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Reseña de "La sanidad está en venta. Y también nuestra salud", de J. Benach et alia

¡Pequeño gran libro!

Fuentes: El Viejo Topo, junio de 2012

Joan Benach, Carles Muntaner, Gemma Tarafa y Clara Valverde, La sanidad está en venta. Y también nuestra salud. Icaria, Barcelona, 2012, 111 páginas. Prólogo de Vicenç Navarro.

Lo esencial puede decirse en apenas tres o cuatro líneas: La sanidad está en venta [LSEV] es un libro sólido, documentado, magníficamente escrito, urgente, de lectura más que agradable y, por si lo anterior fuera poco, necesario e incluso imprescindible en los momentos que estamos viviendo. Para interpretar el mundo y para transformarlo. En la estela del joven Marx revolucionario.

LSEV está estructurado en cinco capítulos -«Salud solo para algunos», «La salud pública, mucho más que la atención sanitaria», «La sanidad pública, un logro colectivo que no podemos perder», «Golpes de Estado sobre la sanidad» y «Retomar la salud en nuestras manos»-, acompañados de un breve apartado de referencias bibliográficas y videográficas y de un segundo dedicado a páginas web de colectivos y movimientos.

Viçenc Navarro en su prólogo -«Lo que está en juego»- señala nudos esenciales de la situación: tras intensas y a veces olvidadas luchas populares, una gran parte de las Constituciones actuales han incorporado el derecho a la salud entre los más importantes en su compilación de derechos (la española, por ejemplo, la demediada constitución de 1978 lo hace en el artículo 43). Esta importante conquista social, este derecho ciudadano, está siendo puesto en cuestión por muchos representantes políticos que representan fiel y servilmente los intereses de corporaciones privadas. Un ejemplo entre otros posibles: las posiciones defendidas por el señor Boi Ruiz, el conseller de Salud del Gobierno de la Generalidad de Cataluña: la salud es un bien privado que depende de cada uno de nosotros, de nuestra genética, de nuestros antecedentes familiares y de nuestros hábitos personales. Esta es la tesis de este doctor en gestión hospitalaria de orientación neoliberal.

En el primer capítulo, «Salud solo para algunos», los autores nos ofrecen un documentado panorama de la situación actual. Uno de sus nudos destacados, una sangrante paradoja económico-sanitaria: Estados Unidos, con un tercio de la riqueza mundial, es el país más poderoso de la tierra, el que cuenta con los centros de investigación biomédica con más recursos, el que ha conseguido el 60% de los Premios Nobel, y, al mismo tiempo, es el país del mundo que más gasta en sanidad (¡el 16% del PIB!), pero donde unos 50 millones de personas carecen de cobertura sanitaria -en torno al 16% de los ciudadanos censados-, lo que anualmente provoca la muerte de entre 45 y 100 mil personas (p. 16). Por si fuera poco, otros 62 millones tienen una cobertura insuficiente, sin los servicios médicos adecuados. ¿Esta es la gran aportación a la salud de la humanidad del gran Imperio del capital y de las desigualdades sociales?

La situación, desde luego, es aún peor para cientos de millones de personas que viven en los países más necesitados del planeta. Las desigualdades sociales que vertebran nuestro mundo -también en el interior de los países- afectan a la salud humana de forma brutal, brutalmente desigual. Una niña sueca recién nacida, es un ejemplo de los autores, «tiene una probabilidad de vivir (83 años) tres décadas y media más que una que nazca en Chad (48 años)», casi el doble que esta segunda. Nuestra mayor epidemia, una de las tesis básicas del libro, no son las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, las infecciones o el tabaquismo sino los determinantes sociales que afectan a la salud pública: seguridad y calidad de agua y alimentos, la precariedad laboral y la calidad de las condiciones de empleo y trabajo, las condiciones ecológicas y el medio ambiente, disponer de protección social, el acceso y la calidad de la vivienda.

Las páginas finales de este primer capítulo, brillante sin atisbo de duda, están dedicadas a la equidad en salud -«la ciudadanía, los pueblos, deben tomar la salud en sus propias manos» (p. 28), señalan- y a problemas en salud ocultos, «invisibles» o poco visibles, que es necesario conocer y de los que apenas se habla: los riesgos y problemas de salud del medio laboral, los problemas de salud de los que apenas si tenemos información (violencia, salud mental, precariedad laboral) y la distribución no equitativa de la enfermedad y la muerte entre las poblaciones y territorios.

La salud pública es mucho más que la atención sanitaria. Este es el tema del segundo capítulo. ¿Cómo entienden los autores la salud pública? Esta es su penetrante definición: «La salud pública puede definirse como aquella disciplina cuyo objetivo debe ser conseguir la máxima salud colectiva posible aplicando el conocimiento disponible en un determinado contexto social e histórico» (p. 32). Su principal objetivo no es sólo la descripción de los patrones y causas de las enfermedades en las poblaciones, «sino trabajar para su mejora mediante acciones en el medio ambiente, las condiciones de empleo y trabajo, los factores sociales y políticos, y la atención sanitaria» (p. 33). Conviene, señalan, no confundir «salud pública» con las actividades realizadas por los servicios de atención sanitaria públicos, lo que conocemos como «sanidad pública» (en contraposición a sanidad privada). La importancia de los determinantes sociales en salud y la equidad es nuevamente resaltada en los compases finales del capítulo.

