La actual situación en Iraq puede caracterizarse por: a) la extensión y estabilización de la actividad armada contra los ocupantes, b) el ensayo por parte de EEUU de una internacionalización de la ocupación y c) el difícil equilibrio entre las figuras y formaciones asociadas a los ocupantes y el mantenimiento del carácter de perentoriedad de […]
La actual situación en Iraq puede caracterizarse por: a) la extensión y estabilización de la actividad armada contra los ocupantes, b) el ensayo por parte de EEUU de una internacionalización de la ocupación y c) el difícil equilibrio entre las figuras y formaciones asociadas a los ocupantes y el mantenimiento del carácter de perentoriedad de las nuevas instituciones iraquíes. Estos tres elementos están, claro está, asociados: la temprana y contundente actividad insurgente ha determinado que la Administración Bush renunciara a imponer en Iraq un esquema de control hegemónico y excluyente, que era el que se derivaba del modelo de guerra unilateral y al margen de Naciones Unidas adoptado para apoderarse de Iraq.
Ya en el otoño de 2003, la Administración Bush, por medio del procónsul Paul Bremer, administrador civil de la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), impondrá a sus interlocutores iraquíes un calendario acelerado de «traspaso de la soberanía» y creación de nuevas instituciones iraquíes, proceso que ha de culminar en diciembre de 2005 con nuevas elecciones legislativas. Tras el denominado «Acuerdo de noviembre» de 2003, presentado por Bremer al entonces denominado Consejo Gubernativo iraquí a su regreso de Washington, se oculta el intento estadounidense de lograr el compromiso militar y financiero de la denominada «comunidad internacional» en el apuntalamiento de una ocupación cuyo modelo inicial, ya se comprende entonces, está en crisis. Por lo demás, el esquema esencial establecido por EEUU para establecer las nuevas instancias iraquíes tras las cuales parapetarse sigue esencialmente el de un reparto de cuotas de poder según criterios confesionales y sectarios, que les imprime una inevitable inestabilidad y debilidad.
En fecha tan temprana como finales de julio de 2003, es decir, apenas tres meses de la proclamación por parte del presidente Bush del fin formal de la guerra en un acto celebrado a bordo del portaviones USS Lincoln el primero de mayo, el vicesecretario de Defensa estadounidense, Paul Wolfowitz, admite al término de una muy azarosa gira por Iraq que la Administración Bush ha cometido el error de «subestimar el problema» que podría suponer la amenaza del partido Baaz una vez eliminado del poder Sadam Husein, algo sobre lo cual diversos informes de los agencias de seguridad e instituciones asesoras de EEUU habían advertido al presidente, según recoge por entonces el diario estadounidense Washington Post [1]. En uno de sus editoriales del jueves, 10 de julio de 2003 este medio indicaba con relación a la resistencia iraquí:
«Mientras que el grado de organización y las conexiones [de la resistencia] con el anterior dictador son debatibles, los militantes suponen un claro riesgo estratégico a la misión de EEUU [en Iraq] más allá del doloroso coste en vidas que están suponiendo [sus acciones]. El peligro es que logren tener éxito en desencadenar una amplia guerra de guerrillas contra las tropas de EEUU alimentada no solo por lealtad al partido Baaz como también por el descontento popular por la ocupación estadounidense -una guerra que puede desestabilizar Iraq y todo el conjunto de la región. Para descartar este peligro, la Administración Bush necesita actuar decisivamente y rápido.»
