La foto de las Azores está a punto de recordar la novela Diez negritos. Aunque en este caso se trata exclusivamente de tres. Ahora le ha tocado el turno a Tony Blair. Las sociedades no perdonan. Eso es lo que olvidan los voceros de la guerra, que aún nos quieren convencer de que ha sido […]
La foto de las Azores está a punto de recordar la novela Diez negritos. Aunque en este caso se trata exclusivamente de tres. Ahora le ha tocado el turno a Tony Blair. Las sociedades no perdonan. Eso es lo que olvidan los voceros de la guerra, que aún nos quieren convencer de que ha sido un error traer las tropas de Iraq. Aquí el único error «más que error, crimen» fue mandarlas. Más allá de todos los argumentos de política internacional con los que quieren revestir de equivocación el repliegue, existe una razón que invalida todas las demás. La voluntad abrumadoramente mayoritaria del pueblo español, que ha expresado de todas las maneras posibles que quería el regreso. En una democracia constituye el argumento supremo. Por el contrario, sólo existe una gran mentira, la de los gobernantes que dicen gobernar en nombre del pueblo pero desprecian olímpicamente la opinión de ese mismo pueblo.
Las sociedades suelen ser resignadas y pacientes. Están muy acostumbradas a que sus gobernantes les engañen una y otra vez. Incluso terminan creyéndose o haciendo que se creen las mil milongas que les cuentan. Pero en ocasiones (pocas ocasiones, es verdad) reaccionan de forma abrupta y terminan castigando, a menudo de improviso, al Gobierno de turno. Así ha ocurrido en Gran Bretaña la pasada semana y el 13 de marzo en nuestro país.
No se precisaba ser profeta ni gozar de dotes de chamán para tener la certeza de que, por muchas que fuesen las resoluciones que la ONU aprobase, EEUU no renunciaría a mantener el control militar en Iraq. La resolución recientemente sancionada por el Consejo de Seguridad responde a los intereses de Bush, que intenta evitar el convertirse en noviembre en el tercer negrito. La Administración americana ha pretendido dar un viso de legalidad a lo que continúa siendo una situación ilegítima de ocupación extranjera de un país soberano. Nada más chirriante que leer que, a partir del 30 de junio, Iraq recupera su soberanía e independencia plenas. ¿Qué independencia puede tener con 160.000 soldados extranjeros en su territorio? El nuevo Gobierno formado ¿no tiene acaso toda la apariencia de ser un Ejecutivo títere y subalterno del auténtico poder, el militar? ¿La comparación con el Gobierno de Vichy no resulta acaso inevitable?
El resto de los países ha aceptado la resolución como el mal menor, con mucho escepticismo y sin el menor entusiasmo, en la creencia de que mejor es eso que nada y que una vez creado el desaguisado no hay solución perfecta. Nadie piensa seriamente que la situación en Iraq vaya a cambiar de forma sustancial. En realidad, todo se reduce a una buena puesta en escena. Bush necesitaba firmar la paz con el resto de los países occidentales y a éstos les convenía hacer como si se lo creyesen, pero conscientes de que los problemas continuarán y por ello no están dispuestos a implicarse. Ni ellos mandarán tropas ni quieren que lo haga la OTAN.
En estas coordenadas, el retorno de las tropas españolas, lejos de aparecer como un error, constituye un indiscutible acierto, incluso el momento elegido. Primero porque, después de cualquier resolución, las presiones para impedir el retorno se hubiesen multiplicado y los obstáculos y dificultades se habrían hecho mayores. Eso lo saben los que critican el regreso y por eso precisamente les ha sentado tan mal que la decisión se tomase de forma inmediata. En segundo lugar, porque no parece descabellado pensar que algo ha tenido que ver la postura de España en el canto de la palinodia de la Administración americana. No se trata de caer en el chovinismo y en la petulancia de creernos una gran potencia, pero precisamente el que un Estado mediano como el nuestro se haya atrevido a decir «no» al Imperio es lo que ha podido tener más impacto. No es ningún secreto que la mayoría de los apoyos con los que cuenta en esta contienda EEUU son bastante inestables, forzados por las conveniencias y el miedo a enemistarse con los dueños del mundo. Lo que más podía temer la Administración Bush es que el ejemplo de España cundiese, es decir, la rebelión de los países pequeños, puesto que los grandes ya lo habían hecho desde el principio.
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