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El gobierno cerca Plaza de Mayo – Nuestra plaza

Fuentes: www.pts.org.ar

El 19 y 20 de diciembre del 2001 la Plaza de Mayo fue el escenario de una gesta social que tiro abajo a un gobierno inepto y antipopular. Fuimos miles los que intentábamos ocupar la Plaza enfrentando la furia represiva de la policía y un patético presidente que se caía. Aquel entonces tuvimos nuestros mártires […]

El 19 y 20 de diciembre del 2001 la Plaza de Mayo fue el escenario de una gesta social que tiro abajo a un gobierno inepto y antipopular. Fuimos miles los que intentábamos ocupar la Plaza enfrentando la furia represiva de la policía y un patético presidente que se caía. Aquel entonces tuvimos nuestros mártires asesinados por las balas policiales. Esas jornadas albergaron nuevamente a un sector de las masas -esa figura política y social que tanto asusta a los apologistas del capital y a las que han dado por desaparecidas- al grito de Que se vayan todos.

No esta demás decir que aquellas jornadas no fueron ni el «Argentinazo» con que explicaba un sector de la izquierda la «victoria» de los planes Jefes y Jefas y su adhesión al clientelismo. No fueron tampoco la «multitud» y su «potencia constituyente» con que los desencantados de la lucha política presentaban su opción por el barrialismo. Ni tampoco logro que se fueron todos, es más todos los que se debían ir se quedaron y hoy vociferan llamados al orden contra los trabajadores que quieren manifestarse en la Plaza. Ya lo dijimos muchas veces y no viene al caso explicarlo aquí: si esto fue posible se debe a que falto la intervención decisiva de la clase obrera ocupada, inmovilizada por ese entonces entre el aparato duhaldista, la burocracia sindical y el terror al desempleo que asolaba. Nuestra victoria consistió en haber logrado mediante la movilización la caída de un gobernante inútil, antiobrero y antipopular. En que enterramos así la carga de las derrotas pasadas de la dictadura militar y del menemismo. Nuestra experiencia política vital fue la de la autoorganización y la acción y democracia directa; de las asambleas populares, de las movilizaciones piqueteras y sobre todo la reaparición de la clase obrera que en las fabricas recuperadas, con Zanon y Brukman a la cabeza, atacaban la lógica industrial y laboral del capital y mostraban germinalmente una alternativa de organización social.

En esas jornadas donde los trabajadores y el pueblo nos obstinamos en ocupar la Plaza de Mayo, comenzó un nuevo ciclo de la política y de las relaciones de fuerzas entre las clases sociales, que sigue marcando los contornos de la escena pública actual.

No fue la primera vez -ni la más profunda- en la historia de las gestas obreras y populares argentinas que tenga como escenario la Plaza de Mayo. Desde 1810, cuando el pueblo exigió saber de «que se trata» hasta las grandes huelgas y movilizaciones del proletariado argentino en el siglo XX tuvieron como espacio la Plaza. En la Plaza de Mayo, entre otros actos de la experiencia histórica de los trabajadores y el pueblo, los obreros mojaron las «patas en la fuente» el 17 de octubre de 1945, marcando el origen mítico del peronismo; y fue en este mismo lugar en julio de 1975, donde la clase trabajadora se movilizo como parte de una huelga general que desafiaba a ese mismo peronismo que entonces atacaba sus conquistas y anidaba en su seno a las bandas asesinas de las Tres A. Fue en la Plaza donde las Madres obtuvieron su nombre resistiendo a la dictadura militar. Pero a pesar de esta densa herencia de rebeliones, resulta que un gobierno cuyo presidente, Kirchner, se dice heredero de la tradición popular del peronismo y de las luchas setentistas y que gusta presentarse como «hijo de las madres de la Plaza de Mayo» impide a trabajadores en huelga, desocupados y estudiantes el ingreso a ese ambiente privilegiado de las grandes movilizaciones sociales frente a las sedes del poder político.

«Estamos tratando de salir de una vez por todas de estas prácticas que se instalaron a fines de 2001. Hay que encontrar la mejor forma de hacerlo sin confrontar» (Clarín Digital 10/09/05), anuncia marcial el ministro Aníbal Fernández, cuyo currículum lo encuentra junto a Eduardo Duhalde cuando asesinaban a Kostequi y Santillan. Aplauden a Kirchner la derecha neoliberal y conservadora y los políticos progresistas que se llenan la boca hablando del «contrato moral». Todos hablan de la necesidad de restablecer la ley y el orden. Frente a la crisis de representación que pone en duda la legitimidad de estos partidos y políticos patronales, impedidos de llenar la Plaza de Mayo con gente en su apoyo, deciden llenarla de policías y tanquetas para cerrarle el paso a las movilizaciones.

El objetivo esta marcado: desterrar el 2001. Derrotar a los movimientos piqueteros y concentrar en manos de sus punteros la asistencia clientelar, derrotar a los trabajadores que se animen a desafiar los límites impuestos por el gobierno y a decidir democráticamente sobre su organización y su lucha, en lugar de aceptar el mando de la burocracia sindical. Impedir que trabajadores y desocupados confluyan junto a los estudiantes y los partidos de izquierda en una oposición social que le empañe el panorama a un kirchnerismo en campaña electoral. Se apoyan en una burguesía que exige autoridad para garantizar los negocioos, en el apoyo social pasivo de un sector de las clases medias embarcadas en un consumismo conservador e individualista, que hace el caldo a los discursos más reaccionarios. En la colaboración de la burocracia sindical que calla frente a este brutal ataque contra el derecho a la protesta.

La Plaza es nuestra. De los trabajadores y del pueblo. Es el espacio simbólico de nuestras gestas pasadas y seguramente de las luchas políticas por venir. Entregarla al control político y policial del estado patronal, permitir que reglamenten nuestras movilizaciones y que condicionen la resistencia es debilitarnos y fortalecer a los políticos patronales, a los burócratas sindicales y a las fuerzas represivas.

Recuperar la Plaza de Mayo es defender el derecho democrático elemental a la protesta y la manifestación, es defender las libertades públicas contra un régimen «democrático» burgués que las degrada. Es también defender las posiciones conquistadas por los trabajadores y el pueblo para las luchas futuras. Es tener presente que un régimen político y social que continua la senda de la entrega de la Nación y de subordinación al imperialismo y el FMI, de la pobreza creciente -recordemos que 6 millones de personas viven con 2 pesos diarios, cuando las grandes patronales declaran ganancias extraordinarias y especulan con los precios- solo promete más explotación, degradación y barbarie y prepara nuevas crisis que va a descargar sobre las espaldas de los trabajadores y el pueblo. Cuando ello suceda, la clase obrera y el pueblo van a tener que ejercer su derecho democrático como un poder constituyente opuesto al orden existente. Donde es necesario hacer real aquello que reclamaban los estudiantes cordobeses protagonistas de la Reforma Universitaria de que «Si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho a la insurrección». (Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, Córdoba 1918)