También a mediados de julio de ese primer año de ocupación, el día 17, la prensa internacional recoge declaraciones oficiales que dan cuenta de que el Departamento de Defensa de EEUU está evaluando la posibilidad de llamar a filas en los próximos meses a miles de adicionales miembros de la Guardia Nacional y militares reservistas para ser enviados a Iraq, donde ya se encuentran 146.000 militares estadounidenses, prácticamente la misma cifra que un año después, pese al traspaso formal de poderes de junio de 2004. El entonces recién designado nuevo Jefe del Comando Central de EEUU, el general John P. Abizaid, indicaba esa misma semana que las tropas enviadas a Iraq deberán permanecer en sus destinos un año, un tiempo de duración de servicio que no se cumplía desde la guerra de Vietnam, cuando la previsión inicial fue que iban a ser repatriadas en su mayoría a finales de ese verano. Los familiares reciben en EEUU la noticia como un jarro de agua fría. Es más, el 16 de julio, el general Abizaid reconoce que el Ejército estadounidense se enfrenta en Iraq -literalmente- «[…] a una clásica guerra de guerrillas» [2], al tiempo que admite la desmoralización que las tropas están sufriendo como consecuencia de las continuas acciones armadas de la resistencia iraquí, corrigiendo con ello al propio Rumsfeld: la resistencia iraquí está desarrollando contra las tropas de ocupación. «[…] un conflicto de baja intensidad en nuestros términos doctrinales, pero es una guerra se quiera denominar como se quiera», no duda Abizaid en afirmar. En agosto de 2003 el número de ataques contra las tropas de ocupación se habrá estabilizado en unos 20 al día, siempre según el propio Pentágono; a finales de ese mes y desde el 1 de mayo la cifra de muertos en combate de EEUU es oficialmente de 144, ya más alta que la de la propia guerra, 115.
Además de en vidas, mantener la ocupación se ha tornado extremadamente caro desde el punto de vista económico: el 11 de agosto de 2003, Dov Zakheim, máximo responsable presupuestario del Departamento de Defensa, informaba que la suma de todos los costes ocasionados por la intervención y ocupación de Iraq alcanzaría en esa primera fase de enero a septiembre de 2003 la cifra de 58 mil millones de dólares, es decir, el equivalente a la cantidad presupuestada por el Congreso de EEUU para el desarrollo de la «Guerra contra el terrorismo» en todo el mundo y para la totalidad de ese año [3]. La cifra del gasto militar que le cuesta a EEUU mantener la ocupación de Iraq es en el verano de 2003 de 3,9 mil millones de dólares al mes, un volumen que duplica la prevista inicialmente y que no se ha podido reducir desde entonces; es más, ha aumentado hasta alcanzar en estos momentos 4,9 mil millones, según datos del Pentágono.
EEUU pondrá en marcha su intento de internacionalizar la ocupación, esencialmente ofreciendo a terceros países incentivos económicos en lo que se denominada la «reconstrucción de Iraq» -o, coloquialmente, «el reparto de la tarta iraquí». La Administración Bush promoverá la denominada Conferencia de Donantes de Madrid de octubre de 2003, cuyos resultados fueron ya entonces extremadamente magros. La razón, fácil de entender: The Economist otorgará a Iraq a comienzos de 2004 (bastante antes de la oleada de secuestros del grupo Monoteísmo y Jihad de az-Zarkawi) el puesto número uno en el ranking de países con riesgo para la inversión y la actividad económicas extranjeras. Por lo demás, la exportación petrolífera del país se estancará hasta el día de hoy en niveles inferiores a los previos a la invasión, por debajo en cualquier caso de los dos millones de barriles diarios, y ello pese al régimen de sanciones vigentes en Iraq desde agosto de 1990 y de la propia Guerra del Golfo de enero-febrero de 1991 [4]. El limitado beneficio de la ocupación de Iraq se canalizará a través del lucro rápido y puntual de las compañías estadounidenses contratistas del Pentágono (el consorcio Halliburton, básicamente) o a través de la corrupción de la APC y de las nuevas instancias iraquíes [5].
¿Perdiendo la guerra?
