Escribes un prólogo y quieres citar un párrafo de Epitafio para un espía. Empiezas a transcribir las palabras, para confirmar una expresión buscas en la red la versión original, inglesa, del texto. Encuentras una edición de Random House, en la colección Vintage Crime, pero ese fragmento no aparece en el texto inglés. Tu ejemplar en […]
Escribes un prólogo y quieres citar un párrafo de Epitafio para un espía. Empiezas a transcribir las palabras, para confirmar una expresión buscas en la red la versión original, inglesa, del texto. Encuentras una edición de Random House, en la colección Vintage Crime, pero ese fragmento no aparece en el texto inglés. Tu ejemplar en castellano ha sido editado por el Instituto del Libro en La Habana, 1969. Dispones también de una edición española publicada en 2008 por la editorial Navona. Buscas ahí la cita sin encontrarla. Compruebas los nombres de los traductores. El de la edición española es M. Pais Antiqueira. Buscas información sobre él o ella. Todo parece indicar que su nombre es Manuel, que ha traducido otras novelas del autor y que la traducción de la editorial Navona es la misma publicada en 1987 por Montesinos. En seguida inventas una historia: Julio Vacarezza, el traductor de la edición cubana, decidió por su cuenta y riesgo añadir de modo explícito algunas de las motivaciones políticas Schimler, un personaje que al fin y al cabo ni siquiera es el protagonista, y de quien en la novela se cuenta que militó en la organización de propaganda del partido comunista alemán. «En el grupo había un social demócrata alemán como yo. Juntos leímos el Anti- Dühring y nos interesó tanto el tema que solíamos conversar durante toda la noche al respecto». Casi te conmueve pensar en ese traductor que se extralimita y pone al personaje a leer a Engels . Incluso se preocupa por narrar la evolución del Schimler desde el extremo opuesto: «Toda mi vida desprecié el comunismo. Muchos artículos escribí para combatirlo, tachando de charlatanes a Marx y Engels, y afirmando que Lenin no era más que un bandido dotado de un poco de genio. El materialismo dialéctico, solía decir, era algo despreciable que sólo podría aceptarse en un adolescente o en seudointelectuales. Agoté el tema tanto en serio como en broma. Creía ser muy sabio y estar en mi derecho. Pero lo raro del caso es que nunca había leído nada de Marx o Engels».
Te llama la atención cómo ha huido del tópico al idear la descripción de Lenin por parte de un anticomunista: «no era más que un bandido dotado de un poco de genio». Empiezas a admirar a ese traductor que también te parece un bandido dotado de un poco de genio. ¿Qué pasaría si un traductor de tus libros los alterase de ese modo? En el caso cubano al menos no hay traición ideológica, puesto que Schimler, según su creador, ha militado convencido en el partido comunista alemán, y el traductor lo único que ha hecho es dar relieve a esa militancia. Lees el otro fragmento suprimido: «Es algo raro que un hombre pueda vivir largos años con una idea que acepta como cierta aunque no haya examinado a fondo el origen de su convicción -continuó-. Eso fue, más o menos, lo que ocurrió conmigo. Era como si hubiese estado viviendo en una habitación oscura y estuviese convencido de que conocía el color de las paredes y de la alfombra. De pronto, alguien encendió una luz y comprobé que los colores eran muy diferentes y que estaba equivocado respecto a la forma de la estancia». Puro Ambler, comparaciones corrientes que sin embargo son precisas y se quedan grabadas en la memoria. Puede ser que el traductor conociera muy bien su estilo, pero empiezas a pensar que a lo mejor la explicación está en el propio Ambler, tal vez fue él quien hizo los cambios por algún motivo.
Sigues buscando y encuentras un pdf con las tres versiones de la novela: la publicada en Nueva York, la traducción española, fechada en 1972 y la cubana. Procede de la página Novela y su traducción , que aloja una documentación extraordinaria sobre las traducciones de numerosas novelas. Allí sólo se comparan las distintas soluciones de los traductores, pero lógicamente aparecen destacados los párrafos ausentes en el original. Descubres que Vacarezza no sólo habría añadido fragmentos ideológicos sino otros que tienen que ver con la trama, a veces páginas enteras, en particular las que atañen a una pareja de norteamericanos. Abandonas la hipótesis del traductor militante con exceso de celo. Averiguas que la traducción cubana ha tomado como referencia la primera edición del libro, aparecida en Hodder & Stoughton, Londres, 1938. Por el contrario, la edición de Vintage Crime disponible en la red, tanto como la edición española, proceden de una versión posterior a 1951. ¿Qué pasó entretanto? Pasó un libro de Ambler El proceso Deltchev, novela de juicios y conspiraciones y, a la vez, una crítica clara del estalinismo. La corrección de Epitafio para un espía se hizo después del cambio de perspectiva que supuso aquella novela y, según parece, para la edición que iba a publicarse en Estados Unidos.
