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La hora de la verdad para la soberanía en Iraq

¿Jugada final para el petróleo iraquí?

Fuentes: Tomdispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Introducción del editor de Tomdispatch

Antes de la invasión de Iraq, mientras millones manifestaban en las calles, a menudo agitando pancartas improvisadas que decían «No a la sangre por petróleo» – o equivalentes como «¡No cambien vidas por petróleo!» y «¿Cómo llegó el petróleo de EE.UU. bajo las arenas de Iraq?» – el gobierno de Bush dijo harto poco sobre las vastas cantidades de petróleo controladas por el régimen de Sadam Husein. El presidente, sin embargo, habló reverentemente de preservar no «las reservas energéticas» de Iraq sino su «patrimonio,» como lo llamó con tanto eufemismo. Los medios dominantes de EE.UU. hicieron lo mismo, desechando argumentos sobre la importancia del petróleo iraquí y de Oriente Próximo como refugio de, si no de bribones, por lo menos de disidentes ingenuos que no sabían de lo que hablaban. En general, en nuestras páginas de noticias y en las de la televisión, con Iraq al borde de una invasión de choque y pavor, trataron las reservas energéticas como si no fuera más que de un pensamiento pasajero, como si la principal exportación de Oriente Próximo fuera humus de garbanzo.

Poco ha cambiado desde entonces. Cuando el ex jefe de la Reserva Federal de EE.UU., Alan Greenspan, indicó recientemente como de pasada en sus memorias que la guerra fue «por petróleo,» hubo una breve tormenta de fuego de vilipendio en Washington; un portavoz del gobierno habló de «un análisis de cóctel en Georgetown» («Écheme un poco más de petróleo, por favor, y ¡al centro y pa’dentro!») y Greenspan comenzó rápidamente ha dar marcha atrás bajo la presión. ¿Petróleo? ¿Quién? ¿Nosotros? Los planes del gobierno de Bush para proteger el Ministerio de Petróleo en Bagdad y los principales campos petrolíferos de Iraq en medio de un caos en el que todo lo demás estaba fuera de control en abril de 2003 fue ciertamente señalado en las noticias, pero en general no mereció comentarios (a menos que se tratara de un pinchanoticias en Internet).

Es lo extraño en el «debate» sobre el petróleo de Iraq en nuestro mundo mediático. Llamadme loco, pero si vais a invadir Iraq y en el petróleo no era lo primero en vuestro cerebro, estaríais totalmente arruinados, incluso si no hubierais dirigido una gran corporación de servicios energéticos o si no hubierais tenido un buque tanque de doble casco bautizado con vuestro nombre. Jack Miles, autor del libro ganador del Premio Pulitzer «God: A Biography» [Dios – una biografía] y el primer escritor que informó sobre las víctimas iraquíes en Tomdispatch (o probablemente en cualquier parte) en julio de 2003, analiza ahora la jugada final por el petróleo – para la que no ha habido, excepto en el mundo de la Red, ni una jugada de apertura, ni la de medio juego. Tom

¿Jugada final para el petróleo iraquí?

La hora de la verdad para la soberanía en Iraq

Jack Miles

El juego del petróleo en Iraq puede estar a punto de terminar. El 29 de septiembre, como un casero que da aviso al arrendatario, el gobierno de Iraq anunció que la próxima renovación anual del mandato del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para una fuerza multilateral en Iraq – la única base legal para una continuación de la ocupación estadounidense – será la última. Fue, parece, la primera señal premonitoria. La segunda puede ser un anuncio poniendo fin al poco advertido, pero crucial mandato complementario del Consejo de Seguridad que determina la disposición de los ingresos petroleros de Iraq.

El 31 de diciembre de 2008, según el Ministro de Exteriores Hoshyar Zebari, el gobierno de Iraq quiere que se haya reemplazado el mandato existente de una fuerza de seguridad multinacional por un acuerdo bilateral convencional de seguridad con EE.UU., del tipo que Washington tiene con Kuwait, Arabia Saudí, y varios otros países en Oriente Próximo. El Consejo de Seguridad ha emparejado constantemente la renovación anual de su mandato para la fuerza multinacional con la renovación de un segundo mandato para la administración de los ingresos iraquíes del petróleo. Esto sucede a través del «Fondo de Desarrollo para Iraq.» una especie de cuenta de depósito en garantía establecida por las potencias ocupantes después del derrocamiento del régimen de Sadam Husein y reconocido en 2003 por la Resolución 1483 del Consejo de Seguridad de la ONU. El juego del petróleo habrá terminado si y cuando Iraq anuncie que también se pondrá fin a este mandato en una cierta fecha a favor de acuerdos de desarrollo de recursos que – como el acuerdo de seguridad previsto – corresponda a los de otros Estados en la región.

