Si en el criterio de algunos el Acuerdo para el Estatus de las Fuerzas (Status of Forces Agreement: SOFA), que negocia Estados Unidos con el gobierno de Nouri al Maliki, resulta reafirmación de la decisión gringa de retirarse de aquellas ardientes planicies, rezumantes de petróleo; en la opinión de los más entendidos u honestos, aquellos […]
Si en el criterio de algunos el Acuerdo para el Estatus de las Fuerzas (Status of Forces Agreement: SOFA), que negocia Estados Unidos con el gobierno de Nouri al Maliki, resulta reafirmación de la decisión gringa de retirarse de aquellas ardientes planicies, rezumantes de petróleo; en la opinión de los más entendidos u honestos, aquellos que cavan para encontrar -porque en política a menudo lo más importante es lo que subyace, lo soterrado-, más bien encubre una manera de permanecer aparentando la estampida. Y ¿qué otra cosa sino quedarse significará el que, de acuerdo con creíbles vaticinios, el pacto permita al Pentágono la instalación en el país árabe de decenas de bases militares, sin límite de espacio ni de tiempo, a pesar de los desmentidos?
Ya se veía venir, desde el mismo inicio de una invasión que se justificó, a la sombra de los grandes medios de comunicación, con la espectral tenencia de armas nucleares de Saddam Hussein, del «diabólico» Saddam. Más nítidamente se aprecia desde noviembre de 2007, cuando George W. Bush y el premier iraquí -el cipayo, sí- firmaron la Declaración de Principios para una Relación de Cooperación y Amistad a Largo Plazo entre la República de Iraq y EE.UU.
Declaración que, con el fin manifiesto de que todo se decidirá según la voluntad de «dos estados soberanos e independientes con intereses comunes», trasuntaba (trasunta) el empeño excluyente de USA, que adelantaba lo que se concretaría con creces: mecanismos con que controlar el espacio aéreo y las instituciones militares del país árabe, garantizar inmunidad para los soldados norteamericanos y desencadenar, cuando el Pentágono estime pertinente, acciones bélicas en el territorio iraquí y contra terceros países, como nos recuerda el analista cubano Omar R. García Lazo.
Y la fuente no yerra al arremeter contra un documento que, sin mucho protocolo y «con el visto bueno del presidente Bush», como recoge su primer párrafo, ha dejado claro dónde se redactó (¿habrá que precisar que a orillas del Potomac?) y qué objetivo busca. Esta primera muestra pública, al menos la más desinhibida, de los planes yanquis para la Mesopotamia sería, si acaso, el pórtico de toda una saga, cuyos «detalles vendrían (prolijamente) en mayo de 2008, cuando salieron a la luz los primeros borradores de dos acuerdos separados pero complementarios: el de Marco Estratégico y el mencionado del Estatus de las Fuerzas».
Tribulaciones del SOFA
Miles de personas, la mayoría seguidores del líder chiita Moqtada al Sadr, han marchado en los últimos días por las calles de Bagdad en protesta contra el SOFA: el Acuerdo dejaría a las tropas estadounidenses en son de dueñas hasta el año 2011, «a menos que por alguna circunstancia les pidan mantenerse por más tiempo», como advierte una colega no tan suspicaz como avisada. Considerado vergonzoso por la mayoría del pueblo de Iraq, el pacto mantendría la ocupación desatada por decisión unilateral del Imperio en marzo de 2003, reemplazando a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que dio el espaldarazo a la invasión.
Si bien a estas alturas se mantiene en secreto el contenido del trato -que debe someterse a la aprobación del gabinete de Al Maliki y del Consejo Presidencial, además de la del Parlamento-, el Gobierno se ha visto obligado a jurar y perjurar que no establece bases permanentes para las tropas norteamericanas, y que los tribunales nacionales tendrán el derecho de juzgar a los militares gringos por crímenes graves… Eso sí: los «cometidos cuando se encontraban fuera de servicio». Lo cual representa un sarcasmo, una burla a la dignidad de la nación hollada, porque se infiere que si los legionarios asesinaron o cometieron los más variopintos desmanes en uniforme castrense concitarán la inmunidad más complaciente.
