Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
Cita del mes (Noviembre, 1967)
«En noviembre, una vez que sus planes terminaron de cuajar, el General Westmoreland se embarcó en la vorágine de una gira por EEUU para testificar ante el Congreso, esforzándose en conseguir apoyos para la Administración Johnson. ‘Con 1968’, dijo, mientras hablaba ante el Club Nacional de Prensa en Washington, ‘ va a comenzar una nueva fase… hemos alcanzado un punto significativo desde el que se puede vislumbrar el final’. En una conferencia de prensa televisada, utilizó la frase ‘luz al final del túnel’ para describir una mejora en la suerte de EEUU, repitiendo casi palabra por palabra el pronóstico efectuado por el general francés Henri Navarre en mayo de 1953». (El General William Westmoreland, entonces comandante de las fuerzas estadounidenses en Vietnam, anunció que veía la luz al final del famoso túnel menos de tres meses antes de que los vietnamitas empezaran su Ofensiva Tet de alcance nacional. Pasó a ser también conocido por manifestar que «Los orientales no consideran la vida con el mismo valor que lo hacemos los occidentales», un sentimiento que sin duda ayudó a justificar las cifras de muertos que estábamos dispuestos a infligir en Vietnam del Sur).
Citas del mes (Marzo, 2005)
«El General John P. Abizaid, comandante de las fuerzas estadounidenses en Oriente Medio dijo ayer [24 de abril] que la fuerza de la insurgencia iraquí está debilitándose como resultado del ambiente conseguido tras las elecciones, y predijo que las fuerzas iraquíes de seguridad estarían encabezando, para finales de 2005, la lucha contra la resistencia en la mayor parte de Iraq». (Ann Scott Tyson: «La insurgencia iraquí se debilita, dice Abizaid», Washington Post, 2 de marzo de 2005).
«[El teniente general John F. Sattler], el más alto oficial de la Marina en Iraq manifestó el viernes que el número de ataques contra las tropas estadounidenses en la parte occidental de Iraq dominada por los sunníes, así como los balances de muertos, habían descendido bruscamente en los últimos cuatros meses, una evolución que valoraba como evidencia de que la insurgencia se estaba debilitando en una de las zonas más violentas del país». (Eric Schmitt: «La insurgencia pierde terreno, dice el alto mando de la Marina en Iraq», New York Times, 18 de marzo de 2005).
«En la intimidad de sus despachos del anillo-E, los funcionarios más antiguos del Pentágono han empezado a albergar pensamientos inimaginables hace un año: Iraq está doblando la esquina…’Todavía hay una lucha dura. No queremos que nadie piense que no’, dijo Thomas McInerney, teniente general retirado de las fuerzas aéreas y un analista militar que apoya con rotundidad al Secretario de Defensa Donald H. Rumbsfeld’. ‘Pero las cosas marchan en dirección nuestra…’ Una fuente militar en Iraq declinó dar una cifra total de los ataques, pero dijo, ‘Ha habido una decidida tendencia descendente en el número y en la intensidad de los ataques desde las elecciones del 30 de enero'». (Rowan Scarborough, El Pentágono empieza a contemplar una época de cambio en Iraq, Washington Times, 28 de marzo de 2005).
«Habéis conseguido mucho en los dos últimos años, pero vuestro trabajo no ha terminado aún. La libertad todavía enfrenta adversarios peligrosos. Los terroristas todavía quieren atacar a nuestro pueblo. Pero están perdiendo. Esos terroristas están perdiendo la lucha porque están bajo continua presión de nuestras Fuerzas Armadas, y seguirán estando bajo continua presión de nuestras Fuerzas Armadas. (¡Yuju!)» (George Bush, Discurso del Presidente sobre la Guerra contra el Terror, Ft. Hood, Texas, 12 de abril).
Citas de la semana (11-23 de abril de 2005)
«El supuesto ataque a un helicóptero y la recuperación de muchos cuerpos iraquíes -fuesen o no asesinados la pasada semana en un único episodio- hablan de la virulencia continuada de la insurgencia. Durante un tiempo ha prevalecido una calma relativa y, tras las elecciones del 30 de enero, han descendido bruscamente los ataques contra las tropas estadounidenses. Pero la violencia contra los iraquíes ha seguido aumentando y, recientemente, ha habido muchos ataques a partir de las patrullas realizadas por los estadounidenses. ‘Es una realidad que durante las últimas dos semanas ha habido un alza’, dijo el martes el portavoz del Pentágono, Lawrence Di Rita». (Richard A. Oppel hijo y Robert F. Worth, Un helicóptero privado se estrella en Iraq, seis estadounidenses mueren, New York Times, 22 de abril de 2005).
«A pesar de las declaraciones incidiendo en que la actividad de la insurgencia ha decrecido en Iraq, un análisis interno del Ejército ha encontrado que los ataques no se han reducido necesariamente en los últimos meses, sino que, más bien, parece que se han trasladado de las tropas estadounidenses a iraquíes más vulnerables. El informe también concluye que los insurgentes iraquíes parecen estar llevando a cabo ataques cada vez más sofisticados tanto contra iraquíes como contra fuerzas estadounidenses…En los últimos meses algunos antiguos funcionarios de defensa de EEUU han sugerido que las elecciones celebradas en Iraq y el incremento de los combates estadounidenses habían dañado gravemente a la resistencia. Los funcionarios de defensa, basándose en éxitos recientes sobre objetivos insurgentes y en la constitución de fuerzas de seguridad iraquíes, han insinuado que los militares estadounidenses podrían reducir sus efectivos en Iraq a finales de año». (Gregg Jaffe y Yaroslav Trofimov, «Los insurgentes iraquíes cambian sus objetivos», Wall Street Journal, 21 de abril de 2005. En imprenta, este artículo tenía el subtitular: «Los ataques no están decayendo, un informe del ejército estadounidense concluye que los objetivos iraquíes [de la insurgencia] están aumentando»).
