No debe existir el derecho de que el pez grande se coma al chico sin que exista, al menos, una reprobación moral. La abusadora y prepotente invasión de Irak le conquistó a Sadam Hussein la simpatía de muchos pese a sus errores y flaquezas morales. Lo más intolerable de Hussein fue esa obsesión de convertir a su país en una potencia armada. Esas enormes sumas, provenientes del petróleo, empleadas en aviones de guerra, artillería y tanques, pudieron haber sido empleadas en escuelas y hospitales, en medicamentos, en laboratorios y universidades, en centros de investigación superior, en fundaciones culturales. En cambio, ha gastado en pólvora y acero lo que pudo haber empleado en salud y saber, en mejorar las condiciones de vida de su maltrecho pueblo. Eso es lo que no debe perdonársele a Hussein. Sin contar, desde luego, el haber diezmado a las minorías curdas con gases mortíferos. Los fusilamientos frecuentes de sus enemigos políticos quizás sean parte de una legítima defensa ante los reiterados complots que organizaba la CIA en su contra.
Irak fue un protectorado británico hasta que se permitió al rey Faisal ocupar el trono en 1921 para encabezar una monarquía constitucional. Durante la Segunda Guerra Mundial hubo indecisión de los gobernantes iraquíes sobre qué partido tomar entre los contendientes. Muchos extremistas del panarabismo deseaban una alianza con Alemania porque estimaban que de ser victoriosa favorecería la independencia y la unidad de los países árabes. En consecuencia Gran Bretaña invadió Irak en abril de 1940, entrando por el Golfo Pérsico, derrocó al gabinete pro germano y al regente, que gobernaba en nombre del rey Faisal II, de sólo cinco años de edad, y se aseguró así el apoyo de Irak durante el conflicto.
En 1948 los disturbios populares contra un tratado impuesto por los británicos, que les prorrogaba sus antiguas bases militares, alimentaron los sentimientos patrióticos y antimperialistas de los militares. Los motines se repitieron cuatro años más tarde y el rey Faisal II ascendió al control del poder habiendo alcanzado la mayoría de edad. No lo retuvo por mucho tiempo, en 1958 un golpe de Estado lo derrocó. Los Oficiales Libres, dirigidos por Karim Kassem, declararon la república y al islamismo, la religión oficial. La liberación de los presos políticos y el retorno de los exiliados, la nueva constitución, el advenimiento del multipartidismo le conquistó el favor popular al nuevo régimen.
Pero Kassem se fue aislando políticamente y en 1963 fue depuesto y ejecutado. El Partido Baas tomó el poder y mezcló elementos socialistas y nacionalistas en su ideología, favoreció una apertura pro-soviética. La idea de un socialismo arábigo prosperó mucho en aquellos años pero resultó impracticable dentro del contexto internacional. Sadam Hussein conspiró contra Karim Kassem y a la caída de este regresó a Irak y ocupó diversos cargos de responsabilidad hasta que en 1969 fue designado Vicepresidente del Consejo de la Revolución y en julio de 1979 asumió la Presidencia de la República y el cargo de Secretario General del Partido. Al año siguiente invadió Irán siguiendo las órdenes del gobierno estadounidense. Sadam Hussein frustró las posibilidades progresistas de una potencial revolución social en el mundo árabe.
Kemal Ataturk, Gamal Abdel Nasser, Ahmed Ben Bella, Ayatola Jomeini, Mohammed Mosadegh han sido algunos de los profetas del despertar islámico que reclamó la modernización de sus procedimientos económicos mientras profundizaban en las raíces religiosas. Los fundamentalistas parecen haber encontrado la manera de ahondar en su identidad por vía de la espiritualidad. Pero no debemos olvidar que detrás de todo esto está el petróleo: la necesidad que Estados Unidos tiene del oro negro del mundo árabe, por el cual está dispuesto a ir a cualquier guerra antes de permitir que sus fábricas se paralicen y sus ciudades se oscurezcan. Las sanciones impuestas a Irak tras la Guerra del Golfo impidieron que vendiese su producción petrolera. Esta interdicción permitía mantener unos precios estables, gratos a la OPEC. Hussein pretendía que fuesen levantados estos castigos, vender más petróleo y comprar más armas.
Estados Unidos deseaba que Irak le entregase incondicionalmente, como Arabia Saudita, sus inmensos recursos petroleros y estaba dispuesto a lo imposible para conseguirlo. Finalmente el clan de halcones de la Casa Blanca logró su propósito de introducirse con violencia en el Oriente Medio para regular el flujo petrolero en su beneficio.
Ahora Sadam Hussein ha sido condenado a muerte en la horca, fin ignominioso que él quiso evitar reclamando el honroso fusilamiento que merece un ex militar. Termina un período incierto, pero se abre un capítulo glorioso en el Irak combativo, que con sus luchas de liberación nacional permitirá que emerjan nuevos líderes que conducirán a su país a nuevos derroteros de desarrollo y prestigio cuando haya desaparecido la banda de vasallos sumisos que ocupa el poder espurio impuesto por las bayonetas yanquis.