Traducido para Rebelión por Àngel Ferrero
La has estado esperando durante años. Se te ha caído la baba con los trailers. Has contado los días hasta su estreno. ¿Y ahora que al final has visto Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal te sientes algo vacío? ¿Un poco insatisfecho, quizás, por el hecho de que la película no ha cambiado tu vida de ningún modo significativo? Esto afortunadamente dará significado a tu experiencia. (Si no quieres que te chafemos la película, deja de leer a partir de aquí).
Me encontraba justamente explorando un antiguo templo a las afueras de Peckham la semana pasada cuando descubrí unas inscripciones extrañas en los muros, ocultas bajo siglos de mugre y suciedad. Cuando las logré descifrar, revelaron un sorprendente secreto: la nueva entrega de Indiana Jones es en realidad un elaborado mensaje en código, como el de Da Vinci, pero con mejores y más espectaculares escenas. Tras los chasquidos del látigo y los wisecracks [frases ingeniosas del héroe en una película, N.T.], la película nos muestra la historia secreta de la misión de George Lucas para rebajar el nivel intelectual de Hollywood. Al principio no podía creerlo, pero poco a poco se me hizo evidente.
El personaje de Indiana Jones creado por Lucas está, obviamente, basado en sí mismo: todo el mundo asume que es un pardillo y un ratón de biblioteca, pero en secreto se trata de un aventurero intrépido y dinámico que se ha pasado toda su carrera saqueando las riquezas de la antigüedad (léase: mitos bíblicos y viejas películas de samuráis). Marion Ravenwood (Karen Allen) es el nombre en código para Spielberg. Ella y Indy fueron íntimos, pero separaron sus caminos. Y mientras él se fue a vivir sus locas aventuras (léase: todas las secuelas de La guerra de las galaxias), ella se encargó de cuidar el material más serio, como La lista de Schindler y Munich. La misma Calavera de Cristal representa el lado oscuro de la realización de películas blockbuster [literalmente, rompetaquillas, N.T.]. Pensad en ello: ¡se trata de una CABEZA VACÍA! Una metáfora nada velada de la sinrazón de las películas de gran presupuesto de cada temporada. Indy la encuentra en un cementerio -que simboliza la muerte de la imaginación- y su viaje lo lleva a un reino de fábula, la «ciudad de oro» (léase: Hollywood), donde la deposita en el lugar que le corresponde, al lado de otros doce cráneos transparentes similares (léase: los otros jefes de los estudios).
En cuanto a los otros personajes de su aventura: el profesor Oxley, interpretado por John Hurt, es el típico guionista: un hombre culto e inteligente que se ha vuelto loco después de llevar mucho tiempo en esta olla de grillos que es el cine. Sólo Indy/Lucas -el director- puede dar sentido a sus estrambóticas divagaciones. Mutt, el personaje interpretado por Shia LaBeouf, es el actor: bobo e impulsivo, pero también joven, enérgico y completamente maleable. Le mueven motivaciones de tipo personal, y en verdad sabe muy poco sobre los auténticos objetivos del proyecto. Mac, el personaje interpretado por Ray Winstone, pretende ser el mejor colega de Indy, pero le traiciona a la primera de cambio por dinero. Está claro, es un agente de Hollywood. ¿Y a quién tenemos para pararles los pies? La «mala», interpretada por Cate Blanchett. Irina Spalko representa, obviamente, las fuerzas del cine de autor europeo. Es inteligente, tiene talento ¡y además es RUSA! Podían muy bien haberla llamado Ingmar Tarkovsky. Pensadlo bien: el nombre de Irina Spalko se parece bastante a Istvan Szabo. Como cualquier cineasta-autor que se precie, la meta de Spalko no es la riqueza, sino el conocimiento. Ella es, en consecuencia, el enemigo. A Spalko la acompaña un ejército de soldados de infantería sin rostro y muy poco eficaces, también conocidos como críticos de cine. Disparan contra Indy tropecientas balas, pero ninguna parece dañarlo lo más mínimo. Y si uno de ellos se despeña, es comido por las hormigas o sufre una desgracia similar, a nadie le importa verdaderamente un carajo.
Por supuesto, Indy/Lucas y compañía tienen éxito en su misión, alcanzan los primeros puestos en la taquilla de Hollywood e inaguran una nueva era de infantilismo cinematográfico. La búsqueda del «conocimiento» de Spalko la lleva a su perdición: reina el caos, los efectos especiales se desatan y, habiéndose cubierto las espaldas, las calaveras de cristal regresan a otra dimensión. Probablemente un rancho en Montana.
Se deja a las futuras generaciones la pregunta de por qué nuestra civilización gastó tanta energía en realizar semejantes productos culturales, y por qué adorábamos a los ídolos retocados por ordenador de una franquicia cinematográfica, todo ello mientras nuestra sociedad se desmoronaba. Pero mi descubrimiento de los pergaminos de Peckham destaparán estos secretos y frustrarán la conspiración. Como precaución, he enviado todos los objetos descubiertos a las autoridades estadounidenses, que me aseguran que los mantendrán a salvo, en una gran caja de madera, en un gigantesco almacén, en algún lugar.
The Guardian, 27 de mayo del 2005
http://blogs.guardian.co.uk/film/2008/05/how_to_decipher_the_indiana_jo.html