«Yo diría que las cosas se están volviendo más inestables aquí sobre el terreno y que cada día puedes ver que la gente está un poco más asustada». (Un «contratista» australiano identificado sólo como «Rodge», en la radio australiana: Deterioro en Iraq: Contratista australiano, The Age, 22 de abril de 2005).
«La violencia está incrementándose de forma intensa en Iraq después del período de relativa calma que siguió a las elecciones de enero… Muchos ataques quedaron sin respuesta por parte de las fuerzas iraquíes en amplias zonas del país dominadas por los insurgentes, según los militares, EEUU, funcionarios iraquíes, civiles y corresponsales del Washington Post en la zona… «La violencia está incrementándose de forma clara’, dijo un funcionario estadounidenses en Bagdad, que hablaba desde el anonimato… Ciudad tras ciudad y pueblo tras pueblo, las fuerzas de seguridad que han sido fichadas para la seguridad en Iraq y para reemplazar a las fuerzas estadounidenses parece que han abandonado sus puestos o se han refugiado en el interior por miedo a los ataques». (Ellen, Knickmeyer, «La violencia insurgente aumenta en Iraq», Washington Post, 23 de abril de 2005).
El túnel al final de la luz
De acuerdo, Iraq no es Vietnam. En primer lugar, casi nadie habla vietnamita allí. Oh, pero hay un parecido, casi ninguno de los americanos que fueron a Vietnam hablaba vietnamita (incluidos los diplomáticos); y casi ningún estadounidense enviado a Iraq habla árabe (incluidos los diplomáticos). Oh, pero hay una diferencia, las fotos icono de los horrores de la guerra en Vietnam fueron tomadas en su mayor parte por una serie de notables fotógrafos de guerra como Don Mccullin, Eddie Adams y Catherine Leroy (cuyo libro «Bajo el Fuego; grandes fotógrafos y escritores en Vietnam» acaba de publicarse); en segundo, lugar, las fotos icono de la guerra de Iraq no fueron tomadas por nuestros reporteros empotrados sino por las cámaras digitales de un grupo de guardias de prisión.
Obviamente, los dos lugares/guerras no son lo mismo y dejadme exponer otra diferencia para que hagamos una consideración apropiada. Las dos guerras tuvieron lugar en momentos diferentes permitiendo, sin embargo, que los actores fundamentales de una de ellas estén presentes en la otra. Por eso, mientras que en la era Vietnam la gente hablaba de que EEUU había entrado en un atolladero (olviden, por un momento, que los vietnamitas vieran el asunto de forma muy diferente), los estadounidenses tras la invasión de Iraq se preocupaban por la «palabra-Q [quagmire, atolladero en inglés]». Y no eran los únicos en entrar en el juego de referencias pop. Después de todo, como escribió el periodista Christian Parenti, los iraquíes también saltaron dentro – como en el barrio marginal shií Ciudad Sadr en Bagdad:
«En una de las calles principales del barrio, en la calle Radhewi, hay varias paredes pintadas con un mensaje en inglés. Se puede leer en letras de molde «Vietnam Street». Más adelante, una pared aparece pintada toscamente con un mural que representa una versión modificada de una de las infames fotos de Abu Ghraib. Es la del prisionero con la capucha y la capa que está de pie sobre una caja, con los brazos extendidos y cables eléctricos colgando de sus miembros. Cerca de él, en el mural, está la Estatua de la Libertad, pero en lugar de la antorcha sujeta la palanca de un interruptor eléctrico conectado a los cables. Debajo aparece garabateado: «La visión de la libertad de George Bosh».
Pero ahora que estamos ya hasta los ojos de porquería, hay algo extraño: Nadie se molesta en mencionar la «palabra-Q». Evidentemente, no hay palabras para describir de forma adecuada dónde nos encontramos -aunque eso no ha impedido que hayan tratado de hacerlo varios mandos militares y la administración Bush.
En efecto, las expresiones que siempre han estado aflorando desde las elecciones del 30 de enero en Iraq -«progreso», «punto de inflexión», «salir de una mala racha»- suenan extrañamente familiares. Es verdad que en la actualidad ningún general iría y declararía, como lo hizo Westy Wetmoreland, justo unos meses antes de la Ofensiva Tet de 1968, que había visto La Luz – al final del túnel. En el breve doble período de euforia tras las elecciones de noviembre en EEUU y las de enero en Iraq, hubo sin embargo un claro incremento, incluso una precipitación, de declaraciones muy cualificadas aunque demasiado optimistas -llámese deseos, llámese propaganda- de militares, tanto en Iraq como en casa, de funcionarios civiles del Departamento de Defensa, incluso por parte del Presidente mismo (véase citas anteriores). Parecía que la insurgencia había alcanzado ya su momento álgido -llámese, en el estilo de las recientes discusiones sobre el petróleo, «pico de la insurgencia»- y estaba ahora decreciendo. Había empezado una lenta cuesta abajo hacia el olvido en 2008 ó en el 10 ó … Hemos alcanzado -y aquí, permítanme introducir una expresión de Vietnam que de un modo u otro no se ha incluido todavía en las discusiones sobre Iraq (un descuido obvio, por lo demás, en gente que se repite escrupulosamente)- «el estadio superior».
