Recomiendo:
0

Todos nosotros participamos en un Nuevo Iraq

Fuentes: TruthOut

Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández

El pasado 5 de mayo estuve en la Universidad de Texas, en Austin, haciendo una presentación sobre Iraq. Después de haber estado transmitiendo a lo largo de una hora las «horribles noticias» que venían de allí, me plantearon la pregunta que ya he aprendido a prever: «¿No hay ningún aspecto positivo en absoluto?» Comprendo que la gente haga esa pregunta. Debe haber alguna esperanza, en alguna parte, ¿no es así?

Sugerí que siempre pueden acudir a las publicaciones de los colegas de la prensa militar para alcanzar una comprensión «superior» sobre Iraq. En ese momento les hablé sobre uno de esos falaces informes de «noticias». Un informe del 21 de mayo de 2004, publicado durante la segunda temporada que pasé en Iraq, afirmaba: «La Autoridad Provisional de la Coalición ha enviado recientemente cientos de balones de fútbol a los niños iraquíes de Ramada, Kerbala y Hilla. Las mujeres iraquíes de Hila habían cosido los balones, que habían sido decorados con el siguiente lema: «Todos nosotros participamos en un Nuevo Iraq».

ELLOS

Esa misma tarde, tras mi presentación, recibí un e-mail de un amigo que es doctor en Bagdad. El e-mail se podía relacionar con la cuestión que me plantearon, por eso lo traigo a colación aquí:

«Estimado Sr. Dahr: ¡Me pregunto por qué los estadounidenses y las fuerzas de la coalición están siendo apoyados por milicias iraníes como la Organización Badr! Al principio, el apoyo y la colaboración de los chiítas iraquíes ayudó de algún modo a estabilizar y mantener la ocupación. Los escuadrones de la muerte entrenados por las fuerzas de la coalición trabajan día y noche atacando a gente inocente bajo cobertura del Ministerio del Interior, ¡atacando a sunníes tanto como a chiíes! A pesar de saber muy bien quiénes son los autores de esos hechos, no vemos aún ninguna mejora en la situación de la seguridad. Al contrario, la situación empeora cada vez más. Tengo muchos colegas, doctores y de otras profesiones, que están pidiendo ayuda para irse de Iraq ¡porque sus vidas y las de sus familias están en peligro! Los únicos perdedores somos los iraquíes. ¡Los únicos iraquíes que se están beneficiando de esta guerra son los que pasaron toda su vida fuera de Iraq y están ahora viviendo en una fortaleza: la Zona Verde! ¡Todo el mundo sabe ya que la invasión de Iraq se desarrolló sobre testimonios falsos y mentiras! ¡Lo que está pasando realmente es muy diferente de lo que cuentan los medios! Es lo que quiero expresarte.»

Con lo mal que están las cosas en Iraq actualmente, todavía constituye una sorpresa para mucha gente en EEUU, incluyendo a muchos que al comienzo no apoyaban la ilegal invasión y ocupación, aceptar que Iraq ha sido un desastre total desde el primer día de la invasión.

Cada vez que oigo esa pregunta, hay varias escenas del tiempo que pasé allí que me vienen como flashes a la mente, y ya he dejado de preguntarme si ha ocurrido algo bueno en Iraq desde que comenzó la invasión dirigida por EEUU.

ENTONCES

Recordé la experiencia que tuve el 22 de mayo de 2004, el día después del informe en cuestión sobre los balones de fútbol. Fue semanas después que las noticias sobre soldados estadounidenses torturando detenidos en Abu Ghraib golpearon los medios dominantes. Cuando decidí ir a Abu Ghraib, el primer simulacro de consejo de guerra había condenado tan solo a uno de los soldados cómplices en las atrocidades. Quería encontrar y entrevistar a miembros de familias que estaban tratando de entrar en la prisión y ver y hablar con sus seres queridos detenidos allí.

Anteriormente a ese viaje, mi intérprete y yo habíamos entrevistado a un hombre que había sido horriblemente torturado en Abu Ghraib. Se había reído: «¡Los estadounidenses llevaron la electricidad a mi culo antes de llevarla a mi casa!» En la polvorienta y lúgubre zona exterior de Abu Ghraib, fuertemente aislada con alambradas eléctricas, muchas más historias de horror nos esperaban. La ansiedad y la desesperación impregnaban la atmósfera mientras los apenados familiares esperaban, esperando contra toda esperanza que les concedieran una oportunidad para visitar a un ser querido en el interior de aquel dantesco recinto.

Congregados en aquel terreno baldío, hombres, mujeres y niños esperaban. Su angustia acompañaba su indignación mientras seguían sin poder conseguir acceder a sus seres queridos en la prisión o sin poder obtener cualquier información sobre ellos.

