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Reseña de "¿Proteger o expoliar? Los derechos de propiedad intelectual" y "Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos" de Vandana Shiva

Piratas en acción

Fuentes: El Viejo Topo

Vandana Shiva. ¿Proteger o expoliar? Los derechos de propiedad intelectual. Intermón Oxfam. Barcelona 2003. Traducción de Ana Mª Cadarso.   Vandana Shiva. Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos. Paidós, Barcelona 2003. Traducción de Albino Santos Mosquera   Como se señala en la contraportada de ¿Proteger o expoliar?, términos como derechos de propiedad […]

Vandana Shiva. ¿Proteger o expoliar? Los derechos de propiedad intelectual. Intermón Oxfam. Barcelona 2003. Traducción de Ana Mª Cadarso.

 

Vandana Shiva. Cosecha robada. El secuestro del suministro mundial de alimentos. Paidós, Barcelona 2003. Traducción de Albino Santos Mosquera

 

Como se señala en la contraportada de ¿Proteger o expoliar?, términos como derechos de propiedad intelectual (DPI), patentes, ADPIC o similares suenan, en primera instancia, a aburridas cuestiones técnicas, a discusiones de expertos asépticos en lujosas oficinas empresariales o públicas, con escasísimo, por no decir nulo, interés político. Pero, como Vandana Shiva (VS) muestra documentadamente, si afinamos el oído, si prestamos mayor atención al tema desarrollado, la música suena muy distinta: las llamadas «nuevas ideas», las tecnologías «de punta», la identificación de genes, las manipulaciones de los organismos vivos que pueden poseer y explorar las transnacionales para obtener beneficios astronómicos son temas cruciales de nuestra época que afectan a toda la Humanidad y especialmente a las poblaciones del Tercer Mundo. La justa y supuestamente inocente protección intelectual se está transformando en un nuevo expolio empresarial-colonial, en una nueva forma de piratería.

Algunas de las razones esgrimidas por VS para justificar la tesis que desarrolla en ¿Proteger o expoliar? serían las siguientes:

1. Las patentes no formaron parte de nuestra vida cotidiana hasta la década de los ochenta. Hasta entonces, los únicos interesados eran los propios inventores, los examinadores de patentes y, sin duda, los abogados especialistas. Dos hechos cambiaron radicalmente la situación e hicieron que el tema se convirtiera en un asunto crítico que afecta directamente a nuestra vidas: 1º) La decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos de considerar la vida como un invento, permitiendo de este modo que el correspondiente departamento de la Administración usamericana concediera patentes sobre la vida. Así, el 12 de abril de 1988, la oficina de patentes de EEUU concedió a DuPont una patente sobre un ratón cuya línea había sido modificada para hacerlo susceptible al cáncer. 2º) La introducción, por parte de EE.UU., de patentes y DPI en la Ronda Uruguay y en el GATT.

2. Durante los últimos años del siglo XX se han concedido patentes sobre conocimientos tradicionales y plantas autóctonas, e incluso sobre microorganismos, genes, animales y células y proteínas humanas. «Hoy no sólo se otorgan patentes para las máquinas, sino para los seres vivos y la biodiversidad; no sólo para los nuevos inventos, sino para el saber de nuestras abuelas» (p.9). Así, los conocimientos tradicionales que países como la India han utilizado durante siglos para intentar satisfacer sus necesidades más básicas están en peligro de ser patentados por poderosas transnacionales.

3. Los sistemas de DPI lejos de evitar la piratería intelectual más bien la fomentan, llegando a violar, en algunas ocasiones, los derechos humanos. De hecho, el sistema de patentes no estimula necesariamente, como se suele publicitar, la generación de tecnología y mucho menos la difusión. En un estudio de 1984, el 80% de las empresas norteamericanas analizadas admitieron que el principal motivo para sacar una patente era bloquear determinados sectores técnicos, sin que tuvieran intención alguna de explotar la invención. A eso se le sigue llamando la regla de oro de la «sagrada competencia» en el «libre mercado».

4. Si las patentes conceden a su titular el derecho exclusivo a su invención (creación, uso, venta, distribución), los titulares de patentes sobre la vida pueden impedir que otros puedan elaborar o utilizar las semillas, plantas o animales patentados. «Como los recursos vivos y los seres vivos «se hacen» a si mismos y lo agricultores siempre han guardado sus semillas y conservado sus terneros, el derecho de patentes occidental considera que guardar e intercambiar semillas es un ‘robo contra la propiedad intelectual'» (p.12). Muchas veces lo que se patentan son los conocimientos de las poblaciones indígenas y la innovación tradicional. «A medida que la era del combustible fósil deja paso a la era de la biología, las patentes de material vivo se convierten en el medio para controlar las materias primas y los mercados del tercer Mundo» (p.25).

5. Las patentes se están extendiendo al mismísimo ámbito humano. En 1984, el médico de una persona que estuvo sometida a un tratamiento contra el cáncer de bazo, patentó su línea celular sin su consentimiento. La «línea celular de Mo» fue vendida posteriormente a la transnacional farmacéutica Sandoz. «Las estimaciones relativas al valor final de la línea celular han sobrepasado los 3.000 millones de dólares» (p.13).

6. Las patentes se han convertido en uno de los componentes más importantes de las exportaciones de los Estados Unidos. Si en 1947 la propiedad intelectual suponía algo menos del 10% de todas sus exportaciones, en 1994, superaba el 50%. Precisamente, una de las líneas de actuación de los gobiernos americanos, desde el primer gobierno Reagan, es presionar con todos los medios a todos los países para que modifiquen sus leyes de protección intelectual y legislen de forma similar al derecho norteamericano. Si lo consiguieran, EE.UU. podría reducir drásticamente su escandaloso déficit comercial.

7. La financiación de las grandes empresas puede crear una investigación sesgada que debilita enormemente el interés público y favorece en exceso a los patrocinadores empresariales. Aunque existan campos que quizá no sean rentables comercialmente son, en cambio, socialmente necesarios. Necesitamos «la epidemiología, la ecología y la biología evolutiva y del desarrollo, como sociedad que quiere enfrentarse a los problemas ecológicos» (p.37). En cuanto se ignora lo útil y lo necesario y nos centramos únicamente en la rentabilidad económica, estamos destruyendo las condiciones para la creación de la diversidad intelectual. No hay que olvidar que la criminalización del intercambio de conocimientos, una de las reglas básicas de la actividad científica según la sociología de la ciencia (Merton), es ya una realidad.

8. Las patentes relacionadas con los recursos biológicos muestran el lado más siniestro de la situación: con la creación de «propiedad» a través de patentes, las transnacionales se están convirtiendo en los nuevos «señores de la vida», como lo son o lo fueron los terratenientes o los antiguos señores feudales. «Podrán cobrar un alquiler por cada semilla sembrada, por cada medicina elaborada con los dones gratuitos de la naturaleza, a las que la gente ha accedido libremente durante generaciones» (p.45). De hecho la autora entiende que la biopiratería, esta nueva forma de colonialismo capitalista, sería el empleo de los sistemas de propiedad intelectual para legitimar el control exclusivo de los recursos, productos y procesos biológicos que se han usado desde siempre en las culturas no industrializadas. Por ejemplo: el phyllanthus niruri es una planta medicinal utilizada en toda India para tratar diversas formas de hepatitis y otros trastornos del hígado. Pues bien, el Fox Chase Cancer Centre de Estados Unidos ha solicitado una patente sobre esta planta para fabricar un medicamento para el tratamiento de la hepatitis B vírica. Argumentan, para justificar su patente, que el phyllanthus niruri nunca había sido propuesto para ese tratamiento antes del trabajo desarrollado por los actuales investigadores.

9. VS concluye su investigación señalando que «los sistemas de patentes que se han diseñado y configurado pueden reintroducir una nueva época de colonialismo en la que no sólo nosotros volveremos a ser colonizados como pueblo, sino todos los seres vivos» (125-126). Deberíamos, pues, y ésta una tarea que también nos atañe, cuestionar el actual paradigma de las patentes, legislación que permite tratar a los seres vivos de simples invenciones humanas y permitir su apropiación empresarial, pirateando con ello siglos de innovación y creatividad de poblaciones dominadas.

Cosecha robada, en línea consistente con su anterior estudio, pone de manifiesto los devastadores efectos de la agricultura industrial y globalizada para el conjunto de la Humanidad, para los pequeños agricultores y para el medio ambiente, con especial interés en destacar la escasa salubridad de nuestros alimentos, cuestión sin duda nada marginal: la comida es nuestra necesidad más básica, el elemento fundamental de la vida. Como señala la autora en los compases iniciales de su introducción: «a lo largo de las dos últimas décadas todas las cuestiones en las que me he involucrado como activista ecologista y como intelectual orgánica me han revelado que lo que la economía industrial llama «crecimiento» es, en realidad, una forma de robo a la naturaleza y a las personas» (p.9).

La perspectiva crítica de la autora es la siguiente:

1. La transformación de bosques naturales en monocultivos de pino y eucalipto para materia prima industrial genera, ingresos y crecimiento.