Ese término, cuando era utilizado por los militares en la era Vietnam, se refería al momento en que el «recuento de cadáveres» mostraba que habíamos matado más fuerzas de nuestros enemigos vietnamitas que las que podrían reemplazarse a través del reclutamiento en Vietnam del Sur o con infiltrados desde el Norte. Desde luego, hay diferencia entre las dos épocas de guerra. Como a Donald Rumsfeld le gusta decir, no tenemos (o al menos así se difunde a menudo) la «medida» de cómo se está haciendo en Iraq. En Vietnam, por otra parte, las estadísticas triunfantes estaban omnipresentes, se hacían públicas de forma regular y eran abrumadoras. Eran evaluadas por el sistema de Medida del Progreso de los militares, informes mensuales, sobre todo desde las «tendencias de la resistencia de las fuerzas opositoras, los esfuerzos de las fuerzas amistosas en las incursiones… las áreas neutralizadas de las bases enemigas… y el nivel de control gubernamental de carreteras, población, etc.»
Había cifras sobre cualquier forma de destrucción que lloviera sobre Vietnam del Norte (incursiones aéreas, toneladas de armamento lanzadas, «camiones de la muerte» y otros temas por el estilo); mientras que en el Sur se hacían esfuerzos especiales para la creación de equivalentes numéricos para los muertos. Funcionarios visitantes de Washington recibían instrucciones luz y sonido en las cuales la muerte se cuantificaba en elaborados gráficos y diagramas. El General Westmoreland, por ejemplo, tenía sus «cartas de desgaste», gráficos de barras multicoloreadas que ilustraban diversas «tendencias» de muerte y destrucción; mientras, sobre el terreno, el Teniente General Julian J. Ewell tenía sus ratios codificadas para matar de «aliados de los enemigos muertos», que iban de 1-50 («Unidad estadounidense de alta especialización») a 1-10 («Media histórica de EEUU»). Cotejadas, clasificadas, descompuestas, interpretadas e ilustradas, tales estadísticas -una genuina numerología sobre la muerte- fluyeron como una marea hacia los creadores de la política en Washington.
Si las estadísticas estadounidenses de mortandad hubieran sido aceptadas por ambos bandos como la lógica predominante de la lucha en Vietnam, Estados Unidos hubiera podido ganar esa guerra cualquier día desde mediados de los sesenta. Eso no ocurrió y la derrota en Vietnam, a pesar de haber sido saneada y reformulada en la cultura pop estadounidense, permanece en la memoria de forma tan tenaz, especialmente entre nuestros dirigentes políticos y militares, que hace que cualquier comparación entre Vietnam e Iraq sea una experiencia recurrente. Después de todo y de forma explícita, nuestros dirigentes con sus acciones, cuando no con sus palabras, están comparando las dos todo el tiempo.
Si en esta guerra no hay (o hay pocos) «recuentos de víctimas» y las «métricas» que van hasta Washington no son arrogantemente divulgadas al público como indicadores de triunfo inminente, es exactamente porque una de las supuestas lecciones aprendidas en Vietnam fue que nuestros informes diarios de recuento de víctimas -es decir, el abismo entre las promesas y los resultados de la guerra- constituyeron un factor importante en la pérdida final del apoyo público a la guerra.
Y más aún, incluso con las «métricas» siempre a la vista, podemos ver los mismos modelos básicos recurrentes – como en las recientes declaraciones triunfantes sobre la decadencia de la insurgencia, que fueron seguidas, como la noche al día, de informes sobre incrementos en los combates en Iraq y, debería añadirse, de una lenta y similar erosión del apoyo a la guerra en los EEUU. Como Juan Cole escribió recientemente en su página de internet Informed Comment: «Bush y sus agendas (privatización de la seguridad social, guerra de Iraq) continúan deslizándose en las encuestas. ¡Los estadounidenses vuelven a querer un calendario para la retirada de las tropas estadounidenses tanto como los árabes sunníes de Iraq! (el 69% quiere una meta clara y no cree que Bush tenga articulada ninguna).»
Okay, y aquí tenemos otro parecido Vietnam/Iraq: Al igual que en Vietnam, la guerra de Iraq está siendo batallada en dos frentes por la administración Bush. En los años post-Vietnam, los partidarios de la guerra declaraban normalmente que los vietnamitas habían combatido en dos frentes -una guerra en el campo de batalla, que habían supuestamente perdido ante los militares estadounidenses, y una guerra en los corazones y en las mentes en la patria estadounidense (como deberíamos llamarla ahora), que ganaron porque la gente carecía de la voluntad precisa para aguantar un número inacabable de víctimas. (Y además, desde luego, estaban todos esos molestos manifestantes, por no hablar de los periodistas que, a pesar de las mitificaciones, trabajaban como demonios para socavar la voluntad pública). En realidad, el gobierno estadounidense estaba comprometido en una guerra con dos frentes bastante antes de que los vietnamitas fueran capaces de pensar en ello. Después de todo, Westmoreland hizo sus infames declaraciones sobre el túnel y la luz en noviembre de 1967 porque Lyndon Johnson sentía la necesidad de reforzar el frente interno. Estaba librando ya una batalla perdida en las encuestas nacionales de opinión y por eso se trajo a su general a casa para que ofreciera unas cuantas buenas noticias frente a las cámaras.