El juego habrá terminado porque, como señaló Antonia Juhasz en marzo pasado en una pieza editorial en el New York Times: «Después de todo ¿a quién pertenece el petróleo?»

«Los vecinos de Iraq Irán, Kuwait y Arabia Saudí… han ilegalizado el control foráneo sobre el desarrollo del petróleo. Todos contratan a compañías petroleras internacionales como contratistas para proveer servicios específicos a medida que sean requeridos, por una duración limitada, y sin dar a la compañía extranjera ningún interés directo en el petróleo producido.»

Al contrario, la legislación petrolera que ahora está pendiente en el parlamento iraquí otorga a las compañías petroleras extranjeras codiciados contratos a largo plazo de 20 a 35 años, precisamente del tipo que los productos de petróleo vecino han rechazado durante décadas. También coloca a la industria petrolera iraquí bajo el control de un organismo nombrado que incluiría a representantes de las compañías petroleras internacionales como miembros con pleno derecho a voto.

La noticia de que el gobierno debidamente elegido de Iraq ejerce su limitada soberanía para fijar una fecha para poner fin a la ocupación estadounidense debilita radicalmente toda discusión en el Congreso de EE.UU. o por candidatos presidenciales estadounidenses sobre cuándo podría terminar «con seguridad» la ocupación de Iraq por EE.UU. Sin embargo, si Iraq fuera a reanudar por el mismo camino el control pleno e independiente sobre sus reservas de petróleo, las terceras por su tamaño en el mundo

— entre 200 y 300 millones de barriles de crudo ligero de un valor de hasta 30 billones de dólares a los precios actuales – podría aparecer desde el universo de Internet la descortés pregunta políticamente incorrecta dirigida al mundo mediático dominante, es decir al público: ¿Fue desde el principio la guerra de Iraq, una guerra por el petróleo?

El ex presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Alan Greenspan, evidentemente lo pensaba o lo indicó en una sola frase en sus recientes memorias: «Me entristece que sea políticamente inconveniente reconocer lo que todos saben: la guerra de Iraq tiene que ver en gran parte con el petróleo.» Cuando le preguntaron, el general John Abizaid, ex comandante de CENTCOM, que supervisó durante tres años y medio la ocupación estadounidense de Iraq, estuvo de acuerdo: «Por supuesto, por el petróleo, realmente no podemos negarlo,» dijo durante una discusión de mesa redonda en la Universidad Stanford. Esas confesiones validaron las sospechas de observadores extranjeros, demasiado numerosos como para enumerarlos. El veterano analista de la seguridad, Thomas Powers, señaló recientemente en New York Review of Books:

«Lo que sólo se temía que los rusos podrían hacer [al invadir Afganistán en los años ochenta] lo han hecho los estadounidenses en la realidad – se han plantado directamente a horcajadas sobre el mayor charco de petróleo del mundo, en una posición para controlar potencialmente su movimiento y para coercer a todos los gobiernos que dependen de ese petróleo. Naturalmente, los estadounidenses no sospechan de sus propios motivos, pero otros lo hacen. La reacción de rusos, alemanes, y franceses en los meses anteriores a la guerra sugiere que ninguno de ellos quería dar a los estadounidenses el poder que [el ex Consejero Nacional de Seguridad de EE.UU. Zbigniew] Brzezinski había temido que fuera el objetivo de los soviéticos.»

Los apólogos de la guerra señalan sin convicción que EE.UU. importa sólo una pequeña fracción de su petróleo de Iraq, pero lo que importa, y es bastante obvio, no son las actuales exportaciones de Iraq, sino sus reservas.

