vamos a informar a más personas de las necesarias sobre nuestro corazón de oscuridad,» dijo. «Las reglas son ‘Atrapa a quien debas. Haz lo que quieras.'»

Un funcionario del Pentágono que estaba profundamente implicado en el programa era Stephen Cambone, que fue nombrado Subsecretario de Defensa para la Inteligencia en marzo 2003. El cargo era nuevo; se creó como parte de la reorganización de Rumsfeld del Pentágono. Cambone era impopular entre los militares y los burócratas civiles de la inteligencia del Pentágono, esencialmente porque tenía poca experiencia en la dirección de programas de espionaje, aunque en 1998 había sido director de personal de un comité, dirigido por Rumsfeld, que advirtió de una amenaza emergente de mísiles balísticos contra Estados Unidos. Se le conocía más bien por su cercanía a Rumsfeld. «Recuerda a Henry II -‘¿Quien me deshará de este sacerdote entrometido?'» me dijo el alto oficial de la CIA, con una risa, la semana pasada. «Cualquier cosa que diga Rumsfeld caprichosamente, Cambone la hará multiplicada por diez»

Cambone era un gran defensor de la guerra contra Irak. Compartía el desdén de Rumsfeld por el análisis y las evaluaciones ofrecidas por la CIA, viéndolas como demasiado cautelosas, y se enojó, lo mismo que Rumsfeld, por la incapacidad de la CIA, antes de la guerra de Irak, para declarar de modo concluyente que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva. El asistente militar de Cambone, Teniente General del Ejército William G. (Jerry) Boykin, también era controvertido. El pasado otoño, generó indeseados titulares después de que, según se informó, en un discurso en una iglesia de Oregon, equiparó el mundo Musulmán con Satanás.

Al poco de ocupar el cargo, Cambone provocó una batalla burocrática en el seno del Pentágono al insistir en que le fuera entregado el control de todos programas de acceso especial que fueran importantes en la guerra contra el terror. Esos programas, que habían sido considerados por muchos del Pentágono como sacrosantos, estaban controlados por Kenneth deGraffenreid, quien tenía experiencia en programas de contraespionaje. Cambone consiguió el control, y deGraffenreid dejó subsiguientemente el Pentágono. Al pedirle sus comentarios sobre esta historia, un portavoz del Pentágono dijo, «no voy a hablar sobre ningún programa secreto; no obstante, el Dr. Cambone no asumió su cargo como Subsecretario de Defensa para la Inteligencia hasta el 7 de marzo de 2003, y no tuvo participación en el proceso de toma de decisiones con respecto a los procedimientos de interrogatorio en Irak ni en ningún otro sitio.»

A mediados de 2003, el programa de acceso especial estaba considerado en el Pentágono como uno de los éxitos de la guerra contra el terror. «Era un programa activo,» me dijo el antiguo oficial de espionaje. «Ha sido la herramienta más importante que tenemos para tratar con una amenaza inminente. Si descubrimos donde está Osama bin Laden, lo podemos atrapar. Y podemos eliminar cualquier amenaza que tenga capacidad real para golpear a los Estados Unidos, y hacerlo sin visibilidad.» Algunos de sus métodos eran problemáticos y no soportarían un escrutinio atento, no obstante.

Para entonces, había empezado la guerra contra Irak. El SAP estaba implicado en algunas tareas en Irak, dijo el antiguo oficial. La CIA y otros operativos de las Fuerzas Especiales Americanas formaron equipos secretos para cazar a Saddam Hussein y -sin éxito- las armas Iraquíes de destrucción masiva. Pero no fueron capaces de parar el desarrollo de la insurgencia.

