Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Hace más o menos un año, un equipo internacional de epidemiólogos dirigidos por Les Roberts, miembro de la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins [en Londres], completaron una «investigación por muestreo» de las víctimas civiles en Iraq. Sus hallazgos contradecían los elementos fundamentales de la narrativa sobre la guerra que políticos y periodistas habían presentado ante el público estadounidense y mundial.
Después de excluir los resultados de la provincia de Anbar por anomalías estadísticas y la mitad del aumento en la mortalidad infantil por estar posiblemente «sesgados», estimaron que al menos 98.000 iraquíes civiles habían muerto durante los 18 meses anteriores como resultado directo de la invasión y la ocupación de su país. También hallaron que la violencia había sido la causa principal de muerte en Iraq durante ese período (51% o 24%, según se considerara o no Anbar). Sin embargo, su hallazgo más significativo fue que la inmensa mayoría de las muertes por violencia (79%) fueron causadas por las fuerzas de la «coalición» en su utilización de «helicópteros de combate, cohetes u otras formas de armamento aéreo», y que casi la mitad (48%) de esos muertos eran niños, con una media de edad de ocho años.
Cuando se publicaron las conclusiones del equipo en The Lancet, el periódico oficial de la Asociación Médica Británica, causaron un gran revuelo y parecía haberse dado el primer paso para llevar a cabo un recuento realista de los costes humanos de la guerra. Los autores dejaron bien claro que sus resultados eran aproximados; discutieron extensamente sobre los límites de su metodología e hicieron hincapié en que sería de gran valor realizar otra investigación que arrojara una visión más precisa de la situación.
Un año después, no tenemos ese cuadro más preciso. Poco después de que se publicara el estudio, funcionarios británicos y estadounidenses lanzaron una campaña concertada para desacreditar a sus autores y silenciar sus hallazgos sin llegar a cuestionar seriamente la validez de los métodos empleados por el estudio y sin presentar ninguna evidencia que desafiara sus conclusiones. En la actualidad, los continuos bombardeos aéreos sobre Iraq son todavía un oscuro secreto para la mayoría de los estadounidenses, y los medios de comunicación siguen presentando el mismo cuadro general sobre la guerra, centrándose en aspectos que, a la luz de este estudio, son causas secundarias de violencia.
Les Roberts se quedó perplejo y preocupado por esa respuesta a su trabajo, que contrasta de forma aguda con la forma en que los mismos gobiernos respondieron ante un estudio similar que dirigió en la República Democrática del Congo en el año 2000. En ese caso, informó que unos 1,7 millones de personas habían muerto durante los 22 meses de guerra y, como él dice, «Tony Blair y Colin Powell citaron esos resultados una vez y otra sin cuestionarse ni su precisión ni su validez.» En efecto, el Consejo de Seguridad de la ONU pidió con prontitud la retirada de los ejércitos extranjeros del Congo y el Departamento de Estado de EEUU citó su estudio al anunciar una subvención de 10 millones de dólares para ayuda humanitaria.
Roberts llevó a cabo un estudio de seguimiento en el Congo que elevó la cifra de víctimas estimada a 3 millones, y Tony Blair citó esa cifra en su discurso en la Conferencia del Partido Laborista de 2001. Sin embargo, en diciembre de 2004, Blair descartó el trabajo del equipo epidemiológico en Iraq, declarando que, «Las cifras del Ministerio de Sanidad iraquí, que proceden de un sondeo en los hospitales del país, son a nuestro parecer la investigación más exacta que hay.»
Esta declaración de Blair es especialmente interesante porque los informes del Ministerio de Sanidad iraquí, cuya exactitud ha elogiado, han confirmado en efecto la conclusión del equipo del Johns Hopkins de que los ataques aéreos de las fuerzas de la «coalición» son la causa principal de muerte de civiles. Ese informe fue citado por Nancy Youssef en el Miami Herald del 25 de septiembre de 2004, bajo el título «Los ataques estadounidenses, no los de la resistencia, tienen la culpa de la mayor parte de las muertes de los iraquíes». El Ministerio de Sanidad ha estado informando de cifras de víctimas civiles basadas en los informes de los hospitales, dijo el Sr. Blair, pero no fue sino hasta junio de 2004 cuando se empezó a diferenciar entre muertes causadas por las fuerzas de la «coalición» y las motivadas por otras causas. En los tres meses que fueron del 10 de junio al 10 de septiembre, se contaron 1.295 civiles asesinados por las fuerzas estadounidenses y sus aliados y 516 muertos en operaciones «terroristas». Los funcionarios del Ministerio de Sanidad dijeron a la Sra. Youssef que las «estadísticas recogían sólo una parte de la mortalidad», y recalcaban que los bombardeos aéreos eran en gran modo responsables de cifras mucho más elevadas de muertes causadas por la «coalición». El resultado del análisis (72% de víctimas de los ataques estadounidenses) está notablemente próximo al atribuido a los bombardeos aéreos en el estudio Lancet (79%).
