Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El futuro de USA está vinculado a la comprensión de nuestro pasado. Por eso: escribir sobre la historia, desde mi punto de vista, nunca es un acto neutral. Al escribir, espero despertar una gran conciencia de la injusticia racial, del prejuicio sexual, de la desigualdad de clases, y del hibris nacional. También quiero sacar a la luz la resistencia – de la que no se informa – de la gente contra el poder del sistema gobernante, de la negativa de los indígenas a desaparecer simplemente; la rebelión de los negros en el movimiento contra la esclavitud y el movimiento más reciente contra la segregación racial; las huelgas realizadas por la gente trabajadora a través de toda la historia USamericana en un intento por mejorar su vida.
Omitir esos actos de resistencia es apoyar la visión oficial de que el poder sólo se basa en los que tienen las armas y poseen la riqueza. Escribo para ilustrar el poder creativo de la gente que lucha por un mundo mejor. La gente, cuando está organizada, tiene un poder inmenso, más que cualquier gobierno. Nuestra historia está impregnada de historias de gente que resiste, se pronuncia, se atrinchera, organiza, conecta, forma redes de resistencia, y cambia el curso de la historia.
No quiero inventar victorias de los movimientos populares. Pero pensar que la escritura de la historia debe apuntar simplemente a recapitular los fracasos que dominan el pasado es convertir a los historiadores en colaboradores en un ciclo interminable de derrotas. Si la historia ha de ser creativa y anticipar un futuro posible sin negar el pasado, creo que tiene que poner el acento en nuevas posibilidades de revelar esos episodios ocultos del pasado, cuando, aunque sea en destellos breves, la gente mostró su capacidad de resistir, de unirse y, ocasionalmente, de vencer. Supongo, o tal vez sólo espero, que nuestro futuro puede encontrarse en los fugitivos momentos de compasión del pasado en lugar de sus sólidos siglos de guerra.
La historia puede ayudar a nuestros luchas, si no concluyentemente, por lo menos sugestivamente. La historia puede hacernos abandonar la idea de que los intereses gubernamentales y los intereses del pueblo son los mismos. La historia puede contarnos la frecuenta con la que los gobiernos nos han mentido, cómo han ordenado que sectores enteros de la población sean masacrados, cómo niegan la existencia de los pobres, cómo nos han orientado a nuestro momento histórico actual – la «Guerra prolongada,» la guerra sin fin.
Es verdad, nuestro gobierno tiene el poder de gastar la riqueza del país como lo desee. Puede enviar tropas a cualquier parte del mundo. Puede amenazar con la detención indefinida y la deportación a veinte millones de inmigrantes USamericanos que todavía no tienen sus tarjetas verdes y no tienen derechos constitucionales. En nombre de nuestro «interés nacional,» el gobierno puede desplegar tropas en la frontera USA-México, hacer redadas de musulmanes de ciertos países, escuchar en secreto nuestras conversaciones, abrir nuestros correos, examinar nuestras transacciones bancarias, y tratar de intimidarnos para que guardemos silencio. El gobierno puede controlar la información con la colaboración de medios masivos tímidos. Sólo así se explica la popularidad, – decreciente en 2006 (un 33% de los encuestados), pero todavía importante, – de George W. Bush. A pesar de todo, este control no es absoluto. El que los medios estén en un 95% a favor de continuar con la ocupación de Iraq (con sólo críticas superficiales sobre cómo se realiza), mientras que más de un 50% del público está a favor de la retirada, sugiere una resistencia de sentido común a las mentiras oficiales. Hay que considerar también la naturaleza volátil de la opinión pública, cómo puede cambiar con una brusquedad dramática. Hay que ver cómo la gran mayoría del apoyo público para George Bush padre se derrumbó una vez que se desvaneció el brillo de la victoria de la primera Guerra del Golfo, y se impuso la realidad de los problemas económicos.
