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Crisis de palabras

Fuentes: Rebelión

Es éste el título de un breve artículo de un pequeño libro editado por Acuarela y A. Machado, de Madrid. Es un libro barato, exquisito, bien escrito, bien traducido ( por Alvaro García-Ormachea) y con una ilustraciones de Acacio Puig muy buenas, muy personales. El editor y prologuista es Amador Fernández-Savater, que es uno de […]

Es éste el título de un breve artículo de un pequeño libro editado por Acuarela y A. Machado, de Madrid. Es un libro barato, exquisito, bien escrito, bien traducido ( por Alvaro García-Ormachea) y con una ilustraciones de Acacio Puig muy buenas, muy personales. El editor y prologuista es Amador Fernández-Savater, que es uno de los mejores promotores del pensamiento crítico radical que hay en nuestro país.

Pero lo mejor del libro es lo que dice y quién lo dice. Empezaré por lo segundo. Está escrito por Daniel Blanchard. Es un escritor y un hombre muy interesantes, que cuenta ya con 78 años. No lo conozco personalmente pero por lo que desprende en los artículos y entrevistas puedo captar en él cualidades que aprecio : sentimiento de humanidad, inteligencia crítica, sensibilidad, compromiso ético y político. Se le nota libertad de espíritu, criterio propio y una búsqueda incesante de emancipación, tanto singular como común. Lo que significa para mí lo que acabo de decir es que es una persona que no se conforma, que conlleva una inquietud creativa, que quiere potenciar sus capacidades hasta el límite. En lo común busca lo que nos vincula a los otros y es capaz de conmoverse con el dolor ajeno. Personalmente lo asocio más a gente como Deleuze o como Rancière que al mismo Castoriadis, con el que está directamente vinculado. Pero no puedo dejar de pensar en un viejo filósofo al que no cita, el Spinoza que asocia la libertad con el poder y la servidumbre con la impotencia. Poder sobre uno mismo, sobre la propia vida, y no poder sobre el otro. Como decía Deleuze el poder sobre el otro es el nivel más bajo del poder como autonomía: quien necesita dominar al otro muestra impotencia. Es también el tema de Foucault, que quiere resolver finalmente diciendo que el poder sobre uno mismo, que a veces es poder puntual sobre el otro no tiene nada que ver con el dominio, que es jerarquía establecida y negación del poder del otro. Tenemos detrás de esta problemática la gran confusión introducida por Nietzsche al identificar poder y dominio.

Volvamos a Blanchard. Tuvo la oportunidad de formar parte del grupo Socialismo o Barbarie. La oportunidad depende siempre del azar ( que no es otra cosa que lo que no depende de nosotros, lo que se cruza sin que lo busquemos) y de nuestra capacidad para apresar lo que aparece delante nuestro. Socialismo o Barbarie fue un pequeño grupo que apareció en París el año 1957 y que se disolvió en 1965. Tuvo pocos y destacados miembros, aparte de él mismo: Claude Lefort, Jean François Lyotard, Edgard Morin y sobre todo Cornelius Castoriadis. Castoriadis fue el líder del grupo. La palabra líder no le gusta a Blanchard como no me gusta a mí. Curiosamente sí le gusta a Castoriadis, tan crítico con cualquier manifestación de poder. Pero un líder establece relaciones de poder, como bien vio Blanchard. Auqnue Blanchard reconoce el potencial intelectual y personal de Castoriadis es capaz de ver que este liderazgo acabó con el grupo, que siempre acabó sometiéndose a su criterio. Es lo que pasa siempre que un grupo hay un líder, un maestro, un dirigente. Socialismo o Barbarie fue capaz de mantener durante mucho tiempo el debate y el trabajo compartido, que no es poco. Lo contrario de un partido, cuya estructura jerárquica es lo contrario de la capacidad de pensar de sus miembros fue precisamente esto. En una entrevista a Gilles Deleuze éste nos explica que fue casi el único miembro de su generación que no pasó por el PCF. ¿ Porqué ? La respuesta de Deleuze es sencilla : no quería dedicar su tiempo a vender el periódico del partido o a buscar firmas. Es decir, al activismo puro y duro, a la acción del ejecutante que recibe órdenes del equipo dirigente. Los que vivimos en la época de la Dictadura franquista sabemos de que hablamos. En primer lugar porque padecimos la manipulación del PSUC, que quería dirigirlo todo y dirigir a todos. En segundo lugar porque en las organizaciones en las que milité, la Liga comunista y el Movimiento comunista, pude experimentar que la principal virtud que se exigía a un militante era la obediencia. Debo reconocer que en la Liga comunista ( troskista) aprendí política ( porque había debate, aunque dirigido por la dirección, claro) y en el Movimiento comunista ( maoista) lo único que había era activismo. Según me comentan conocidos habían otras organizaciones, como Acción comunista, en la que el funcionamiento era democrático y el debate abierto y crítico. Es posible.

En todo caso el grupo del que hablamos fue un experimento de trabajo teórico innovador y compartido muy interesante y abierto. Pero llegó un momento en que este movimiento vivo murió y se pasó al aburrimiento y a la repetición. El grupo tuvo entonces la capacidad de disolverse, y cada cual siguió su camino. Daniel Blanchard fue uno de los que tuvieron resonancia. Edgard Morin y Jean François Lyotard pasaron a ser intelectuales mediáticos, con todas las servidumbres que implica. Claude Lefort y Cornelius Castoriadis pasaron a ser, por decirlo así, autores de culto, reconocidos relativamente en el mundo académico y con un círculo entusiasta de seguidores importante. Esto ocurrió sobre todo en el caso de Castoriadis. Pero Blanchard también conoció y frecuentó a otro personaje de culto, Guy Debord, que luego transformó en tópico su noción de sociedad del espectáculo. En las anotaciones sobre ambos Blanchard muestra su capacidad crítica y su respeto por los dos, tanto a nivel personal, como intelectual y político. Pero Blanchard, que no es un creyente, nunca se dejó atrapar por sus discursos seductores. Pudo ver sus fisuras y defectos, aunque no tuvo nunca contra ellos el odio del converso. Porque nunca los mitificó, nunca los desmitificó. Porque nunca se dejó encantar por ellos, nunca fue un desencantado.

El libro merece ser leído y pensado, es una pequeña joya que pasó desapercibida y a la que quiero rendirle un pequeño homenaje. Hay algunas de las reflexiones de Blanchard que me gustaría compartir con los lectores ( siempre posibles, nunca seguros) de este artículo. Uno es la idea que más destaca Blanchard de Castoriadis. Una es el diagnóstico que hace Castoriadis de la sociedad que vive ( y que vivimos ) como una sociedad de la insignificancia. Todo se vuelve pequeño, pobre, efímero, inconsistente. Es la sociedad líquida de Bauman, es la corrosión del carácter y el declive del hombre público de Sennett. Todos formamos parte, poco o mucho, de esta miseria intelectual, vital, social que nos invade. Todo se ha privatizado y esta privatización no sólo ha significado la pérdida del espacio común sino también una degradación ( por mucho que le pese a liberales como Mill) de lo privado. Aunque el autor no gusta a muchos es Nietzsche quien lo había anunciado. Es el último hombre que lo empequeñece todo, que se adapta al nihilismo. Que vive al mínimo porque no quiere sufrir, porque tiene horror al dolor. Que como dice Blanchard recordando a Castoriadis, huye deseparadamente de la muerte. Es, somos, el hombre más cobarde que no ha existido nunca. El nihilismo hedonista y tecnológico ( forma moderna del pan y circo ) es nuestro consuelo. Y el fútbol , como no.

Algunos dirán que hablo como un elitista o que ahora el problema es el pan, o que los millones de hambrientos que les estoy contando. Es cierto, pero en parte. Primero porque no soy elitista, me considero parte de lo que critico, no me salvo ( aunque no me guste el fútbol). Lo segundo que la búsqueda del pan que nos quiere quitar nos debería llevar también a un cuestionamiento de la vida que hemos llevado, no sólo querer conservar la forma de vida que teníamos. Y los que no tienen pan o están hambrientos no leerán nunca este artículo, ni ninguna de las páginas web o revista de la izquierda. Por lo tanto a ellos no les hablo porque no pueden escucharme.

La crisis de palabras de Blanchard es un síntoma muy grave. Ya nos han quitado hasta las palabras. Las palabras significan conceptos que se refieren a su vez a vivencias, si no, están vacías. El discurso ideológicamente correcto se ha cargado todo lo que tenía significado político : democracia, derechos, justícia, libertad, igualdad. El discurso capitalista ha transformado el placer, el deseo, la vida, el goce, la felicidad, la vida, la rebeldía en consignas publicitarias. Hemos pasado de ciudadanos, de personas a clientes del Mercado y del Estado.

¿ Que nos queda ? Citaré a Blanchard :

Hoy, entre las brumas de la modernidad petrificada, confinada al trabajo delirante de su auto-reproducción a gran escala, mantener abierta la «crisis de las palabras» nos pone a cada uno ante el reto de mantener viva una conciencia- «la facultad de juzgar»-, y nos sitúa a todos ante el desafío de oponernos, para sobrevivir, a la sustitución de lo social por lo maquinal.  

  Lo maquinal es también esta lógica del capitalismo que nos conduce hoy, más allá de la miseria ética, moral e intelectual, a la miseria material. Pero es esta miseria ética, moral e intelectual de las clases dirigentes, la que hace mover la máquina.

Gramsci decía que pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad. No lo veo claro. Hay que resistir, hay que experimentar. Pero sin convertirnos en creyentes. Podemos incluso votar las mejores opciones, como hago yo mismo. O participar en una huelga general cuando nos convocan. Pero estos dirigentes sindicales, que cobran del estado, que están instalados en sus despachos y que nos tratan como imbéciles con sus consignas no me despiertan ninguna confianza. Ni los arrogantes intelectuales de la izquierda radical con sus capillas, ni los hombres de izquierda que han hecho de la política su profesión. Todos nos quieren dirigir, todos quieren conducirnos por el camino que nos han asignado. Como a máquinas. ¿ Hay alternativas ? No lo sé. Y que conste que nunca he estado de acuerdo con gente ( por otra parte tan valiosa) como Agustín García Calvo cuando dice que él no se siente obligado a plantear ninguna alternativa.

Lo siento, seguramente no tocan hoy estas reflexiones. Pero, en todo caso, es lo que pienso y lo que siento hoy y que quizás puedo compartir con alguien.