Traducido para Rebelión por Germán Leyens
El inmenso significado del discurso del congresista John Murtha del 17 de noviembre exhortando al repliegue inmediato de Irak se debe a que es una señal de motín por parte del cuerpo superior de oficiales de EE.UU., que consideran que las instituciones que dirigen están «deshechas, agotadas» y «en la precariedad», para utilizar las mordientes palabras de su portavoz, John Murtha, cuando reiteró en diciembre su denuncia de la destrucción del Ejército por parte de Bush.
Un colaborador de CounterPunch con casi 40 años de experiencia en el trabajo dentro y alrededor del Pentágono, me dijo esta semana que: «Los generales de cuatro estrellas escogieron a Murtha para que hiciera este discurso porque tiene máxima credibilidad». Es verdad. Incluso en el Senado de EE.UU. no hay nadie que tenga la reputación de Murtha para presentar el mensaje, con la posible excepción de Byrd, pero el venerable senador de West Virginia fue desde el comienzo un vehemente oponente a la guerra, mientras que Murtha votó a su favor y sólo cambió de posición hace poco.
Por lo tanto los generales de cuatro estrellas informaron a Murtha y le dieron la información al día que hizo que su discurso fuera tan letal que incitó a la Casa Blanca a lanzar ataques tan aterrorizados y estúpidos contra Murtha diciendo que era un clon de Michael Moore.
No puede haberle costado más de un instante al vicepresidente Cheney, ex Secretario de Defensa de EE.UU., el otear el discurso de Murtha y darse cuenta de su importancia como un anuncio de que los generales estaban hartos.
Veamos una vez más lo que los generales quieren que el país sepa:
«El futuro de nuestras fuerzas armadas está en peligro. Nuestras fuerzas armadas y nuestras familias están al límite de su capacidad. Muchos dicen que el Ejército está quebrantado. Algunos de nuestros soldados están en su tercer período de servicio. El reclutamiento ha bajado a pesar de que los militares han reducido sus exigencias. Esperan aceptar un 20% de categoría 4, que es la más baja, que dijeron que jamás aceptarían. Han sido obligados a hacerlo para tratar de llegar a una cuota ya reducida.
«Los presupuestos de defensa están siendo recortados. Los costos de personal aumentan vertiginosamente, en particular en el aspecto sanitario. Habrá que escoger. No podemos aceptar que las promesas que hemos hecho a nuestras familias militares en cuanto a prestaciones de servicio, en cuanto a su atención sanitaria, sean eliminadas mediante negociaciones. Los programas de adquisición para asegurar nuestra dominación militar no pueden ser eliminados mediante negociaciones. Tenemos que estar preparados.
«La guerra en Irak ha causado inmensas deficiencias en nuestras bases en el interior del país. He estado en tres bases en Estados Unidos, y a cada una de ellas le faltaban muchas cosas que necesitan para capacitar a gente que va a Irak.
«Gran parte de nuestro equipo terrestre está gastado.
«Lo que es más importante – es el punto más importante – en el año pasado, los incidentes han aumentado de 150 por semana a más de 700. En lugar de que los ataques disminuyan en un período en el que hemos tenido más tropas adicionales, han aumentado dramáticamente. Desde la revolución de Abu Ghraib, las víctimas estadounidenses se han duplicado.»
Lo que sucedió después de este discurso es muy instructivo. Los demócratas se desvivieron por distanciarse de Murtha, envalentonando a la Casa Blanca para que se lanzara al ataque.
Desde el avión presidencial de Bush, viajando por Asia, llegó el comentario desdeñoso de que Murtha estaba «endosando la política de Michael Moore y del ala extrema liberal del Partido Demócrata.»