Sentado sobre un duro montón de mugre con su blanca dishdasha y su turbante agitándose suavemente en el seco y cálido viento, Lilu Hammaed miraba fijamente los altos muros de la cercana prisión. Era casi como si estuviera intentando ver a su hijo Abbas, de 32 años, a través del hormigón anaranjado.

Estaba sentado solo, con sus cansados ojos inquebrantablemente fijos en la fuertemente vigilada Abu Ghraib. Cuando mi intérprete le preguntó si quería hablar con nosotros, pasaron varios segundos antes de que Lilu volviera lentamente la cabeza y nos mirara. «Estoy sentado aquí, ahora, sobre el suelo, esperando la ayuda de Dios».

Su hijo llevaba seis meses en Abu Ghraib, tras un asalto a su casa en el que no se encontraron armas. El joven nunca había sido acusado de nada. Lilu sostenía en la mano una arrugada hoja con un permiso de visita que acababa de conseguir, que le permitía una breve reunión con su hijo… el 18 de agosto, hacía ya tres meses.

Un grupo de vehículos multi-ruedas Humvee nos sobrepasó, envolviéndonos en una nube de polvo. Una mujer que estaba sentada cerca de nosotros exclamó: «¡Esperamos que el mundo entero pueda ver la situación en que nos encontramos!».

Escarbo más en mi memoria y recuerdo el 11 de noviembre de 2004. Mi intérprete apareció en mi hotel totalmente descompuesto. La noche anterior, tras empezar el toque de queda a las 21,30 horas, helicópteros militares estadounidenses estuvieron sobrevolando sobre su barriada una y otra vez hasta las tres de la madrugada. «¿Cómo podemos vivir así?», se preguntó, alzando sus manos. «Estamos atrapados en nuestro propio país». Me confesó: «Sabes, Dahr, todos rezamos a Dios para que podamos vengarnos de los estadounidenses. ¡Todos!»

Esa noche, más tarde, otro amigo iraquí apareció en mi habitación con una mirada salvaje en los ojos, el sudor le caía a chorros por la frente. «Acaban de asesinar a mi amigo, y era uno de mis mejores amigos. No puedo imaginar que esté muerto, que esté realmente muerto, aunque supongo que ya está a salvo». Sobre la familia de su amigo me contó: «Son muy pobres, viven 21 personas en una casa de tres habitaciones, son muy buenas personas».

Eso no era todo. Un pariente suyo había estado desaparecido durante seis días. Ese día, alguien que le encontró en la carrera había llevado el cuerpo a su familia. El cuerpo, que mostraba signos visibles de haber sido torturado, tenía dos disparos en el pecho y otros dos en la cabeza. Habían dejado en los bolsillos de sus pantalones los cuatro cartuchos de las balas que le habían matado.

«Dahr, hoy me están volviendo loco todas esas noticias», exclamó mi amigo, levantando las manos en el aire. «La cifra de personas que están matando va creciendo velozmente cada día, todo es una mierda». Echó hacia atrás la cabeza y respiró en profundidad, entonces lentamente suspiró. Rememoró que durante toda su vida había sido igual en Iraq pero nunca tan mal como ahora. «Cuando era niño, se convirtió en algo normal tener a alguien en la familia que hubiera muerto en la guerra con Irán», dijo, «pero ahora, todo el mundo está muriendo cada día».

El 12 de noviembre de 2004, tras esa desalentadora discusión con mis dos intérpretes, recuerdo que me reuní con el Dr. Wamid Omar Nadhme, un importante politólogo de la Universidad de Bagdad, un anciano elocuente que se opuso con vehemencia al régimen de Saddam Hussein, y por entonces se había vuelto muy crítico sobre la política estadounidense responsable de la violencia y el caos que devoraban su país.

Comentando sobre la situación actual, me dijo: «Puedo asegurarte, que más del 75% de los iraquíes no pueden siquiera tolerar esta ocupación. La administración derechista de Bush está cegada por su ideología, y todos estamos sufriendo por ello, los iraquíes y los soldados». No puedo olvidar el comentario final que me hizo: «Iraq está ardiendo de ira, desesperación y tristeza».

Otro ejemplo elocuente de que nada bueno sucede en Iraq me llegó el 19 de noviembre, exactamente una semana después de mi encuentro con el Dr. Nadhme. Recibí una llamada de uno de mis intérpretes, que en aquel momento estaba en la mezquita para cumplir con las oraciones del viernes. Pude escuchar el clamor ensordecedor de cientos de gentes coreando «Allahu Akbar» (Dios es Grande). El sonido reverberaba en la reducida área detrás de su nerviosa voz: «Dahr, unos soldados estadounidenses me están reteniendo a punta de pistola dentro de la mezquita de Abu Hanifa». Su incrédulo desconcierto era palpable mientras gritaba «¡todos rezan a Dios porque los estadounidenses están asaltado nuestra mezquita durante la plegaria del viernes!»