Piensas en los Zaleshof, dos divertidos espías soviéticos, hermana y hermano, protagonistas de otra novela de Ambler, Motivo de alarma . Recuerdas a Andreas diciéndole al narrador: «La naturaleza humana es parte del sistema social en que está inscrita. Cambia el sistema y cambiarás a la persona». Y luego te imaginas a Eric Ambler borrando de un libro el momento en que Schimler, un joven periodista alemán que ha estado prisionero en un campo de concentración y ha sido liberado a cambio de renunciar a su nacionalidad, lee junto con un amigo el Anti- Dühring . Te preguntas si para criticar el estalinismo, o para publicar en aquel momento en Estados Unidos, era necesario suprimir también las noches de lectura del personaje. Puede que convicción y conveniencia a veces se toquen o puede que no. En todo caso, estás bastante de acuerdo con Andreas y su forma de entender la naturaleza humana y te alejas del juicio de intenciones. Recuerdas otra novela, Cerbero son las sombras , la primera de Juan José Millás. En la página 10 habías leído: «Cuando la acaricio por dentro su mirada parece un lugar penetrable y bello, con sus mares y sus nieblas, y sería posible ver todos los minutos algunas cosas diferentes y entonces qué amor. Porque aquello no era sentir pasar el tiempo, sino mirarlo y verlo en nuestros desde entonces oscurecidos ojos, y en nuestras manos maduras ya para el deseo de sus pechos, para el deseo de mi espalda solitaria». Ella es la madre del personaje. En la siguiente edición, y en las que vinieron luego, el párrafo desapareció. Quizá la causa fue la fantasía incestuosa, o quizá sólo el aire de adolescente cortazariano, que se aleja del tono general de la novela. De nuevo rechazas el juicio de intenciones y rehuyes también aquellos asertos según los cuales la verdad de una vida, o de una novela, estaría en lo tachado, en la papelera de reciclaje, en los arrepentimientos. Tampoco piensas que la verdad esté en lo que se conserva sino que impugnas esa idea detectivesca de verdad, como si bastara una prueba para explicarlo todo.
Piensas en el experimento de William Rathje mencionado por Almudena Hernando en su libro La fantasía de la individualidad . Mediante un proyecto de arqueología sobre la basura Rathje comprobó que cuando se pregunta a estadounidenses sobre sus hábitos de consumo «dicen cosas que no se corresponden con lo que se encuentra en los cubos de basura que hay a la puerta misma de sus casas, y eso no sucede porque mientan sino porque no reconocen determinadas cosas que hacen». Pero tampoco, piensas, la basura cuenta la verdad sobre sus vidas sino que necesitas unirla a su negación y además a la pregunta, pues sin ella no habrían negado. Recuerdas la confederación de las almas, teoría atribuida a dos médicos filósofos franceses en Sostiene Pereira , de Tabucchi. «Creer que somos «uno» que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión(…) Nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende? una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico», decía allí el doctor Cardoso. Y piensas que el doctor olvidaba de entre todos los yoes los que están fuera. Como esas tachaduras que es posible leer bajo lo escrito, como los fragmentos que perviven en una edición cubana o en otra de Gráficas Espejo. Yoes que salen fuera y nos visitan. Olvidaba también, claro, que uno o una no existe desligado de los tus, ni de los ellos y ellas. «Lo extraordinario», decía Schimler en la primera versión de Epitafio para un espía y en relación a su lectura del Anti- Dühring , «fue que mató mi amargura». Ahora un Schimler amargo y uno que no lo es recorren los pasillos y la calles en donde viven los personajes de este mundo. Puede que un día se encuentren. Cuando suceda, más que el criterio del autor, las ediciones o la filología, nuestras luchas les acompañarán.
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