La Casa Blanca viajante necesitó unas 48 horas para darse cuenta de que había dicho una tontería. Murtha no es el tipo de persona al que se puede calumniar, del modo como Bush y Cía. lo hicieron con el endeble Kerry en 2004. Murtha, veterano con muchas condecoraciones, replicó en público que no tenía tiempo para preocuparse por calumnias provenientes de gente como Cheney, que logró cinco prórrogas de su servicio militar en Vietnam.
Al llegar el fin de semana Bush comenzó a hablar con respeto de Murtha. El lunes, rechinando los dientes, Cheney declaró ante público en Washington que aunque no estaba de acuerdo con Murtha, se trata de un hombre bueno, un Marine, un patriota, y que adopta una posición clara en una discusión enteramente legítima.»
Un día después la Secretaria de Estado Condoleezza Rice declaró a Fox News, «No pienso que las fuerzas estadounidenses tengan que estar allá en las mismas cantidades en las que están ahora – por mucho tiempo más – porque los iraquíes están aumentando». Una semana después Bush preparó un discurso que enfatizaba fuertemente los retiros de EE.UU. a medida que las fuerzas armadas iraquíes se hicieran cargo.
¿Hay destacamentos iraquíes entrenados por EE.UU. preparados? No si uno cree los informes provenientes de Irak, pero tal vez sean nonagenarios armados con arcos y flechas y el alto comando de Bush seguiría invocando su fantástico entrenamiento y preparación para la gran misión.
Diez días después del discurso de Murtha, comentaristas en los programas de entrevistas de la televisión del domingo se agarraron del carro de los partidarios de que ‘vuelvan a casa’. Las voces que llamaban a que EE.UU. ‘siga su camino’ en Irak eran contadísimas. El 1 de diciembre, Murtha volvió a la carga en Latrobe, Pensilvania, al decir a un grupo cívico que había cometido un error al votar por la guerra y que la mayoría de los soldados de EE.UU. abandonarán Irak dentro de un año porque el Ejército está «deshecho, agotado,» y «en la precariedad.»
El hedor del pánico en Washington que cuelga como una neblina invernal sobre el Congreso se intensificó. El pánico proviene de la preocupación fundamental de todo político en la capital: su supervivencia. Los que maldicen son los republicanos y la fuente de su terror es el mensaje mortífero que proviene de cada sondeo reciente: la guerra de Bush contra Irak anuncia un desastre para el Partido Republicano en las elecciones de mitad de período del próximo año.
Un sondeo de mitad de noviembre de SurveyUSA revela que: El nivel actual de aprobación de Bush excede un 50% sólo en siete estados. Son los estados poco poblados de Utah, Idaho, Wyoming, Nebraska, Oklahoma, Alabama y Mississippi. En doce estados, incluyendo a California, Nueva York, Illinois, Pensilvania y Michigan, su índice de aprobación fue inferior a un 35%.
Habría que volver a comienzos de los años setenta, cuando un Nixon afectado por el escándalo se encontraba a punto de renunciar, para encontrar cifras más bajas que las de Bush. Como Bush, Nixon había logrado una reelección triunfante en 1972, Menos de dos años más tarde, entregó la Casa Blanca al vicepresidente Ford y voló al exilio.
Nadie espera que Bush renuncie, o incluso que sea impugnado (aunque el futuro del vicepresidente Cheney es menos seguro) y su segundo período todavía debe durar más de tres años.
Pero ahora mismo, para utilizar una frase famosa de la era Nixon, un cáncer se está comiendo su presidencia, y ese cáncer es la guerra en Irak. El pueblo estadounidense está ahora en contra en un 60%, y un 40% piensa que Bush les mintió para lograr su apoyo.
De ahí el pánico. A pesar de que los escaños en la Cámara de Representantes están manipulados actualmente de manera que se considera que menos de 50 de los 435 distritos podrían cambiar de manos, los republicanos se preocupan de que sólo unos pocos, por muy manipulados que estén, podrían resistir un huracán político de Fuerza 5.