Siguió haciendo llamadas cortas, poniéndome al corriente de la atrocidad. Después de unas cuantas frases informando, colgaba. Sus intermitentes comentarios en directo desde el interior de la mezquita donde estaba atrapado siguen siendo uno de mis recuerdos más espeluznantes de Iraq. En la pausa entre una llamada y otra yo pasaba a máquina la última información recibida antes de que volviera a llamar con más testimonios.

«¡Han disparado y matado al menos a cuatro de las personas que estaban rezando y hay ahora al menos 20 heridos! ¡No puedo dar crédito a mis ojos! No puedo dejar que me vean llamándote. Estoy tirado sobre el estómago y mantienen sus armas apuntándonos a todos. Hay demasiada gente dentro de la mezquita y han cerrado el recinto. Estamos tirados boca abajo y en muy mala situación».

Podía oír los alaridos al fondo en medio de los disparos. Los soldados finalmente liberaron a los hombres que tenían con ellos a mujeres y a niños. Fue una suerte total que mi intérprete escapara ese día. Fue liberado porque un niño se le acercó pidiéndole que actuara como si fuera su padre.

Cuando llegó más tarde a mi hotel, estaba angustiado y lloraba. «Me siento espantosamente mal. No veo ninguna libertad, no veo ninguna democracia. Si esto pudiera llevar a una libertad, es una libertad con sangre. Es una libertad con emociones tristes. Es una libertad de muerte. No puedes conseguir la libertad mediante la sangre o la muerte. No se encuentra la libertad de esa forma. La gente estaba yendo a rezar a Dios y les matan y les hieren. Había unas 1.500 personas rezando a Dios, y es un día festivo en el que la gente va todos los viernes a rezar. Y se encontraron con que les disparaban y les mataban. Había tantas mujeres y niños yaciendo en el suelo. Eso no es democracia ni libertad».

Había grabado todo en la pequeña grabadora que utilizamos cuando entrevistamos a la gente.

Esos recuerdos no son más que un fogonazo de la terrible realidad que sufre el pueblo iraquí a diario bajo la ocupación estadounidense. Si ha tenido lugar algún cambio ha sido que todas las situaciones han empeorado; es una deriva que he presenciado desde el principio.

AHORA: Para nosotros y para ellos

Al menos 122 iraquíes murieron el último fin de semana. Y esas sólo fueron las muertes de las que se informó. El número total de los iraquíes muertos violentamente como resultado de la ocupación se acerca más probablemente al cuarto de millón.

También el último fin de semana, un helicóptero militar británico fue derribado en Basora, muriendo cinco soldados. Esto provocó un enfrentamiento entre las tropas británicas y los habitantes de Basora, que arrojaron bombas de petróleo y piedras a las tropas de ocupación mientras les gritaban blasfemias. Dos tanques británicos y un Land Rover acabaron envueltos en llamas. En la primera semana de mayo, 20 soldados ocupantes han muerto en Iraq, elevando el número total al menos a 2.420.

Durante la presentación en Austin y una vez llegados a cierto punto intenté en vano describir a la audiencia cómo es la vida en Bagdad. Fue inútil, porque ¿cómo puede nadie imaginar en EEUU lo que supone ser invadido, que destruyan toda la infraestructura de tu país, que los soldados ocupantes fotografíen a detenidos estadounidenses en humillantes y forzados actos sexuales y que sean exhibidos de esa forma por televisión, que asalten nuestras iglesias y que los fieles que estén allí sean disparados y asesinados por las tropas de ocupación?

Sólo cuando mucha más gente llegue a comprender en EEUU el grado de destrucción sufrido por Iraq, puede uno esperar que surjan la protesta y el rechazo necesarios para poner fin a la ocupación y llevar ante los tribunales a los criminales de guerra responsables de esa situación. Hasta que eso suceda, no se confundan: todos nosotros participamos en un nuevo Iraq y nuestras manos están manchadas con la sangre de los inocentes.

Dahr Jamail es un periodista independiente que pasó unos ocho meses informando desde el Iraq ocupado. En la ciudad de Nueva York, en enero de 2006, presentó pruebas de los crímenes de guerra de EEUU en Iraq ante la Comisión Internacional de Investigación sobre los Crímenes Contra la Humanidad Cometidos por la Administración Bush. Escribe con regularidad para TruthOut, Inter Press Service, Asia Times y TomDispatch y mantiene su propia página en Internet: dahrjamailiraq.com

Texto original en inglés:

www.truthout.org/docs_2006/051006Z.shtml