A un logro colectivo que no podemos perder, a la sanidad pública, «un determinante importante de nuestra salud», está dedicado el tercer capítulo del libro. Históricamente, indican, la aparición de la asistencia sanitaria pública se explica «por la idea de que en caso de que exista una enfermedad, la sociedad no debe responder con un sistema basado en la beneficencia sino con servicios de salud a los que todo ciudadano tiene derecho» (p. 43). A nadie se nos escapa la importancia política actual de esta consideración, razonable donde las haya.

Los autores explican, en breves pero sustantivas páginas, como las luchas sociales permitieron obtener la sanidad pública universal, una conquista social de enorme calado e importancia que es cuestionada desde cincuenta mil atalayas, ninguna de ellas inocente ni desinteresada. Es el caso en nuestro país por ejemplo en estos mismos momentos.

Por lo demás, se presenta en las páginas 49-53 un resumen excelente de las razones por las que la sanidad privada es peor para la salud y la calidad de vida. «Los únicos aspectos donde el sector privado muestra ser mejor que el público es el confort y el menor tiempo de espera» (p. 50). La diferencia en calidad entre la privada y la pública, por ejemplo, es abrumadora en la atención hospitalaria y en servicios como los de diálisis externos. Una sucinta crítica a la «reforma sanitaria» de Obama puede verse en las páginas 51-52, las que cierran este apartado.

«Golpe de Estado sobre la sanidad» es el título del siguiente capítulo de LSEV. El título puede parecer un pelín exagerado, pero tras su atenta lectura esa metáfora creemos que se confirma plenamente. No hay espacio aquí para dar cuenta de las razones esgrimidas ni del proceso histórico de contrarreforma neoliberal sobre la sanidad pública que nos es presentado, ni de las razones esgrimidas para dar cuenta de la importancia del lenguaje en los debates sobre estas temáticas, ni sus brillantes comentarios sobre el denominado «copago» -ineficaz, injusto e inequitativo, un «impuesto al enfermo»-. Baste recordar las palabras con las que cierran este capítulo: «Para que el negocio tenga éxito, la élite económica y política debe asegurarse de que el debate en los medios de opinión y desinformación social sea escaso y limitado y, sobre todo, que sea «filtrado» y quede definido bajo ciertos criterios. No caben las opciones ni los debates de ideas. Ellos nombran, ellos crean las palabras, definen el marco del debate y controlan los medios para convencer a la población» (pp. 76-77).

El último -«Retomar la salud en nuestras manos»- es el capítulo más leninista. Qué hacer, hemos podido preguntarnos. Mucho puede hacerse responden. De entrada, argumentan «el silencio y la pasividad son nocivos para salud». Sabemos lo que queremos: los grupos sociales y movimientos populares trabajan para consensuar ideas y propuestas para luchar por la salud y la sanidad pública que se desea: 1. La salud es bio-psico-social. 2. Una atención sanitaria humana, eficiente y de calidad. 3. Una atención universal, equitativa, gratuita y sin repagos. 4. Una sanidad que potencie la atención primaria y comunitaria. En fin, una sanidad pública que requiere una participación ciudadana real.

No es una carta a los Reyes magos ni a ninguna instancia trans-ciudadana. Se trata de investigar y analizar, entre todos y todas, para pasar a la acción, entre todas y todos, organizándonos a través del diálogo y el consenso. También esto es posible. Como en tantas otras ocasiones, como en tantos otros asuntos, nada nos será dado gratuitamente. Los autores recuerdan oportunamente una reflexión del gran historiador Josep Fontana: «Buena parte de las concesiones sociales [conquistas provisionales hubiera sido tal vez mejor] se lograron por el miedo de los grupos dominantes a que un descontento popular masivo provocara una amenaza revolucionaria que derribase el sistema». ¡Debemos darles miedo nuevamente! Esta es también una de las tareas de la hora y el minuto en que vivimos: enseñar nuestros dientes afilados y enrabietados.

El libro, este magnífico e imprescindible pequeño-gran libro, no sólo como medio de formación y documentación sino como procedimiento que ayuda a una intervención política razonable, constante y cada día más necesaria, está dedicado a Oriol Martí: «salubrista y médico de personas». Este es también precisamente el rovell d l’ou del asunto: las personas, personas muy vulnerables en numerosos casos, y no las cuentas de resultados de grandes corporaciones ni la servil columna curvada de muchos políticos, partidos e instituciones. Para ello no vale la desesperanza ni el desánimo.

La cita de Jorge Riechmann con la que los autores abren su texto cierra consistentemente el círculo: «No tenemos derecho a la desesperanza. Nosotros los que no pasamos hambre, los que no morimos de enfermedades curables, los que podemos estudiar y reflexionar, los que no tenemos nuestras facultades físicas ni intelectuales mermadas por las secuelas del hambre y las enfermedades, no tenemos derecho a la desesperanza».

No, no tenemos derecho. Como Ernst Bloch: el principio esperanza. Y con acción documentada como vértice complementario e ineludible.