En los primeros meses después de la caída de Bagdad, Rumsfeld y sus ayudantes tenían todavía una visión limitada de la insurgencia, considerándola como poco más que obra de «perdedores» Baazistas, bandas criminales, y terroristas extranjeros que eran seguidores de Al Qaeda. La Administración medía su éxito en la guerra por cuantos de los de la lista de cincuenta y cinco miembros mas buscados del antiguo régimen -reproducidos en naipes- habían sido capturados. Luego, en agosto del 2003, se produjeron los atentados terroristas que atentaron contra la Embajada Jordana en Bagdad, matando a diecinueve personas, y la sede de Naciones Unidas, matando a veintitrés a personas, entre las que estaba Sergio Vieira de Mello, jefe de la misión de la ONU. El 25 de agosto, menos de una semana después del bombardeo de la ONU, Rumsfeld reconoció, en un discurso ante los Veteranos de Guerras Extranjeras, que los «perdedores están todavía con nosotros.» Prosiguió: «Hay algunos hoy que se sorprenden de que todavía existan bolsas de resistencia en Irak, y sugieren que esto representa algún tipo de fracaso por parte de la Coalición. Pero no es el caso.» Rumsfeld comparó a los rebeldes con aquellos auténticos creyentes que «lucharon durante y después de la derrota del régimen nazi en Alemania.» Unas cuantas semanas más tarde -y cinco meses después de la caída de Bagdad- el Secretario de Defensa declaró, «Es, en mi opinión, mejor estar luchando contra los terroristas en Irak que en los Estados Unidos.»

Dentro del Pentágono, había una creciente conciencia de que la guerra estaba yendo mal. El cada vez más bloqueado y desconcertado mando del Ejército le estaba diciendo a los periodistas que los rebeldes eran unos cinco mil Baazistas leales a Saddam Hussein. «Cuando ustedes comprendan que están organizados en estructura celular,» declaró el General John Abizaid, Jefe del Alto Mando, «que… tienen acceso a mucho dinero y a mucha munición, entenderán cuán peligrosos son.»

Las comunidades del ejército y el espionaje Americanos estaban teniendo poco éxito para infiltrarse en la insurgencia. Un informe interno preparado para el ejército estadounidense, al que he tenido acceso, concluía que «la inteligencia estratégica y operacional de los rebeldes ha probado ser bastante buena.» Según el estudio:

Su habilidad para atacar convoyes, otros objetivos vulnerables e individuos particulares ha sido el resultado de vigilancia y reconocimiento esmerados. Información de régimen interno fue pasada a las células insurgentes sobre movimientos de convoyes/tropas y hábitos diarios de Iraquíes que trabajan con la coalición desde dentro de los servicios de seguridad Iraquíes, principalmente la fuerza de Policía Iraquí que está plagada de simpatizantes de los rebeldes, ministerios Iraquíes y por parte de individuos partidarios de los rebeldes que trabajan en la llamada Zona Verde de la CPA.

El estudio concluía, «Políticamente, EEUU hasta la fecha ha fallado. Las insurgencias se pueden controlar o se pueden mejorar si se trata con lo que las causó en primer lugar. El desastre que es la reconstrucción de Irak ha sido la causa clave de la insurgencia. No hay gobierno legítimo, y le conviene a la Autoridad Provisional de la Coalición absorber el hecho triste pero sin adorno de que la mayoría de los Iraquíes no ven al Consejo de Gobierno» -el cuerpo Iraquí designado por la CPA- «como la autoridad legítima. Realmente, saben que el verdadero poder es la CPA.»

En otoño, un analista militar me dijo que la magnitud de los juicios erróneos políticos y militares del Pentágono estaba clara. Los «perdedores» de Donald Rumsfeld ahora incluían no sólo a Baazistas sino también a muchas figuras marginales -maleantes y criminales que estaban entre las decenas de miles de presos liberados el otoño anterior por Saddam como parte de una amnistía general antes de la guerra. No era su desesperación la que impulsaba la insurgencia; simplemente los convirtió en reclutas fáciles para los que la dirigían. El analista dijo, «Matamos y capturamos a tipos a los que les habían dado doscientos o trescientos dólares para ‘orar y rociar'» -es decir, para disparar aleatoriamente y esperar lo mejor. «No eran realmente rebeldes sino indigentes pagados por individuos ricos que estaban a favor de la insurgencia.» En muchos casos, los pagadores eran sunitas que habían pertenecido al Partido Baaz. El analista dijo que los rebeldes «pasaron tres o cuatro meses averiguando cómo operábamos y desarrollando sus propias contra-medidas. Si eso implicaba decirle a un tipo desventurado que fuera a atacar un convoy para ver cómo respondían las tropas Americanas, lo hacían.» Luego -dijo el analista- «los listos comenzaban a entrar en acción.»

Por el contrario, según el informe militar, las fuerzas Americanas y de la Coalición sabían poco sobre la insurgencia: «La inteligencia humana es pobre o inexistente… debido a la falta de competencia y pericia… El esfuerzo del espionaje no está coordinado puesto que, o están implicados demasiados grupos recabando información, o el producto final no llega a las tropas en el campo de una manera oportuna.» El éxito de la guerra estaba en riesgo; algo había que hacer para cambiar la dinámica.

La solución, aprobada por Rumsfeld y ejecutada por Stephen Cambone, fue ponerse duros con aquellos Iraquíes del sistema de prisiones del Ejército que eran sospechosos de ser rebeldes. Un elemento clave fue el Comandante General Geoffrey Miller, comandante del centro de detención e interrogación de Guantánamo, que había sido convocado a Bagdad a finales de agosto para revisar los procedimientos de los interrogatorios en prisión. El informe interno del Ejército sobre los cargos de abuso, escrito por el Comandante General Antonio Taguba en febrero, reveló que Miller instó a que los comandantes de Bagdad cambiaran de método y pusieran la inteligencia militar a cargo de la prisión. El informe citó a Miller recomendando que «las operaciones de detención deben actuar como facilitadoras del interrogatorio»

El concepto de Miller, según se desprendió de las vistas recientes ante el Senado, era «Guantanamizar» el sistema de prisiones de Irak, para volverlo más enfocado sobre el interrogatorio. Informó también a comandantes militares en Irak sobre los métodos de interrogatorio utilizados en Cuba -métodos que pueden, con aprobación especial, incluir la privación de sueño, la exposición a extremos de frío y calor, y colocar a presos en «posiciones dolorosas» durante períodos de tiempo agónicos. (La Administración de Bush había declarado unilateralmente que los miembros capturados de Al Qaeda y de otras redes terroristas internacionales eran combatientes ilegales, sin derecho a la protección de las Convenciones de Ginebra.)

No obstante, Rumsfeld y Cambone fueron un paso más allá: Ampliaron el alcance del SAP, trayendo sus métodos no convencionales a Abu Ghraib. Los comandos debían operar en Irak como lo hacían en Afganistán. Los presos varones podrían ser tratados con dureza, y expuestos a la humillación sexual.

«No estaban sacando nada sustantivo de los detenidos en Irak,» me dijo el antiguo oficial del espionaje. «Ningún nombre. Nada de lo que pudieran colgar su sombrero. Cambone dice, voy a reventar esta cosa ya estoy cansado de trabajar siguiendo la cadena de mando normal. Tengo montado este aparato -el programa negro de acceso especial- y voy a actuar en caliente. Así que aprieta el botón, y la electricidad empieza fluir el verano pasado. Y sigue funcionando. Estamos obteniendo un retrato de la insurgencia de Irak y la información está aflorando al mundo blanco. Estamos consiguiendo buen material. Pero tenemos más objetivos» -presos en cárceles Iraquíes- «que personas que puedan manejarlos.»

Cambone tomó entonces otra decisión crucial, me dijo el antiguo oficial del espionaje: no sólo traería las reglas SAP a las prisiones; pondría a algunos de los oficiales de la inteligencia militar del Ejército que trabajaban en las prisiones Iraquíes bajo los auspicios del SAP. «Así, aquí están fundamentalmente buenos soldados -tipos de la inteligencia militar- a los que se les dice que no se aplican reglas,» añadió el antiguo oficial, que tiene vasto conocimiento de los programas de acceso especial. «Y, por lo que a ellos concierne, esta es una operación secreta, y será mantenida dentro de los canales del Departamento de Defensa»

Los guardas de la policía militar de la prisión, dijo el antiguo oficial, incluían a «rústicos reciclados de Cumberland, Maryland.» Se refería a miembros de la 372 Compañía de Policía Militar. Siete miembros de la compañía se enfrentan ahora a cargos por su papel en los abusos de Abu Ghraib. «¿Cómo van a saber algo estos tipos de Cumberland? La Reserva Militar no sabe lo que está haciendo.»