El director de BBC World Affairs John Simpson informó sobre otro estudio del Ministerio de Sanidad que cubría los seis meses que iban del 1 de julio de 2004 al 1 de enero de 2005. Este informe citaba 2.041 civiles asesinados por EEUU y las fuerzas aliadas contra 1.233 de la «resistencia» (sólo el 62% de los causados por EEUU). Entonces, algo extraño aunque tristemente previsible sucedió. El gabinete del Ministerio de Sanidad iraquí contactó con la BBC y afirmó, en una declaración confusa y enrevesada, que sus cifras habían sido de algún modo tergiversadas; la BBC se retractó de lo dicho anteriormente; y los detalles de las muertes causadas por las fuerzas de «coalición» han estado notablemente ausentes de los informes posteriores del Ministerio de Sanidad.
Es decir, los gobiernos británico y estadounidense y la ONU respondieron positivamente al trabajo de Roberts en el Congo, pero los informes del Ministerio de Sanidad iraquí apoyan sus hallazgos en Iraq a pesar de los esfuerzos oficiales por suprimirlos.
Las críticas oficiales y de los medios a su trabajo se han centrado en el tamaño de su muestra, 988 hogares en 33 muestras distribuidas por todo el país, pero otros epidemiólogos rechazan la idea de que ese hecho lo convierta en un estudio controvertido.
Michael O’Toole, director del Centro de Salud Internacional en Australia, ha declarado: «Es una muestra de un tamaño clásico. No veo ninguna evidencia de que se hayan producido exageraciones significativas… En todo caso, lo que realmente puede haber ocurrido es que el número de muertes sea aún mayor porque lo que no pudieron hacer es investigar a familias donde todos sus miembros habían muerto».
David Meddings, un funcionario médico del Departamento de Prevención de Heridos y Violencia de la Organización Mundial de la Salud, dijo que investigaciones de este tipo siempre tienen cierta incertidumbre pero «No creo que los autores ignoraran o subestimaran ese hecho».
El mismo Les Roberts ha comparado también su trabajo en Iraq con otros estudios epidemiológicos: «En 1993, cuando el Centro para el Control de las Enfermedades de EEUU escogió al azar 613 hogares en Miwaukee y llegó a la conclusión de que 403.000 personas habían desarrollado el Cryptosporidium[*] en la mayor epidemia que se recuerda en el mundo desarrollado, y a nadie se le ocurrió decir que 613 hogares no eran una muestra suficiente. Es extraño que la lógica de epidemiología asumida por la prensa diaria respecto a nuevas medicinas o riesgos sanitarios cambie bastante cuando el mecanismo que causa la muerte son sus fuerzas armadas».
La campaña para desacreditar a Les Roberts, al equipo del Johns Hopkins y a The Lancet utilizó los mismos métodos que los gobiernos británico y estadounidense habían usado constantemente para proteger su monopolio en la narrativa «responsable» sobre la guerra. Al rechazar los resultados del estudio sin más, los funcionarios británicos y estadounidenses crearon la ilusión de que eran falsos o incluso que tenían motivaciones políticas y así desanimaron a los medios de comunicación para que los consideraran seriamente. Eso funcionó de forma alarmante. Incluso los opositores a la guerra continuaban citando cifras mucho más bajas de víctimas civiles, e inocentemente atribuían la mayor parte de las mismas a las fuerzas de la resistencia iraquí o «terroristas».
