No sé por qué me empecino en escribir estas líneas. Total, ya el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica aprobó el referendo sobre la Constitución iraquí, lo que ipso facto debiera convertir dudas, aprensiones y corazonadas en eso mismo: mera subjetividad, que se destocará -sí, se quitará el sombrero- ante la palabra del dueño […]
No sé por qué me empecino en escribir estas líneas. Total, ya el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica aprobó el referendo sobre la Constitución iraquí, lo que ipso facto debiera convertir dudas, aprensiones y corazonadas en eso mismo: mera subjetividad, que se destocará -sí, se quitará el sombrero- ante la palabra del dueño del mundo… Salve, César.
Casi entonaba el Himno de la alegría, George Walker Bush, cuando en su último programa radial destacaba que la participación en la consulta popular del 15 de octubre había transpuesto la frontera del 60 por ciento. No importa que testigos oculares como un corresponsal de la televisión española afirmara que no estaba claro si la concurrencia había logrado sobrepasar un más bien enteco 30 por ciento.
¿Qué pasa con los resultados, si en un principio se anunció que estarían en sólo tres días? Elemental. La Comisión Electoral había proclamado que estos asomarían a la vista de la opinión pública «siempre y cuando no se presenten denuncias por acciones fraudulentas», y las denuncias enseñaron su peluda oreja. Veinticuatro horas después de cerrados los seis mil 235 colegios habilitados, «observadores de la ONU ya habían corroborado irregularidades en listas electorales y verificado presiones sobre votantes para que se pronunciasen en contra de la Constitución».
Esto, del lado de los opuestos a la Carta Magna. Pero ¿del otro? Donde los anuentes, ¿qué? Bueno, los iraquíes fueron llamados a las urnas para refrendar un texto que en su aplastante mayoría no conocen. Las Naciones Unidas difundieron cinco millones de ejemplares -al menos, así lo aseguran sus expertos- , pero pocos pudieron leerlos. Informes plausibles daban cuenta de que los cuatro millones de copias en árabe, el millón en kurdo, las 250 mil en turcomano y las 150 mil en siríaco demoraron en llegar a los destinatarios. «¿Cómo haremos para leer todo esto en cuatro días?, se preguntaba un ciudadano citado por la publicación digital Gara. «Sucede lo mismo que con las elecciones de enero (de gabinete propicio a USA, por supuesto). No sabemos cómo se votará y la información arriba tarde. Antes no sabíamos por quién votar; ahora no sabremos qué votar». Algo que también huele a fraude.
Quizás cuando estas líneas emerjan ante el lector, el embrollo, la disonancia, se hayan despejado; mas no creo que ese sea el significado último de una consulta que instauraría una Constitución alabada por unos -chiitas y kurdos, los ocupantes y sus postores con dinero cuantioso- y denostada por otros -sunnitas árabes ahora irredentos, gente que mira al trasluz y se percata de que algo turbio se está incubando en las ardientes planicies mesopotámicas.
El meollo
Algo turbio, sí, porque, a pesar de la verborrea-ambiente sobre «una federación descentralizada, multiétnica y multiconfesional, que reconoce al Islam como religión oficial», el proyecto de Carta Magna fue pergeñado al compás de los criterios de los grupos mayoritarios en el Parlamento. Grupos de kurdos y musulmanes chiitas, triunfadores en las elecciones legislativas de enero pasado, boicoteadas por quienes optaron por no presentarse, los sunnitas.
Por supuesto que la susodicha Carta refleja en buena medida los intereses de los ganadores. En el criterio de diversos analistas, la aprobación del proyecto alejaría aún más del proceso político a una población, la sunnita, que constituye el 35 por ciento de los alrededor de 24 millones de iraquíes y entre cuyas principales preocupaciones figura, hoy por hoy, la serie de cláusulas que podrían ser utilizadas para discriminar y perseguir a ex integrantes del partido socialista Baas, gobernante hasta la deposición de Saddam Hussein, juzgado en estos días por presuntos crímenes de guerra, en un reality show que distraería la atención de unos cuantos empeñados en detectar fraudes en el referendo.
Pero los sunnitas -antaño miembros de la elite de poder; hoy apartados- también han cuestionado el lenguaje ambiguo con que se ha delineado el reparto de la riqueza petrolera del país entre el gobierno nacional y las autoridades locales, como evoca el articulista de IPS Jim Lobe. «La objeción principal se refiere a lo que consideran una autonomía excesiva para la región del sur, predominantemente chiita. También cuestionan, aunque en menor medida, la autonomía de las tres provincias del Kurdistán, en el norte».