Quién estuviera a cargo de Abu Ghraib -fuera policía militar o inteligencia militar- no era ya la única cuestión que importaba. Tipos duros operativos especiales, algunos de ellos con apodos, trabajaban en la prisión. La policía militar asignada para la guarda de los presos iba de uniforme, pero muchos otros -oficiales de la inteligencia militar, intérpretes contratados, oficiales de la CIA, y los hombres del programa de acceso especial- iban de paisano. No estaba claro quien era quien, incluso para la Brigadier General Janis Karpinski, entonces comandante de la 800 Brigada de la Policía Militar, que era la oficial ostensiblemente al mando. «Creía que la mayor parte de los civiles eran intérpretes, pero había algunos civiles a los que no conocía,» me dijo Karpinski. «Yo les llamaba los fantasmas que desaparecían. Los veía de vez en cuando en Abu Ghraib y después los veía meses más tarde. Eran agradables -siempre me llamaban y me decían, ‘Eh, ¿me recuerda? ¿Cómo le va?'» Los misteriosos civiles -dijo- «siempre estaban trayendo a alguien para interrogar o esperando para recoger a alguien que salía.» Karpinski agregó que no tenía la menor idea de quién estaba operando en su sistema de prisiones. (El General Taguba halló que la falta de liderazgo de Karpinski contribuyó a los abusos.)

En Otoño, según el antiguo oficial del espionaje, el alto mando de la CIA ya había tenido bastante. «Dijeron, ‘Hasta aquí llegamos. Nos inscribimos para el programa base en Afganistán -autorización preconcedida para operaciones contra objetivos terroristas de alto valor- y ahora queréis utilizarlo contra taxistas, cuñados, y personas arrancadas de las calles'» – el tipo de presos que pueblan las cárceles Iraquíes. «La gente legal de la CIA se opuso,» y la agencia terminó su participación con el SAP en Abu Ghraib, dijo el antiguo oficial.

Las quejas de la CIA resonaron por toda la comunidad del espionaje. Existía el temor de que la situación en Abu Ghraib llevaría a que el secreto SAP quedara al descubierto, y por consiguiente acabaría con lo que había sido, antes de Irak, una valiosa operación encubierta. «Esto era una estupidez,» me dijo un consultor del gobierno. «Estás cogiendo un programa que operaba en el caos de Afganistán contra Al Qaeda, un grupo terrorista sin estado, y lo estás trayendo a una zona de guerra estructurada y tradicional. Más pronto o más tarde, los comandos chocarían con los procedimientos legales y morales de una guerra convencional con un Ejército de ciento treinta y cinco mil soldados.»

El antiguo alto oficial del espionaje culpó del desastre de Abu Ghraib a la arrogancia. «No hay nada más estimulante para un insignificante civil del Pentágono que proceder con un asunto importante de seguridad nacional sin tratar con planificadores militares, que siempre están preocupándose por el riesgo,» me dijo. «¿Qué podría ser más aburrido que necesitar la cooperación de planificadores logísticos?» La única dificultad, añadió el antiguo oficial, es que, «tan pronto como amplías el programa secreto más allá de la capacidad de supervisión de personas experimentadas, pierdes el control. Nunca tuvimos un caso en el que un programa de acceso especial se estropeara – y podemos remontarnos hasta la Guerra Fría.»

En una entrevista aparte, un consultor del Pentágono, que pasó buena parte de su carrera directamente implicado en programas de acceso especial, repartió las culpas. «La Casa Blanca subcontrató esto al Pentágono, y el Pentágono lo subcontrató a Cambone,» dijo. «Esto es asunto de Cambone, pero Rumsfeld y Myers aprobaron el programa.» En lo que respecta a la operación de los interrogatorios en Abu Ghraib, dijo, Rumsfeld dejó los detalles a Cambone. Rumsfeld puede no ser personalmente culpable, agregó el consultor, «pero es el responsable de su control y corrección. El asunto es que, desde el 11-S, hemos cambiado las reglas de como actuamos frente al terrorismo, y hemos creado las condiciones por las que el fin justifica los medios.»

La semana pasada, las declaraciones hechas por uno de los siete PMs acusados, el especialista Jeremy Sivits, que se espera se declare culpable, fueron hechas públicas. En ellas, declaró que altos mandos de su unidad habrían parado el abuso si lo hubieran presenciado. No obstante, una de las cuestiones que se explorarán en cualquier juicio, es por qué un grupo de policías militares de la Reserva del Ejército, la mayor parte de ellos de pueblos pequeños, atormentaron a sus prisioneros del modo que lo hicieron, de una manera que era especialmente humillante para los hombres Iraquíes.

