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Distorsiones burdas, metodología chapucera e información tendenciosa

De cómo el New England Journal of Medicine infravaloró el número de muertos civiles iraquíes

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Casi cinco años de destrucción en Iraq y cada vez resulta más clara la ortodoxa regla general seguida para calcular las tablas estadísticas sobre el número de víctimas civiles: cualquier cifra que aparezca será sustancialmente inferior a la calculada por los investigadores de la Universidad Johns Hopkins en sus estudios de 2004 y 2006 (1). Sus hallazgos, publicados en The Lancet (2) tras concienzudas revisiones y basados en la metodología más ortodoxa a partir de muestras transversales, estimaban que la cifra de muertes en 2006, tras la invasión, era de 655.000. Como era de predecir, este espantoso cálculo motivó un griterío de injurias ignorantes de gentes con intereses propios, hasta del mismo de George Bush («inverosímil») y de Tony Blair.

Ahora se nos ofrece una nueva valoración recopilada por el Ministerio iraquí de Sanidad bajo el patrocinio de la OMS y publicado en el, en otro tiempo serio, New England Journal of Medicine (NEJM), estimando en 151.000 el número de iraquíes asesinados, directa o indirectamente, por George Bush y sus serviciales verdugos, cifra bastante más baja que las últimas estimaciones de la Johns Hopkins. Debido a su adhesión al gobierno citado anteriormente, esa cifra ha sido acogida con respetuosa atención en las noticias de prensa y con denuestos hacia al esfuerzo de la Hopkins al haber «sido su metodología objeto de críticas», como el New York Times recordaba a los lectores,

Sin embargo, como una lectura cuidadosa e informada deja clara, es el nuevo informe el culpable de métodos chapuceros y de información tendenciosa -evidentemente inspirados por el deseo de desacreditar los espantosos hallazgos de la Hopkins, que, según concluye triunfalmente el estudio del NEJM: «sobrestimó considerablemente el número de muertes violentas». Mientras que la Johns Hopkins informó especialmente de que la mayoría de las muertes producidas tras la invasión se debían a la violencia, el NEJM presenta la reconfortante valoración de que sólo una sexta parte de las muertes acaecidas en ese período fueron consecuencia de la violencia.

Entre los muchos aspectos confusos de ese nuevo informe, el más fundamental es la borrosa distinción entre el mismo y la investigación que trata de desacreditar. El proyecto de la Johns Hopkins tenía como objetivo recoger la cifra de exceso de muertes, debidas a todo tipo de causas, a lo largo del período posterior a la invasión de marzo de 2003, comparándolo con la tasa de muertes anterior a la invasión, ofreciendo así la cifra de personas que murieron a causa de la invasión de Bush. Post hoc, propter hoc (3). Por otra parte, este nuevo estudio busca explícitamente recoger sólo las muertes por violencia, imponiendo, desde el principio, una medida de subjetividad sobre los hallazgos. Por ejemplo, el niño que muere porque el ambulatorio de salud ha sido saqueado como consecuencia de la invasión, ¿cuenta como víctima de la guerra o no? El asesor estadístico de CounterPunch, Pierre Sprey, reaccionó tras leer el documento completo del NEJM diciendo: «No dicen que están comparando enteramente tasas distintas de mortalidad. Eso no es ciencia, es política».

Superficialmente al menos, tanto el equipo de la Hopkins como el del nuevo estudio siguieron la misma metodología al realizar sus investigaciones: entrevistar a una muestra aleatoria de familias sacadas de grupos de casas seleccionadas al azar por todo el país, entrevistando al cabeza de familia. Mientras el equipo de la Johns Hopkins pedía certificados de muerte para confirmar las muertes y su causa, el estudio del NEJM no hacía tal petición. Su investigación se basó en una muestra de 9.345 hogares, mientras que el informe de 2006 de la Johns Hopkins se elaboró a partir de una muestra de 1.849 hogares. Las noticias sobre el estudio del NEJM han expresado mucho respeto hacia el hecho de que su muestra fuera mayor, lo que, según asumieron informadores desinformados, era un indicador de que era más exacta. En realidad, como los documentos de sus propios encuestadores podían haberles dicho, más allá de un cierto punto, el tamaño de una muestra influye cada vez menos en la exactitud de la información, lo que aumenta la exactitud es un factor de la raíz cuadrada de la proporción entre las dos.