¿Por qué? Ah, pues porque prevén el desmembramiento de un Iraq que en lo adelante estaría «unido» por la filiación islámica -la sharia o ley islámica se establece por sus fueros-, y no por la identidad árabe. Claro, más podría pesar el hecho de que la región central, donde mora la mayor parte de los sunnitas, está desprovista de petróleo. Petróleo por el que los invasores se condenarían con sumo gusto para toda la eternidad. Y por el que luchan a brazo partido confesiones y etnias en un país con cuya Constitución pierden también las mujeres, sobre las que gravitan la islamización y la consiguiente pérdida de derechos, que ya se barruntaban con el accionar de las milicias religiosas surgidas tras la asunción de los chiitas, preteridos en su momento por Saddam Hussein.
Previsiones
Sea cual fuere, el resultado del referendo no modificará la violencia cotidiana, en el criterio de miríadas de analistas. Por el contrario, podría vigorizar la arremetida de los insurrectos y provocar una más acusada intervención de las fuerzas armadas. De los cerca de 135 mil soldados gringos y los 200 mil cipayos iraquíes, si nos atenemos a cifras propiciadas por el gabinete local. Y esa afirmación de entendidos como Tomás Alcoverro, corresponsal en Beirut del diario catalán La Vanguardia, dista mucho de ser gratuita. Sólo 24 horas después del escrutinio, unidades del ejército estadounidense ultimaron a alrededor de 90 presuntos insurgentes -testigos cifran en 36 las víctimas civiles-, en varios bombardeos sobre la provincia de Anbar. ¡Casualidad de casualidades!: en la capital, Ramadi, apenas habían cerrado los colegios electorales y la mayoría de los votantes se había pronunciado… contra la Constitución.
Mientras chiitas y kurdos dan por firme la victoria del Sí y los sunnitas se abroquelan tras el presunto éxito del NO, los actos de violencia hacen temer a más de uno por una guerra civil abierta, no larvada, como hasta el momento. Pero ¡atención!: unas horas antes del referendo, ciudadanos iraquíes detuvieron a dos norteamericanos disfrazados de árabes -como antes a británicos- cuando intentaban hacer estallar un coche, en un área residencial de Bagdad Oeste, con el objetivo -sugeríamos en artículo anterior- de potenciar un enfrentamiento entre distintas comunidades religiosas, y culpar a los sunnitas, renuentes a una Carta Magna que apuntalaría la ocupación extranjera; o de crear las condiciones de medidas excepcionales; o de que los chiitas secunden las operaciones punitivas contra los sunnitas… Como siempre, «divide y vencerás».
En todo esto, constituye causa primera el que los Estados Unidos precisan una ley suprema que le imprima cierta legalidad a la estancia, para cuya aprobación se ha echado mano al fantasma de una guerra civil. Conflagración que nunca estallará, de acuerdo con observadores tales el conocido Robert Fisk, para quien «lo que los poderes imperiales y coloniales -usemos sus verdaderos nombres- no aprenderán y no pueden aprender es que Iraq no es un Estado sectario, sino una nación tribal. Los hombres y las mujeres iraquíes se casan por su religión, no por su afiliación».
El corresponsal del diario The Independent reseña las preguntas que le dirigieran hace un año: «¿Por qué ustedes -los británicos- y los norteamericanos quieren que tengamos una guerra civil? Yo soy sunnita y estoy casado con una mujer chiita. ¿Quieren que mate a mi esposa?»
Sí, la muerte cruel del prójimo es el espectro echado a andar por la Casa Blanca en los andurriales de Iraq. Y la Constitución, otra estratagema muy lejos de representar un avance hacia un sistema más democrático. A no dudarlo, con la Carta vendrían el pretexto ideal para cumplir el calendario de retiro de tropas estipulado por la administración gringa, para reducir el resquemor interno generado por el empantanamiento en Iraq, y el velo de instituciones con barniz de autónomas que puedan gestionar, y propiciar, una dominación menos costosa, al decir de la publicación digital Gara.
Pero ¿por qué me empecinaré en estas líneas? Si ya el presidente de los Estados Unidos aprobó el referendo sobre la Constitución… Perdón, César. Y salve.