José Luis Sampedro El mercado y la globalización. Barcelona, Ediciones Destino 2002, 104 páginas. Ilustraciones de Santiago Sequeiros. Se trata de la actualización de un antiguo texto de Sampedro de 1982 dividido en dos secciones -el mercado y la globalización- y una tal vez excesivamente detallada «lista de términos», que se abre con una sucinta […]
José Luis Sampedro
El mercado y la globalización. Barcelona,
Ediciones Destino 2002, 104 páginas.
Ilustraciones de Santiago Sequeiros.
Se trata de la actualización de un antiguo texto de Sampedro de 1982 dividido en dos secciones -el mercado y la globalización- y una tal vez excesivamente detallada «lista de términos», que se abre con una sucinta presentación donde Sampedro reflexiona sobre las dos grandes convenciones político-sociales de estos últimos meses, el encuentro de Nueva York y el Foro de Porto Alegre, con el objetivo compartido de trazar planes para el futuro mundial, pero con la neta diferencia de que «mientras el primero se centraba en cuestiones económicas y financieras, el segundo debatía los más candentes problemas de la sociedad mundial» (p.9).
Sampedro resume las tesis opuestas que los dos foros sostuvieron sobre el funcionamiento de la fase actual del desarrollo de los mercados, la denominada «globalización»: si el foro básicamente económico de Nueva York mantuvo que la globalización realmente existente es la única vía para acabar con la pobreza en el mundo y que es además inevitable por ser simple consecuencia del progreso tecnológico, de ahí la irracionalidad de los movimientos sociales «contra-esta-globalización», en el Foro, esta vez sí, social de Porto Alegre se ha sostenido y argüido convincentemente que cuanto más crece la actual globalización, más ganan los ya enriquecidos, en peor situación se quedan los ya empobrecidos, señalando que «bastaría con orientar el progreso técnico hacia el interés social pensando en todos para originar otra globalización y otro mundo mejor, que es posible» (p.11).
En la primera sección del libro, Sampedro traza un sucinto pero sustancioso balance entre el «mercado perfecto de la teoría» (pp.21-24) y el mercado imperfecto de la realidad» (pp.25-30), señalando la falsedad de la proposición «mercado es igual a libertad» y construyendo una curiosa y, si se me permite, entrañable reflexión -apartado 17- sobre las coles invisibles de los países occidentales (y afines), concluyendo que el «mercado de la competencia imperfecta -el único existente en el mundo real- no es el reino de la providencial mano invisible benefactora sino, al contrario, el de manos bien visibles e interesadas, buscando el máximo beneficio privado a costa de quien sea y de lo que sea» (p.43).
Sostiene finalmente Sampedro en esta sección que el sistema internacional mercantil moderno se mueve hoy por dos condicionantes emergentes: por una parte, por la posibilidad casi instantánea de comunicaciones y transferencias económicas y, por otra, por la amplísima liberalización de las operaciones privadas y la práctica ausencia de control público sobre ellas. Esta es, sostiene Sampedro, «en síntesis, la estructura a la que ha llegado el mercado en su evolución reciente, a la que se ha dado el nombre de globalización» (p.53).
Así pues, globalización es la denominación dada «a la más moderna, avanzada y amplia forma del mercado mundial» (p.59). La libérrima operatividad financiera es decisiva en la fase actual del sistema: fomenta sus operaciones especulativas por cuantías muy superiores al valor total de las mercancías intercambiadas mundialmente» (p.59). Su objetivo no es elevar el nivel de vida colectivo, sino multiplicar sus beneficios aprovechando diferencias en los tipos de cambio y de cotización. Esta liberalización, este espacio operativo unificado mundialmente, no significa libertad para todos sino libertad real para los más fuertes con mayor potencia económica.
Después de argumentar sobre el carácter no democrático de la actual globalización y situar correctamente su novedad relativa, Sampedro traza una breve reflexión sobre la heterogeneidad de los oponentes a la actual globalización y refuta contundentemente los dos argumentos usados por los poderes para desacreditar el movimiento: la violencia -«aparte de que sería reacción explicable a la opresión cotidiana de los abusos» (p.75)- sólo es imputable a grupos minoritarios «y aún a veces se ha demostrado ser provocada para justificar represiones policíacas» y, por otra parte, la ausencia de ideas sólidas, de argumentos constructivos y bien trazados, «desmentida por la existencia de un cuerpo de pensamiento social, sostenido por instituciones y publicaciones seriamente críticas con ese liberalismo» (p.75).
Como buen poeta-narrador, acompañándose de Neruda -«No es hacia abajo ni hacia atrás la Vida»-, Sampedro concluye su ensayo sosteniendo que no sólo otro mundo es posible, «un espacio que abarque todo y para todos, más natural y más racional que el de la reducción economicista» (p.84), sino que, descartada la necia y oportunista teoría del final de la Historia y sin pretender caer en conjeturas-deseos especulativos «un hecho resulta indudable: que la Vida supera a unos y a otros. Por eso cabe terminar afirmando, sin vacilar, que otro mundo es seguro. Podrá no ser «neoyorquino», ni alegrense del todo, pero será otro» (p. 92) .
Estamos pues frente a un dignísimo trabajo divulgativo bien escrito y argumentado. Sin duda, la dignidad de este breve ensayo se corresponde con la reiteradamente probada de su autor. Muchos son los ejemplos. Este, poco conocido por el pudor del receptor, merece ser contado. El 28 de octubre de 1965, Sampedro, por entonces catedrático de estructura económica en la Universidad de Madrid, escribió una carta a Sacristán, que él mismo leyó recientemente para «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa, texto del que podía hacer «uso público o privado», en la que le expresaba su solidaridad tras la expulsión de Sacristán, por razones estrictamente políticas, de la Universidad de Barcelona:
Mi querido amigo y compañero:
Acabo de enterarme de que no se le ha renovado a Vd. el encargo de curso de su asignatura en la Facultad de Ciencias Económicas y Comerciales de Barcelona, y como considero muy de verdad que esa decisión nos causa una verdadera pérdida en la enseñanza, quiero enviarle esta carta para hacerle patente mi consideración y el altísimo concepto que me merece su obra intelectual y docente. Una persona como Vd. nos honra a todos los universitarios.
Sólo lamento no tener personalmente mayor autoridad para respaldar mi juicio, pero no necesito decirle que, cualquiera que sea su valor, estoy dispuesto a manifestarlo donde Vd. estime necesario y en la forma más categórica posible, empezando para ello con esta misma carta, de la que puede Vd. hacer en cualquier momento el uso público o privado que estime conveniente, pues su contenido es una declaración que me honro en suscribir.
Con el mayor afecto y compañerismo, le envía un cordial abrazo su buen amigo de quien sabe puede disponer.