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En Tel Afar, los militares estadounidenses confían en los consejos de determinadas ‘fuentes’

Informantes deciden el destino de los detenidos iraquíes

Fuentes: Washington Post Foreign Service

Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández

Un adolescente enmascarado vestido con uniforme del ejército iraquí caminaba lentamente entre un grupo de 400 detenidos capturados ese mismo día, estudiando cada rostro y dando su veredicto con un simple gesto de la mano, al igual que los emperadores romanos decidían el destino de los gladiadores.

Un pulgar señalando hacia abajo significaba que no creía que el detenido fuera combatiente de la resistencia y que los soldados estadounidenses podían liberarle. Un pulgar señalando hacia arriba y el hombre sería sacado de aquella especie de corral conformado con alambradas de espino, esposado con cinta adhesiva o ataduras de plástico y conducido en camión hasta una base militar para ser interrogado.

«Aquí tenemos otro chico malo», gritó un intérprete estadounidense cuando el enmascarado iraquí señaló a un hombre con una dishdasha (túnica tradicional) amarilla, que sacudía la cabeza y protestaba en turco. Un detenido que había pasado desapercibido respiró aliviado y se colocó la mano sobre el corazón.

Así se desarrollaba el lunes 12, décimo día de la invasión de Tel Afar. Después de dos días de patrullas relativamente tranquilas en la abandonada barriada de Sarai, donde los comandantes [estadounidenses] habían esperado para luchar a que los insurgentes se concentrarán, las fuerzas estadounidenses e iraquíes se dirigieron por la mañana hacia el norte, a barriadas que ya habían sido peinadas y se encontraron con cientos de hombres en edad militar y combatientes que creían haber escapado a través de las zonas acordonadas.

De momento, 52 hombres con las manos atadas fueron subidos a camiones que llevaban la parte de atrás al aire y enviados al Campo Sykes, a unas siete millas al sur de esta ciudad situada al noroeste. Durante el ataque contra la resistencia -el mayor asalto urbano en Iraq desde el asedio a Faluya el pasado noviembre-, los únicos enfrentamientos de importancia tuvieron lugar durante los primeros días, cuando miles de tropas estadounidenses e iraquíes asaltaron la ciudad y los aviones estadounidenses comenzaron a bombardearla sin piedad y sin descanso.

Desde entonces, los combatientes, que habían controlado durante casi un año gran parte de Tel Afar, escaparon o depusieron las armas para confundirse entre la población civil, según manifestaron los comandantes estadounidenses. A diferencia del asalto a Faluya, la invasión se desplegó haciendo una especie de redada por toda la ciudad, planeada para impedir que los combatientes pudieran luchar al día siguiente.

Los soldados que tenían poco entrenamiento para esa misión se vieron forzados a cumplir papeles que tradicionalmente se asignan a la policía: reunir evidencias, interrogar a testigos y sospechosos, y seguir pistas. Al registrar casi todas las casas de la ciudad en las barriadas más conflictivas, detuvieron a cientos de jóvenes, a algunos porque tenían armas o literatura revolucionaria, a otros únicamente por los chivatazos de informantes locales denominados a menudo como «fuentes» por las tropas estadounidenses.

Muchos de los informantes son vecinos de esta ciudad de más de 200.000 habitantes que están sirviendo ahora en el ejército iraquí. Otros porque los insurgentes habían matado a algún miembro de su familia y querían ayudar para que desaparecieran de sus barrios. Los soldados estadounidenses que trabajan con ellos admiten que saben muy poco sobre los motivos que impulsan a esos jóvenes a actuar así -y a veces ni siquiera sus nombres- y admiten que la fiabilidad de sus informaciones puede variar mucho. Algunos de los señalados por esas «fuentes» dijeron a su vez que sus acusadores estaban llevando a cabo venganzas tribales o sectarias, una acusación que también dirigen contra las fuerzas de seguridad iraquíes.

Los informantes «son el primer paso importante en el proceso para eliminar a esta gente», dijo el capitán Alan Blackburn, comandante de la Tropa de Aguilas del 3er Regimiento de la Caballería Blindada, que ha dirigido la invasión de Tel Afar. «Obviamente, no puedes pasar de lo que te cuentan por el hecho de que cometan muchos errores, pero ya que no conocemos estos lugares como ellos, ayuda tenerlos alrededor».