Sin embargo, mucho más importante que el tamaño de la muestra es el grado en el que la muestra es verdaderamente aleatoria y representativa de toda la población, y aquí es donde surge la primera de las muchas cuestiones serias sobre el esfuerzo del NEJM. Como los mismos autores admiten, no llegaron a visitar a una proporción importante de los grupos originales seleccionados: «De los 1086 grupos originariamente seleccionados, 115 (un 10%) no se visitaron por problemas de seguridad», significando con esto que estaban inconvenientemente situados en la provincia de Anbar, en Bagdad y en otras dos zonas peligrosas para hacer visitas (especialmente para los empleados gubernamentales de un ministerio bajo control chií.) Aunque pueden entenderse esas reticencias -una persona del grupo fue en efecto asesinada durante la investigación-, significa también que fueron excluidas de la investigación zonas que tenían un número muy alto de víctimas.

Para llenar el vacío, los investigadores acudieron a las cifras avanzadas por el Iraq Body Count (IBC), una entidad con sede en el Reino Unido que confía completamente, para recopilar sus cifras, en la información que aparece en los periódicos sobre muertes de iraquíes. Debido a la política del IBC de publicar las cifras mínimas y máximas, que actualmente oscilan [según ellos] entre 80.419 y 87.834, sus cifras conllevan un aire engañoso de precisión científica. Como el mismo grupo acepta con facilidad, la estimación resulta incompleta ya que omite las muertes que no aparecen en los periódicos, una cifra que es probablemente alta en una sociedad tan violentamente caótica como es la de Bagdad de hoy en día, y más alta aún fuera dicha ciudad, donde los periodistas se pueden mover con muchas más dificultades.

Sin embargo, el estudio del NEJM adoptó felizmente una fórmula por la cual comparaban la ratio entre las cifras de la provincia que visitaban con la cifra del IBC para esa provincia, y después utilizaban esa ratio para ajustar sus propias cifras a los lugares donde no se habían atrevido a aparecer. Es interesante señalar que la última línea de la tabla de la página 6 del Apéndice Adicional al informe: «Ajustes para grupos a los que no se accedió utilizando los datos de IBC», revela que al utilizar las dudosas cifras del Body Count para llenar los vacíos de sus datos en Bagdad, la fórmula que emplean actualmente revisa a la baja la tasa de muertes violentas en lo que denominan como «provincias de baja mortalidad».

Un párrafo del resumen publicado del informe, inocuamente titulado «Ajustes de las Desviaciones del Informe» contiene una confesión implícita de la subjetividad con la que los autores llegan a sus conclusiones. Como Sprey señala: «Dicen que ‘la tasa total, al informar de las muertes, era de un 62%’, pero no explican realmente cómo llegan a esa cifra». Les Roberts, uno de los autores principales de los estudios de la Johns Hopkins, ha comentado: «Confirmamos las muertes con certificados de muerte, ellos no. Como los entrevistadores del estudio del NEJM trabajaban para una de las partes en el conflicto [el gobierno patrocinado por EEUU], es probable que hubiera gente que no quisiera admitir que se habían producido muertes violentas delante los trabajadores del estudio».

El NEJM cita como esfuerzo realizado para confirmar la información que, para validar la información dada por los cabezas de familia, se entrevistaba también a las hijas del hogar en cuestión sobre cualquier muerte producida entre sus hermanos. De nuevo, este dato abunda en contradicciones, especialmente en los informes de hermanos sobre las muertes anteriores y posteriores a la invasión, contradicciones lo suficientemente graves como para que los resultados de esas entrevistas no se agregaran a los cálculos utilizados para determinar las conclusiones del informe.

Otras evidencias de valoraciones tendenciosas aparecen en la sección insípidamente titulada «Tipos de Respuestas», en la cual los autores informan que «De los hogares que no respondieron, el 0,7% estaba ausente desde hacía un largo período de tiempo, y el 1,1% de los hogares estaban vacíos». Dadas las condiciones actuales en Iraq, es muy probable que las casas estén vacías o sus propietarios ausentes durante largos períodos porque algo horrible sucedió allí: i.e. tasas de mortalidad mucho más altas. En efecto, como señala Sprey, los autores no hicieron ningún esfuerzo para reflejar esto en sus conclusiones.