La noción de que los árabes son especialmente vulnerables a la humillación sexual llegó a ser argumento de debate entre los conservadores de Washington que estaban a favor de la guerra, en los meses anteriores a marzo del 2003, la invasión de Irak. Un libro que se citaba con frecuencia era «La Mente Arabe,» un estudio sobre la cultura y la psicología árabes, publicado inicialmente en 1973, por Raphael Patai, un antropólogo cultural que dio clases en Columbia y Princeton, entre otras universidades, y que murió en 1996. El libro contiene un capítulo de veinticinco páginas sobre los árabes y el sexo, describiendo el sexo como un tabú revestido de vergüenza y represión. «La separación por sexos, el velado de las mujeres… y todo el resto de pequeñas normas que rigen y restringen el contacto entre hombres y mujeres, tienen el efecto de convertir el sexo en una preocupación mental de primer orden en el mundo árabe,» escribió Patai. A la actividad homosexual, «o a cualquier indicación de tendencias homosexuales, al igual que a todas las demás expresiones de sexualidad, nunca se les da ninguna publicidad. Son asuntos privados y se quedan en el ámbito privado.» El libro de Patai, me dijo un académico, era «la Biblia de los neocons sobre la conducta Arabe.» En sus debates, dijo, surgían dos temas: «uno, que los árabes sólo entienden la fuerza y, dos, que la mayor debilidad de los árabes es la vergüenza y la humillación.»

El consultor del gobierno dijo que puede haber habido un propósito serio, al principio, tras la humillación sexual y la toma de fotos. Se pensó que algunos presos harían cualquier cosa -incluso espiar a sus camaradas- para evitar que las fotos indecentes fueran divulgadas a la familia y amigos. El consultor del gobierno dijo, «me dijeron que el propósito de las fotografías era crear un ejército de informantes, personas que podrían ser reinsertadas entre la población.» La idea era que estuvieran motivados por el temor al escándalo, y reunieran información sobre las acciones a llevar a cabo por la insurgencia, dijo el consultor. Si tal es el caso, no dio resultado; la insurgencia siguió creciendo.

«Esta mierda ha estado en ebullición durante meses,» me dijo el consultor del Pentágono que ha estado involucrado en SAPs. «No pones presos desnudos en su celda y luego haces que los muerdan los perros. Esto da asco.» El consultor explicó que él y sus colegas, todos los cuales habían prestado durante años servicio activo en el ejército, se habían quedado horrorizados por el mal uso de los perros guardianes del ejército dentro de Abu Ghraib. «No criamos chicos para que hagan cosas como esas. Cuando persigues al Mulá Omar, es una cosa. Pero cuando les das autoridad a chicos que no conocen las reglas, es otra cosa.»

En 2003, la aparente desconsideración de Rumsfeld hacia los requerimientos de las Convenciones de Ginebra mientras libraba la guerra contra el terror había llevado a un grupo de altos oficiales militares letrados, del Cuerpo del Juez Abogado General (JAG) a efectuar dos visitas sorpresa en cinco meses a Scott Horton, que era entonces presidente del New York City Bar Association’s Committee on International Human Rights. «Querían que requiriéramos a la Administración de Bush sobre sus estándares en detenciones e interrogatorios,» me dijo Horton. «Nos instaban a que nos implicáramos y habláramos alto y claro. Como si fuera arte de magia. El mensaje era que las condiciones están maduras para el abuso, y va a ocurrir.» Los oficiales militares estaban sumamente alarmados por la creciente utilización de contratistas civiles en el proceso de interrogatorios, recordó Horton. «Decían que había una atmósfera de ambigüedad legal creada como resultado de una decisión política en los niveles más altos del Pentágono. Los oficiales de la JAG fueron retirados del proceso de formulación política.» Le dijeron que, con la guerra contra el terror, la historia de cincuenta años de aplicación ejemplar de las Convenciones de Ginebra había llegado a su fin.

Los abusos en Abu Ghraib quedaron al descubierto el 13 de enero, cuando Joseph Darby, un joven policía militar destinado en Abu Ghraib, puso los hechos en conocimiento de la División de Investigaciones Criminales del Ejército. También entregó un CD repleto de fotografías. Al cabo de tres días, le llegó un informe a Donald Rumsfeld, quien informó al Presidente Bush.

La investigación le presentaba un dilema al Pentágono. Tenían que permitir que la C.I.D. prosiguiera, dijo el antiguo oficial del espionaje. «No puedes encubrirla. Tienes que procesar a estos tipos por salirse de la reserva. Pero ¿cómo los procesas cuando contaban con la cobertura del programa de acceso especial? Así que esperas a que tal vez esto se acabe» La actitud del Pentágono el pasado enero, dijo, fue «Pillaron a alguien con algunas fotos. ¿Cuál es el problema? Arréglalo» La explicación de Rumsfeld a la Casa Blanca, añadió el oficial, fue tranquilizadora: «‘Hemos tenido una interferencia en el programa. Continuaremos con él.’ La historia de portada fue que algunos chicos se desmadraron.»