Las cifras de víctimas civiles en Iraq citadas más a menudo son las que recogió Iraqibodycount, pero sus números no se consideran un cálculo de víctimas totales. Su metodología consiste en contar sólo aquellas muertes de las que informan al menos dos medios de comunicación internacionales de «prestigio» para generar un número mínimo que sea más o menos irrefutable. Sus autores saben que hay miles de muertes que sus recuentos no recogen, y dicen que no pueden evitar que los medios tergiversen sus cifras como una estimación actual de muertes. Les he pedido en varias ocasiones que procuren corregir esas cifras engañosas, pero reconozco que están tan extendidas que sería una tarea enorme hacerlo.
Más allá de la falsa controversia sobre la metodología del informe Lancet, hay un resultado legítimo que no provoca duda alguna en sus descubrimientos. Ese es la decisión de excluir la muestra de Faluya de sus cómputos debido al altísimo número de muertes de las que se informó (incluso aunque la investigación se hubiera completado antes del ataque sobre la ciudad en noviembre de 2004, ataque del que se informó extensamente). Roberts escribió una carta a The Independent en los siguientes términos: «Por favor, entiendan cuán extremadamente cautos fuimos; llegamos en la investigación a hacer estimaciones de unas 285.000 personas muertas durante los primeros 18 meses de invasión y ocupación, sin embargo, informamos que habían sido menos de 100.000».
El dilema al que se enfrentó fue el siguiente: en las 33 muestras investigadas, 18 informaron de que no había habido muertes violentas (incluida una en Ciudad Sadr [en Bagdad]), otros 14 muestras arrojaron un total de 21 muertes violentas, y sólo la muestra de Faluya informó de 52 muertes violentas. Esta última cifra es conservadora, porque, como el informe señaló, «23 de cada 52 hogares visitados habían sido temporal o permanentemente abandonados. Los vecinos entrevistados informaron de cifras enormes de muertos en la mayor parte de los hogares abandonados pero no pudieron dar la precisión adecuada como para poderlas incluir en la investigación.»
Dejando a un lado este último factor, hay tres interpretaciones posibles de los resultados de Faluya. La primera, y sin duda fue la que Roberts adoptó, descansaba en la idea de que el equipo había tropezado al azar con una muestra de hogares donde el número de víctimas era tan alto que no sería totalmente representativo y por ello significativo para el estudio. La segunda posibilidad era que este modelo que agrupaba a 33 grupos, con la mayoría de las víctimas concentradas en uno y muchos otros informando de cero muertes, era en efecto una representación correcta de la distribución de víctimas civiles en Iraq, derivada de la «precisión» de los bombardeos aéreos. La tercera posibilidad es que el grupo de Faluya era atípico, pero no suficientemente irregular como para justificar su exclusión total del estudio, por eso el número de muertes se situaba en algún punto entre las 100.000 y las 285.000. Al no haberse seguido investigando, no hay forma de determinar cuál de esas tres posibilidades es la correcta.
No ha habido más investigaciones sobre los civiles muertos por las fuerzas de la «coalición» desde el informe del Ministerio de Sanidad iraquí del mes de enero del presente año, pero hay grandes evidencias de que la guerra aérea se ha ido intensificando durante ese período. Los periodistas independientes han descrito los continuos ataques estadounidenses sobre Ramada como una «Faluya a cámara lenta», devastando la ciudad edificio a edificio. Ciudades más pequeñas de la provincia de Anbar fueron objeto de asaltos aéreos durante los últimos meses, y ciudades de las provincias de Diyala y Bagdad han sido también bombardeadas. Seymour Hersh ha cubierto la «ignorada» guerra aérea en The New Yorker y ha escrito que la actual estrategia de EEUU es empotrar fuerzas especiales estadounidenses con fuerzas iraquíes para dar paso a más ataques aéreos estadounidenses cuando sus fuerzas de tierra se retiren de Iraq, abriendo la veda para bombardeos más devastadores aún si cabe con menor atención incluso por parte de los medios (si eso resultara ya posible).
Uno de los datos ignorados de los resultados de la investigación es la alta cifra de víctimas civiles que hubo en Faluya en agosto de 2004. Parece que las fuerzas de EEUU aprovecharon que los medios se concentraban en Nayaf en esa época para dirigir fuertes ataques contra Faluya. Este es quizá una de las claves de la estrategia con la que han llevado gran parte de la guerra aérea. Los bombardeos y ataques aéreos más duros de cualquier tiempo que se quiera considerar se habrán producido de forma callada en cualquier lugar, pero no en operaciones militares estadounidenses a las que se haya dado publicidad, y posiblemente se habrán visto sólo implicados equipos pequeños de Fuerzas Especiales sobre el terreno. Pero la cínica estrategia militar no disculpa a los medios de comunicación por su descuido a la hora de averiguar lo que realmente está sucediendo allí para contarlo al mundo exterior. Periodistas árabes e iraquíes pueden viajar todavía por la mayor parte del país y los directores de los periódicos deberían hacer un seguimiento especial de sus informes desde zonas que son demasiado peligrosas para los reporteros occidentales.
