Madrid, 3 de agosto. Con tan sólo 13 años, Rashida es una niña que lleva a cuestas dos dramáticos estigmas: sufre una lesión medular que le paralizó la mitad del cuerpo, y desde 2003, cuando comenzó la ocupación de Irak, es una aspirante más a adquirir la condición de refugiada. Desde que su familia, de […]
Madrid, 3 de agosto. Con tan sólo 13 años, Rashida es una niña que lleva a cuestas dos dramáticos estigmas: sufre una lesión medular que le paralizó la mitad del cuerpo, y desde 2003, cuando comenzó la ocupación de Irak, es una aspirante más a adquirir la condición de refugiada.
Desde que su familia, de origen palestino, tuvo que huir de Irak por los bombardeos y la violencia sectaria, Rashida vive en el campo de refugiados de Ruwayshed, situado en un páramo de difícil acceso en la frontera de Jordania, en donde sufre las amenazas de serpientes, alacranes, tormentas de arena, el inclemente calor de más de 50 grados y las recurrentes epidemias.
Rashida forma parte del cada vez más numeroso colectivo de los olvidados de entre los olvidados. Su familia tuvo huir de Palestina por el conflicto con Israel; así que se exiliaron en Irak, donde gozaron durante años de la condición de refugiados y llevando una vida relativamente «normal».
La «caída» de Sadam Hussein convirtió a Rashida y a su familia, y a otros cerca de 35 mil refugiados palestinos, en víctimas de la violencia sectaria y de grupos que han impulsado en la nación árabe una auténtica limpieza étnica contra los palestinos.
Cuando los bombardeos, el caos y el desgobierno estaban en su apogeo, la mayoría de los palestinos que residían en Irak tomaron de nuevo el camino del exilio, si bien en esta ocasión solamente han encontrado campos de refugiados derruidos, sin servicios mínimos, agua potable o medicinas, y, quizás lo más dramático, sin una patria a la cual volver.
El padre de Rashida murió en enero pasado víctima de la barbarie, y su madre falleció recientemente de enfermedad.
Así que hoy, cuatro años después de la invasión de Irak por parte de tropas de Estados Unidos y Gran Bretaña, Rashida -nombre ficticio facilitado por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) para salvaguardar la identidad de la menor- es una niña de 13 años gravemente enferma, sin familia, sin hogar y sin un país al que pueda retornar.
Renna Weiss, delegada del ACNUR en Jordania, explicó vía telefónica a La Jornada que «las crisis humanitarias que hay en la zona desde el inicio de la guerra es posiblemente una de las más graves, si no la más grave en las últimas décadas».
No sólo por los cientos de miles de muertes y la devastación que ha provocado el conflicto -explica Weiss-, sino también por el constante goteo de refugiados que provoca. Se calcula que a diario emigran de Irak unas 2 mil personas y que desde el inicio de la guerra han salido del país alrededor de 4 millones de personas.
«Unos 2 millones de refugiados iraquíes viven en Siria, mientras que en Jordania hay unos 750 mil, con lo que en los dos países se ha producido un colapso generalizado de los servicios de asistencia: las escuelas no son suficientes para escolarizar a estos niños de la guerra, los hospitales y las autoridades están superadas», explicó Weiss.
A todo esto hay que sumar los cerca de 2 millones de «desplazados» al interior de Irak, quienes también requieren de asistencia humanitaria.
En este drama generalizado hay un colectivo, si cabe, más vulnerable, el de los palestinos que vivían en Irak. «Cuando estalló la guerra, mucha gente se dedicó a perseguir, asesinar y hasta violar a los palestinos, algo que se explica por la propia violencia sectaria que vive el país y a que durante el régimen de Hussein éstos gozaron de los privilegios propios de un refugiado, lo que provocó cierto recelo entre la propia población iraquí», dijo Weiss.
Se calcula que actualmente hay sólo 15 palestinos procedentes de Irak que podrían adquirir la condición de refugiados, mientras 13 mil permanecen en Bagdad en condiciones deplorables, en tanto que el resto vive en los campos de refugiados sirios de Al Tanf y Al Hol, y el de Ruwayshed, a tres horas de la capital jordana de Ammán, en donde hay actualmente unas 200 personas, entre ellas Rashida.
Pese a los constantes llamados a la comunidad internacional para atender la situación de los refugiados, tanto iraquíes como palestinos, Weiss asegura que «la respuesta ha sido más bien escasa».
Canadá y Nueva Zelanda fueron los primeros países en acoger a los palestinos que llegaron procedentes de Irak y que sobrevivían en estos campos de refugiados, con 55 y 22, respectivamente.
El ejemplo de Brasil
«Una decisión que nos da algo de esperanza es la que recientemente tomó Brasil», dijo Weiss, sobre la medida adoptada por el gobierno del presidente Luiz Inacio Lula da Silva de aceptar como refugiados a 100 palestinos que vivían en Ruwayshed, con lo que se convirtió en el primer país latinoamericano en colaborar con la crisis humanitaria provocada por la guerra de Irak.
Estos 100 palestinos serán los primeros en beneficiarse del programa de «reasentamientos solidarios» que se incluye en el Plan de Acción de México, de 2004, que hasta la fecha únicamente se había dirigido a los refugiados del propio continente, sobre todo a los de origen colombiano
«Es una medida pionera que permitirá brindar solución humanitaria a 100 personas que han vivido desde hace cuatro años en condiciones dramáticas», dijo Weiss.
El reasentamiento de refugiados palestinos en Brasil se ha programado para septiembre de 2007 y se llevará a cabo en tres fases distintas, en cada una de las cuales viajarán unas 30 personas. Los mayores y las familias con niños saldrán primero.
Antes de que los refugiados viajen se les impartirán sesiones informativas detalladas, que incluirán clases de portugués y actividades de orientación cultural. Las clases de idioma y las actividades de orientación proseguirán por 12 meses tras la llegada de los refugiados a Brasil, donde se buscará su integración paulatina a la sociedad.
De los 100 beneficiados por esta decisión del gobierno brasileño, 22 familias se asentarán en Sao Paulo y 18 en Río Grande do Sul, mientras que los «mayores no acompañados» serán acogidos en residencias de la tercera edad. El gobierno brasileño otorgará a ese grupo de refugiados una vivienda en alquiler, muebles y un subsidio durante un periodo máximo de 24 meses.