De forma similar y desde el principio, [en Iraq] la administración Bush ha estado luchando en una guerra compleja con dos frentes (en casa, tanto contra una patética oposición demócrata que apenas deseaba hacer oposición, como contra lo que amenazaba con convertirse, pero que no ha llegado a ser, un formidable movimiento contra la guerra). Con sus medios de comunicación cuidadosamente empotrados en Iraq, sus propios canales de propaganda en las cadenas principales de EEUU, una prensa intimidada y muy cuidadosamente controlada, la administración ha luchado ciertamente con una «post-guerra» mejor en EEUU que en Iraq, donde el desastre y el fracaso han sido el resultado de los planes estadounidenses en cada etapa del camino. Cada respiro o «punto de inflexión» diseñado ha sido utilizado aquí para orquestar un coro de voces a favor y buenas nuevas sobre la guerra, apartando regularmente las malas noticias, a menudo durante períodos importantes de tiempo. Las elecciones del 30 de enero fueron sólo el último asalto del proceso. (Los anteriores más importantes fueron: la demolición de la estatua de Sadam, la muerte de sus dos hijos, Uday y Qusay, la captura del mismo Sadam y la transferencia de la «soberanía» a los iraquíes).
A diferencia de los vietnamitas, los insurgentes no han intentado siquiera abrir un «segundo frente» en EEUU. En todo caso, algunas facciones, a través de la omnipresente amenaza de rapto y asesinato, han ayudado a empotrar los medios estadounidenses aún más – y con los vídeos, algunos grupos de la fracturada insurgencia han ofrecido, con las decapitaciones, evidencias de barbarismos con los que ningún movimiento contra la guerra querría aliarse.
Y más aún… está claro ya que, al igual que las administraciones Johnson y Nixon en la época de Vietnam, la administración Bush está luchando una «guerra» defensiva en casa que no podrá ganar a largo plazo. Puede que se esté tocando fondo lentamente, pero se está tocando, y el desgaste que supone mantener durante años una guerra va a asegurar que en el frente interno las cosas terminen mal para la cuadrilla en el poder.
Tenemos pues que, por una parte, nuestros dirigentes, militares y civiles, han estado escondiendo la cabeza y dando vueltas para no vietnamizar – léase como un intento de aprender de la experiencia de guerra de Vietnam. Por otra parte, como tantos adictos que nunca fueron a un programa de rehabilitación, no pueden controlarse, vistos algunos de los crudos parecidos entre las dos experiencias. En muchos de los temas, todo lo que tienen que hacer es abrir la boca y soltar pops de Vietnam. Como ha ocurrido, por ejemplo, con sus recientes descripciones entusiastas acerca del éxito obtenido al formar a «nuestros» vietnamitas (…ops, quería decir iraquíes), seguidas de resultados por lo general desafortunados sobre el terreno; o sus inoportunos intentos de explicar la voluntad de los enemigos iraquíes (asociados o no con los yihadistas) para morir por lo que creen, y la complacencia de «nuestros» iraquíes para escapar de lo que no creen.
Todo esto suena familiar; en parte porque está en la naturaleza de nuestro mundo que, como Jonathan Schell ha dejado claro en su libro «El Mundo Inconquistable», cuando una superpotencia invade un país más pequeño, de una forma u otra acaba surgiendo una resistencia tenaz. La soberanía nacional ha probado ser un junco tan débil para tantos países, que a menudo todo lo que ha ofrecido ha sido poco más que una soberanía de la tiranía; valorando apenas, sin embargo, lo que tiene realmente valor, lo que es esencial para todos en el planeta. Y los resultados que vemos -ya sea en Vietnam o en Iraq, ya sea si los insurgentes están apoyados por otra superpotencia o por bandas de yihadistas dispersos y débiles Estados- no son diferentes…
Retirada, por siempre jamás
En la parte diferencial del balance, cuando se consideran las dos guerras y las dos épocas hay que tener en cuenta el liderazgo militar estadounidense. En Vietnam, los militares estaban luchando en el contexto de la Guerra Fría. El enemigo eran los soviéticos (o quizá los chinos, o ambos); los vietnamitas eran considerados como las zarpas del gato. En cierto sentido, no existieron nunca; el problema feroz del nacionalismo (ellos lo tenían, nosotros no) fue ignorado ampliamente; se ignoró también el nivel de guerra civil a que se estaba llegando en Vietnam. Nuestro liderazgo militar, de cierta forma y en lo que se refiere al nivel de pelotón, no fue bien adiestrado para la guerra en la que estaban luchando. Creo que esto ya no nos sirve.
Recientemente escuché cómo un periodista de televisión, que había luchado en Vietnam y que iba empotrado con los marines en Iraq, comentaba que, en el Iraq ocupado, la gente con la que uno quería hablar no era el personal de la CPA (encabezado por L. Paul Bremer) sino con los soldados de a pie, que eran los únicos que sabían lo que estaba ocurriendo. El liderazgo militar allí ciertamente ha hecho sus lecturas. Por ejemplo, han leído a William S. Lind en la «Cuarta Generación de la Guerra» – que trata sobre las distintas clases de resistencia que los Estados no controlan, o sobre los partidos que podrían convertirse en futuros Estados; sobre combates en los que un ejército estatal como el nuestro no se enfrenta a un «único oponente». («Por todo el mundo, los militares estatales están luchando contra adversarios no estatales y, casi siempre, el Estado pierde. Los militares estatales fueron formados para luchar contra otros militares estatales como ellos mismos, y la mayoría de su equipamiento, tácticas y formación son inútiles o contraproducentes contra enemigos no estatales»). También son muy conscientes de que para ganar guerras de ese tipo se necesitan, en el mejor de los casos, años; y que los militares de la superpotencia no son especialmente aptos para emprenderlas.
También escuché a un teniente coronel, que en la actualidad está en la Institución Hoover, quien estaba convencido de que tras el 11/S su comando iba a ir a Afganistán y cogió y sacó 1000 copias de dos libros: «The Bear Went Over the Mountain: Soviet Combat Tactics in Afganistán», del Tte. Coronel Lester Grau, y «The Other Side of the Mountain: Mujahideen Tactics in the Soviet Afgani War», de Grau y el Coronel A. Jalali, enviándolas y distribuyéndolas lo más ampliamente que pudo. En la típica forma abrupta con que los soldados hablan en ocasiones, les dijo que tenían que tenerlos muy a mano para la guerra que se preparaba.
De esa forma, tenemos unos militares muy leídos, muy enseñados y muy entrenados que conocen todo demasiado bien sobre cómo hay que seguir la lucha en Iraq y que, al contrario que en Vietnam, no están pidiendo a los civiles de Washington un poco más de tiempo y algunas tropas más para terminar el trabajo. Al contrario que en Vietnam, mi hipótesis es que muchos de ellos quieren irse y se darían por contentos con la sugerencia del antiguo Senador George Airen de la época de Vietnam de sencillamente proclamar la victoria y -de un modo organizado- marcharse a casa.
En Vietnam, el alto mando militar siempre quería más. En Iraq, de cierta forma, pueden querer menos que nada en absoluto. Por otra parte, aquí hay un parecido con Vietnam: al igual que fue verdad entonces, de la misma forma ahora en Washington (y también sobre el terreno) hay una escalada lingüística constante para evitar la sensación de derrota que significaría pensar lo impensable. Por ejemplo, si tuvierais que volver a «The Pentagon Papers» de la época de Vietnam, encontraríais que, en documento tras doucmento, se puede sentir la desazón, desesperación o desesperanza que los planificadores de la guerra sentían al discutir (aunque a menudo se esforzaban en evitar la discusión) alguna versión de derrota («retirada», «humillación» o, en esa frase clásica de la época que podría volver para el caso de Iraq por un momento y que sin duda regresará, «cortar… y pies para qué os quiero».
Sin embargo, por vez primera y mientras tanto, hemos conseguido un buen montón de referencias de los oficiales estadounidenses acerca de la «retirada». Es bien conocido que el Presidente rechaza fijar un «calendario» para la retirada, pero uno de sus generales, Lance Smith, comandante adjunto de CentCom, que supervisa las guerras en Iraq y en Afganistán, sugirió recientemente que las tropas estadounidenses «podrían empezar a regresar a casa en cifras significativas si la violencia insurgente es baja durante las elecciones generales fijadas para finales de 2005». Algunos oficiales estadounidenses se han referido recientemente a que habría que conseguir que la cifra actual de 140-150.000 soldados descendiera a quizás unos 105.000 a comienzos de 2006 si todo va bien. Por ejemplo, el 11 de abril se puso en marcha una representación espolvoreada de cualificados y esperanzadores comentarios («‘Están perdiendo lentamente’, dijo el General Raymond T. Odierno, un antiguo ayudante del Jefe del Estado Mayor General Myers, quién, el pasado año, dirigía la cuarta División de Infantería en Iraq».), Eric Schmitt del New York Times informaba sobre la cifra de 105.000 que había aparecido de «antiguos oficiales militares…esta vez para el año próximo». Su historia empieza así:
«Dos años después de la caída de Sadam Husein, la campaña militar dirigida por los estadounidenses en Iraq está consiguiendo los suficientes avances en la lucha contra los insurgentes y en el entrenamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes, que permitirán que el Pentágono planifique reducciones importantes de tropas para principios del próximo año, dicen antiguos comandantes y funcionarios del Pentágono. Los antiguos oficiales estadounidenses son cautos a la hora de declarar demasiado pronto un triunfo contra una insurgencia en la que dicen que aún hay de 12.000 a 20.000 combatientes de núcleo duro, que cuentan con financiación generosa y habilitad para cambiar de tácticas con rapidez y desarrollar ataques mortíferos. Pero hay consenso entre estos altos oficiales y otros oficiales antiguos de la defensa sobre varias tendencias con desarrollos positivos, aunque cada una lleva adjunta un añadido cauteloso».
En otros momentos, los oficiales hubieran sugerido -como hizo el General Richard A. Cody, jefe adjunto de la armada a mediados de marzo- que:
«No es probable ninguna reducción permanente del número de tropas estadounidenses en Iraq hasta algún momento entre 2006 y 2008… Para que haya cualquier reducción, las fuerzas de seguridad iraquíes deben continuar mejorando su capacidad para luchar ellos mismos contra la insurgencia, dijo [Cody] a los periodistas. Los militares están planeando una rotación escalonada de los soldados y de las unidades grandes que estarán en Iraq entre 2006 y comienzos de 2008, dijo Cody. Se espera que esa planificación incluya la posibilidad de una reducción significativa de fuerzas estadounidenses. Dijo [Cody] que no podía ser más específico ni en números ni en fracciones de tiempo, ni tampoco en cómo se conseguiría esa reducción. Enviar a Iraq menos unidades, o que fueran más pequeñas, es una posibilidad; acortar el tiempo que cada unidad pasa en Iraq es otra».
Mientras tanto, en Inglaterra, el Primer Ministro del Secretario de Asuntos Exteriores Jack Straw, en estos momentos en lucha electoral, también hablaba de «retirada». Según Antón Laguardia del British Telegram, Straw dijo que «las tropas británicas y estadounidenses serán retiradas de forma regular de Iraq al comienzo del próximo año y es probable que estén todas fuera del país en cinco años». ¡Cinco años (nótese ese «probable»)! O en palabras exactas de Straw «durante el próximo Parlamento, las tropas británicas irán disminuyendo hasta llegar virtualmente a cero».
Virtualmente cero…Si todo va bien… posible… probable… Tales declaraciones, modestas como son, refiriéndose como lo hacen a fechas que oscilan de 2006 a 2010 o más allá, hablando tan sólo de reducciones parciales de tropas, no carecen, sin embargo, de calificativos. Aquí hay un fenómeno que debería sonar a campanadas vietnamitas: retirada por no retirada. De ahí las cada vez más ansiosas visitas de altos funcionarios a Iraq como las de Donald Rumsfeld y Robert Zoelik buscando asegurar que nuestra vapuleada posición allí no empeore.
Ya que ahora estamos tan sólo entrando en la fase de «retirada», merece la pena pensar qué tipo de modelos ofrece la Guerra de Vietnam a los políticos en este tema. En la época de Vietnam, los funcionarios estadounidenses, incluso los presidentes, hablaban sin control y de forma incesante, como Richard Nixon, de «retirada». Y aquí aparece ya un elemento viejo: retirada, actualmente, no supone salida, simplemente todo un conjunto de maniobras y estratagemas parecidas a una partida – desde «pausas» en los bombardeos, que sólo conducían a campañas más feroces aún, a ofrecimientos de negociación que nunca significaban fijar un plan de «vietnamización» en el que las tropas de a pie estadounidenses se irían a favor de fuerzas survietnamitas entrenadas por los estadounidenses, mientras que en realidad nuestra guerra aérea se intensificaba (Vietnamización -como iraquización hoy- fue una parte crucial de la campaña del segundo frente de Nixon en EEUU, que significaba el desarme del movimiento contra la guerra, como a algún nivel se logró. Sólo que eso en la guerra de Vietnam fracasó).
Cada gesto de retirada permitía que los planificadores de la guerra continuaran más tiempo luchando; pero si la retirada no retiraba al país de la guerra, la prosecución de la guerra tampoco le acercaba a la victoria final. Con cada gesto de retirada y con cada estrategia de batalla fracasados, el sentimiento de Vietnam como una «pesadilla» [o atolladero, quagmire en inglés] estadounidense (una palabra que en aquel momento aún no habíamos hecho nuestra) parecía estar más cerca, y aumentaba el sentimiento de que el país había quedado de alguna manera aprisionado en Vietnam (piénsese en la palabra-Q –quagmire-).
Este puede ser el aspecto más extraño de cualquier lectura que se haga de Los papeles del Pentágono, esa historia secreta sobre la guerra activada por el Secretario de Defensa Robert MacNamara -quien, hablando de paralelismos, se mudó a la presidencia del Banco Mundial, al igual que el Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, una vez que su utilidad en el Pentágono desapareció. No existe mejor documentación sobre la detallada naturaleza de los planes estadounidenses en la destrucción ascendente en Indochina. Incluso entre los sucesivos grupos de planificadores, se capta en los documentos un sentimiento creciente de inadvertencia, abandono, victimización y conmiseración.
Esperad algo similar de la administración Bush cuando las cosas vayan peor. Después de todo, aunque al menos una parte significativa de nuestros dirigentes militares puedan querer irse, los civiles que nos ha tocado gozar no quieren. Teniendo en cuenta que los civiles del Pentágono y del resto de la administración piensan, incluso aunque se esté en el infierno, que no va a haber salida, está claro que nunca planearon abandonar Iraq y dudo que lo hagan ahora. Como Donald Rumsfeld dijo a las tropas reunidas durante una de sus visitas sorpresa a Bagdad recientemente, «No tenemos una estrategia de salida, tenemos una estrategia de victoria». Esa es, ya podéis decirlo, la vieja fórmula desastrosa de la era Vietnam.
Cada vez más, diversos observadores, que van desde el columnista derechista Robert Novak a Juan Cole -quien cree que, hablando de paralelos con Vietnam, la administración ha activado su propia «teoría dominó», creando algo así como un creciente shií en la región-, sienten que todo está más o menos presente, de alguna forma, en Iraq. Aunque fuera de forma falsa, la retirada debería estar también en las previsiones. Pero yo contendría la respiración sobre esta posibilidad. Si observáramos maniobras de retirada por parte de esta administración significará, en realidad, que la salida del país no entra en sus planes.
Por otra parte, para señalar una diferencia más entre Vietnam e Iraq – hay otras retiradas que están en marcha. Si bien los británicos están cogiendo sólo el camino de las maniobras de retirada, los españoles, daneses, tailandeses, hondureños, húngaros, noruegos, portugueses, neozelandeses, filipinos y ucranianos se han ido ya o están en proceso de irse, convirtiendo la «coalición de la buena voluntad» en la «coalición carente de voluntad». Justo hace dos semanas, el gobierno polaco anunció que sus 1.700 tropas estarían fuera a finales de año; y con el gobierno de Berlusconi sufriendo un serio revés en las elecciones regionales, los italianos parecen estar ahora también vacilando.