Este repaso a algunos datos y consideraciones de aquellos primeros meses de ocupación permite apreciar que la actividad de la resistencia contra los ocupantes ha sido muy temprana y eficaz, y, por ello mismo, cabe asegurar que esencialmente iraquí, como relevan los datos sobre combatientes extranjeros de la resistencia capturados. Así, desde el verano y otoño de 2003 han sido innumerables los informes emitidos por entidades e instituciones privadas y gubernamentales de EEUU y Reino Unido relativas a la extremadamente precaria situación militar que afrontan los ocupantes en Iraq y que pueden sintetizarse en la palmaria aseveración de un analista militar estadounidense: «Estamos perdiendo más vidas porque sencillamente la resistencia nos está disparando más» [6]. Anthony Cordesman, responsable del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales y profesor de la Universidad de Georgetown, no duda en recomendar a la Administración Bush que preparare «[…] un plan de contingencia ante [un posible] fracaso [en Iraq]» [7], una consideración que recogen recurrentemente los editoriales de los grandes medios de comunicación estadounidenses. Más recientemente, Michael O’Hanlon, analista de la Brookings Institution de Washington afirma: «Todas las tendencias que podemos identificar van en la dirección equivocada. […] No estamos ganando [la guerra en Iraq], y las tendencias en cuanto a seguridad pueden llevarnos casi a considerar que estamos perdiendo» [8].
La actividad insurgente se mantiene estable. El segundo mando del Comando Central de EEUU, general Lance Smith, ha señalado recientemente que los ataques de la resistencia han recuperado tras la elecciones los niveles previos a la convocatoria del 30 de enero. En los meses transcurridos de 2005, la cifra de militares de EEUU muertos en combate se sitúa en torno al medio centenar mensual, es decir, entre uno y dos al día [9], con una distribución territorial amplia, de la que queda excluido el extremo norte del Kurdistán y con una menor incidencia en las provincias más meridionales del país, donde, por el contrario los sabotajes contra instalaciones petrolíferas ya son al menos tan regulares como en la red del norte. En enero de este año EEUU superó el millar de bajas en combate desde el 1 de mayo de 2003. Ese mes murieron en combate 55 militares de EEUU (58 el mes anterior); En febrero, 42 -una media de1,5 caídos al día.
Desde el 1 de mayo de 2003 y hasta el 28 de febrero de 2005, han muerto en combate 1.061 militares de EEUU, según datos aportados por el Pentágono. En lo que va de mes de marzo, han muerto en combate al menos 15 militares estadounidenses, de ellos seis en una misma jornada, la del 4 de marzo, la mayoría en enfrentamientos en Ramadi. Este mes han muerto además por «fuego amigo» estadounidense el agente italiano Calipari y un soldado búlgaro, ambos el mismo día 4.
El asalto a Faluya de noviembre-diciembre de 2004 poco parece haber aliviado la presión militar sobre los ocupantes [10], que están desarrollando grandes operaciones de asedio y asalto (la última Operation River Blitz) contra varias ciudades del centro, centro-norte y oeste del país (Ramadi -la capital de la provincia de al-Anbar, donde se encuentra Faluya, con 400.000 habitantes-, Samarra -ya tomada al asalto en octubre, Hadita, Hit, Habaniya, Baqubah…) en el transcurso de los meses de febrero y marzo. También tras la elecciones, mandos estadounidenses indicaban a la cadena CNN que el Pentágono había elevado hasta entre 13.000 y 17.000 la cifra oficial de insurgentes (antes limitada a 5.000), en su mayoría, según los oficiales, militantes o cuadros militares baasistas; menos de un millar serían seguidores de az-Zarqawi. Decretado con motivo de las elecciones, el primer ministro interino Alawi ha extendido la vigencia del estado de emergencia hasta el 31 de marzo [11]. El número de detenidos asociados a la resistencia ha aumentado tras las elecciones hasta 8.900 tan solo en los tres principales centros de encarcelamiento del país (Abu Ghraib -que ha sido ampliado-, Camp Bucca -cerca de Um Qasr, en el sur- y Camp Cropper -en el aeropuerto de Bagdad-), cifra a la que hay que sumar los recluidos en acuartelamientos y comisarías; en total más de 10.000 menores, hombre y mujeres. El Pentágono prevé la evacuación de los «detenidos de seguridad» de Abu Ghraib a un nuevo emplazamiento en el aeropuerto y la ampliación de Camp Bucca [12].
