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Confesiones de un trabajador iraquí de Halliburton

«Muchos trabajaban para los estadounidenses, así que pensé que estaba bien»

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Se llama Ahlam Abt Al-Hassan. Ayer fue el primer aniversario del día en que miembros del Ejército Mehdi le dispararon dos veces en la cabeza mientras esperaba un taxi para ir a su trabajo en la subsidiaria de Halliburton, Kellogg Brown and Root (KBR), en Diwaniyah.

Después de casi tres meses de buscar trabajo, entró a una de las bases de EE.UU. en Diwaniyah; KBR le pagó un total 475 dólares. A cambio, perdió la visión, tuvo que irse de Irak y no puede volver por amenazas del Ejército Mehdi. Sus ex-empleadores no responden a sus llamados o a sus pedidos de ayuda.

Originaria de Diwaniyah, había terminado sus estudios en la universidad como profesora de árabe.

Desde luego, no había trabajo, así que mi amiga me dijo que podía trabajar para KBR y ellos me contrataron», me dice hoy en Amman.

La mujer de 25 años está sentada, con gafas oscuras, con su hijab negro atado alrededor de su cabeza, sus manos posadas en su regazo, mientras cuenta su historia en el edificio de una organización financiada por un grupo saudí que ayuda a capacitar mujeres árabes ciegas.

«Mis dos jefes en KBR, Mr. Jeff y Mr. Mark, fueron muy buenos y corteses conmigo», explica, «me dijeron que no era peligroso trabajar para ellos.»

Como vivía con su tía y su prima, tuvo que trabajar porque era su único sustento.

«Necesitábamos muchas cosas, así que urgía tener trabajo», dice suavemente, «Mucha gente trabajaba para los estadounidenses así que pensé que estaba bien.

Pero la milicia del clérigo chií Muqtada al-Sadr había advertido hace tiempo a los iraquíes que no colaboraran con los ocupantes, y dijeron que no permitirían que nadie lo hiciera. La situación en su área empeoró suficientemente para que sus jefes le dijeran que se quedara en casa durante una quincena.

«Después de eso, volví al trabajo porque mis jefes me dijeron que la seguridad había mejorado», agrega. «Pero después de haber vuelto al trabajo durante una semana, estaba esperando un taxi a las 7.30 de la mañana, como lo hacía siempre, y sentí como si me arrojaban al suelo, pero no nada más. Mis jefes me habían dicho que ahora estaba segura.»

Después de un breve instante, alguien vino y le sujetó la mano.

«Le pregunté por qué me había hecho eso, y me dijo que no lo había hecho y que me llevaría al hospital.»

Le preguntó si iba a morir. Dos balas pasaron a través de su cabeza, llevando consigo su visión.

«Me transportó al hospital en Hilla», explica suavemente, «Y cuando estuve allí le dije a la gente que trabajaba en KBR. Alguien en KBR dijo a la gente en el hospital que irían a visitarme.»

Nunca fueron.

Después de ser transferida a dos hospitales más en Bagdad, seguía sin recibir una palabra de ellos.

«Pero después de que yo había estado en Bagdad durante 45 días, Mr. Jeff llamó a través de su traductor, y le dijo al trabajador hospitalario que yo estaba en un hospital dentro de la Zona Verde», me dice antes de levantar las manos como para preguntar por qué. Alza la voz por primera vez, «¡Pero yo no estaba en la Zona Verde!»

Le acababan de operar su mejilla herida en un área atravesada por una de las balas, y no podía hablar por teléfono. Le pidió a su amiga que le dijera a su jefe que ella no podía hablar por causa del dolor.

«Después de esto, no hicieron mas intentos de ponerse en contacto conmigo», dice.

Como resultado de su «accidente», como lo llama, lo perdió todo. Su vista, su familia tuvo que mudarse, y ahora no tiene nada y vive en la casa financiada por los saudíes; no sabe lo que el futuro le deparará cuando termine su capacitación como telefonista dentro de 10 días.

«No sé qué hacer», explica. «No puedo volver a Irak porque es demasiado peligroso.»

Un par de meses después de su «accidente», la seguridad empeoró hasta el punto que, como informaron a Ahlam, KBR se mudó del área y despidió a todos sus empleados. Ella había trabajado en una de las dos bases de EE.UU. en Diwaniyah, ubicadas dentro de una facultad de medicina. Los marines de EE.UU. se habían hecho cargo del área después de que el contingente español se retiró de Irak.

«Antes de que se fueran, le pedí a mi amiga, que seguía trabajando para KBR, que consiguiera el nombre completo de mis jefes, sus números de teléfono, o un correo electrónico, pero no pudo obtener esa información.»

Me dijo que, como empleada, nunca le dieron esa información, y que no conocía a ningún iraquí que la tuviera.

Le pregunté si alguna vez la habían hecho firmar algo en KBR, o si le habían ofrecido alguna prestación.

«La única vez que me pidieron que firmara algo para ellos, fue para cobrar mi sueldo…»

Cuando la emplearon, no hubo ningún contrato que firmar, y por cierto ningún paquete de prestaciones.

Amigos le contaron que sus jefes en KBR dijeron a todos que a ella le iba bien, «pero ni Mr. Jeff ni Mr. Mark volvieron a llamarme, y nadie preguntó alguna vez por mi persona».

«Estoy tan irritada», dice inclinándose, «me porté muy bien con ellos: siempre a tiempo, nunca me fui temprano, y estaban muy contentos conmigo. Pero cuando más los necesité, no se presentaron.»

Llora.

«Los doctores me dijeron que había perdido el ojo derecho, pero hay esperanzas en el caso de mi ojo izquierdo, si puede ser limpiado por dentro», dice después de sacarse las gafas.

Su ojo derecho mira rígidamente hacia adelante, cubierto por un tono grisáceo, mientras su ojo izquierdo mira constantemente hacia el suelo.

Ahlam habla bien inglés. La universitaria ha completado ahora un curso de informática en el hogar caritativo en el que vive, y pronto terminará su capacitación como telefonista. Después de eso, no sabe si le permitirán que conserve su habitación.

«Ahora mismo, no conozco mi futuro, y todo es muy difícil.»

Abu Talat, mi colega fotógrafo, Linda (que es una amiga de Ahlam) y yo permanecemos sentados en un silencio incómodo. Linda pregunta a Ahlam si podemos salir afuera a tomar algunas fotos.

Afuera en el pequeño patio, después de algunas fotos, Ahlam abrazó prolongadamente a Linda.

Doy a Ahlam mi dirección de correo electrónico, un débil intento de suministrar una especie de alivio, ya que no sé qué más hacer. Otra amiga de Linda se esfuerza para que Ahlam vaya a EE.UU. a recibir tratamiento médico, pero hasta ahora la visa está en el aire.

Le doy las gracias a Ahlam por su tiempo y le digo que escribiré su historia. Busco algunas palabras que puedan darle un poco de esperanza.

«Te prometo que voy a escribir tu historia, Ahlam», dijo torpemente, «Y tal vez alguien la leerá y podrá ayudarte.»

Ella vuelve a abrazar a Linda. Abu Talat ofrece que le ayudará a volver al interior, pero ella responde que puede hacerlo sola.

Abu Talat la mira mientras camina cuidadosamente hacia los peldaños. Sigue observándola mientras sube lentamente.

Caminamos hacia la calle y nos quedamos parados un momento. No cae una palabra mientras permanecemos bajo el sol abrasador. Miro hacia el minarete de una lejana mezquita.

«Cuántas más hay en su mismo estado», dice Abu Talat, sin dirigirse a nadie en particular.

…………..

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