Hay que pensar en cómo, al comienzo de la Guerra de Vietnam en 1965, dos tercios de los USamericanos apoyaron la guerra. Unos pocos años después, dos tercios de los USamericanos se opusieron a la guerra. ¿Qué sucedió en esos tres o cuatro años? Una osmosis gradual de verdad se filtró por las grietas del sistema de propaganda – la comprensión de que se les había mentido y engañado. Es lo que está ocurriendo en USA mientras escribo estas líneas en el verano de 2006. Es fácil sentirse abrumado o intimidado al comprender que los que fabrican las guerras tienen un poder enorme. Pero una cierta perspectiva histórica puede servir, porque nos dice que en ciertos puntos de la historia los gobiernos descubren que todo su poder es fútil ante el poder de una ciudadanía llevada a la acción.
Existe una debilidad básica en los gobiernos, por masivos que sean sus ejércitos, por vasta que sea su riqueza, por mucho que controlen las imágenes y la información, porque su poder depende de la obediencia de los ciudadanos, de los soldados, de los funcionarios públicos, de los periodistas y de los escritores y de los maestros y de los artistas. Cuando los ciudadanos comienzan a sospechar que se les ha engañado y retiran su apoyo, el gobierno pierde su legitimidad y su poder.
Hemos visto que esto sucedió en recientes decenios en todo el globo. Cuando despiertan una mañana y ven a un millón de personas encolerizadas en las calles de la capital, los dirigentes de un país comienzan a hacer las maletas y a llamar a un helicóptero. No es fantasía, es historia reciente. Es la historia de las Filipinas, de Indonesia, de Grecia, Portugal y España, de Rusia, Alemania Oriental, Polonia, Hungría, Rumania. Pensemos en Argentina y Sudáfrica, y otros sitios donde no parecía haber esperanza de cambio y luego ocurrió. Recordemos a Somoza en Nicaragua, escabulléndose a su avión privado, Ferdinando e Imelda Marcos recogiendo apresurados sus joyas y sus ropas, el Shah de Irán buscando desesperado un país que lo aceptara cuado huyó de las multitudes en Teherán, Duvalier en Haití, que apenas alcanzó a ponerse los pantalones para escapar a la furia del pueblo haitiano.
No podemos esperar que George Bush se escabulla en un helicóptero. Pero podemos responsabilizarlo por catapultar a la nación a dos guerras, por la muerte y el desmembramiento de decenas de miles de seres humanos en este país, Afganistán, e Iraq, y por sus violaciones de la Constitución de USA y del derecho internacional. Con seguridad estos actos cumplen con el requerimiento constitucional de «crímenes y delitos graves» para la impugnación.
Por cierto, la gente en todo el país ha comenzado a pedir su impugnación. Desde luego, no podemos esperar que un Congreso cobarde lo impugne. El Congreso estuvo dispuesto a impugnar a Nixon por forzar la entrada a un edificio, no impugnará a Bush por forzar la entrada a un país. Estuvo dispuesto a impugnar a Clinton por sus travesuras sexuales, pero no impugnará a Bush con entregar la riqueza de un país a los súper ricos.
Ha habido todo el tiempo un gusano que se come las entrañas de la complacencia del gobierno Bush: el conocimiento del público USamericano – enterrado, pero en una tumba muy superficial, fácil de desenterrar – de que este gobierno llegó al poder no por la voluntad popular sino gracias a un golpe político. Así que podríamos estar viendo la desintegración gradual de la legitimidad de este gobierno, a pesar de su suprema confianza. Existe una prolongada historia de poderes imperiales que saborean sus victorias, se sobre-extienden y se confían demasiado, y no se dan cuentan de que el poder no es simplemente asunto de armas y dinero. El poder militar tiene sus límites – límites creados por seres humanos, su sentido de justicia, y su capacidad de resistir. USA, con sus 10.000 armas nucleares no pudo vencer en Corea o Vietnam, no pudo impedir una revolución en Cuba o Nicaragua. Del mismo modo, la Unión Soviética con sus armas nucleares e inmenso ejército fue obligada a retirarse de Afganistán, y no pudo impedir el movimiento de Solidaridad en Polonia.
