Él era hijo del sueño no realizado de la República Española. También lo soy; y siempre he sabido lo que los revolucionarios cubanos recibimos de aquel proyecto, de aquellos pensadores, filósofos, científicos y poetas, de aquellos combatientes. Ellos me llevaron a Antonio Gades. En aquellas raíces se fundó nuestra amistad. Por eso Antonio revolucionario […]
Él era hijo del sueño no realizado de la República Española. También lo soy; y siempre he sabido lo que los revolucionarios cubanos recibimos de aquel proyecto, de aquellos pensadores, filósofos, científicos y poetas, de aquellos combatientes. Ellos me llevaron a Antonio Gades. En aquellas raíces se fundó nuestra amistad. Por eso Antonio revolucionario que era artista es parte de lo mejor de mi vida.
Antonio, Antonio Gades, era todo vida y esplendor de vida, sabía vivir y amar y combatir a plena entrega; sabía ser el mismo contra viento y marea y logró serlo. Artista sin par y desde muy joven, bailaba con ese frenesí dionisiaco que distinguía toda su persona, pero andaba por su persona también esa precisión geométrica, apolínea, que como música secreta entrega la armonía más pura, la que algunos presienten en el cosmos y descubren en las profundidades del alma. Aquel Antonio maravilloso que me recordaba por su entrega a la Amaya y por su saber a Picasso, aparentemente lejano, pero en quien la precisión del trazo era también imaginación intencional. Aquel Antonio Gades, que era ya uno de los valores significantes en la vida cultural española y por ende de su espiritualidad, y que, en el cine, había logrado interpretaciones inolvidables, aquel Antonio un día había constatado, todavía adolescente, que no tendría la oportunidad de estudiar y era ese el sueño de aquel muchachito. Y sin embargo, no fue Antonio jamás resentido, narraba esa vivencia pero solo para hacer más clara la fuerza de sus convicciones, pensaba, sufría por todos los jóvenes que no logran cultivar su inteligencia y aptitudes, en cuan dura puede ser la sociedad, consciente de que la crueldad e indiferencia ante el prójimo no pueden ser sino inadmisibles. Ese era Antonio, humano y humanista.
Le comparé a Picasso que eternizaba trazos en el lienzo plano, en papel o en pieza escultórica, obras aparentemente estáticas. Pero que no lo son. Antonio, intérprete de danzas complejas, protagonista del frenesí, era, al mismo tiempo, fue en sus creaciones ordenador de esencias y raíces, trastornador de códigos y, como tal, fabricante de inédita belleza. Así le conocí, demasiado jóvenes entonces para andar pensándonos pero de él irradiaba fascinación. Pasó «la corriente» por aquella y otras muchas razones. En el Madrid de entonces, el del franquismo, recorríamos siempre, cómplices, los caminos secretos, las amistades peligrosas, pensando y accionando por una España mejor, más limpia, sin generales asesinos, sin señoritismos inescrupulosos. Ya narraré más tarde. Él era hijo del sueño no realizado de la República Española. También lo soy; y siempre he sabido lo que los revolucionarios cubanos recibimos de aquel proyecto, de aquellos pensadores, filósofos, científicos y poetas, de aquellos combatientes. Dije «pasó la corriente». Ellos me llevaron a Antonio Gades. En aquellas raíces se fundó nuestra amistad. Por eso Antonio revolucionario que era artista es parte de lo mejor de mi vida.