Estamos más solos que nunca en Iraq; mientras que en Vietnam, nuestra «coalición de buena voluntad» -algunos de los cuales estaban bien pagados por ello- se mantuvieron en el juego hasta muy tarde. Las tropas de la república de Corea se quedaron hasta el amargo final, saliendo sólo en 1973 (gracias a las continuas infusiones de dinero desde la administración Nixon). Excepto un pequeño contingente de entrenamiento que salió en 1973, los australianos se fueron en 1972, al igual que Nueva Zelanda y las fuerzas tailandesas. Sólo los filipinos se fueron relativamente pronto – en 1969.
El sol también sale… ¿o se está poniendo?
Aunque es posible que de alguna forma extraña estemos atrapados entre la realidad y los recuerdos de Vietnam, no todas las explicaciones sobre nuestra guerra en Iraq proceden en realidad de la era Vietnam. Por tomar sólo una que se estuvo mencionando durante algún tiempo pero que ha desaparecido justo cuando más la necesitábamos, ¿qué ocurre con la «fortaleza del imperio»? Una frase originaria del libro del historiador de Yale Paul Kennedy The Rise and Fall of Great Powers, se refería al modo en que los imperios decadentes tendían a ser cada vez más beligerantes y guerreros, desmantelando de esa forma más rápidamente aún su riqueza nacional y acelerando así su fin.
Como explicación, parece que esa situación se nos podría aplicar cada vez más. Después de todo, sabemos que los militares están llegando ahora desesperadamente al límite por su guerra en Iraq, y más aún, con los planes que elabora, el Pentágono fuerza la máquina aún más en todas las direcciones – cada vez quiere armamento de tecnología avanzada más sofisticado y futurista, cada vez más bases y cada vez más planes para la conquista militar del espacio, además de la conquista del mismo en el planeta Tierra, una vez que esté totalmente ocupado por el Departamento de Estado o la comunidad que trabaja en los servicios de inteligencia así lo considere. Los funcionarios del Pentágono parecen resueltos a conquistar todo lo que en otro tiempo era una misión diplomática, convirtiéndolo en propiedad del Pentágono y de las relaciones militares, hasta llegan a querer «libros de comics» de propaganda para el mundo árabe. Veamos un pasaje de una reciente solicitud del Pentágono a un contratista para que elabore esos comics:
«Para conseguir una paz y estabilidad duraderas en Oriente Medio necesitamos ocuparnos de los jóvenes. Un medio efectivo para influir en los jóvenes es a través de la utilización de libros de comics. Una serie de libros de comics permitirá a los jóvenes aprender lecciones, desarrollar modelos de rol y mejorar su educación… Se desea [del contratista] conocimiento de la lengua y culturas árabes, reforzamiento de la ley y pequeñas unidades militares de operaciones… Las series se basarán en las fuerzas de seguridad, militares y policiales del inminente futuro de Oriente Medio, en cooperación con los Ministerios del Interior de algunos de esos países… El ejército de EEUU conserva todos los derechos de propiedad intelectual contenidos en estos libros de comics».
Estos días, al igual que otros funcionarios y mandos militares del Pentágono, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld -quien estuvo recientemente en Kirguizistán para recibir seguridades de los «Revolucionarios del Tulipán» de que podríamos continuar utilizando la Base Aérea Ganci cercana a Bishkek como parte del conjunto de guarniciones instaladas por todo el globo- viaja por todas partes dirigiendo lo que en otro tiempo fueron asuntos diplomáticos (A propósito, no se le puso Ganci a la base por ningún héroe de Kirguizistán, sino por Peter Ganci, el jefe de los bomberos de Nueva York que murió en los ataques al World Trade Center del 11 de septiembre de 2001).
En su novena visita a Afganistán, Rumsfeld declaró:
«‘El progreso es real…’ añadiendo, como lo hace con frecuencia cuando se dirige a las tropas estadounidenses, que en cada viaje que realiza a Iraq y Afganistán ve más avances que los que se reflejan en las noticias sobre esos países. Citó a Thomas Jefferson como autor de la frase de que no es posible evolucionar del despotismo a la democracia a base de subvenciones. «Es seguro que es un asunto arduo'».
Ahora se están comprometiendo nuevas bases permanentes en Afganistán. Más papista que el Papa, el Presidente Hamid Karzai solicitó recientemente una «relación estratégica duradera con los EEUU», que incluya «cooperación militar». («Los funcionarios en Washington están muy preocupadas por la animosidad histórica del pueblo afgano hacia cualquier presencia militar extranjera», escribió Tom Shanker del New York Times, «ya fueran las tropas británicas de la época de Rudyard Kipling o los soldados soviéticos que invadieron el país cuando gobernaba Leonid Brezhnev. Como es un asunto importante, los EEUU no quieren ser vistos como un poder expansionista ansioso de establecer grandes bases militares permanentes por todo el mundo musulmán»). Bases grandes, que viene a significar también permanentes, hasta un número de 14, han sido ya construidas en Iraq, así como en más lugares de Oriente Medio, y otras versiones más pequeñas en las antiguas repúblicas soviéticas en Asia Central (incluido el Campo de la Libertad Stronghold en Uzbedkistán y Ganci en Kirguizistán), así como en la antigua Yugoslavia, y que están considerándose también para las naciones del antiguo Pacto de Varsovia de la Europa Oriental, y así hasta el infinito…
Mientras tanto, la fortaleza de nuestras tropas se va consumiendo en Iraq (y Afganistán); los refuerzos (piénsese en Vietnam) ya no son una opción; los dólares están desapareciendo por la madriguera iraquí (y por los bolsillos de varias compañías privadas aliadas de la administración Bush, como Halliburton, así como por los bolsillos de los «contratistas de seguridad» (léase: mercenarios) que cubren todo tipo de actividades que en otro tiempo realizaban los militares, desde transporte y servicios de cocina a combates. Las cifras de gasto oficial sólo en Iraq han sobrepasado los 300.000 millones de dólares y no se ve el final (y estas cifras probablemente están muy infravaloradas) de una guerra sobre la que los funcionarios militares están diciendo ahora que podría llevar una década o dos «ganar». Mientras tanto, aparece la amenaza de formación de bloques regionales – y la amenaza que suponen no se asienta en absoluto en la esfera militar sino en la económica. Y, oh sí, nuestro déficit se pone por las nubes; el desequilibrio comercial crece por segundo; el precio del gas aumenta; el dólar sigue cada vez más tembloroso frente al euro; el mercado de valores sufre sacudidas; y se empieza a plantear una cuestión en las diversas mentalidades globales: ¿Va EEUU hacia la quiebra?.