Antes de la invasión de Iraq en marzo de 2003, el magnate de los medios, Rupert Murdoch, dijo: «Lo más importante que saldrá de todo esto para la economía mundial, si se pudiera decirlo así, sería un barril de petróleo a 20 dólares.» En la versión del Siglo XXI del «Gran Juego» del imperialismo del Siglo XIX, el gobierno de Bush hizo una jugada colosal para que Iraq se convirtiera en una especie de Alemania Occidental o Corea del Sur en el Golfo Pérsico – una república federal con una economía robusta de exportación de petróleo, un creciente nivel de vida, y una serie de bases de EE.UU. que garantizarían una dominación estadounidense duradera sobre la región estratégica de más recursos del planeta. La mitad política de esa jugada ya ha sido perdida, pero el gobierno de Bush se ha mostrado obstinadamente renuente a aceptar la pérdida de la mitad económica, la mitad petrolera, sin una lucha desesperada. Tal vez las cinco súper-bases que EE.UU. ha estado construyendo en Iraq, para hasta 20.000 soldados cada una, más la mal construida súper-embajada (la mayor del planeta) que ha estado erigiendo dentro de la Zona Verde, bastarán para mantener el control estadounidense sobre las reservas de petróleo, incluso desafiando el derecho internacional y los deseos oficialmente declarados del pueblo iraquí – pero tal vez no sea así.

Blackwater y la confrontación por la soberanía

En todo caso, una especie de confrontación a cámara lenta podría no estar muy lejos; y, durante las últimas semanas, podríamos haber percibido un indicio de cómo podría tener lugar. Recordemos que después de la muerte a tiros de por lo menos 17 iraquíes en una plaza de Bagdad, el primer ministro al-Maliki exigió que el Departamento de Estado retirara y castigara a la firma privada de seguridad de tiro fácil, Blackwater USA, encargada de la seguridad del personal diplomático estadounidense en Iraq. Además exigió que sea revocada la inmunidad que había otorgado en 2004 el antiguo jefe de la ocupación, L. Paul Bremer III a todas las firmas semejantes de seguridad. Sobresaltado, el gobierno de Bush paralizó brevemente sus operaciones diplomáticos, luego las reanudó provocadoramente – y la seguridad continuó en manos de Blackwater. Dentro de días, sin embargo, Bush se vio cara a cara en Nueva York con al-Maliki para discusiones cuyo tópico reveló el Consejero Nacional de Seguridad, Stephen Hadley: «la soberanía iraquí.» ¿Quién se inmutará primero?

Todavía queda por ver lo que sucederá, pero después de que una investigación iraquí terminó con una demanda de compensación de 8 millones de dólares para cada uno de los 17 bagdadíes asesinados, se informa que Blackwater está en «camino a la salida» de la responsabilidad por la seguridad en Iraq, probablemente dentro del plazo de seis meses solicitado por al-Maliki. A pesar de su descrédito, la compañía de seguridad privada con sus excelentes conexiones sigue obteniendo lucrativos contratos de seguridad del Departamento de Estado. El experto en Blackwater, Jeremy Scahill, dijo a Bill Moyers que la pérdida de su actividad en Iraq sólo afectará ligeramente los resultados financieros de Blackwater, pero podría afectar gravemente las operaciones diplomáticas de EE.UU. en Iraq. De repente el gobierno de al-Maliki, cuya impotencia ha sido una suposición que no ha sido disputada ni por la izquierda ni por la derecha (dentro o fuera de Iraq), parece más fuerte al imponer una tal crisis al Departamento de Estado.

Pero el petróleo importa más a Washington que Blackwater. En septiembre, cuando el esfuerzo por promulgar la legislación sobre el petróleo preferida por EE.UU. – un «parámetro» muy anunciado tanto por la Casa Blanca como por el Congreso – se derrumbó en la legislatura iraquí, el golpe de gracia parece haberlo dado un acuerdo arriesgado entre el Gobierno Regional de Kurdistán y Hunt Oil de Dallas, Texas, dirigida por Ray L. Hunt, un antiguo aliado de Bush y miembro del Consejo de Asesoría sobre la Inteligencia Exterior del presidente. Este acuerdo, hecho contra los deseos expresos del gobierno central, incluye el desarrollo separado de los recursos petrolíferos de Kurdistán y lleva a los kurdos a una violación flagrante, preventiva, de la legislación pendiente. Representa, de hecho, una tal burla de esa legislación que la perspectiva de su aprobación antes de que expire el mandato del Fondo de Desarrollo es ahora cada vez más pequeña.