No en balde el secretario de Defensa, Robert Gates, anunciaba a los congresistas, en Washington, que las tropas de su país están protegidas. «No hay razón para estar preocupados», los calmaba ante la acusación de que el mando cede autoridad sobre la suerte de los pobres soldaditos yanquis.
Por eso, y porque la «legalidad» de la ocupación se mantendrá gracias a este malhadado SOFA cuando, el 31 de diciembre, expire el mandato otorgado por el Consejo de Seguridad, la Casa Blanca ha asistido, a todas luces desasosegada, a una suerte de rebelión entre los diputados iraquíes, buena parte de ellos opuestos al pacto, también llamado de seguridad, al extremo de que se han «excedido»en el reclamo de correcciones.
Uno de los bloques opositores incluso se «atrevió» a alertar de «caer en el juego» de los norteamericanos, subrayando que el mantenimiento o la retirada de los cerca de 144 mil efectivos representan un «tema político sensible», de cara a las elecciones presidenciales de noviembre. Del lado del Gobierno, dizque los negociadores han instado a que el movimiento de patrullas estadounidenses en las ciudades concluya en junio de 2009, y a que las tropas de combate -esas mismas que pueden matar impunemente- salgan del territorio a finales de 2011. Ah, y a que el territorio no sea utilizado como trampolín para ataques contra terceros países.
Lo cierto es que la presión pública ha logrado que los dirigentes insistan en un programa para la retirada. El hecho de que, plausibles encuestas mediante, siete de cada diez iraquíes deseen la marcha de los legionarios, y que más del 60 por ciento abogue por que el plazo concluya en un año, o en menos aún, parece haber determinado -siempre hay espacio para la duda- que Al Maliki cante la palinodia, aviniéndose hoy a negociar el repliegue.
Y, vamos, verdad es también que, aunque las cifras de bajas entre los invasores han disminuido a corto plazo -entre otros factores, por los cuantiosos recursos destinados a las fuerzas contrainsurgentes reclutadas entre los sunitas-, Washington no dispone de las decenas de miles de efectivos con que sus halcones hubieran querido enseñorearse de la situación en toda la línea. Por eso las fintas con «papeles» como el Estatus de las Fuerzas y el Acuerdo Marco Estratégico.
Anhelo empresarial… o imperial
Sin duda alguna así se puede calificar, con el analista García Lazo, el susodicho Acuerdo Marco, que garantiza a Estados Unidos el control de la explotación de los recursos petrolíferos, bajo el compromiso (¿letra mojada?) de Washington de contribuir al desarrollo económico, social y cultural de Iraq. Precisamente de Washington, destructor de la Mesopotamia en los tres sectores enunciados.
Agonizante la hegemonía asentada en la maquinaria bélica, pues larga vida a la hegemonía con el arma de las inversiones extranjeras, especialmente estadounidenses. La reciente concesión de derechos de explotación sin licitación a empresas yanquis e inglesas por las autoridades iraquíes, en detrimento de otras, rusas, indias y chinas, resulta nítido ejemplo del «compromiso» y los intereses «comunes» de las partes.
Bush y Al Maliki han aseverado, de consuno, que compañías norteamericanas se encargarían de «apoyar la construcción de las instituciones e infraestructuras económicas de Iraq dando asistencia económica y técnica para formar y desarrollar las competencias y capacidades de las instituciones iraquíes relevantes». Pero ¿cuáles son aquí las relevantes? ¿Las universidades y centros docentes, las de salud? No, estas estarán fuera, a juzgar por la precariedad educacional y de salubridad reinante en la población. Se trata, en todo caso, de los pozos de petróleo y alguna que otra industria de la rama, teniendo en cuenta el vigor con que las partes han negociado, negocian, la renovación de las concesiones a las enormes Exxon Mobil, Shell, Total y BP -por el nombre las conoceréis.
Y eso lo sabe el pueblo de la añeja Mesopotamia. Y lo sabe todo aquel que no se quede en el encantamiento de la superficie. Y que cave y cave para encontrar lo que no se aprecia a simple vista, lo que subyace, lo soterrado. Porque en cuestiones de política… ah, eso ya lo dijo un sabio.