Lo que les llega de los sondeos actuales es un mensaje simple. Si EE.UU. no ha retirado cantidades sustanciales de sus tropas de Irak para el otoño del próximo año, vendrá una tormenta de Fuerza 5 que podría arrasar con ellos.
En medio de esta debacle en potencia, la única fuente de consuelo de los republicanos es la conducta verdaderamente increíble de los demócratas. Primero fue la reacción aterrorizada de los demócratas ante Murtha, simbolizada por la anulación de una conferencia de prensa en apoyo a Murtha por parte de la líder de la minoría demócrata, Nancy Pelosi. Esto condujo a los republicanos a darse cuenta de que los demócratas estaban dispuestos a que una resolución auspiciada por los republicanos los desenmascara, al llamar a un retiro inmediato, por la cual votaron sólo tres demócratas, mientras que los así llamados progresistas como Kucinich, Sanders y Conyers se ponían a cubierto.
Si uno escucha a algún destacado senador demócrata, como Kerry o Clinton o Feingold u Obama recibe la misma negativa testaruda de ir más allá de la despiadada caracterización de Glenn Ford y Peter Gamble en Black Commentator, del discurso de Obama ante el Consejo de Relaciones Exteriores.
«El senador Barack Obama ha plantado sus pies en lo profundo del campo de la prolongación de la guerra de Irak del Partido Demócrata; el gran pantano que, si no lo drenan, va a tragarse toda esperanza de victoria sobre el Partido Republicano en las elecciones al Congreso del próximo año. En una pieza maestra de ambigüedades ante el prestigioso Consejo de Relaciones Exteriores, del 22 de noviembre, el legislador negro por Illinois se las ingenió para articular más zalamerías que el senador John Kerry – una proeza prodigiosa, sin duda alguna.
En resumen, todo lo que Obama desea del régimen Bush es que confiese que lanzó la guerra sobre la base de información falsas, y que de ahora en adelante admita ante el Senado cómo tiene la intención de proceder en el futuro. Esperan que aquellos demócratas que quieran pensar demasiado en el pasado – la auténtica génesis y justificación de la guerra, y las verdaderas razones para su continuación – guarden silencio.
«Retirada» e «itinerarios» son malas palabras, y Obama no quiere tener que ver con ellas.
Desde luego, los «insurgentes» no son una «facción» y por lo tanto hay que derrotarlos. En esto Obama y los hombres de Bush están de acuerdo: «En suma, tenemos que concentrarnos metódicamente y sin partidismo, sobre cuáles pasos lograrán: primero, estabilizar Irak, evitar una guerra civil abierta, y dar a las facciones dentro de Irak el espacio que necesitan para forjar un arreglo político; segundo, contener y terminar por extinguir la insurgencia en Irak; y tercero, traer con seguridad a nuestros soldados a casa.»
Nadie en la Casa Blanca argumentaría contra alguno de estos puntos. El segundo punto número en la línea de fondo «pragmática» de Obama es: la contención y eliminación de la «insurgencia». Desde luego, sólo se puede lograr si se continúa la guerra. En efecto, parece que Obama y muchos de sus colgados están más interesados en consultar a los hombres de Bush sobre las mejores maneras de «ganar» la guerra que en efectuar una retirada estadounidense dentro de un tiempo previsible.
Quieren «victoria» tanto como la Casa Blanca; sólo no quieren que la palabra aparezca a gritos en cada conferencia de prensa.
Black Commentator concluye su desuello de Obama y de sus compañeros demócratas con las siguientes palabras:
«A fines de verano de 2006, cuando los votantes decidan cómo quieren que se vean el Senado y la Cámara, si los demócratas no han captado la opinión pública para ofrecer una salida tangible y rápida de Irak, los republicanos conservarán el control de ambas cámaras del Congreso.
«Todo lo que quedará en noviembre serán empalagos de Hillary, Biden, Edwards – y Obama.»
En CounterPunch estamos de acuerdo de todo corazón con este sentimiento.