‘Internacionalizar’ la ocupación
Las elecciones del 30 de enero -a las que luego volveremos-, convocadas contra viento y marea por expresa imposición del presidente Bush, y en suma todo el proceso en curso de iraquización de la crisis de la ocupación, tiene por objetivo recuperar el compromiso internacional en el control de Iraq: estableciendo nuevas instituciones iraquíes EEUU pretende al tiempo replegarse de primera línea de fuego, obtener de ellas la sanción para establecerse duraderamente en el país y animar a terceros países a que se impliquen militarmente sobre el terreno. La pieza de engarce de estas tres facetas de lo que cabe denominar internacionalización de la ocupación es la puesta en pie de nuevos cuerpos de seguridad iraquíes. Pero tan rematadamente mal va el proceso de adiestramiento y formación de la nueva policía y del nuevo Ejército (la denominada Guardia Nacional) que el Pentágono ha renunciado a dar cifras concretas sobre esta materia [13]. La realidad es que apenas 5.000 peshmergas kurdos y milicianos de las formaciones confesionales shi’íes conforman hoy el contingente fiable y militarmente cualificado que EEUU está empleando como fuerza aliada en las operaciones en el centro del país [14]. Una retirada o reducción sustancial de las tropas de ocupación, particularmente del contingente estadounidense, es inimaginable, por los menos, hasta finales de 2005, cuando han de celebrarse nuevas elecciones [15].
En la actualidad EEUU mantiene en Iraq 155.000 efectivos, una cantidad incluso mayor a la inmediatamente posterior a la culminación de la ocupación [16], si bien el ánimo de la Administración Bush es reducir su presencia a los niveles anteriores a las elecciones de enero… a poco menos de 140.000 soldados. Tras EEUU, Reino Unido mantiene en Iraq el contingente de ocupación más numeroso: 8.100 militares. Otros 23 países -en su mayoría miembros de la OTAN, de la Europa del Este y Asia, además de El Salvador- apenas contribuyen con poco más de 20.000 efectivos. Durante la visita de Bush a Europa en febrero, EEUU intentó frenar la salida de Iraq de países que ya lo habían decidido (Portugal, Ucrania, Holanda), logrando en la reunión de la OTAN de Bruselas un acuerdo «a la carta» por el cual alguno de estos contingentes se mantendrían en Iraq o, caso de Australia, incrementarían su presencia, cambiando la funcionalidad de su misión de operativa a formativa de los nuevos cuerpos de seguridad y Ejército iraquíes; otros, como es el caso del Estado español, han optado por formar cuadros iraquíes en su propio territorio.
Triunfo limitado de EEUU debido, sin duda, al reconocimiento como legítimo del proceso electoral de enero por parte de estos países… pero extremadamente limitado: EEUU está perdiendo la contribución sobre el terreno de sus principales aliados: Portugal ya ha retirado su contingente, Holanda ha comenzado a retirar sus 1.400 soldados, y Ucrania, con 1.600 efectivos en Iraq, iniciará sus salida en octubre, según lo anunciado. Por si fuera poco, Italia anunciaba el martes, 15 de febrero que comenzará a retirar el suyo -el cuarto en volumen tras los de EEUU, Reino Unido y Corea del Sur: 3.085 o 3.169 soldados, según la fuente- en septiembre.