2. Pero ese supuesto crecimiento se basa en robar a los bosques su biodiversidad, su capacidad para conservar aguas y suelo. Se fundamenta, pues, en «el robo de las fuentes de alimento, forraje, combustible, fibra textil, medicinas y protección contra inundaciones y la sequía que tienen las comunidades forestales» (p.9).

3. Aunque muchos ecologistas, sostiene VS, se dan cuenta de que convertir un bosque en un monocultivo es empobrecimiento, no aplican ese mismo razonamiento a la agricultura industrial. Se ha creado el mito empresarial, compartido por corrientes del ecologismo y por algunas ONG,s, que sostiene la necesidad de la agricultura industrial intensiva para que se produzcan más alimentos y se reduzca el hambre en el mundo.

4. Pero, para Shiva, tanto en el caso de la agricultura como en el caso de la silvicultura, la ilusión de crecimiento «encubre un robo a la naturaleza y a las personas pobres: se oculta la creación de escasez tras una máscara de crecimiento». El expolio sigue creciendo desde la irrupción de la economía globalizada.

5. El papel del GATT y de la OMC es transparente: han institucionalizado y legalizado el crecimiento empresarial basado en las cosechas robadas a la naturaleza y a las personas. De este modo, el acuerdo sobre derechos de propiedad de la OMC convierte en crimen guardar y compartir semillas de la propia cosecha para futuras siembras.

6. Las imposiciones son a veces llanamente criminales y la única posibilidad es la resistencia. En 1998, se intentó destruir la economía del aceite comestible de la India mediante la imposición del aceite de soja. «El movimiento de las mujeres y los movimientos de agricultores se resistieron a la importación de aceite de soja subvencionado para asegurarse de que sus medios de vida y sus culturas alimentarias tradicionales no fueran destruidos» (p.12). Los alimentos no modificados genéticamente no son, por tanto, un lujo de sectores de privilegiadas poblaciones occidentales sino que constituyen «un elemento básico de derecho a una comida segura, accesible y cultural apropiada» para toda la Humanidad.

7. La posición de la autora es nítida: no es inevitable que las grandes empresas acaben controlando totalmente nuestras vidas y gobiernen el mundo a su antojo; tenemos realmente la posibilidad de determinar nuestro propio futuro, «tenemos la obligación ecológica y social de asegurarnos que los alimentos de los que nos nutrimos no sean una cosecha robada» (p.12) y tenemos también la oportunidad de combatir a favor de la libertad de todas las especies y de todas las personas. Las semillas no son únicamente la fuente de futuras plantas y alimentos sino el lugar en el que se almacena la cultura y la historia. Robar cosechas es robar semillas y, con ello, expoliar la cultura y la historia reales de las grandes sectores de la Humanidad.

8. Los retos son claros: hay que cambiar radicalmente las reglas de la globalización y del llamado «libre comercio», y hay que supeditar la búsqueda del beneficio comercial a los valores superiores de la protección de la tierra y al sustento más básico de las personas. De todas ellas. A eso, hace años, lo llamábamos socialismo, comunismo igualitario y homeostático. Ahora, aunque las luchas por las palabras sean significativas, podemos llamarlo como queramos siempre que no perdamos el sentido propio de las finalidades.

Hay que destacar finalmente en ambos ensayos, aunque sea cuestión lateral, las penetrantes reflexiones epistemológicas de la autora. Por ejemplo: Shiva señala acertadamente que no se puede admitir el uso nada inocente del término «ciencia» para referirse únicamente a la ciencia occidental moderna. La ciencia es una empresa pluralista que remite a formas de conocimiento diferentes y que no puede ni debe excluir los conocimientos tradicionales, aunque estos puedan carecer en ocasiones de sofisticadas teorías justificativas. ¿Acaso no es conocimiento de interés las 200.000 variedades de arroz que los campesinos indios han desarrollado a la largo de la historia por medio de innovaciones y cultivos?

Como comentario, nada sustancial, acaso podría señalarse que la autora usa el término «occidental» de forma poco matizada. Donde dice piratería occidental, tal vez sería mejor escribir piratería imperial o, simple y llanamente, capitalista. También la biopiratería afecta a los conocimientos tradicionales de las poblaciones agrícolas o artesanales que viven en países occidentales. La mayoría de los excelentes ejemplos que ilustran los argumentos y posiciones de VS pertenecen a la historia y a la agricultura de la India. Tarea de todos es ampliar el horizonte geográfico de su justificada denuncia.