Lo conocí hace unos años, no sé cuantos, porque fue en esos días en que aún pensaba que la vida no depende de un calendario. Todos creíamos entonces que esto de vivir era una batalla ganada y nunca nos preocupábamos del ritmo ridículo del reloj. Precisamente por eso conocí a Christian Poveda en una tarde […]
Precisamente por eso conocí a Christian Poveda en una tarde gris de Tegucigalpa, bajo una lluvita que daba lástima ver golpeando impasible los tejados. Fue en un salón de arte, en una exposición sobre pintura y fotografía. Yo dejaba pasar la tarde por allí cuando Christian se acercó y me preguntó la hora. Miré la maldita hora y el maldito reloj, que luego dejé de usar por miedo a cumplir las órdenes de la dictadura del tiempo.
Las 4:56 minutos, le dije. Me sonrió y me dio la mano, me dijo que era periodista. Lo vi con muchas cámaras al hombro y no me explicó más. Apenas alcancé a saludarlo con la mano cuando él dio la media vuelta y desapareció entre los alquimistas de la crítica, que miraban pinturas azules y fotografías en sepia con ojos asustados.
Ésa fue la única vez que vi a Christian Poveda. Más tarde sólo supe de él en imágenes paralizadas por su cámara y ensartadas en el ojo divino de Google. Y hoy lo han matado a balazos en El Salvador, donde caminaba perdido como en el cuento de Pulgarcito. A partir de ahora de él sólo nos quedará el aliento de las historias que nos contaba.
Escribo estas líneas para salvaguardar el recuerdo de aquella tarde en que la hora se detuvo a las 4:56 e inventó esa eternidad que ahora ya trascurre en sus imágenes tras el último fogonazo de magnesio de esta vida inútilmente perdida.
Fuente: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=8598&lg=es
Allan McDonald es dibujante hondureño, miembro de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística y colaborador habitual de Rebelión.