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La guerra cumple 3 años, Haula debería cumplir 15, la edad de una chica, no la de una niña

La Princesa Haula

Fuentes: Peace Reporter

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Gorka Larrabeiti.

Parece que los animales, cuando les acecha un peligro, lo perciben y se agitan, emitiendo sus voces muy alto. No ocurre lo mismo con los seres humanos. En vísperas de la guerra, en Bagdad, las personas que no habían podido alejarse, o sea, la gran mayoría de los habitantes de la ciudad, simulaban desesperadamente una vida normal abarrotando bares y mercados, trabajando y casándose, sonriendo hospitalarios a los pocos occidentales que se habían quedado. Uno de ellos era yo. Junto a Gino Strada y el equipo de Emergency estaba allí intentando montar centros de urgencias sanitarias para la población antes que la guerra la embistiera con su violenta carga devastadora. El régimen reaccionaba estrechando aún más su malla en un ciego delirio de omnipotencia y nos concedió unos días para abandonar el país.

Nos consideraba un «peligro para la seguridad de la nación».

Faltaban pocos días para que me viera fuera de aquella normalidad simulada y desesperada. De allí, me iba a llevar sólo la angustia de aquellas personas que no podían irse, encerradas en una trampa mortal ya lista, sin más vía de escape que la del destino individual.

Iba por las calles y dibujaba los rostros apuntando nombre, trabajo y edad del retratado, para fijar al menos unos cuantos en un tiempo quieto, al que no pudiese llegar la guerra para borrarlos.

Los niños no perciben el peligro, no tienen necesidad como los adultos de simular normalidad porque para ellos la normalidad es el momento que están viviendo; están tan llenos de futuro que no lo advierten próximo.

Bajo el retrato esbozado en un cuaderno de notas de Haula Abdallai, de 12 años, escribí: «princesa».

Me había impresionado la coronita de plástico que llevaba en el pelo con un divertido orgullo de niña.

Se rió cuando se lo enseñé y aún sonreía cuando luego, alejándose, me saludó con la mano.

La veía alejarse hacia un futuro que no advertía y que yo, en cambio, veía clarísimo: se alejaba hacia el horror. No podía detenerla como tampoco podía detener el horror que estaba a punto de tragársela.

Entonces, quizá por impotencia, una vez en Italia, le escribí una carta que nunca iba a poder enviarle. Hoy la releo:

Roma, 15 de marzo de 2003

«Princesa:

A lo mejor no lo sabes, pero muchas niñas de doce años como tú se sienten princesas; desde luego es así aquí en Roma, desde donde te escribo, pero también en Nueva York, Tokio o París.

Los cuentos no tienen más lugar y tiempo que el de la infancia. Pero tú, Haula, con tu corona de plástico eres princesa en Bagdad y Bagdad es una ciudad importante en el mapa fantástico de los cuentos, aunque existe real y verdaderamente. Todos los niños del mundo saben que en Bagdad las alfombras vuelan y que en las lámparas viven genios que satisfacen los deseos. Por tanto, tú, Haula, eres una princesa especial, afortunada, porque vives de verdad en la ciudad de los cuentos, donde tu corona de plástico puede brillar más que el oro, tu vestidito con florecitas de lentejuelas es en realidad una fulgurante capa principesca, aunque esté algo descosida y te quede grande y se entrevea una camiseta interior de lana gruesa. Tienes razón, Haula: mantén esa mirada orgullosa y divertida que me has regalado, esa sonrisa con la que te alejabas junto a tu amiga-dama de compañía, cómplice de una emoción que brota fresca de tu curiosidad valiente de niña-princesa. Porque el mundo que rueda en torno a ti es un cofre repleto de espléndidos tesoros que ya son tuyos porque tu futuro, como el del resto de los niños es hoy.

No pienses, Haula, en que yo, el que te escribe, sea un adulto; que yo sepa que Bagdad no se encuentra sólo en los mapas de los cuentos sino también en los que consultan los pilotos de los bombarderos; que ese señor del bigote retratado en todas las esquinas de todas las calles no crea que tú eres una princesa ni le importe que tú seas una niña; que tu futuro sea hoy, como el del resto de los niños, pero que para ti lo sea porque podría terminar mañana o dentro de una semana, tal vez dos, lo decidirá la suerte y unos señores lejanos cuya cara no conoces, como el del bigote, no creen en las princesas ni en los niños.

¿Sabes? Tampoco yo, Haula, creía en las princesas de las ciudades de cuento hasta que te encontré en Bagdad con tu corona de plástico y ahora quisiera jurarte que sí, que creo que eres una princesa y que tengo que hacerte una reverencia como es debido, pero no puedo porque lo haría por piedad y me falta valor.

Tampoco tendría valor para escribirte, a menos que estuviera seguro de que jamás leerás esta carta; sólo espero que porque está escrita en una lengua distinta de la tuya.

No, no tengo valor, me queda sólo la fuerza de la vergüenza».

En abril estaba de nuevo en Bagdad. No había pasado ni un mes y en la ciudad no había nada que la recordara a sí misma: edificios en llamas, coches reducidos a chapa retorcida y chamuscada, el cielo denso de humo oscuro y la última normalidad de muchas personas transformada en cadáveres descompuestos en los arcenes de las carreteras.

Estuve otra vez en Bagdad y en Faluya en la «posguerra», en mayo de 2004.

Odio, violencia y miedo habían arrastrado a la locura a una entera sociedad, desintegrada, embrutecida, aniquilada por la guerra que no cesa y que aún produce ininterrumpidamente otras ocasiones y formas de muerte, desde el coche bomba al bombardeo con fósforo, de las modernas y sofisticadas tecnologías militares a los antiguos degüellos a cuchillo en una alucinante contemporaneidad infinita.

Después, nunca más volví a Bagdad porque ir a una ciudad, a un país transformados en un matadero es un suicidio, si uno no es carnicero.

La guerra cumple tres años, Haula debería cumplir 15, la edad de una chica, no la de una niña. Quién sabe si un día conseguiré saber si a Haula le dio tiempo de hacerse mujer.

Texto original en italiano tomado de:

http://www.peacereporter.net/dettaglio_articolo.php?idc=0&idart=4941

Nota: Texto de la viñeta:

Cromos de guerra

Serie Bagdad: los rostros del «enemigo»

DEAD PEOPLE WALKING

Vauro ’03

Desde Bagdad

KHAWLA ABDALLAI 12 años

«PRINCESA»

(Con corona de plástico)