Permitidme sugerir una comparación final, no con Vietnam sino con el final de la Guerra Fría. Cuando el Muro de Berlín cayó y la URSS se vino abajo como un castillo de naipes bajo una tormenta, y nosotros nos quedamos cacareando nuestra victoria en la Guerra Fría, se sugirió que sencillamente habíamos lanzado a los soviéticos a su tumba; que nuestra acumulación masiva de armas (que había comenzado en los años de Carter, que siguió de forma vigorosa en la época de Reagan y más allá) había forzado a los rusos a invertir cada vez más dinero, mucho más de lo que la URSS podía permitirse, en su patrimonio militar. En resumen, se sugirió que nuestra acumulación de armas había llevado a los rusos a la bancarrota. Les habíamos forzado demasiado. Sigo sin estar convencido de esto (al menos según se explicó) aunque lo he visto argumentado de varias formas.
Pero los que sí lo creían pensaban también que, como potencia mucho más fuerte (económicamente hablando), EEUU sería inmune ante ese mismo fenómeno. La URSS había resultado ser débil, como la mayor parte de los imperios en sus estadios finales, pero nosotros éramos los nuevos británicos de una nueva era imperial. Sobre nosotros no se pondría nunca el sol, es más, apenas estaba amaneciendo. ¿Y cuánto tiempo duraba eso? Realmente, sólo unos cuantos años, cada uno de los cuales parece ahora haber durado una década.
Por eso, ¿qué importa esa pequeña teoría sobre la imperial sobrecarga de EEUU?, Qué pasa si, como superpotencia única, estamos todavía amenazados por una superpotencia – la nuestra. Después de todo, especialmente desde el 11 de septiembre de 2001, la administración Bush, con la dominación global metida en el cerebro, abrió las compuertas militares, proveyendo inmensamente de fondos al Pentágono y a los complejos de armas aliados. En ausencia de un enemigo imperial o incluso sin la perspectiva de un bloque militar regional a la vista, la gente de Bush se lanzó a lo que sólo puede ser calificado de carrera de armas de uno solo. En un terreno en que no hay otros adversarios, reventamos la puerta del arsenal con las armas atiborradas y nos lanzamos a un ritmo insensato en una carrera a largo plazo hacia la dominación militar global para cualquier época futura. Pero ¿qué ocurre si, como la más fuerte de las dos superpotencias de la Guerra Fría, el destino del imperio militarmente sobrecargado fuera sencillamente alcanzarnos algo más tarde? ¿Qué ocurre si la teoría reaganiana sobre el colapso de la Unión Soviética, fuera verdad o no, se diera la vuelta y se nos aplicara a nosotros? ¿No nos estamos lanzando nosotros mismos a una temprana sepultura, arrojándonos a la bancarrota?
En Vietnam, una potencia económicamente ascendente fue vencida, pero la derrota fue regional. ¿Cómo es posible que el país que venció, que había sido completamente bombardeado hasta devolverlo a la Edad de Piedra durante la década anterior, pareciera ser el perdedor; y el poder derrotado, a pesar de su vuelo final hasta estrellarse y el ambiente de pesimismo, todavía parecía extrañamente victorioso en su propio país? ¿Es posible que, por sugerir una desemejanza final entre Vietnam e Iraq, una derrota a largo plazo (o incluso sencillamente un resultado de alguna forma por tablas) en esa tierra diezmada pueda ser considerada más como una derrota también en los EEUU?
¿Aparecerá George Bush o el próximo Presidente un día en televisión para dirigirse a la «gran mayoría silenciosa» de nuestro país», y jurar amargamente que «no seremos derrotados», como hizo Richard Nixon el 30 de abril de 1970 al anunciar su desastrosa decisión de invadir Camboya? Quizá el Presidente, al igual que Nixon, hablará coléricamente de que nuestro país no actúa como «un gigante lastimero desamparado». («sí, cuando las cartas son malas, la nación más poderosa del mundo, los Estados Unidos de América, actúa como un gigante lastimero y desamparado, diciendo que las fuerzas del totalitarismo y la anarquía amenazarán a las instituciones y naciones libres de todo el mundo»). Pero en 2006 ó 2008 ó 2010, quizá habremos tenido que cargar con la visión actual de gigante lastimero y desamparado y quizás en otro lugar habrá gente jactándose de que nuestro país acabó despeñándose, de cómo la única superpotencia del globo, su último imperio, se destruyó en esencia a sí mismo. Tom
Texto original en inglés:
www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=15&ItemID=7734