Frente a la aparente falta de un espacio que permita la convivencia de las diferencias, la búsqueda y el reconocimiento de la identidad, hoy el arte latinoamericano se dispone a llegar a ser un espacio constituyente de América Latina. Para muchos el espacio artístico es donde se puede descubrir y exteriorizar lo que sucede tanto […]
Frente a la aparente falta de un espacio que permita la convivencia de las diferencias, la búsqueda y el reconocimiento de la identidad, hoy el arte latinoamericano se dispone a llegar a ser un espacio constituyente de América Latina. Para muchos el espacio artístico es donde se puede descubrir y exteriorizar lo que sucede tanto a nivel particular como a nivel grupal. Sin embargo, el arte en sus múltiples manifestaciones también genera un lugar común que estimula la capacidad creativa a través del análisis, la observación, la mirada, la expresión de los sentimientos más profundos y el encuentro con la pluralidad.
Teniendo en cuenta esto, el arte de América Latina se encuentra en un momento que, desde varios puntos de vista, puede ser clave para su desarrollo y fortalecimiento. A pesar de ello, enfrenta uno de sus mayores desafíos: lograr que el público latinoamericano lo tenga en cuenta, lo encuentre y, fundamentalmente, se reconozca y se identifique en él.
Esta situación no es sólo consecuencia de los espectadores, es también el resultado de las políticas de las últimas décadas y del lugar que le otorgan los gobiernos y los medios de comunicación a las instituciones y a los artistas. Algunos Estados no suelen tener en cuenta el daño irreversible que se le provoca a la sociedad cuando ésta pierde espacios constituyentes y productores de valor simbólico.
Muchos teatros, cines y museos, fueron víctimas de esta situación y desaparecieron como lugares definitorios para la sociedad. Según Mirta Amati, Magíster en Comunicación y Cultura de la Universidad de Buenos Aires (UBA), esta realidad latinoamericana se expresa en la oposición estado/tradicional versus privado/moderno y aparece en las palabras del empresario y coleccionista, Eduardo Costantini quien donó sus bienes, dando nombre al museo durante la etapa del proyecto, para luego denominarse, Museo de Arte Moderno Latinoamericano -colección Costantini-, MALBA: «Originariamente, yo no tenía previsto un museo. Cuando la colección tuvo un valor importante, la primera decisión fue que se mantuviese como tal, que no se dividiera. Para eso había que donarla. Había dos caminos. O la donaba a un museo ya existente que es del gobierno, o a alguna institución privada. Como los museos gubernamentales no son confiables porque no tienen recursos, como tampoco medios para sustentarse o lugar para exhibir, surgió una tercera posibilidad, que era construir un museo. Apareció un terreno y no lo dudé un segundo».
Por otra parte, el crítico cinematográfico y director de la revista El Amante, Gustavo Noriega analiza la situación del cine que también lucha y convive con los mismos inconvenientes que se explican anteriormente: «Por ejemplo, la Cinemateca de Montevideo reúne en sus salas el 20 por ciento del público total que asiste al cine en la capital uruguaya. Pero, la mayor parte de las veces, los equipos de proyección no son los óptimos, las copias sufren los embates del tiempo, los asientos no son cómodos y la ambientación resulta inadecuada. Para un espectador entrenado estas dificultades no son tales, pero la diferencia de comodidad y de calidad de proyección entre un cineplex que exhibe exclusivamente estrenos comerciales y una sala de arte y ensayo suele tener consecuencias catastróficas para la asistencia a estas últimas».
De manera simultánea a este contexto, el arte de América Latina encierra la gran paradoja de tener cierto reconocimiento a nivel internacional y ser ignorado más de una vez en su tierra. Esto se evidencia cuando muchas veces la labor artística puede continuar gracias al aporte y al estímulo que otorgan los Festivales, ya sean de Teatro o Cine, en donde a lo largo de diez días aproximadamente, en distintas ciudades del mundo se presentan diferentes producciones que suelen tener alguna restricción temática, formal o de origen. En dichos eventos los espectadores locales se encuentran con una oferta inusitada, imposible de encontrar en otra época del año.
Ejemplo de ello, fue la película latinoamericana, Estación Central (Central do Brasil), de Walter Salles, que en 1998 pudo exportarse exitosamente y no sólo estuvo nominada para el Oscar a la mejor película extranjera, sino que tuvo cifras de público más que aceptables. En Estados Unidos, la vieron más de 1 millón de personas y en Europa, más de 1 millón y medio.
Los diversos espectadores están dirigiendo su mirada a las producciones latinoamericanas y muchas veces, encuentran en ellas cómo sin recursos económicos es posible llegar a una obra digna de ser aplaudida y contemplada, que no sólo produce una ruptura y presenta una nueva estética sino que expresa la historia, las problemáticas y los sentimientos de los pueblos, es decir la diversidad que está presente tanto en las sociedades como en la actividad artística.
Los especialistas y escritores, Alberto Carrere y José Saborit, en su obra de pensamiento, Retórica de la Pintura, se preguntan acerca del arte, específicamente sobre la pintura y sus significaciones: «no se trata -como quería Sartre- de salvar heroicamente al significado, ni desmantelar- como quería Barthes- las formas hegemónicas de la representación mediática; se trata simplemente de no cooperar con un proceso de absorción y banalización del arte por el mercado del espectáculo, apostando por la diversidad en contra de la homogeneidad».
En medio de este sistema, que encierra múltiples luchas y se alimenta de su propia dialéctica, el hombre latinoamericano busca las imágenes que lo definan. Para ello, necesita encontrarse con el candombe uruguayo y su caminata, con la zamba norteña y sus creencias, con los personajes de Antonio Berni y sus texturas, con los versos de José Martí y sus metáforas, con los murales mexicanos y sus trazos, con el barrio de Quinquela y sus sombras, con los festejos del día mundial de la pereza en Colombia y sus sacadas de cama a la calle, con los happenings y sus libros, con las palabras de Neruda y sus Odas, con Puig y su beso de la mujer araña, con las artesanías y sus metales, con las cerámicas y sus guardas, con las formas y sus contornos y con los colores y sus texturas, con sus paisajes y sus olores… entre otros.
Es un individuo que puede comenzar a crear a partir de reconocer que tiene la necesidad intrínseca de representarse y llegar así a vislumbrar su identidad como sujeto y no como objeto de su presente perpetuo. América Latina respira y siente cada una de sus expresiones y manifestaciones. Está en movimiento y desde el arte, invita a transitar por el camino de la reflexión, el análisis, la creación, la historia y la mirada. Busca poder comenzar un proceso que tiene como fuente de inspiración la diversidad y como obra maestra: la identidad Latinoamericana.