En sus testimonios ante el Congreso la semana pasada, Rumsfeld y Cambone lucharon por convencer a los senadores de que la visita de Miller a Bagdad a finales de agosto no tuvo nada que ver con los abusos subsiguientes. Cambone trató de asegurar al Comité de Servicios Armados del Senado que la interacción entre Miller y el Teniente General Ricardo Sánchez, el militar estadounidense de más rango en Irak, tenían sólo una conexión casual con su oficina. Las recomendaciones de Miller, dijo Cambone, fueron hechas a Sánchez. Su propio papel, dijo, era principalmente asegurar que «el flujo de inteligencia hacia los mandos» fuera «eficiente y efectivo.» Agregó que la meta de Miller era «proporcionar un ambiente sano, seguro y humano que apoye la compilación expeditiva de inteligencia.»

Fue difícil de vender. La senadora Hillary Clinton, Demócrata por Nueva York, planteó a los senadores la pregunta esencial:

Si, verdaderamente, el General Miller fue enviado desde Guantánamo a Irak con el propósito de conseguir de los detenidos inteligencia más procesable, entonces es justo concluir que las acciones que al respecto figuran aquí en su informe [sobre los abusos de Abu Ghraib] están de alguna manera conectadas con la llegada del General Miller y sus órdenes específicas, como quiera que fueran interpretadas, por aquellos PMs y la inteligencia militar que estuvieron implicados… Por lo tanto, yo por de pronto no creo tener todavía información adecuada del Sr. Cambone y del Departamento de Defensa respecto a cuales fueron a exactamente las órdenes del General Miller… como llevó a cabo dichas órdenes, y la conexión entre su llegada en el otoño de 2003 y la intensidad de los abusos que ocurrieron después.

Algún tiempo antes de que salieran a la luz los abusos de Abu Ghraib, me dijo el antiguo oficial del espionaje, Miller estaba «al tanto» -es decir, informado- de la operación de acceso especial. En abril, Miller volvió a Bagdad para asumir el control de las prisiones Iraquíes; una vez que estalló el escándalo, con sus deslumbrantes titulares, el General Sanchez le presentó a los medios de información Americanos e internacionales como el general que limpiaría el sistema de prisiones Iraquí e inculcaría respeto por las Convenciones de Ginebra. «Su tarea es salvar lo que pueda,» dijo el antiguo oficial. «Está allí para proteger el programa mientras limita cualquier pérdida de capacidad vital.» En cuanto a Antonio Taguba, añadió el antiguo oficial del espionaje, «Entra en él sin saber una mierda. Y luego: ‘¡Puñeta! ¿Qué está pasando?'»

Si el General Miller hubiera sido convocado por el Congreso para que testificara, él, al igual que Rumsfeld y Cambone, no habría podido mencionar el programa de acceso especial. «Si revelas el hecho de que existe un programa de acceso especial,» me dijo el antiguo oficial del espionaje, «dinamitas todo el programa de reacción rápida.»

Un aspecto enigmático del relato de Rumsfeld sobre su reacción inicial a las noticias de la investigación de Abu Ghraib fue su falta de alarma y de curiosidad. Un factor puede haber sido la historia reciente: había habido muchas quejas previas de abusos de presos por parte de organizaciones como Human Rights Watch y Cruz Roja Internacional, y el Pentágono las había capeado con comodidad. Rumsfeld le dijo al Comité de Servicios Armados del Senado que no le habían proporcionado detalles de los presuntos abusos hasta finales de marzo, cuando leyó los cargos específicos. «Leerlos, como digo yo, es una cosa. Ves estas fotos y es totalmente increíble… No fue lo tridimensional. No fue el video. No fue el color. Fue una cosa totalmente diferente.» El antiguo oficial del espionaje dijo que, en su opinión, Rumsfeld y otros altos cargos del Pentágono no habían estudiado las fotografías porque «pensaban que lo que estaba pasando allí estaba permitido según las reglas del contrato,» conforme se aplicaban al SAP. «Las fotos,» agregó, «fueron el resultado de que el programa funcionara a ciegas.»