Sin embargo, poco rédito más podrá sacar EEUU del nuevo -si es que lo es realmente- panorama surgido de las elecciones del 30 de enero, con instituciones que difícilmente podrán eludir la polarización confesional y sectaria del país, y por ello extremadamente inestables. El nuevo Parlamento surgido de unas elecciones en las que el voto efectivo a penas ha superado el 40% y ha sido territorialmente muy dispar [17], se reparte entre las candidaturas de las coaliciones, formaciones y personajes asociados a los ocupantes y entre los cuales EEUU había repartido con anterioridad los puestos del Consejo Gubernativo (junio de 2003) y del Gobierno Provisional de Allawi (junio de 2004). La triunfadora ha sido la Alianza Unida Iraquí (AUI), coalición, si no exclusivamente shi’í (incluye formaciones de otras comunidades y confesiones), sí articulada en torno a la figura del gran ayatollah as-Sistani y las dos principales formaciones confesionales shi’íes (el Congreso Supremo de la Revolución Islámica en Iraq, CSRII y ad-Dawa), que con 1,9 millones de votos -menos de los esperados- ha obtenido 140 escaños. Dado que las decisiones inmediatas del nuevo Parlamento (designación de los cargos de presidente del país, primer ministro, presidente de la Cámara, etc., y elaboración de una nueva Constitución que será, de nuevo, transitoria) exige los dos tercios de los escaños, la AUI requiere del consenso con la segunda candidatura en votos, la de la coalición de los antaño enemigos Unión Patriótica del Kurdistán (UPK, dirigida por Yalal Talabani) y Partido Democrático del Kurdistán (PDK, liderado por Mansud Barzani), la denominada Alianza Kurda, que con el 25,4% de los votos tiene asignada 75 escaños.
Contra pronóstico, la sesión inaugural del nuevo Parlamento del miércoles, 16 de marzo no ha sido precedida ni ha incluido la formalización del previamente dado por hecho acuerdo entre ambas coaliciones por el cual sería elegido presidente del país, Talabani, y primer ministro, al-Jaafari, exilado en Irán desde los años 80, pertenecía a la denominada «rama londinense» de ad-Dawa, más proclive en su día que la parte de dirección del partido asentada en Teherán a asociarse a los planes de EEUU y Reino Unido de invasión de Iraq. Teniendo en cuenta los lazos de Talabani con Irán (además de los propios con Israel y Turquía) y que al-Jaafari es el candidato propuesto por la coalición liderada por as-Sistani, EEUU habrá de dar por buena, si quiere estabilizar políticamente Iraq, la irrupción más que evidente de Irán en el escenario iraquí. Quizás sea este el trasfondo de las nueva amenazas de Washington a Teherán por su programa nuclear -ladrar por no poder ya morder-, finalmente apaciguadas tras un acuerdo de procedimiento alcanzado con la Unión Europea en marzo.
Las líneas de mayor tensión entre la Alianza Kurda y la Alianza Unida Iraquí de as-Sistani pasan por la reivindicación federalista de la primera y la imposición de la ley islámica como exclusiva fuente de legislación en la nueva Constitución de la segunda, ya expresada abiertamente tras los comicios, incluso por el -así llamado por aquí- moderado al-Jaafari. Al parecer, las discrepancias entre el bloque kurdo y el mayoritario shi’í sobre quién ha de controlar Kirkuk administrativamente -y, claro está, su petróleo- han impedido que se presentara el acuerdo de designación de cargos en la sesión inaugural del Parlamento.
Solo cabe imaginar la posibilidad de acuerdo entre los aliados de Washington a partir de la propia presión estadounidense sobre unos y otros, así como de la habilidad de EEUU de someter los intereses de ambas partes a la lógica superior de los ocupantes en esta nueva etapa de dominación y para beneficio de todos. La resolución de tan complicada ecuación, si es que ello es factible, se basará en una división territorial de facto de Iraq y la continuidad de la presencia militar extranjera mientras se ajustan para 2006 los acuerdos sobre la presencia militar indefinida de EEUU y Reino Unido y la privatización de los hidrocarburos [18].
Carlos Varea es coordinador de la Campaña Estatal contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq (CEOSI, www.nodo50.org/iraq ). Este texto es una versión desarrollada y actualizada del que será publicado en el número 2 del quincenal ‘Diagonal’ (www.diagonalperiodico.net).