Un país con poder militar puede destruir, pero no puede construir. Sus ciudadanos se inquietan porque sus necesidades diarias básicas son sacrificadas a la gloria militar mientras sus jóvenes son desatendidos y enviados a la guerra. El desasosiego crece y crece y la ciudadanía se une a la resistencia en cantidades cada vez mayores, llegan a ser demasiados para controlarlos; el día llega en que se derrumba el imperio sobrecargado en la cumbre. El cambio en la conciencia pública comienza con un descontento a bajo nivel, vago para comenzar, sin que se haga la conexión entre el descontento y las políticas del gobierno. Y luego los puntos comienzan a conectarse, la indignación crece, y la gente comienza a pronunciarse, a organizarse, a actuar.
En la actualidad, en todo el país crece la conciencia de la falta de maestros, enfermeras, atención médica, y vivienda abordable, a medida que se realizan recortes presupuestarios en todos los Estados de la unión. Un maestro escribió recientemente una carta al Boston Globe: «Puede que sea uno de los 600 maestros de Boston que serán despedidos como resultado de déficit presupuestarios.» El autor luego lo conecta con los miles de millones gastados en bombas, para, como dice: «enviar a niños iraquíes inocentes a hospitales en Bagdad.»
Cuando nos abruma el pensamiento del enorme poder que los gobiernos, las corporaciones multinacionales, los ejércitos, y la policía, tienen para controlar las mentes, aplastar el disenso, y destruir la rebelión, debemos considerar un fenómeno que siempre he considerado interesante. Los que poseen un poder enorme se ponen sorprendentemente nerviosos cuando piensan en su capacidad de conservar su poder. Reaccionan casi con histeria ante lo que parecen ser signos insignificantes y no amenazantes de oposición.
Vemos como el gobierno USamericano, blindado con sus mil capas del poder, trabaja intensamente por meter a unos pocos pacifistas en la cárcel o mantener a un escritor o a un artista fuera del país. Recordamos la histérica reacción de Nixon ante un hombre solitario manifestando frente a la Casa Blanca: «¡Agárrenlo!»
¿Es posible que los dueños de la autoridad sepan algo que yo no sé? Tal vez conocen su máxima debilidad. Tal vez comprenden que pequeños movimientos pueden convertirse en movimientos grandes, que una idea que se apodera de la población puede llegar a ser indestructible. La gente puede ser inducida a apoyar la guerra, a oprimir a otros, pero no es su inclinación natural. Existen aquellos que hablan de «pecado original.» Kurt Vonnegut lo cuestiona y habla de «virtud original.»
Hay millones de personas en este país que se oponen a la guerra actual. Cuando se ve una estadística «un 40% de los USamericanos apoya la guerra,» significa que un 60% de los USamericanos no la apoyan. Estoy convencido de que la cantidad de personas opuestas a la guerra seguirá aumentando, mientras que la cantidad de partidarios de la guerra seguirá disminuyendo. En el camino, artistas, músicos, escritores, y trabajadores de la cultura prestan un poder emocional y espiritual especial al movimiento por la paz y la justicia. La rebelión comienza a menudo como algo cultural.
El desafío sigue existiendo. Del otro lado existen fuerzas formidables: el dinero, el poder político, los principales medios. De nuestro lado están los pueblos del mundo y un poder más grande que el dinero o las armas: la verdad. La verdad tiene un poder propio. El arte tiene un poder propio. La antigua lección de que todo lo que hacemos importa, es la importancia de la lucha popular aquí en USA y en todas partes. Un poema puede inspirar un movimiento. Un panfleto puede desatar una revolución. La desobediencia civil puede incitar a la gente y llevarnos a pensar. Cuando nos organizamos conjuntamente, cuando nos involucramos, cuando nos ponemos de pie y nos pronunciamos en conjunto, podemos crear un poder que ningún gobierno puede suprimir.
Vivimos en un hermoso país. Pero aquellos que no respetan la vida humana, la libertad, o la justicia se han apoderado de él. Ahora depende de todos nosotros que lo recuperemos.
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