Desengañémonos, un país que en el año 2003 gastó él solo la portentosa suma de casi 450.000 millones de dólares, equivalente al 47% de todo el gasto militar mundial, no hace ese colosal esfuerzo si no es para imponer, a cualquier precio, su particular visión del orden económico y político internacional. Convertida, tras el final […]
Desengañémonos, un país que en el año 2003 gastó él solo la portentosa suma de casi 450.000 millones de dólares, equivalente al 47% de todo el gasto militar mundial, no hace ese colosal esfuerzo si no es para imponer, a cualquier precio, su particular visión del orden económico y político internacional.
Convertida, tras el final de la Guerra Fría, en la única superpotencia mundial, Estados Unidos se ha ido deslizando, en el marco de la unipolaridad multilateral con Clinton, y en de la unipolaridad unilateral con Bush (hijo), por la pendiente de un intervencionismo militar creciente. La última palabra, con Bush ( hijo) en el poder, ha sido la guerra preventiva, concepto que liquida cualquier resto de respeto a la legalidad internacional e impone el ¿ derecho? del más fuerte para organizar, a su antojo, el nuevo orden internacional.
Las guerras del Golfo y de Yugoslavia, apoyadas por la ONU y por la OTAN, respectivamente, y coronadas por fáciles victorias sirvieron, sin duda, al objetivo de ganar o recuperar la confianza perdida desde los días trágicos de Vietnam. Arropada por la complaciente «comunidad internacional,» ( en realidad un puñado de países centrales acompañados servilmente por algunos satélites periféricos ), la república imperial alardeó de su incomparable poder aéreo y naval, convenciéndose y convenciendo a muchos de que ese poderío era incontestable.
Llegó, luego, el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001 y el grupo de ultraconservadores que con Bush ( hijo ) gobernaba E.U.A, tuvo el pretexto para poner en práctica el neoimperialista Proyecto para un Nuevo Siglo Americano.
La cólera estadounidense descargó primero sobre Afganistán, sin que nadie, impresionado por la tragedia y por la furia del coloso, se atreviera a objetar nada. El procedimiento habitual, los bombardeos, empleados rutinariamente en Irak, Sudán y Yugoslavia, por citar algunos ejemplos, se aplicó exitosamente también en Afganistán, y con la ayuda de la oposición interna al régimen fundamentalista de los talibán, se instaló un gobierno «decente». Afganistán, como muchos analistas señalaron, era la puerta abierta hacia la explotación del gas natural del Mar Caspio por parte de la petrocracia que desde el año 2000 se había instalado en Washington.
Entusiasmados por el éxito y convencidos de poder alcanzar cualquier objetivo que se propusieran, los neoconsevadores republicanos decidieron asentar de una vez las bases del poder americano en el corazón mismo del Cercano Oriente, en Irak, el país que contiene las segundas reservas de petróleo mayores del mundo y que, por su situación estratégica, permite controlar militarmente toda la región.
La historia es bien conocida. Los falsos motivos de la intervención. El desprecio a las instituciones internacionales. La ignorancia por las movilizaciones pacifistas de millones de ciudadanos del planeta. La negativa a aceptar los reparos de algunos socios importantes de anteriores empresas. Nada detuvo la decisión gubernamental norteamericana de recolonizar, eso sí, en nombre de la libertad y la democracia, Irak. Bombardeado sañudamente, para «ablandarlo», es decir, para eliminar la voluntad de resistir, fue finalmente invadido y ¡ Oh sorpresa ! fácilmente ocupado. El rostro de la estatua de Sadam, en Bagdad, se cubrió, durante unos instantes de sinceridad, con la bandera de los conquistadores y algún tiempo después el presidente Bush ( hijo ) daba por terminada oficialmente la guerra.
¿ Qué venía luego? ¿ Siria, Irán, Libia, Corea del Norte, Cuba? ¿ Hasta Arabia Saudita? ¿ La reelección en las presidenciales de 2004? ¿ La subordinación definitiva de la ONU y de la » vieja Europa»? ¿ El «respeto» general al poder militar americano? ¿ La globalización neoliberal impuesta no sólo desde el FMI y la OMC, sino también desde el Pentágono?
Es posible, pero inesperadamente sucedió lo imprevisto. La mayor parte del pueblo iraquí se rebeló contra los ocupantes. No es lo mismo bombardear impunemente que ocupar el terreno, los pueblos, las ciudades. Los iraquíes odian a los invasores. Saben que desde la Guerra del Golfo, pasando por el bloqueo, los bombardeos de la época de Clinton y la guerra actual, los americanos y los británicos no han tenido misericordia con ellos. Saben que su verdadero propósito es recolonizar el país para apoderarse del petróleo que contiene y asegurar, por largo tiempo, los negocios de la petrocracia angloamericana en el Próximo Oriente. Los ocupantes luchan contra una resistencia que tiene conciencia nacional y que dispone de las armas necesarias para defenderse sobre el terreno. Por eso, los Estados Unidos están perdiendo la verdadera Guerra de Irak.
¿ Qué puede suceder, entonces, si los E.U.A. fracasan en Irak?
Ante todo está en juego el proyecto unilateral americano. El propósito de actuar solos para imponer los intereses estadounidenses en cualquier rincón del mundo. Irak está demostrando que el poder norteamericano no es ilimitado, que los ocupantes son vulnerables y que pueden ser derrotados. Es un formidable ejemplo para todos los pueblos del Tercer Mundo que están descubriendo que Estados Unidos también puede ser un gigante con los pies de barro. Si los E.U.A. son vencidos, finalmente, (y su retirada y una iraquización de la guerra sería igualmente una demostración de su derrota), el peligroso camino de la recolonización podría no ser emprendido de nuevo, ni por la superpotencia, ni por los hipotéticos epígonos que estuvieran dispuestos a seguir sus pasos. Al fin y al cabo, un país que no se «pacifica» no ofrece ningún interés a las empresas siempre dispuestas a hacer negocios provechosos.
Por lo demás, incluso antes de llegar al desenlace de la verdadera Guerra de Irak, puede que sus responsables cosechen algunos sinsabores. Podrían ser reveses electorales, o quizá, porque no ser optimistas, algún tropiezo inesperado con la justicia , al menos, en sus propios estados. En fin, la trágica aventura, que tanta sangre y destrucción ha provocado, podría acabar obligando a los mandatarios de los países más poderosos del Norte a explorar otros caminos que condujeran al diálogo y no a la recolonización del Sur.