Un segundo aspecto de los descubrimientos de los epidemiólogos que no ha sido suficientemente explorado es el sugerido anteriormente por Michael O’Toole. Una vez que su informe establece que los bombardeos y los ataques aéreos son la principal causa de muerte violenta en Iraq, y una vez que un impacto directo de una bomba Mark-82 de 500 libras convierte en inhabitables a la mayor parte de las casas alcanzadas, cualquier investigación que no entre a considerar las casas dañadas y deshabitadas va a infravalorar con seguridad las cifras de muertos. Este hecho debería tenerse en cuenta en cualquier estudio de seguimiento.
Gracias a Les Roberts, a su equipo internacional, a la Escuela de Salud Pública Johns Hopkins y a la junta editorial de The Lancet, tenemos un cuadro más claro, y muy diferente, de la violencia existente en Iraq del presentado por los medios de comunicación «dominantes». Considerando los 14 meses más de guerra aérea y otros hechos violentos desde la publicación del informe Lancet, podemos estimar ahora que han muerto entre 175.000 y 650.000 personas como resultado directo de la guerra; que de 120.000 a 500.000 fueron asesinadas por las fuerzas de la «coalición», y que entre 50.000 y 250.000 de las víctimas eran niños menores de quince años. Además, el efecto combinado de presunciones conservadoras y poco realistas hacen que la cifra inferior citada resulte extremadamente improbable y que las cifras actuales de muertes se acerquen a la parte superior de la escala.
Si se sienten confusos o atormentados entre aceptar la «historia oficial» de la guerra y el cuadro que se desprende del informe Lancet, les sugeriría lo siguiente. Ambas versiones de los sucesos son esfuerzos por contar una historia o pintar un cuadro desde un mosaico de muestras o instantáneas tomadas en diferentes zonas de Iraq. Sin embargo, la forma en que las muestras han sido seleccionadas y examinadas varía mucho. En uno de los casos, la elección de muestras y la forma en que se reúnen está claramente influida y limitada por poderosos intereses políticos, militares y comerciales. En el otro, las muestras fueron conformadas según prácticas epidemiológicas establecidas de forma objetiva y los resultados fueron analizados con rigor científico.
Como alguien que ha seguido los informes sobre esta guerra muy de cerca, encuentro que los resultados del estudio concuerdan con el cuadro que ha ido emergiendo de forma gradual conforme la guerra ha ido avanzando, basándose en el trabajo de arriesgados reporteros y presenciando la aparición de grietas cada vez mayores en la «historia oficial». Y aún hemos obviado cifras de víctimas civiles que sólo pueden ser recogidas en escalas muy amplias. La responsabilidad del fracaso en la obtención de cifras más precisas de víctimas para poder así acceder a una visión más ajustada de la realidad de esta crisis empieza y termina justa y rotundamente en los peldaños de la puerta del número 1600 de la Avenida de Pensylvania en Washington y de la del número 10 de Downing Street en Londres, dos hogares que no han experimentado ningún exceso de muertes en niños o adultos como resultado de la guerra.
(Me siento en deuda con Medialens, un grupo de vigilancia de los medios británicos, por gran parte del material utilizado en este informe. Pueden encontrar una discusión completa del papel de los medios británicos y EEUU para suprimir el informe Lancet en su página de internet:
www.medialens.org/alerts/05/050906_burying_the_lancet_part1.php and
www.medialens.org/alerts/05/050906_burying_the_lancet_part2.php )
N. de T.:
[*] El Cryptosporidium es un parásito que en los últimos años del que, dentro del contexto de la epidemia del SIDA, se ha reconocido su importancia como causa de enfermedad en humanos.
Las fotos provienen de la web italiana dedicada a información sobre la ocupación de Iraq: www.urukunet.org
Puede consultarse el informe Lancet completo en:
http://www.zmag.org/lancet.pdf
Texto original en inglés del artículo de Nicolas J.S. Davis: