Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Como es lógico, los árabes lo sabían. Lo sabían todo de la tortura masiva, de los promiscuos tiroteos contra civiles, del escandaloso uso del potencial aéreo contra los hogares de las familias, de las actuaciones de los crueles mercenarios británicos y estadounidenses, de los cementerios anegados de víctimas inocentes. Todo Iraq lo sabía. Porque ellos son las víctimas.
Sólo nos quedaba fingir que no sabíamos nada. Sólo nosotros, los occidentales, podíamos responder a cada reclamación, a cada denuncia contra los estadounidenses o británicos haciendo que apareciera algún general importante -me viene a la mente el desagradable portavoz del ejército estadounidense Mark Kimmitt y el horrible presidente de la Junta del Alto Estado Mayor Peter Pace- que se ponía a envolvernos con todo tipo de mentiras. Encuentren a un hombre que haya sido torturado y le dirán que eso no es más que mera propaganda terrorista; descubran una casa llena de niños asesinados por un ataque aéreo estadounidense y también dirían que es propaganda terrorista, o «daños colaterales», o una simple frase: «No tenemos nada que ver con eso».
Por supuesto que todos nosotros sabíamos que siempre tenían algo que ver con eso. Y el océano de registros militares recién publicado nos lo demuestra una vez más. Al-Yasira ha llegado hasta extremos extraordinarios para localizar a las actuales familias iraquíes con hombres y mujeres asesinados en los controles -he identificado uno de los memorandos porque informé sobre él en 2004, el coche acribillado a balazos, los dos periodistas muertos, hasta el nombre del capitán local estadounidense- y fue el The Independent on Sunday el primero en alertar al mundo sobre las hordas de indisciplinados pistoleros que volaban a Bagdad para proteger a diplomáticos y generales. Esos mercenarios que se abrían paso asesinando a todo el que se pusiera en su camino en las ciudades de Iraq; me insultaron cuando les dije que estaba escribiendo sobre ellos, allá por el año 2003.
Es siempre tentador evitar una historia diciendo «no es nada nuevo». Los gobiernos utilizan la idea de que un hecho es una «vieja historia» para desalentar el interés periodístico, de la misma forma que nosotros la podemos utilizar para encubrir la pereza periodística. Y es verdad que los periodistas han visto algo de todo eso antes. Fue el Pentágono quien en febrero de 2007 envió la «prueba» de la implicación iraní en la fabricación de bombas en el sur de Iraq a Michael Gordon, del The NewYork Times. La materia prima, que podemos leer ahora, es mucho más dudosa que la versión vendida por el Pentágono. Por todo Iraq había aún material iraní depositado desde la guerra entre Irán-Iraq de 1980-88 y fueron los insurgentes sunníes quienes llevaron a cabo en aquel período la mayoría de los ataques contra los estadounidenses. A propósito, los informes que sugieren que Siria permitió que los insurgentes penetraran en su territorio son correctos. He hablado con las familias de los suicidas-bomba palestinos cuyos hijos llegaron a Iraq desde el Líbano por el pueblo libanés de Majdal Aanjar y después a través de la ciudad siria de Aleppo, al norte, para atacar a los estadounidenses.
Pero, escrito todo con el gris estilo militar habitual, aquí está la prueba de la vergüenza de Estados Unidos. Este es un material que los abogados pueden utilizar en los tribunales. Si 66.081 -me encantó ese «81»- es la cifra más alta de civiles muertos de que EEUU dispone, entonces el balance real de muertos civiles es infinitamente mayor ya que esos registros sólo recogen las muertes de civiles de las que los estadounidenses tenían conocimiento. Algunos de ellos fueron llevados a la morgue de Bagdad en mi presencia, y fue el funcionario de alto nivel allí presente quien me dijo que el ministerio iraquí de sanidad había prohibido que los médicos realizaran autopsias a los civiles muertos llevados por las tropas estadounidenses. ¿Por qué no debieron hacerlas? ¿Porque los iraquíes que trabajaban para los estadounidenses les habían torturado hasta matarlos? ¿Había alguna conexión con los 1.300 informes estadounidenses independientes de torturas practicadas en las comisarías iraquíes?
Los estadounidenses no consiguieron mejores resultados la última vez. En Kuwait, los soldados estadounidenses oyeron que los kuwaitíes estaban torturando a palestinos en las comisarías una vez que liberada la ciudad de las tropas de Saddam Hussein en 1991. Había incluso un miembro de la familia real kuwaití implicado en las torturas. Las fuerzas estadounidenses no intervinieron. Sólo se quejaron ante la familia real. A los soldados se les dice siempre que no intervengan. Después de todo, ¿qué fue lo que le dijeron el teniente Avi Grabovsky, del ejército israelí, cuando informó a su oficial en septiembre de 1982 de que los aliados falangistas de Israel acababan de matar a varias mujeres y niños? «Ya lo sabemos, no es de nuestro agrado, pero no interfieras», le dijo a Grabovsky el comandante de su batallón. Eso ocurrió durante la masacre en el campo de refugiados de Sabra y Chatila.
La cita viene del informe de la Comisión Kahan creada en Israel en 1983, sólo Dios sabe lo que podríamos llegar a leer si Wikileaks metiera la mano en los archivos militares del ministerio de defensa israelí (o la versión siria, puesto el caso). Desde luego, en aquellos días no sabíamos cómo utilizar un ordenador y menos aún cómo escribir con él. Y esa, desde luego, es una de las lecciones importantes de todo el fenómeno de WikiLeaks.
En la Primera o Segunda Guerra Mundial o en Vietnam, escribías tus informes militares en papel. Podían mecanografiarse por triplicado pero se podías numerar las copias, rastrear cualquier espionaje e impedir las filtraciones. Los documentos del Pentágono están escritos actualmente en papel. Necesitas encontrar un topo para conseguirlos. Pero el papel siempre se puede destruir, mojar, tirar a la basura, triturar todas las copias. Al finalizar la guerra de 1914-18, por ejemplo, un subteniente disparó contra un hombre chino después de que un grupo de trabajadores chinos saqueara un tren militar francés. El chino le había amenazado al soldado con una navaja. Pero durante la década de 1930, se eliminó en tres ocasiones el archivo del soldado y por eso no queda rastro alguno del incidente. Sólo queda un débil fantasma de aquello en un diario de guerra del regimiento que recoge la implicación china en el saqueo de «trenes franceses de aprovisionamiento». La única razón por la que conozco el asesinato es porque mi padre era el teniente británico y me contó la historia antes de morir. No había WikiLeaks en aquel momento.
Pero sospecho que este tesoro masivo de material de la guerra de Iraq tiene implicaciones graves tanto para los periodistas como para los ejércitos. ¿Cuál es el futuro de los Seymour Hershes y del periodismo de investigación de viejo estilo que The Sunday Times solía practicar? ¿Cuál es el motivo de enviar equipos de reporteros a examinar los crímenes de guerra y encontrar «gargantas profundas» en el ejército, si casi medio millón de documentos secretos militares van a aparecer en una pantalla frente a ti?
Todavía no hemos llegado al fondo de la historia de WikiLeaks, y mucho me temo que hay bastantes más, aparte de unos cuantos soldados, implicados en estas últimas revelaciones. ¿Quién sabe si todo no llega hasta lo más alto? Por ejemplo, Al-Yasira, en sus investigaciones, encontró un extracto de una conferencia de prensa rutinaria ofrecida por el Pentágono en noviembre de 2005. Peter Pace, el aburrido presidente de la Junta del Alto Estado Mayor, informa a los periodistas de cómo los soldados deberían reaccionar ante un cruel trato hacia los prisioneros, señalando orgullosamente que el deber de un soldado estadounidense es intervenir si ve indicios de tortura. Después la cámara se mueve un poco más y enfoca la siniestra figura del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, quien de repente le interrumpe -casi susurrando, ante la consternación de Pace- «No creo que quieras decir que ellos [los soldados estadounidenses] tienen la obligación de detenerla físicamente. Su deber es tan sólo informar».
Por supuesto que la importancia de esta observación -crípticamente sádica a su manera- no apareció en periódico alguno. Pero el archivo secreto Frago 242 llena de significado aquella conferencia de prensa. Presumiblemente enviada por el General Ricardo Sánchez, esta es la instrucción que traslada a los soldados: «Teniendo en cuenta el informe inicial que confirma que las fuerzas estadounidenses no estaban implicadas en los malos tratos al detenido, no se producirá investigación alguna a menos que venga ordenada desde el Alto Mando». Abu Ghraib se produjo bajo el observatorio de Sánchez en Iraq. A propósito, fue también Sánchez quien, en una conferencia de prensa, no pudo explicarme por qué sus tropas habían matado a los hijos de Sadam en un tiroteo en Mosul en vez de capturarles.
Parece, por tanto, que el mensaje de Sánchez contaba con el imprimátur de Rumsfeld. Y por eso el General David Petraeus -tan querido por la prensa estadounidense- fue presuntamente responsable del espectacular aumento de los ataques aéreos estadounidenses durante más de dos años; 229 bombardeos en Iraq en 2006, pero 1.447 en 2007. Curiosamente, los ataques aéreos de EEUU en Afganistán han aumentado un 172% desde que Petraeus se hizo cargo del ejército allí. Lo que hace más sorprendente aún que el Pentágono esté ahora rebuznando con que WikiLeaks puede tener sangre en sus manos. El Pentágono ha estado cubierto de sangre desde el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima en 1945, y para una institución que ordenó la ilegal invasión de Iraq en 2003 -según su propio recuento, ¿no eran 66.000 la cifra de muertos civiles de un total de 109.000 registradas?-, ponerse a afirmar que WikiLeaks es culpable de homicidio es ridículo.
La verdad, por supuesto, es que si este inmenso tesoro de informes secretos hubiera demostrado que la cifra de víctimas era mucho menor que el pregonado por la prensa, que los soldados estadounidenses nunca toleraron las torturas de la policía iraquí, que raramente dispararon contra los civiles en los controles y que siempre exigían responsabilidades a los mercenarios asesinos, los generales de EEUU deberían haber entregado esos archivos gratis a los periodistas en los escalones del Pentágono. Están furiosos no porque se haya roto el secretismo o por la sangre que pueda haberse derramado sino porque les han pillado diciendo las mentiras que siempre supimos que decían.
Documentos oficiales estadounidenses detallan una escala extraordinaria de actuaciones malvadas
WikiLeaks publicó el 22 de octubre en su página de Internet alrededor de 391.832 informes del ejército de EEUU documentando actuaciones en Iraq durante el período 2004-2009. Los principales aspectos recogidos son:
- Torturas, violaciones y asesinato de prisioneros:
Hay cientos de incidentes de malos tratos y torturas a prisioneros por parte de los servicios de seguridad iraquíes, que incluyeron violaciones y asesinatos. Debido a que estos hechos aparecen detallados en los informes estadounidenses, las autoridades de ese país se enfrentan ahora a acusaciones por no haberlos investigado. Dirigentes y activistas de las Naciones Unidas están exigiendo una investigación oficial.
- Encubrimiento de muertes de civiles:
Los dirigentes de la Coalición han dicho siempre que no «recogían cifras de muertos», pero los documentos revelan que se registraron muchas muertes. El grupo británico de Iraq Body Count dice que, tras una examen preliminar de una muestra de los documentos, hay una cifra estimada de 15.000 civiles muertos más, lo que aumentaría el total a 122.000.
- Disparos contra hombres que intentan rendirse:
En febrero de 2007, un helicóptero Apache mató a dos iraquíes sospechosos de haber lanzado morteros cuando intentaban entregarse. Se cita a un asesor militar diciendo: «No pueden rendirse a un avión y siguen siendo objetivos válidos».
- Malos tratos y abusos por parte de las firmas privadas de seguridad:
El Buró del Periodismo de Investigación de Gran Bretaña dice que encontró documentos en los que se detallaban nuevos casos de supuestas matanzas de civiles que implicaban a Blackwater, rebautizada después como Xe Services. A pesar de esto, Xe sigue disfrutando de amplios contratos del gobierno de EEUU en Afganistán.
- La utilización por Al-Qaida de niños y «minusválidos mentales» para la colocación de bombas:
Un adolescente con síndrome de Down, que mató a seis personas e hirió a 34 en un ataque suicida en Diyala, representa un ejemplo de la estrategia de Al-Qaida para reclutar a personas con dificultades de aprendizaje. Al parecer, un médico vendió a los insurgentes una lista de pacientes femeninas con dificultades de aprendizaje.
- Cientos de civiles asesinados en los controles:
De los 832 muertos recogidos en los controles en Iraq entre 2004 y 2009, el análisis del Buró del Periodismo de Investigación sugiere que 681 eran civiles. Se disparó contra 50 familias, matando a 30 niños. En los incidentes en los controles sólo murieron 120 insurgentes.
- Influencia iraní:
Los informes detallan la preocupación de EUU de que agentes iraníes estuvieran entrenando, armando y dirigiendo militantes en Iraq. En uno de los documentos, el ejército de EEUU advierte que cree que un comandante de milicia que estaba detrás de la muerte de soldados estadounidenses y del secuestro de funcionarios iraquíes había sido entrenado por la Guardia Islámica Revolucionaria de Irán.