Notas:
1. El primer ataque de un grupo armado está registrado en Faluya el 27 de mayo de 2003, que ocasiona la muerte a dos soldados estadounidenses y heridas a otros nueve. El primer sabotaje contra instalaciones petrolíferas data (o al menos se registra como tal) el 12 de junio, en un punto del oleoducto de 960 kilómetros Kirkuk-Ceyhan, según el Institute for the Analysis of Global Security
2. Washington Post, 17 de julio de 2003.
3. Associated Press, 11 de agosto de 2003. Según la investigadora estadounidense Phyllis Bennis, la guerra y la ocupación de Iraq ha podido costarle a EEUU en 2003 más de 162 mil millones de dólares («Talking Points», 21 January 2004). Bien conocida es la cantidad solicitada por Bush al Congreso en el otoño de 2003 de 87.500 millones de dólares, de los cuales más de la mitad (51.000 millones) tenían por destino la campaña contrainsurgente del Pentágono en Iraq, más del doble de la cantidad destinado a la reconstrucción, 18.400 millones de dólares.
4. Según el Departamento de Estado de EEUU, Iraq está bombeando como resultado de los ataques de la resistencia unos 500.000 barriles de petróleo menos al día que la cifra más alta previa a la invasión, que era de 2,5 millones de barriles diarios (Knight Ridder Newspapers, 21 de enero de 2005).
5. Stuart Bowen, Inspector General de EEUU para la Reconstrucción de Iraq, presentaba en enero de este año un informe sobre los 14 meses de mandato de la APC (disuelta en junio de 2004) en el que se señalaba desconocer el destino de 8,8 mil millones de dólares obtenidos por la venta de crudo, además de un cifra indetermina de hasta 800 millones de dólares (de ellos, al menos 500 millones también procedentes de la venta de crudo iraquí, el resto de fondos del Pentágono) otorgados a mandos militares estadounidenses para actividades de emergencia sobre el terreno y sin necesidad de ser justificados (The Guardian, 8 de febrero de 2005). Otros 1,4 mil millones de dólares fueron transferidos también por la APC de Bremer al gobierno autónomo del Kurdistán sin que se conozca su destino final.
6. Recogido por Patrick MacDonnell en «Sovereign Iraq Just as Deadly to US Forces», Los Ángeles Times, 31 de agosto de 2004.
7. Citado en Paul Krugman, «A no-Win Situation», ABS-CBN Interactive, 1 de septiembre de 2004.
8. Knight Ridder Newspapers, 21 de enero de 2005.
9. Datos oficiales recogidos en Iraq Coalition Casualties Count.
10. Washington Post, 18 de febrero de 2005.
11. Washington Post, 4 de marzo de 2005.
12. New York Times, 4 de marzo de 2005. Véase en IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/presos_10-03-05.html.
13. The Independent, 13 de febrero de 2005.
14. Ídem. Sobre la participación de milicianos kurdos y confesionales shi’íes en el asalto a Faluya léase en IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/faluya_15-03-05.html.
15. El mismo martes día 1 de febrero, al día siguiente de los comicios, el actual presidente interino de Iraq, Ghazi al-Yawer, dejaba bien claro que «[…] carece absolutamente de sentido» una petición por parte de las nuevas instancias iraquíes de una salida de las fuerzas de ocupación «[…] en este caos y con este vacío [actual] de poder» (Associated Press, 1 de febrero de 2005). De igual tenor se han manifestado otros responsables iraquíes, entre ellos, el ministro interino de Defensa, Hazem Shaalan. Más significativa sin duda es la posición mostrada poco después por quienes han ganado las elecciones. Así, Mohammad Juzai, uno de sus portavoces de la jerarquía shí’i, confirmaba que ésta no solicitará la salida de las tropas de ocupación por el momento (Washington Post, 3 de febrero de 2005).
16. Washington Post, 25 de febrero de 2005.
17. El número oficial de participantes en los comicios ha sido fijado finalmente en 8.456.266 votantes, sobre un total de inscritos de 14,7 millones, es decir el 59% de los 20 millones de potenciales votantes, según fuentes oficiales, es decir el 70%. Calcúlese el porcentaje final total de participación: en torno al 42%.
18. Sobre la posición tras las elecciones de las fuerzas antiocupación, véase el comunicado adjunto del Congreso Fundacional Nacional Iraquí, reunido en Bagdad a mediados de febrero, traducido en IraqSolidaridad: http://www.nodo50.org/iraq/2004-2005/docs/elec-cfni_10-03-05.html.