Las fuerzas estadounidenses invadieron Tel Afar hace un año, pero se retiraron y los combatientes volvieron y reestablecieron su control sobre la ciudad. El lunes 12, Abu Musab Zarqawi, el [supuesto] dirigente de al Qaeda en Iraq nacido en Jordania que parece controlar el principal grupo de la resistencia del país, envió una declaración a Internet en la que manifestaba que las fuerzas estadounidenses estaban «repitiendo sus movimientos contra Tel Afar después de haber fracasado muchas veces, al haber logrado sus leones que saborearan la humillación y la amargura de la derrota».

Al igual que en los últimos días, los soldados iraquíes recurrieron a que la milicia kurda de los pesh mergas dirigiera la operación, que siempre son alistados por los soldados estadounidenses de las Operaciones Especiales, y que son fácilmente distinguibles por su desaliño y barbas de varios días.

Exactamente a las siete de la mañana irrumpieron en las barriadas colindantes de Hasan Koy y Uruba, apresando a todos los hombres en edad militar, procediendo a encerrarles en una especie de corrales provisionales que las fuerzas estadounidenses habían sembrado a lo largo de la carretera principal. Los soldados habían desenrollado alambre de espino para contener a unos de 50 hombres. Pero como los detenidos llegaban a raudales desde las barriadas, los corrales se fueron ampliando con más rollos de alambre hasta que toda la zona se convirtió en un bloque compacto.

Los comandantes estadounidenses han elogiado la actuación de las fuerzas kurdas durante la operación, aunque en privado manifestaban preocupación por sus tácticas salvajes. Los pesh mergas apoyan a los rebeldes kurdos que luchan contra el gobierno de la vecina Turquía, y durante muchos años sus milicianos fueron objetivos del gobierno iraquí de Sadam Husein dominado por sunníes. La mayoría de los habitantes de Tel Afar son sunníes turcomanos, parientes étnicos de los turcos.

Según Associated Press, las tropas iraquíes que el 5 de septiembre asaltaron supuestos escondites de insurgentes en un barrido diferenciado mataron a 40 combatientes y arrestaron a otros 27 tras los enfrentamientos.

En una reunión informativa mantenida la noche anterior a la operación desplegada por la mañana, el teniente coronel Christopher Hickey, comandante del 2º y 3er escuadrones del Regimiento de Caballería Blindada, instruyó a los soldados de Operaciones Especiales que trabajaban con los pesh mergas para que evitaran maltratar a los residentes. «Perdemos a esta gente si llegamos allí y arrasamos sus casas», dijo Hickey.

A las ocho de la mañana, habían capturado a casi 400 personas, obligándoles a permanecer acuclillados o sentados en la tierra al lado de la carretera. Dos de los hombres tenían el rostro ensangrentado y manchas rojos empapaban sus dishdashas de color verde.

«Trataron de llevarse a mi padre, y yo les dije ‘Es un anciano, no debes llevártelo'», dijo uno de los hombres, que tenía el labio superior y la oreja derecha hinchados y sangrando. «Nos golpearon con los puños y con los rifles».

Gran parte de los hombres aparecían con las manos atadas tan apretadamente con tiras de plástico que la circulación sanguínea estaba cortada, y los soldados estadounidenses cortaron las ataduras y en su lugar les envolvieron las manos con gruesa cinta adhesiva verde.

Los soldados de las Operaciones Especiales, que por norma no dan sus nombres a los periodistas, dijeron que los pesh mergas habían encontrado en una casa a un antiguo coronel del ejército de Husein. Pero cuando los soldados estadounidenses le fueron a buscar al corral, no le vieron. Uno de los combatientes kurdos dijo que se lo habían llevado directamente a un comandante kurdo.

«Ya lo estáis trayendo aquí ahora mismo», dijo un soldado de las Fuerzas Especiales. «Va a ser procesado aquí, por EEUU, como todos los demás».

Después de dos horas, llegó el informante. Vestía traje de faena de camuflaje de color caqui, una chaqueta antiaérea, un verdugo de ski verde y un casco verde; el informante dijo que era del barrio y que tenía menos de 20 años.

«Hago esto porque no quiero ver más violencia en Tel Afar», dijo, hablando de forma anónima.

Junto a un intérprete estadounidense, examinó a la multitud de hombres, deteniéndose menos de dos segundos en considerar el destino de cada uno. Nunca habló en voz alta, sólo susurraba ocasionalmente al intérprete.

