La guerra digital de Rumsfeld, concebida como una fulminante operación de reformateo de Iraq, con muchas máquinas, pocos hombres y menos bajas, revela cuatro años después toda su fracasada y criminal megalomanía. Muchos miles de muertos más tarde, mientras millones de iraquíes abandonan sus casas, mientras Irán y EEUU se disputan el botín apostando cadáveres, […]
La guerra digital de Rumsfeld, concebida como una fulminante operación de reformateo de Iraq, con muchas máquinas, pocos hombres y menos bajas, revela cuatro años después toda su fracasada y criminal megalomanía. Muchos miles de muertos más tarde, mientras millones de iraquíes abandonan sus casas, mientras Irán y EEUU se disputan el botín apostando cadáveres, mientras la legítima resistencia aumenta su presión sobre los ocupantes, los estadounidenses van descendiendo muy deprisa a ras de suelo, desde el mando a distancia al ladrillo, desde la lógica postmoderna de la pantalla de ordenador a la lógica neolítica de la jaula de hierro. No bastan ya los bombardeos; no basta tampoco la constelación de bases y prisiones donde se hacen desaparecer los cuerpos; ahora las ciudades mismas deben convertirse en gigantescas prisiones cuyas sucesivas puertas sólo señalarán el paso -por lo demás difícil y arriesgado- de una celda a otra. Los EEUU se declaran vencidos de la manera más destructiva, primitiva e inhumana: levantando muros. Entre diez y treinta barrios de Bagdad quedarán aislados y cercados detrás de altísimas paredes de cemento en los próximos meses; las que se levantan ya para condenar Adamiya tienen casi cuatro metros de altura y están construidos con bloques de seis toneladas de hormigón. Cuesta trabajo -y duele- imaginar esta ciudad viva convertida a martillazos en un armario acorazado cuyos habitantes son clasificados o abandonados en cajones cerrados y recintos estancos; esta gran plaza abierta ahora dividida neurótica y desesperadamente en cubículos cada vez más pequeños llenos de escombros y de muertos. La ocupación, entre otras muchas cosas, ha destruido también el verbo «salir» y sus alivios: salir de casa, salir de la propia calle, salir del barrio ya no es más que otra forma de seguir entrando, una y otra vez, en la misma prisión.
Pero duele sobre todo imaginar la vida de los iraquíes. La estrategia es tan rudimentaria como brutal: los barrios que no han podido ser doblegados militarmente, son amurallados, precintados y abandonados a su suerte. Ciudades enteras ya han sido cercadas (Rutba, Samarra, Tal Afar) y el muro de Adamiya es al mismo tiempo el principio y la prolongación de un plan que viene aplicándose rutinariamente desde hace meses en Bagdad, donde zonas completas de la ciudad han sido delimitadas y segregadas con los vecinos confinados en su interior, sometidos a controles tan férreos -de entrada y de salida- que puede hablarse sin vacilación de una política de ghetto. Leyla Anwar, la misteriosa y desesperada cronista de Bagdad, nos describe cómo se vive dentro: sin luz, sin alimentos, sin medicinas, la basura se acumula desde hace meses en las calles junto a los cadáveres que nadie se atreve a retirar por miedo a los francotiradores. «Allí los vivos envidian a los muertos». En Adamiya, en Al-Amiriya, incluso en el céntrico Karrada, si los bagdadíes no pueden ser vencidos, serán sencillamente emparedados y abandonados, barrio por barrio, cajón por cajón, hasta que a la llamada «zona verde», rodeada de tumbas candadas, los estadounidenses ya sólo puedan descolgarse desde el aire.
Si EEUU no puede impedir su derrota, puede impedir la victoria. El tiempo apremia. Perdido Iraq, debe evitar la alianza anti-imperialista de los pueblos árabo-musumanes promoviendo la división entre chíies y sunníes en favor de Israel, amenazado por el creciento prestigio de Hizbullah y de Irán. Perdido Iraq, el «negocio de la reconstrucción» se reduce ya a la desesperada y primitiva tarea de multiplicar los muros: de la provisión de cemento para el paredón de Adamiya -nos informa la CEOSI- se harán cargo el agente colaboracionista Ahmad Chalabi y el empresario germano-israelí Zeev Belinsky, implicado también en la construcción de los primeros tramos del Muro de Palestina y entre cuyas empresas se encuentra Totman Cement Company. Y a los iraquíes se les encomendará el trabajo de construir sus propias tumbas.
http://www.diagonalperiodico.net/article3854.html