El antiguo oficial del espionaje dejó claro que no estaba alegando que Rumsfeld o el General Myers supieran que se cometían atrocidades. Pero, dijo, «fue el permiso que otorgaron para hacer el SAP, genéricamente, y había suficiente ambigüedad, lo que permitió los abusos.»

Este oficial prosiguió, «Los tipos negros» -los del programa secreto del Pentágono- «dicen que tenemos que aceptar el procesamiento. Están vacunados por la realidad.» El SAP está todavía activo, y «Estados Unidos está cogiendo a tipos para interrogarlos. La cuestión es, cómo van a proteger la fuerza de reacción rápida sin volar su cobertura?» El programa estaba protegido por el hecho de que no se permitió que nadie de fuera conociera su existencia. «Si haces incluso una insinuación de que estás enterado de un programa negro del que no estás al tanto, pierdes tus beneficios,» dijo el antiguo oficial. «Nadie hablará. Así que las únicas personas que quedan para procesar son los que están indefensos – los pobres chicos del final de la cadena alimenticia.»

El alto oficial más vulnerable es Cambone. «El Pentágono trata de ahora de proteger a Cambone, y no sabe cómo hacerlo,» dijo el antiguo oficial del espionaje.

La semana pasada, el consultor del gobierno, que tiene estrechos vínculos con muchos conservadores, defendió el continuado secretismo de la Administración sobre el programa de acceso especial en Abu Ghraib. «¿Por qué mantenerlo negro?» preguntó el consultor. «Porque el proceso es desagradable. Es como hacer salchichas, te gusta el resultado pero no quieres saber como se hicieron. Tampoco quieres que el público Iraquí, y el mundo árabe, lo sepan. Recuerda, fuimos a Irak a democratizar el Oriente Medio. La última cosa que quieres hacer es dejar que el mundo árabe sepa cómo tratas a los hombres árabes en la prisión.»

El antiguo oficial del espionaje me dijo que temía que uno de los efectos desastrosos del escándalo de los abusos en la prisión sea socavar las operaciones legítimas de la guerra contra el terror, que ya habían sufrido por el drenaje de recursos en Irak. Él retrató a Abu Ghraib como «un tumor» en la guerra contra el terror. Dijo, «En tanto sea benigno y esté contenido, el Pentágono puede manejar la crisis de las fotos sin arriesgar el programa secreto. Tan pronto como comience a crecer, sin que nadie lo diagnostique, se convertirá en un tumor maligno.»

El consultor del Pentágono hizo una observación similar. Cambone y sus superiores, dijo el consultor, «crearon las condiciones que permitieron que ocurrieran las transgresiones. Y ahora vamos a acabar con otra Comisión Church» -la Comisión del Senado sobre Inteligencia en 1975, encabezada por el Senador Frank Church, de Idaho, que investigó los abusos de la CIA durante las dos décadas anteriores. Abu Ghraib había mandado el mensaje de que el mando del Pentágono era incapaz de manejar su poder discrecional. «Cuando la mierda golpea el ventilador, como sucedió el 11-S, ¿cómo le das al pedal?» preguntó el consultor. «Lo haces selectivamente y con inteligencia.»

«El Congreso va a llegar al fondo de esto,» dijo el consultor del Pentágono. «Tienes que demostrar que hay controles y correcciones en el sistema.» Añadió, «Cuando vives en un mundo de zonas grises, tienes que tener líneas rojas muy claras.»

El Senador John McCain, de Arizona, dijo, «Si esto es verdad, ciertamente aumenta la dimensión de este asunto y merece una investigación exhaustiva. Haré todo lo posible por llegar al fondo de esto, y de todas las demás alegaciones.»

«De un modo extraño,» Kenneth Roth, el director ejecutivo de Human Rights Watch, dijo, «los abusos sexuales de Abu Ghraib se han convertido en una variante de los abusos contra los presos y la violación de las Convenciones de Ginebra que está autorizada.» Desde el 11 de setiembre, agregó Roth, el ejército ha utilizado sistemáticamente técnicas de tercer grado por todo el mundo con los detenidos. «Algunos JAGs odian esto y les horroriza que la tolerancia hacia el maltrato rebote y nos persiga en la próxima guerra,» me dijo Roth. «Estamos dándole al mundo una excusa preparada para ignorar las Convenciones de Ginebra. Rumsfeld ha bajado el listón.»

http://www.newyorker.com/fact/content/?040524fa_fact