¿Jugada final por el petróleo iraquí?

¿Qué pasará si el mandato expira y la ley no ha sido aprobada? Otros en Iraq podrían tratar de seguir el ejemplo kurdo y cerrar acuerdos comparables con quienquiera deseen hacerlo. El gobierno central, incluso si ha perdido el control efectivo del norte kurdo y del oeste suní, podría ratificar el separatismo de recursos contratando el desarrollo de recursos petrolíferos que quedarían en general bajo su control. Por lo tanto, un nuevo Iraq chií de nueve provincias, aliado con Irán rico en petróleo, podría equiparar el acuerdo de Kurdistán con uno propio, incluso con la muy dispuesta China. ¿Bastará alguna combinación de la presión militar y diplomática estadounidense para impedir un resultado tan adverso?

Evidentemente hay quienes lo siguen pensando en Washington. Poco antes del colapso del esfuerzo por la legislación petrolera iraquí, el Departamento de Comercio de Bush comenzó a buscar sin hacer mucho ruido un consejero legal de habla árabe para que le ayude en «el suministro de asistencia técnica a Iraq en la creación de un entorno legal y tributario conducente a la inversión interna y extranjera en los sectores económicos clave, comenzando por el sector de recursos minerales.» (Léase: comenzando por el petróleo.)

Da la casualidad que la descripción del puesto su superpone fuertemente a la del Consejo Internacional de Asesoría y Control del Fondo de Desarrollo para Iraq, cuya responsabilidad, según la Resolución 1483 del Consejo de Seguridad de la ONU, ha sido asegurar «que todas las ventas de exportación de petróleo, productos del petróleo, y gas natural de Iraq… sean realizadas de un modo consistente con las mejores prácticas prevalecientes de la mercadotecnia internacional.» ¿Planea ya el Departamento de Comercio la defunción de ese consejo? Como la súper-embajada y las súper-bases, este caso de dotación de personal del Departamento de Comercio da indicios del deseo de continuar con una presencia invasora estadounidense en Iraq, incluyendo el sector energético de Iraq, mucho después del 31 de diciembre de 2008.

Pero si la ocupación es terminada legalmente después de esa fecha y si el control iraquí sobre el petróleo iraquí revierte – por lo menos desde el punto de vista legal – a algo parecido al estatus previo a la guerra, ese experto o experta del Departamento de Comercio podría verse en un papel menos que importante en Bagdad. En su lugar, esperemos un nuevo papel para la propia reserva de peritos iraquíes que ha sido excluida hasta ahora. La Compañía Nacional de Petróleo de Iraq inició sus operaciones en 1961; su legado incluye una fuerza de trabajo calificada de trabajadores petroleros capacitados. Es notable, en los hechos, que entre los que se oponen a la fracasada legislación petrolera se cuente la Federación Iraquí de Sindicatos del Petróleo. Sus miembros objetan a provisiones en la legislación que permiten la contrata de trabajadores petroleros extranjeros en lugar de iraquíes y – de modo clásico en el gobierno de Bush – excluye al sindicato de toda participación en negociaciones contractuales. Las protestas de la Federación han merecido una carta de apoyo firmada por seis laureados con el Premio Nobel de la Paz.

