El 20 de mayo de 2007 Simon Peres, asesino de niños, presentó su candidatura a la presidencia de Israel y Condoleeza Rice visitó Madrid, con su guadaña al hombro, para azuzar a España contra Cuba. Luego todo siguió más o menos en el mismo tono. En febrero de 2008 Colombia invadió Ecuador y mató a […]
El 20 de mayo de 2007 Simon Peres, asesino de niños, presentó su candidatura a la presidencia de Israel y Condoleeza Rice visitó Madrid, con su guadaña al hombro, para azuzar a España contra Cuba. Luego todo siguió más o menos en el mismo tono. En febrero de 2008 Colombia invadió Ecuador y mató a Raúl Reyes, negociador de las FARC, y a 17 personas más. El 14 de septiembre de 2008 quebró Lehman Brothers, el cuarto banco de inversiones de EEUU, arranque simbólico de la crisis capitalista que sigue rebañando hoy los platos de los pobres. El 17 de septiembre de 2008, el Tribunal Supremo de España ilegalizó otro partido político en El País Vasco. El 14 de diciembre de 2008 el periodista iraquí Muntazer al Zaidi fue encarcelado por lanzar sus dos zapatos al todavía presidente Bush durante una rueda de prensa en la Bagdad ocupada y destruida. El 27 de diciembre de 2008 Israel comenzó el linchamiento de Gaza, desnuda y maniatada, asesinando desde el aire a 1.400 palestinos. El 28 de junio de 2009 el ejército dio un golpe de Estado contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya, al que secuestró y expulsó del país. En noviembre de 2009, Amnistía Internacional y el Comité contra la Tortura de la ONU reiteraron una vez más su denuncia contra España por las frecuentes torturas y malos tratos cometidas al amparo de la ley antiterrorista. El 12 de enero de 2010, un terremoto de 7,6 grados en la escala Richter recordó todos los golpes que el colonialismo había propinado a Haití y permitió nuevos empujones y abusos. El 26 de enero de 2010 se anunció el descubrimiento en Colombia, rosa de los derechos humanos en América Latina, de una fosa común con 2.000 cadáveres depositados por el ejército unos años antes. Ayer, 18 de mayo de 2010, 25.000 niños murieron de hambre en todo el planeta.
Durante tres años, esta normalidad espeluznante ha mantenido su rutinario traqueteo. Durante tres años han seguido ocurriendo dolorosas ignominias que reclaman nuestra atención y nuestra intervención. Pero hay algo que no ha ocurrido, un no-suceso que el oído avezado escucha, como un agujero afónico, en los bordes o en las costuras de estos acontecimientos, un silencio estrepitoso que burbujea en medio de las injusticias y que nos encoge un poco más el corazón. ¿Qué oímos? Eva Forest no ha dicho nada. Oímos, como un desconcertante sonido nuevo, que Eva Forest calla, desde hace tres años, ante estas atrocidades. No ha lanzado su garganta al viento; no ha enrojecido de ardiente indignación. ¿Es que se ha rendido? ¿Es que no se ha enterado? No. No leyó los periódicos el día 20 de mayo de 2007, en cuyas portadas Simon Peres y Condoleeza Rice afilaban sus cuchillos, porque Eva había muerto el día anterior, el 19, con el cuerpo en Hondarribia y la cabeza en el mundo.
¿Cómo pudo morirse con todo lo que iba a ocurrir, con todo lo que está ocurriendo? Bueno, estas cosas pasan: los humanos nos morimos y a algunos -mucho peor- los matan. Bueno, estas cosas pasan: los muertos siguen viviendo y algunos, mucho mejor, siguen también luchando. Eva murió a los 78 años con toda la vida por delante, con toda la historia -quizás siglos aún de bregas y resistencias- reclamando su intervención. Tenía un cuerpo y lo perdió. No es que eso no fuera nada. Era la condición de nuevos abrazos y de nuevas palabras, y el objeto, ahora ausente, de muchas y dolorosas nostalgias. Pero nadie es tan pequeño que no tenga sino lo que cabe en sus zapatos; nadie es tan avaro que no deje caer algo en el camino. Y Eva era grande y generosa y sacó de su cuerpo, como de un sombrero de prestidigitador, decenas de criaturas, unas físicas y otras intelectuales, que sí leyeron los periódicos el día 20 de mayo de 2007 y que ayer todavía seguían, y mañana seguirán, haciendo ranuras en la historia.
No he contado nunca -y no lo haré ahora, porque me emociona mucho recordarlo- cómo Eva me salvó la vida, o lo que vale la pena de ella, con una llamada telefónica a mi casa de Túnez en el otoño de 1999; ni cómo todo lo que he hecho después -libros, militancias y amistades- procede de algún modo de esa voz. Pero no quiero que se mida la importancia de Eva Forest por lo que hizo por mí o por tantos otros sino por todas esas cosas que podemos compartir y gracias a las cuales, sin cuerpo, Eva sigue luchando en el País Vasco, en Iraq y Palestina, en Cuba y en Venezuela y en Honduras y en Bolivia y en Latinomérica en general.
Eva nos dejo la editorial Hiru, cuyo catálogo no deja de crecer y que es, como ella misma decía, más que una editorial: una familia, un taller de costura, una plaza, un tendedero, una bandera, un tren, un aula, un balcón, una revuelta, una muchedumbre, una linterna y también ese mundo futuro -aquí y ahora- que no acaba de llegar. Gracias a Hiru conocimos en España, entre otros, a Petras, a Chomsky, a Howard Zinn, a Parenti, a Weiss, y pudimos leer al proscrito Alfonso Sastre, sin cuya obra no puede entenderse la literatura, ni aquí ni en ninguna parte, de los últimos 50 años (como casi ninguna otra cosa).
Eva nos dejó también una buena gavilla de libros, algunos por editar, algunos por redescubrir, entre los que no puedo dejar de citar Operación Ogro, a través de cuyas páginas se pueden aprender varios oficios (periodista, escritor, historiador), y esa obrita de teatro dulce y atroz, Una extraña aventura, sombra goyesca de esa tortura que Eva experimentó en su propia carne y contra la que luchó hasta el último aliento de su vida.
Eva nos dejó también su monumental trabajo de campo en la Cuba de 1966, cientos de grabaciones recogidas en Los nuevos cubanos como testimonio de la obra descomunalmente humana de la revolución y como refutación vibrante de todo pesimismo y toda claudicación.
Y Eva nos dejó también -repartido en todos estos hijos de su cuerpo finito- el ejemplo de su generosidad sin límites, de su niñez insobornable, de su cabezonería luminosa, de su justiciero tino anti-imperialista y de su incapacidad -reflejada en esa mirada encendida que flota aún en el aire- para desanimarse, y mucho menos para rendirse: el ejemplo, en fin, de todas las viejas fuerzas siempre nuevas con las que tantos hombres y mujeres, en todo el mundo, después del 19 de mayo de 2007, han seguido y seguirán luchando.
Eva vive. Eva viva. En una conferencia sobre la editorial Hiru (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=49593), Eva decía que los trescientos títulos del catálogo, traídos al mundo en partos tan trabajosos, demostraban que «si esto ha sido posible, otras cosas más difíciles lo serán también». Ese mismo texto acaba recordando que la editorial la sacaban entonces adelante cuatro mujeres, entre las cuales incluía a su compañero Alfonso Sastre. Eva vive. Mujeres de todos los sexos, uníos y seguid su ejemplo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR