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Sobre el último reportero muerto en Iraq

Steven Vincent, ¿periodista independiente o periodista policía?

Fuentes: Insurgente

Steven Vincent, el periodista abatido a balazos el 2 de agosto en Basora por unos desconocidos, había viajado dos veces a Iraq, donde mantenía frecuentes reuniones y relaciones con organizaciones pacifistas occidentales, ciertas «autoridades» colaboracionistas iraquíes y toda clase de gente. Su manera de proceder era bastante extraña. Residía en Basora y, para pasar inadvertido, […]

Steven Vincent, el periodista abatido a balazos el 2 de agosto en Basora por unos desconocidos, había viajado dos veces a Iraq, donde mantenía frecuentes reuniones y relaciones con organizaciones pacifistas occidentales, ciertas «autoridades» colaboracionistas iraquíes y toda clase de gente. Su manera de proceder era bastante extraña. Residía en Basora y, para pasar inadvertido, se disfrazaba de árabe, aunque, al parecer, era incapaz de distinguir un chiíta de un sunita. Esos comportamientos suelen ser típicos de los agentes de la Central de Inteligencia (CIA), pero no existen datos, de momento, como para afirmar que fuera un agente encubierto de la CIA, aunque algunos sectores iraquíes así lo consideraban.

Colaborador del New York Times y del Wall Street Journal, reunía las características de lo que, en Estados Unidos, se conoce como liberal hawk (halcón liberal), término utilizado para definir a un sector de intelectuales norteamericanos «progresistas» que apoyan la invasión de Iraq justificándola con la tesis de que la guerra contra los islámicos radicales es una extensión de la guerra fría emprendida por Estados Unidos contra el comunismo. En ese sentido, pude ver, en un blog de internet, un mensaje de condolencia por su muerte. Llevaba por titulo «la muerte de un halcón».

Si realmente sólo era un periodista independiente que se dedicaba a la investigación, creo que tenía poco de ello e investigaba bastante mal. Steven Vincent era partidario confeso de la intervención norteamericana en Iraq y criticaba la influencia de los que él llamaba «extremistas religiosos», es decir, los clérigos que, como Moqtada Sadr, no aceptan la ocupación extranjera. En su último artículo, publicado en el New York Times del 31 de julio de 2005, afirmaba que el 75% de los policías de Basora eran partidarios del clérigo chiíta al que dibujaba como un monstruo.

Después de que hayan muerto cien mil iraquíes como consecuencia de la invasión, resulta un sarcasmo siniestro que denominara a la ocupación de Iraq como una «liberación». Además, este periodista, siempre calificaba a la legítima insurgencia iraquí como terrorista. En uno de sus artículos, ¿Qué Resistencia Iraquí?, afirmaba que la insurgencia era una «cuadrilla de criminales fascistas», condenaba las bombas que matan a más civiles que soldados de la coalición, y denunciaba que los niños eran obligados a realizar pintadas antinorteamericanas. No obstante, ahora sabemos que, un mes antes de su muerte (lo que demuestra la parcialidad de sus investigaciones), Muqtada Al-Sadr y la Asociación de Ulemas Islámicos (sunnita), acusaron a Estados Unidos de estar detrás del atentado de la ciudad de Mussayeb donde murieron 32 niños. Éstos fueron atraídos por los soldados ocupantes que les regalaron caramelos. Poco después, a los cinco minutos de desaparecer los soldados, explotó un camión cargado de bombas. ¿Cómo es posible que Steven Vincent no se hiciera eco, ni si quiera de pasada, de las distintas versiones que se dieron sobre aquel atentado?

Muqtada Al-Sadr denunció entonces que, de esa manera, los ocupantes justificaban después el asalto a las ciudades y el asesinato y la expulsión de sus habitantes. Además, los comunicados de Al-Sadr afirman que toda resistencia contra el invasor es legítima. De ahí la fobia que sentía contra el clérigo chiíta. Evidentemente le molestaba que, en esos manifiestos, denunciara constantemente el genocidio perpetrado por la Casa Blanca, un genocidio que silenciaba, de manera cómplice, al menos en todos los artículos suyos que yo he podido leer.

También resulta sorprendente que no tuviera información de los rumores, hechos públicos recientemente, sobre la práctica que llevan a cabo las fuerzas de ocupación, de hacer explotar los cuerpos de los iraquíes detenidos, y asesinados a consecuencia de las torturas, para presentarlos como atentados fallidos e indiscriminados. En todo lo concerniente al lado oscuro de la intervención yanqui en Iraq, este señor no investigaba nada de nada. Curioso, ¿no?

Observando la alharaca y el ruido que Reporteros Sin Fronteras -esos que se financian con los fondos de organizaciones norteamericanas que riegan el terror por el mundo- han formado, mostrando una gran indignación por su muerte (no fue así en el caso de José Couso), me da la impresión de que este periodista «independiente» -que en paz descanse-, de independencia tenía poca; de dependencia de la política criminal del Gobierno Bush, mucha; y de agente de la CIA, posiblemente algo, aunque esto último no pueda afirmarse con rotundidad.