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El Apocalipsis maya de Mad Mel

El único indio bueno es un indio muerto a todo color

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

 

Algo divertido me ocurrió en camino al Apocalipsis maya de Mel Gibson. Mientras esperaba el autobús 49 en Mission y 24, la plaza BART entró repentinamente en erupción en un ritual aborigen mesoamericano cuando una compañía de «concheros» neo-aztecas comenzó a zapatear y a girar al retumbar de tamborileros, bailando y ofreciendo fragante copal para apaciguar los cuatro rincones del universo.

A pesar de la sentencia a muerte cinemática de Mad Mel, la dualidad azteca-maya sigue bastante viva en las calles de San Francisco. En un vecindario inundado por recién llegados del Yucatán maya, hay tal vez doce brigadas distinguibles de bailarines guerreros mexica que practican sus movimientos sólo en Mission District, y con ellos Xipe-Tótec, el dios azteca que celebra el grano nuevo, cuyos sacerdotes vestían las pieles desolladas de vírgenes adolescentes para asegurar una cosecha abundante. Su sacrificio de sangre tenía por lo menos más sentido que la avalancha de homicidios gratuitos de Gibson.

La presentación de los concheros en Mission y 24 estaba organizada para publicitar la procesión anual del 12 de diciembre que celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe, el máximo icono religioso de México, el milagro inventado de quién llevó por sí sola a entre 12 y 15 millones de indios a abrazar a Jesucristo como su salvador personal. Un siglo después de la conversión, sólo 2.000.000 sobrevivieron la acometida cristiana, cuya llegada fue el verdadero tema de la jerigonza racista, eurocéntrica, de Gibson.

Es bastante apropiado que «Apocalypto» sea proyectado en una especie de catedral contemporánea, el multicines que solía albergar la sala de ventas de Cadillac Kohlenberg, el diamante azul de Autor Row en Van Ness Avenue. Sé de esa transformación sincrética sólo porque durante el clímax del movimiento de derechos civiles en la primavera de 1964, nos lanzamos repetidamente sobre esas plataformas que giraban lentamente, paralizando la sala de ventas hasta que la empresa abrió sus puertas a personal de ventas negro («podemos comprarlos, pero no podemos venderlos.»)

Había escuchado horrendos informes sobre la filmación de «Apocalypto» durante muchos meses. El chisme en la izquierda en Ciudad de México era que Gibson estaba esclavizando a jornaleros mayas para construir una pirámide a escala en medio de la selva del sur, desde la cual escenificaría un gran espectáculo cartilaginoso de violación y homicidio con múltiples decapitaciones, arranques de corazones, sacrificios humanos, y banquetes canibalísticos – en realidad, la «selva» en la que estaba filmando era una reserva operada por una universidad en la península de San Andrés Tuxtla en Veracruz y los extras eran más olmecas que mayas.

Pero la autenticidad no fue una prioridad al formar el reparto para una película en la que la regla era que el único indio bueno es un indio muerto y que no importa realmente su proveniencia mientras él o ella sangren profusamente. Por cierto, en una exhibición de aberrante pan-indigenismo, el principal maya es representado por un bailarín de Oklahoma.

Los chismes sobre los estallidos bipolares de Gibson a la Kinski en «Aguirre» y en «Fitzcaraldo», y / o Brando en el otro Apocalipsis, abundaban en la cercana capital de distrito de Catamato, la incubadora de la brujería mexicana, donde echaban muchos males de ojo a la producción.

Un motivo para el resentimiento era que Gibson, de modo muy similar a John Sayles cuando filmó «Hombres armados» en Chiapas post-zapatista había sido privilegiado por permisos otorgados por el odiado Partido Institucional Revolucionario (PRI) que ha tiranizado Veracruz durante más de siete decenios.

Pero a pesar de su sesgo político, la violencia de Gibson es popular en México. De manera muy parecida a «La Pasión,» DVDs piratas de «Apocalypto» ya estaban en venta en las calles de Tepito, el mercado negro más pertinente de Ciudad de México, semanas antes de que la película debutara en las pantallas de AMC.

«Apocalypto» llegó justo a tiempo para ser vista antes de las Fiestas – no porque Gibson quisiera volver a poner a Cristo en Navidad, sino porque el estreno para Navidad era la última fecha para que la cinta participara en el derby del Oscar. A pesar de todo, el intento de Mel de conseguir la estatuilla fue descarrilado fatalmente por su diatriba borracha contra la fe hebraica, un sistema de creencias practicado por una cantidad substancial de asociados de la Academia.

Fui testigo del sacrilegio en celuloide de Gibson en la matinée para niños del sábado por la tarde. En realidad había un niño presente para que gozara de la carnicería, un infante gritón pasado clandestinamente por sus propios padres de aspecto maya, tal vez para que le echara un vistazo a su patrimonio robado. Los ruidosos aullidos del bebé indispusieron profundamente a varios jóvenes cineastas blancos presentes que amenazaban con sofocar al niño.

En la obra de Gibson, «Apocalypto» cae en algún sitio entre «Braveheart,» «Arma Letal» (con todas sus despreciables vicisitudes) y «Mad Max» (particularmente la parafernalia.) Como «La Pasión de Cristo» está doblada en la jerga local del principio al final – el maya yucateco forma parte de un grupo de lenguajes hablado por más de un millón de indígenas en México, Guatemala y Centroamérica.

A diferencia de Earl Shorris en The Nation, dudo de que la apropiación del maya por Gibson sea un contratiempo para la notable resurrección de esta lengua materna en los últimos años. Las películas están hechas, después de todo, de papel y las civilizaciones de granito – y «Apocalypto» no es más que otro aburrido show malo, que se trivializa al tratar de trivializar a un sistema de creencias milenario. Las películas tienen más que ver con lo que ponemos en ellas que con lo que pretenden que constituye su tema.

Y el sacrificio de sangre maya era un sistema legítimo de creencia a pesar del celo judaico-cristiano de Gibson por satanizarlo (el obispo Landa quemó los textos sagrados mayas con un fervor misionero muy parecido): si la sangre de los guerreros saciaba a los dioses que gobernaban las cosechas, el sol permanecería en el cielo y la lluvia caería en trombas para alimentar a la Gente de Maíz (llamada así por el Popul Vuh.) Es seguro que fue una estratagema política de la clase sacerdotal para mantener efectivamente a la chusma bajo su control pero funcionó – excepto cuando la hambruna inflamó las llamas de la rebelión social.

Nada en este contexto llega a infiltrarse en el cuento misionero de Gibson, que fue diseñado para exhibir la sed de sangre de esos salvajes antes de ser llevados a Cristo. En este aspecto, Gibson reserva su premisa más racista para las escenas finales en las que los galeones de los cristianos echan anclas frente a México y se ve a un cura y un crucifijo bogando hacia la costa. «No puedes abandonar tu destino» pregonan los anuncios en el Chronicle el mensaje de Gibson.

Los mayas sobrevivirán el apetito de los cristianos por liquidarlos y en el año 2012 terminará el actual ciclo de su continuo, el cuarto, y comenzará uno nuevo. Desde las tierras altas zapatistas de Chiapas hasta el corazón de la selva hondureña, a las calles sucias de Mission, sigue floreciendo su resistencia al modo de exterminio de Gibson. Por cierto, no albergo temores de que su civilización tenaz no sobreviva mucho después que aquella de Mad Mel se haya convertido en polvo atómico.

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«ZAPATISTAS! Making Another World Possible–Chronicles of Resistance 2000-2006» de John Ross acaba de aparecer en Nation Books. Para contactos, escribe a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/ross12152006.html