Como si nosotros fuéramos capaces cada semana de poner bajo control obrero fábricas, escuelas o revistas de análisis político o cultural, miramos con desdén las noticias que nos llegan de Cuba y perjuramos que, al igual que el lanzamiento del primer vuelo espacial tripulado o la abdicación del rey Miguel I en Rumanía, sus buenas […]
Como si nosotros fuéramos capaces cada semana de poner bajo control obrero fábricas, escuelas o revistas de análisis político o cultural, miramos con desdén las noticias que nos llegan de Cuba y perjuramos que, al igual que el lanzamiento del primer vuelo espacial tripulado o la abdicación del rey Miguel I en Rumanía, sus buenas nuevas no nos pertenecen y son obra fallida y equívoca de una izquierda de la que hemos aceptado, con aún menos discusión que información, que proporciona argumentos a nuestros enemigos y que puesta en el tablero de ajedrez de nuestra democracia trucada es una pieza que arruinará la propia defensa y que seguirá solitaria en una casilla aislada, después de muertas las ideas que reinan en la particular quimera.
Ese carácter de torre inamovible de Cuba, esa trayectoria vertical y horizontal camino de un sitio en la Historia, que en la realidad está lleno de trampas y de dificultades, y que en la imaginación de los que no les toca vivirlo se transita, después de alguna curva, por grandes avenidas alfombradas de flores, repletas del mismo pueblo que sale a saludar a los príncipes y escupe sobre la sombra de quien defiende sus derechos, es el espíritu que incluso muchos irredentos temen, porque, entre anuncio y anuncio, se ha visto su cara desfigurada y se han escuchado entrecortadas sus palabras. O quizás es a causa de que no se quiere tener nada más entre las manos que aquello que se pide, y que los mismos que lo solicitan parece que sienten cierto alivio cuando se les niega, porque, al fin y al cabo, cuando se aceptan las mentiras que lanza el adversario, se convierte en un imposible que vayamos a ser capaces de hacer una revolución mejor que la cubana y entonces para qué intentarlo.
Y es que el mundo reserva un territorio hipotético a los que creen que otro mundo es posible. ¡Que se vayan a ese! Esputan los plebeyos. Y en el mundo al revés la sociedad expulsa a los utópicos a un lugar que paradójicamente no existe, porque no existe la Cuba de los miedos y temores del currito de «Sálvame», no existe la Cuba de los desahuciados por la hipoteca, ni la Cuba de los que se les niega la asistencia sanitaria, ni la Cuba de los que no pueden pagarse la educación, ni la Cuba que duerme en los túneles o que construye chabolas alrededor de la ciudad. Ese país de allá lejos sólo existe cerca de los que no han visto otro mundo que este, o sea, el mundo de arruinar a la mayoría para hacer rica a la minoría, el mundo distópico que ocupa el lugar de la realidad, que parece lo real y que no es más que la percepción sesgada de una ideología que induce a los individuos a competir en vez de cooperar y a creer que sus intereses los defienden mejor quienes piensan que los suyos excluyen a los del resto.
Con un jurado de ficción integrado por el actor argentino Gastón Pauls, que lo presidía, la actriz Úrsula Pruneda, de México, y los directores Manuel Herrera, de Cuba, Concençiao Sena, de Brasil, y Boris Quercia, de Chile, el Festival de Nuevo cine Latinoamericano de La Habana premió por consenso la película de Pablo Larraín «No» (Chile, 2012), un arma de dos filos, en la que por un lado se estimula la necesaria actualización de los medios de difusión de la resistencia, tan necesarios, tan estratégicos y a veces tan poco tácticos, y que por otro no podía obviarse cierta lectura, cuando uno tiene los oídos saturados de oír a los herederos del régimen franquista clamar por una «democratización» del sistema cubano que lo asemeje al de la antigua metrópolis, de las resignificaciones de la historia de la que trata la película. «No» habla de la celebración del referéndum de continuidad del régimen de Pinochet, que afortunadamente perdió, y que a alguien podría ocurrírsele compararlo con una ansiada convocatoria de elecciones en la isla donde se diera cabida a las fuerzas derechistas y que homologara el sistema cubano al papel de colonia económica del imperio. Sin embargo «No» en ningún caso es un vehículo de esa interpretación, hemos de entender que el jurado simplemente tuvo en cuenta la factura técnica e interpretativa de la película protagonizada por Gael García Bernal, y, si alguien se despistó, la propia conclusión del film explica el camino que aguarda al otro lado de esa encrucijada: un sistema económico y político que recupera cualquier acto de resistencia y lo transacciona en un gesto de mero consumo. Por ese camino la Historia se vuelve a detener y los resultados de dar algún tipo de crédito a las libertades que proporciona la derecha tienen también un motivo de reflexión con lo que ahora está sucediendo en España o en Grecia.
Premiada por nuestro jurado de FIPRESCI, y descartada por el jurado de ficción en el que sólo encontró el apoyo de Gastón Pauls, la película del mejicano Nicolás Pereda «Los Mejores Temas» es una inconsciente puesta en valor de la antipoesía de Nicanor Parra y de la ensayística de Julio García Espinosa en su texto «Por un Cine Imperfecto» (Cuba, 1969). A medio camino entre el documental y la literatura, con rasgos de los ejercicios estilísticos de la postmodernidad, pero imbricada en la tradición social del cine mejicano y latinoamericano, donde la mera expresión no vale por si sola para dotar de solidez estructural al conjunto y se obliga a reflejar verazmente el mundo que le rodea, «Los Mejores Temas» es la refracción legendaria del diálogo de los padres con los hijos, donde la generación de los padres dejó su puesto sin saber dónde iba y la generación de los hijos se quedó sin saber qué había al otro lado. Este diálogo, escenificado magistralmente en el hecho de que al padre le interpretan dos actores diferentes, uno el verdadero padre de Gabino Rodríguez, el protagonista, y el otro un tío del realizador, explica las grandes dificultades a las que se enfrentan los sujetos en el siglo XXI para conceder identidad a su entorno y para concedérsela a sí mismos, porque si son capaces de mantener idéntico diálogo con su padre y con un extraño es que algo está fallando en la jerarquía emocional, algo yerra cuando no se es apto para establecer una experiencia diferenciada en cada contexto.
En «Los Mejores Temas» el padre de Gabino, ausente durante muchos años, pretende regresar al domicilio familiar y proponer a su hijo un negocio que además vehicula en el guión, con mucha fortuna, la denuncia de las condiciones de vida del pueblo mejicano. Una estafa piramidal en la que a ellos se les asigna poner los ladrillos de abajo, adquirir unos productos y venderlos a un precio desproporcionado, con el horizonte de que, si logran seducir a otros incautos, podrán ascender un peldaño más en el escalafón. Entrar en la pirámide requiere de una inversión inicial que el padre, un vividor fallido, trata de obtener de su antigua familia. Sin embargo Gabino prefiere apostar por el trabajo honrado, que en un sistema económico en el que este está en vías de extinción, ahora corresponde a la venta callejera de un CD con canciones de amor y desamor y del que recita mecánicamente su interminable lista de títulos para estimular comercialmente la nostalgia en sus clientes. Ese es el argumento, pero lo extraordinario es que los actores no interpretan la historia, no la recogen de un libreto o un storyboard, sino de sí mismos y de sus vecinos. Nada provisional les es ajeno, ningún átomo de una existencia diminuta les es extraño. En esa historia de identidades fracasadas, de diálogos accidentales, de acontecimientos circunstanciales, los actores recrean el mundo que conocen, lejos de actuarlo. Y el retrato, miserable y cotidiano, se estrella contra quienes se informan del mundo a través de la revista Forbes o de las declaraciones públicas de los responsables de todo esto.
Por último, en este breve repaso por el palmarés, Michel Franco obtuvo el premio a la mejor dirección por «Después de Lucía» (Méjico, 2012). Una historia de bulling escolar que al público le sonó a noticias del otro lado del globo terráqueo, porque la educación y los derechos en los colegios cubanos hace muy difícil que se forme esa madeja en la que los vástagos de la Norteamérica de los privilegiados juegan a ser tan prepotentes y abusivos como sus progenitores. Planteada como una doble epopeya, la de la hija (Tessa Ia) que es víctima de un grupo de detritos que actúan a sus espaldas y que, en el secreto, se ven impunes, y la del padre (Hernán Mendoza) que poco a poco, a modo de thriller, va desenredando la trama y la redime en una conclusión tan rotunda como moral. Con esas premisas la película de Michel Franco pone en el punto de mira a la generación heredera de los que están destruyendo la civilización y, aparte de mostrarnos cómo se educan y qué quieren, nos explica el modo de deshacernos de ellos.
Dirá esa izquierda, que se siente a gusto con las manos atadas, que las obras más perfectas son aquellas que no se realizan. El Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, celebrado hace pocas semanas, mostró con una mano abierta y con la otra cerrada en un puño, las que sí se realizan, de las que las tres de las que hemos hablado son una muestra. Películas que se saben imperfectas y por eso más parecidas a la vida. Películas de los lugares en los que, quienes sienten desdén por Cuba, no viven. Cinematografías minorizadas, donde situar sobre una pantalla a un compatriota compartiendo el mundo que el desdén desprecia es tomar partido por los antagonistas. Cine que habla de los problemas que tienen los hermanos de América, de los problemas que también tiene su propio país y de algunos que no tiene y que sí tenemos esos y nosotros. Cine que hay que mantener lejos de los cines, que dicen las distribuidoras yankees, no vaya a ser que alguien se entere del mundo en el que vive. Cine del que ya se ocuparán algunos de decir que no es cine, que el cine es entretenimiento y que al cine no se va a pensar porque a pensar se va a ningún sitio.
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