Después de haber sacado del grupo a 52 sospechosos, pasó largo tiempo enjuiciando a cada uno de ellos en profundidad y proporcionando información más detallada sobre sus actividades. Identificó a un hombre que tenía el labio partido y llevaba una camisa morada y sucios pantalones blancos como un «decapitador», diciendo que había matado por lo menos a diez personas.

«Corta cabezas», escribió en el antebrazo del hombre con un marcador azul el capitán Noah Hanners, jefe del Pelotón Azul de los Águilas del 3er Regimiento de Caballería Blindada.

«Vas a tener un trato especial, compañero. Felicidades», dijo Hanners.

Tras conferenciar con el informante el interprete escribió en la camiseta blanca de un hombre que no tenía documentación: «Su nombre es Nafe, pero está dando otro diferente».

Otros cuatro hombres fueron identificados como dirigentes locales de células combatientes, conocidos como «emires», y «emir» fue lo que escribieron en sus brazos, Varias hombres llevaban tatuajes de águilas en los brazos y el informante dijo que eso indicaba que habían sido miembros de los Fedayines de Sadam, una milicia con fama de brutales dirigida por el hijo de Husein, Uday. El informante dio un manotazo en el tatuaje del hombre y cuando éste protestó, un soldado iraquí le pegó un revés en plena cara.

«No les pegues», advirtió Hanners. «No es así como hacemos esto».

Algunos de los soldados estadounidenses se mofaban de los detenidos preguntándoles, ¿puedes pronunciar Abu Grhaib?, refiriéndose a la prisión situada al oeste de Bagdad en la que se obtuvieron el pasado año las fotografías de los abusos a los presos.

«No, Guantánamo», respondió un irónico prisionero, refiriéndose a la prisión militar estadounidense en Cuba donde se mantiene a ‘sospechosos’ de terrorismo. «Sólo quiero que no me lleven a la policía o al ejército iraquí».

«Tu fuente no es buena, todos estos son hombres inocentes», dijo un detenido que llevaba una dishdasha gris, quien dijo que era estudiante en la ciudad de Mosul, a unas 40 millas al este. «todos somos sunníes. Por eso él nos ha señalado. El es shií», dijo, refiriéndose al informante. Hanners dijo que la calidad de los informantes ha variado mucho. «Algunos parecen decir lo que piensan que tu quieres escuchar», dijo. «Otros nos dan información acertada».

Otro soldado, que habló bajo anonimato para no ser castigado por sus comandantes por sus críticas, tenía una visión más negativa sobre las aportaciones de los informantes. «Casi nunca conseguimos nada bueno de ellos», dijo. «Pienso que sólo eligen gente de otra tribu o gente que les debe dinero o alguna cosa».

Antes de subir a los camiones y volver a su base, los soldados kurdos se alinearon detrás de los detenidos y posaron para fotos digitales. Arrojaron paquetes de comida y botellas de agua a un grupo grande de niños que se había reunido en la carretera, muchos de ellos con padres entre los detenidos.

Algunos de los niños recogieron los regalos, pero otros los lanzaron contra los vehículos que estaban arrancando. Uno de los camiones paró y salió de él un soldado que apuntó con su pistola hacia los niños, haciendo que se dispersaran velozmente antes de poder ahuyentarlos.

Los soldados y algunos niños de la vecindad dieron a los detenidos comida o agua mientras esperaban bajo un sol calcinante que llegaran los camiones para transportarles al Campo Sykes. Una mujer con un largo vestido morado y una pañoleta blanca en la cabeza gritó en turco a los soldados que aún permanecían allí y otras empezaron a reunirse tras ella.

«En 30 minutos esta situación se nos ha ido de las manos», dijo el sargento de primera Herbet Gadsden, que observaba la escena. «Tenemos que llevarnos a esta gente antes de sus familias se vuelvan locas».

Dos camiones llegaron a mediodía. Los soldados alinearon a los detenidos, los fotografiaron uno a uno con una cámara digital y los subieron a los camiones. La multitud de familiares empezó a desvanecerse en el horizonte de regreso a sus hogares. «Otro día haciendo amigos», dijo Hanners, meneando la cabeza.

(El corresponsal especial Bassam Sebti, en Bagdad, ha contribuido a este reportaje).

Texto original en inglés:

www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2005/09/12/AR2005091202040.html