La música es uno de los valores más preciosos, pero la industria se ha encargado de unificarla y arrebatarle todo el potencial de agitación. Ésta es la premisa de la que parte el literato y compositor israelí Gilad Atzmon en su nueva propuesta musical: Musik: Re-arranging the 20th century (Reparando el siglo XX), que firma […]
La música es uno de los valores más preciosos, pero la industria se ha encargado de unificarla y arrebatarle todo el potencial de agitación. Ésta es la premisa de la que parte el literato y compositor israelí Gilad Atzmon en su nueva propuesta musical: Musik: Re-arranging the 20th century (Reparando el siglo XX), que firma junto a su banda, The Orient House Ensemble, y colaboradores como Robert Wyatt.
Atzmon, de 41 años, proviene del jazz pos-Coltrane, pero su aproximación a lenguajes más étnicos, desde Oriente Medio al norte de África o la Europa del Este, ya resultaba evidente en Nostálgico (2001) o el extraordinario Exile (2003), que contaba con la colaboración de la cantante palestina Reem Kelani. Para Musik: Re-arranging the 20th century, la paleta sonora se enriquece aún más con evocaciones napolitanas, ecos de tango y la participación del cantante argentino Guillermo Rozenthuler.
«Para mí, la música con C tiene connotaciones de industria cultural anglosajona. Por eso he preferido escribir el título con K, para apelar a un entendimiento más germánico, más europeo, lo que implica una búsqueda del placer y la belleza más allá de las cuentas de resultados», argumenta este maestro del saxofón, el clarinete, el trombón y todo tipo de flautas. A su juicio, el pop y el rock, que surgieron como movimientos espontáneos, contestatarios y de autoafirmación, han degenerado en una música estandarizada «que sólo proyecta valores como el reinado del consumo, la supremacía de la lengua inglesa y la omnipresencia y superioridad de los Estados Unidos en todos los aspectos de la vida…».
Para contrarrestar este fenómeno, este reduccionismo de la música «a una extensión de los vaqueros Levi’s o un acompañamiento de la Coca-Cola», Gilad Atzmon ha querido entregar un trabajo lúcido, combativo, hermoso y repleto de provocaciones. La clásica Lili Marleen adquiere acentos turcos, mientras Robert Wyatt ejerce de narrador en el tema central, un repaso por la música del siglo pasado en el que se defiende la teoría de que «las mejores canciones están en manos del diablo». «En el principio fue el pájaro, y al pájaro lo golpearon. Eso era el bebop, abreviatura de Belcebop», recita Wyatt.
En Musik… todo es compromiso. Hasta la dedicatoria: «Más pronto mejor que tarde, la música se liberará y así sucederá también con el pueblo palestino». Atzmon, que vivió 20 años en Jerusalén y se confiesa «escandalizado con las prácticas del sionismo», ejerce ahora su disidencia desde Londres. «El sufrimiento del pueblo palestino es el mismo que ahora padece el iraquí», proclama. «Estamos luchando contra fuerzas mayores. Yo las llamo las fuerzas BBS, por Bush, Blair y Sharon. Pero, básicamente, las BBS son sirvientes del capital». Su aportación a esta desigual lucha pasa ahora por reivindicar una música híbrida, mestiza y capaz de avivar los sentimientos de las personas. «El primero que consiguió algo así fue Bach, probablemente. Si la música vuelve a emocionarnos, entonces nos encontraremos otra vez ante la sublimación de la creación humana».