El Fondo Monetario Internacional (FMI) emitió por primera vez en su historia una «declaración de censura» contra Argentina donde le pide llevar a cabo, sin demora, medidas correctivas para mejorar la calidad de los datos de inflación y crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB). Con su acostumbrada prepotencia el organismo emplazó al Gobierno a modificar […]
El Fondo Monetario Internacional (FMI) emitió por primera vez en su historia una «declaración de censura» contra Argentina donde le pide llevar a cabo, sin demora, medidas correctivas para mejorar la calidad de los datos de inflación y crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB).
Con su acostumbrada prepotencia el organismo emplazó al Gobierno a modificar la metodología de elaboración de sus informes oficiales sobre estadísticas macroeconómicas, antes del 29 de septiembre.
Y es que Argentina tiene una deuda con el FMI porque después de que esa nación padeció regímenes neoliberales que destruyeron su economía, los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner cometieron la osadía de cancelar la deuda con ese organismo internacional dirigido y controlado por Estados Unidos y por las naciones desarrolladas de Europa.
La valentía cometida y el ejemplo de independencia económica ofrecido por los Kirchner se convirtieron en una herida en el corazón de esa institución que durante décadas ha obligado a las naciones del tercer mundo a aceptar empréstitos leoninos que al sumarles los altos impuestos se convierten en impagables.
Para que los deudores cumplan sus compromisos de pagos, el FMI los obliga a tomar medidas extremas que van desde las privatizaciones del sector público hasta acciones de austeridad que afectan a la gran mayoría de la población.
Como indica un viejo refrán «El que siembra vientos cosecha tempestades», y eso mismo le sucedió al FMI cuando ayudó a que Buenos Aires cayera en la década de 1990 y principio del 2000 en la crisis económica y social más profunda de su historia.
Argentina que desde hace varios años rechazó someterse a cualquier evaluación del FMI, asegura que sus cifras oficiales son completamente adecuadas.
La presidenta Cristina Fernández, tras la amenaza del organismo, respondió en su cuenta de Twitter «Argentina, fue alumna ejemplar del FMI en los 90 que siguió todas y cada una de las recetas y cuando explotó en 2001 le soltaron la mano».
Y preguntó: «¿Dónde estaba el FMI que no pudo advertir ninguna crisis? ¿Dónde estaba cuando se formaron no ya burbujas sino globos aerostáticos financieros mundiales? ¿Dónde estaba uno de sus ex directores cuando el Bankia, que él dirigía, debió ser auxiliado con miles de millones de euros?».
Resulta beneficioso recordar la situación que padeció ese país del cono sur tras los gobiernos de derecha neoliberales de Carlos Ménem y Fernando de La Rúa.
Los años en el poder de Ménem (1989-1999) fueron el preámbulo para llevar al país hacia la debacle económica, pues eran tiempos en que el FMI, el Banco Mundial (BM) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) obligaban a las naciones a ceñirse al Consenso de Washington cuyas prioridades eran el libre mercado, las privatizaciones y una globalización desmedida.
No en vano, en 1998, el entonces presidente FMI, Michel Camdessus durante un discurso en la ONU, puso a Argentina como «ejemplo de las transformaciones» y a Ménem como «el campeón de las reformas», pues su administración abrió los servicios y la industria al capital extranjero y permitió la importación indiscriminada de mercancías.
Como el peso argentino tenía valor similar al dólar, los productos importados eran más baratos que los nacionales pero a la vez resultaba difícil exportar, lo que fue generando un alto déficit comercial que durante un tiempo se remedió con la venta de las empresas de servicios públicos.
Al ir desapareciendo el ingreso de capitales (no quedaban empresas que vender) se produjo un generalizado endeudamiento comercial y público pues hasta se privatizó el sistema estatal de jubilaciones y se remplazó por las Administradoras de Fondos de Jubilación Privada (AFJP).
Esta ofensiva de monopolización privativa, que también se impuso en el sector agropecuario, estuvo acompañada por los grandes medios de comunicación los cuales promovían que para llegar a la modernización absoluta había que prescindir de la agricultura familiar, la soberanía alimentaria y del cuidado de la biodiversidad.
Para finales de 1997 Argentina detuvo su expansión económica, se estancó y en 2001 entró en una abismal depresión cuando el ex presidente Fernando De la Rúa acabó de endeudar al país y prohibió el uso de los depósitos bancarios.
Estos episodios neoliberales dieron lugar a la paralización de los bancos y de casi todo del país; la declaración de moratoria de la abultada deuda; la devaluación del peso argentino y la represión de las manifestaciones, saldada con numerosos muertos.
El desempleo se situó en el 27 %, la deuda externa alcanzó decenas de miles de millones de dólares, el hambre y la miseria se extendieron por todo el territorio nacional (la mitad de los 37 millones) con las consecuentes muertes de menores, mientras la asimetría entre una minoría rica y la mayoría pobre se acentuaba.
En el año 2002, ante la violenta crisis, cerraron sus puertas 115 000 pequeños comercios que lanzaron a las calles a otros 400 000 empleados.
El Producto Interno Bruto decreció durante varios años consecutivos y en el 2002 cayó a 10,9 %. En 2003 el 51,5 % de la población, o sea, 18,5 millones de argentinos vivían en la pobreza. Docenas de niños murieron por desnutrición y seis de cada 10 menores de 14 años no tenía cómo alimentarse ni contaban con alguna protección gubernamental.
Con la renuncia de De la Rúa y la llegada de Eduardo Duhaldé en enero de 2002 se implementaron medidas económicas que se reforzaron tras el triunfo de Néstor Kirchner en mayo de 2003 y continuaron con la presidencia de Cristina a partir de 2007 hasta la fecha, las que lograron sacar al país de la debacle.
También se instauró el programa gubernamental de Asignación Universal por Hijo que ayudó a reducir la pobreza extrema entre los jubilados y los menores de edad.
Por eso, con mucha fuerza y suficiente razón, la presidenta en su réplica al Fondo puntualizó: «Argentina en 2003, en soledad, sin acceso al mercado financiero internacional, creció en 10 años el 90 % de su PIB, el mayor de su historia, construyó un mercado interno con inclusión social y políticas contra cíclicas; le pagó al FMI y reestructuró dos veces, en 2005 y 2010, su deuda defaulteada con 93 % sin volver a pedir prestado al mercado financiero internacional, para terminar con la lógica del endeudamiento eterno […]»
Ante estas realidades cabe preguntarse, ¿acabará el FMI de comprender que América Latina no es la misma de las décadas de 1980 y 1990 cuando imperaban en la región gobiernos que obedecían los dictados de Washington? Claro, hay que comprender que Argentina es un mal ejemplo para los que siguen sus consejos como Grecia, Portugal, España, Irlanda, los cuales no saben cómo salir del hueco neoliberal.