Incluso si se incluye debidamente la pericia iraquí, el petróleo seguirá siendo un negocio complicado, y la pericia y el capital extranjeros seguirán siendo indispensables en Iraq. A pesar de ello, para el gobierno central dominado por chiíes, el proveedor extranjero más fiable de pericia suplementaria, mano de obra, e incluso capital, parece ser Irán. Por ahora, EE.UU. paga muchos de los salarios en Bagdad; pero el presidente de Irán, prediciendo una retirada estadounidense, declaró recientemente su disposición a «llenar la brecha [del poder regional] con la ayuda de vecinos y amigos regionales como Arabia Saudí, y con la ayuda de la nación iraquí.» Esta invitación a la colaboración regional seguramente parecerá insincera en extremo a los saudíes, con menos población, más vulnerables desde el punto de vista militar, pero puede ser que Irán sea difícil de detener. Como ha explicado el ex embajador Peter Galbraith: «Desde 2005, el gobierno de Iraq dirigido por chiíes ha concluido numerosos acuerdos económicos, políticos y militares con Irán. El más importante vincularía las reservas estratégicas de petróleo de los dos países construyendo un oleoducto del sur de Iraq a Irán, mientras que otro compromete a Irán a suministrar una amplia asistencia militar al gobierno de Iraq.» El 17 de octubre el régimen de al-Maliki demostró su fuerza, supuestamente inexistente, al otorgar 1.100 millones de dólares en contratos a Irán y China para construir enormes plantas eléctricas en la chií Ciudad Sadr de Bagdad y entre las dos ciudades sagradas chiíes de Najaf y Karbala.

La perspectiva de que, en la jugada final por el petróleo iraquí, el vencedor podría ser Irán chií (e indirectamente China comunista) podría explicar llamados recientes en EE.UU. pidiendo el reemplazo del primer ministro al-Maliki, un devoto chií. Sin embargo, incluso si la presión estadounidense lleva a la salida de al-Maliki, el parlamento iraquí no puede ser desbancado junto con él. El anuncio del primer ministro de que la próxima renovación del mandato de la fuerza multinacional sería la última, tuvo lugar, de hecho, como reacción a una resolución vinculante en el parlamento de que la próxima renovación, a diferencia de las anteriores, podría no tener lugar sólo por solicitud del primer ministro, sino sólo previa opinión y autorización del parlamento. Ya ha votado una vez, en una resolución no-vinculante, para solicitar a EE.UU. que establezca un plan para la retirada.

Por frágil que sea, el gobierno de Iraq goza de reconocimiento legal internacional, y el subestimado al-Maliki evidentemente no carece de recursos cuando tiene que ver con defender la soberanía iraquí por sobre la autonomía estadounidense dentro de las fronteras de Iraq. En «Blackwatergate,» halló un notable punto de presión, declarando que no se aprobaría ninguna nueva ley en Iraq hasta que el asunto de Blackwater sea resuelto a su satisfacción. Tampoco significa forzosamente que al-Maliki haya hablado sólo para su propio consuelo cuando advirtió a sus críticos estadounidenses: «Podemos encontrar amigos en otros sitios.»

La fecha de expiración que Iraq ha fijado ahora para la operación de una fuerza multinacional en su territorio coincide casi exactamente con el fin del gobierno de Bush. A medida que se aproxima esa fecha, la cuestión de la jugada final puede llegar a ser: ¿Hasta dónde puede llegar el gobierno de EE.UU. en el repudio de su agenda original y devolver a Iraq a su condición anterior a la guerra – es decir a una dominación suní respaldada por EE.UU. de la política interior iraquí? Eso, desde luego, resultaría en una hostilidad armada iraquí contra Irán, el súper-enemigo del gobierno de EE.UU. en la región, y en un retorno resignado a la colaboración con la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC) dominada por los saudíes en la administración del mercado mundial del petróleo, todo bajo un paraguas militar de EE.UU. en gran parte en ultramar. ¿Llegará a ser el sueño de un sistema de apoyo que tuvo el padre del presidente después de la Primera Guerra del Golfo – la creación en Bagdad de un Sadam Husein más amable y suave con quien, para utilizar la expresión clásica, pueda «trabajar» EE.UU.?

El tiempo lo dirá, pero no demasiado tiempo. El silencio escalofriante del gobierno de Bush sobre el petróleo se hace tanto más ensordecedor a medida que el precio del crudo aumenta hacia los 100 dólares por barril. Puede que sangre por petróleo nunca haya sido un buen negocio, pero tanta sangre por ningún petróleo parece mucho peor todavía.

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Jack Miles es miembro sénior para asuntos religiosos del Consejo del Pacífico para Política Internacional y profesor de inglés y estudios religiosos en la Universidad de California, Irvine. Es autor del libro premiado con el Premio Pulitzer: «God: A Biography,» entre otras obras.

http://www.tomdispatch.com/post/174853/jack_miles_baghdad_to_bush_you_have_14_months

Copyright 2007 Jack Miles