El hecho de escribir memorias o libros retrospectivos, o de difundir por cualquier otro medio opiniones sobre sucesos del pasado, acarrea siempre cierto efecto bumerán, sobre todo cuando los autores han ejercido serias responsabilidades; más todavía, si como consecuencia de éstas han ocupado en su momento, suscitando polémica, el escenario más visible de la actualidad. […]
El hecho de escribir memorias o libros retrospectivos, o de difundir por cualquier otro medio opiniones sobre sucesos del pasado, acarrea siempre cierto efecto bumerán, sobre todo cuando los autores han ejercido serias responsabilidades; más todavía, si como consecuencia de éstas han ocupado en su momento, suscitando polémica, el escenario más visible de la actualidad. Por efecto bumerán hay que entender, en este caso, las repercusiones negativas de esas opiniones publicadas, no en detrimento de quien las escribe, sino en perjuicio de quienes estuvieron relacionados con el autor, sea como jefes o superiores directos o como subordinados más inmediatos.
Este es el caso concreto de la ex general de brigada Janis Karpinski, degradada a coronel en 2005 como consecuencia de la investigación abierta en torno al tristemente famoso penal de Abu Ghraib, y autora de un libro titulado One Woman’s Army: The Commanding General of Abu Ghraib Tells Her Store (que en su versión al castellano podría traducirse como: «El ejército de una mujer: la general jefe de Abu Ghraib cuenta su historia»).
El pasado 26 de octubre, la ex general fue entrevistada por la cadena estadounidense independiente de radio y TV Democracy Now! (¡Democracia, ahora!) en Berlín, donde acudió para testificar en un proceso allí abierto por posibles crímenes de guerra en Iraq contra varios mandos militares de EEUU, incluido el ex Secretario de Defensa Donald Rumsfeld.
En el curso de la larga entrevista, tras narrar la evolución del presidio a medida que aumentaba el número de los cautivos allí encerrados, ella se exculpó parcialmente de las ignominias perpetradas, atribuyéndolas a los servicios de Inteligencia Militar -encargados de los interrogatorios- y no a la Policía Militar -responsable de la custodia de la prisión-, cuerpo cuyo mando ella ejercía en Iraq. Cuenta cómo descubrió que los interrogatorios estaban a cargo de una empresa subcontratada, al ver en las abominables fotografías mundialmente difundidas a unos individuos que ella tomó por traductores: -¿Por qué salen los traductores en esas fotos?- preguntó. -Señora, no son traductores, son los interrogadores contratados- fue la respuesta.
En la prisión cuya custodia estaba a cargo de Karpinski como máxima autoridad, tenían lugar degradantes e ilegales interrogatorios que ella ignoraba. Sospechando que a sus espaldas se cocía algo muy grave, al requerir información para aclarar la situación, encontró sujeta a una columna de la oficina una hoja de papel con una lista de media docena de técnicas de interrogatorio a utilizar: «posiciones de estrés, disciplina por el ruido y la luz, uso de música, perturbación del sueño, cosas de esas…», según declaró Karpinski.
Comprobó que el documento estaba firmado por el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, con una nota manuscrita al margen: «Asegurarse de que suceda así». Oigámosla: «Me acuerdo muy bien, porque mi mirada fue allí directamente, escrita de modo que quedaba muy claro. Parecía con estilo muy militar. Pero era la misma letra manuscrita, parecía la misma tinta, porque se trataba de una fotocopia del memorando, que la de la firma, que era la de Donald Rumsfeld». Al preguntar al suboficial responsable por qué estaba allí la hoja fotocopiada, éste respondió: «No lo sé señora. Nos dijeron que había que ponerlo allí».
El ciego automatismo militar ha permitido ahora, gracias a fenómenos como el del «banco pintado»1, descubrir pruebas de acusación que pueden poner en peligro a quien fue el todopoderoso jefe del Pentágono. Una fotocopia sujeta a una pared, y Rumsfeld puede verse acusado ante un tribunal alemán por crímenes de guerra.
En la prolongada entrevista concedida a Democracy Now! Karpinski (el único mando militar con grado de general, sancionado por el escándalo) acusó personalmente a otros responsables, como el Fiscal General, Alberto González, asesor directo del Presidente Bush; a los generales Miller, jefe de Guantánamo, y Sánchez, jefe militar en Iraq; y a otros cargos militares responsables de establecer las técnicas de los interrogatorios.
Al concluir la entrevista, aceptó su responsabilidad, por poner un ejemplo concreto, en el caso de la soldado England, la que fue fotografiada sujetando con una correa de perro a un desnudo prisionero iraquí: «porque ella estaba bajo mi mando». Pero «England no inventó esas técnicas, ni en su equipo militar reglamentario había una correa o un collar para perros». Los que por encima de Karpinski autorizaron y sugirieron la tortura son responsables de tales decisiones y deberán pagar por ello, aseveró. Eludió dar su opinión sobre la posible responsabilidad de Bush.
En una posterior y breve entrevista publicada en El País (25-nov-06), la ex general no se anduvo con rodeos: «Acusar a alguien que no tiene la culpa… eso para mí es señal de cobardía, y eso es lo que creo que son Sánchez, Rumsfeld y todos los demás: unos cobardes. Yo voy a seguir contando lo que sé porque todo el mundo […] debe enterarse de lo que pasó para que no vuelva a ocurrir». El bumerán Karpinski está ahora girando velozmente en el aire, amenaza a miembros de la jerarquía política y militar del Pentágono, y muchas cabezas se agachan para no ser golpeadas por él.
1. Se ordenó a un centinela impedir que nadie se sentase en un banco, recién pintado, del patio del cuartel. Nadie revocó la consigna, y años después seguía estando prohibido usar dicho banco, sin que nadie supiera la razón. Vaya esta explicación en atención a los jóvenes que, no haciendo ya la «mili», puedan ignorar la anécdota.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)