Como estadístico, Sprey se siente más que ofendido por las barbaridades cometidas bajo el título «Análisis Estadístico» del informe del NEJM, donde se afirma: «Se utilizaron procedimientos articulados para crear intervalos robustos de confianza». El «intervalo de confianza» citado en el informe es de 104.000 a 223.000, con un grado de incertidumbre de un 95%. Esto no significa, como mucha gente no experta asume, que haya un 95% de posibilidades de que la «cifra real» se encuentre entre esos dos números.

Sprey explica el significado verdadero de la forma siguiente:

«Si se hubiera ido y se hubiera hecho el mismo estudio mil veces utilizando los mismos métodos y el mismo tamaño de muestra, pero en hogares diferentes, entonces ocurriría que 950 de esos estudios llegarían a una cifra entre 104.000 y 223.0000. Pero la ‘articulación’ a la que se refieren es sencillamente un procedimiento por el cual no se puede confiar en los datos para valorar el intervalo de confianza.

En «Análisis Estadístico» admiten que su intervalo de confianza es simplemente un cálculo basado en sus conjeturas numéricas cuantificando el alcance desconocido de las tres incertidumbres clave en su investigación: las tasas reales de mortalidad en los grupos que no se atrevieron a visitar; el porcentaje de muertes no informadas de su muestra; la proporción de la población iraquí que ha huido desde que se produjo la invasión. Por eso, no es más que una conjetura informatizada en la que el intervalo de confianza podría utilizarse sin necesidad de los desperdigados datos actuales de su investigación. Todo esto aparece en agudo contraste con el equipo de la Johns Hopkins, que usó rigurosamente los datos de su investigación para calcular su intervalo de confianza. Llamarlo ‘robusto’ es sencillamente una vergüenza. No es robusto, no es más que una especulación.»

Otra confirmación más de la inutilidad esencial del esfuerzo del NEJM es que llega a la increíble conclusión de que en el curso de la ocupación no ha habido aumento en las tasas de muertes violentas entre la población iraquí. Como Iraq se ha ido convirtiendo en una sangría bestial durante ese período, resulta obvio para la inteligencia más humilde que las muertes violentas tienen que haber aumentado. En efecto, Iraq Body Count le sigue la pista a la misma tasa de aumento que la investigación de la Hopkins, mientras que el NEJM la coloca en un mero 7% en los últimos años. Como Roberts señala: «Encontraron una tasa estable aproximada de violencia durante el período de 2003 a 2006. Los datos de la morgue de Bagdad, los datos de los entierros en Nayaf, los datos de los ataques del Pentágono y nuestros datos, todos muestran un aumento espectacular en 2005 y 2006».

Esas distorsiones suponen cuando menos una sorpresa al examinar la página 6 del apéndice complementario, una tabla instructiva que revela que los 279 hombres y mujeres encargados de recoger los datos para la investigación trabajaron bajo la supervisión de no menos de 128 «editores» y supervisores centrales, locales y de campo. Los supervisores más importantes fueron enviados a Ammán para un curso de formación, aunque no se ha explicado la razón por la cual el gobierno decidió enviar a sus propios funcionarios al extranjero para que se formaran, a menos, desde luego, que algún otro gobierno quisiera meter mano en el asunto.

Finalmente, está la cuestión de por qué el New England Journal of Medicine ha prestado su imprimátur a este fárrago. En otro tiempo, bajo el gran editor Marsha Angell, fue un medio que no sentía ningún miedo a tocarle las narices al poder. Especialmente, Angell se negó a satisfacer las mendacidades de las compañías farmacéuticas, ganándose así su enemistad para siempre. Evidentemente, ha cambiado mucho, como nos recuerda el anuncio de reclutamiento del ejército de EEUU en la página de inicio del actual New England Journald.

N. de la T.:

  1. Estudios elaborados por la Escuela de Sanidad Pública Bloomberg, de la Universidad Johns Hopkins

  2. Véase la traducción del informe de The Lancet al español en:

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=39504

  1. Post hoc, propter hoc: expresión latina que significa «después de, como consecuencia de».

  2. Imprimátur: Declaración oficial por la jerarquía de la iglesia católica de que una obra literaria está libre de error en materia de doctrina y moral católica. Se utiliza en el lenguaje político para indicar que un programa o cualquier otro documento tiene el beneplácito de una instancia considerada importante

Andrew Cockburn es autor de «Rumsfeld: His Rise, Fall and Catastrophic Legacy.

Enlace con texto original en inglés:

http://www.counterpunch.org/andrew01122008.html