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Entrevista con Amador Fernández-Savater

«Las preguntas sobre la vida nos estallan en la cara, ya no es posible vivir en una burbuja»

Fuentes: La Marea

Amador Fernández-Savater escribió en el diario Público durante cinco años. Aunque más que escribir, lo que hizo fue dejar escribir; o mejor dicho: dejar hablar. En una página quincenal, el pensador-activista-editor-periodista daba la voz a personajes que se encontraban «fuera de lugar». Como él: pensadores sin títulos universitarios, artistas alejados de las galerías, activistas sin […]

Amador Fernández-Savater escribió en el diario Público durante cinco años. Aunque más que escribir, lo que hizo fue dejar escribir; o mejor dicho: dejar hablar. En una página quincenal, el pensador-activista-editor-periodista daba la voz a personajes que se encontraban «fuera de lugar». Como él: pensadores sin títulos universitarios, artistas alejados de las galerías, activistas sin partido ni molde ideológico, periodistas sin periódico…

En un momento en el que todo se derrumbaba, Fernández-Savater rescataba un puñado de discursos heterodoxos que dibujaban nuevos espacios de sentido en medio de la perplejidad. En lugar de las manidas palabras huecas, aquí la gente hablaba de lo que sabía y lo que le afectaba. Ahora, la editorial Acuarela Libros recoge algunos de ellos en el volumen Fuera de lugar. Conversaciones entre crisis y transformación. El autor habla con La Marea sobre su contenido, su posicionamiento como activista y, en definitiva, sobre todas las cosas que quedan por pensar (y por hacer).

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¿Cómo es la vida ‘fuera de lugar’?

Depende. Ponerse «fuera de lugar» significó en su momento para mí hacer un desplazamiento fuera de los espacios ya dados: academia, periodismo, militancia… Aprender a hablar políticamente en una lengua no política (o no codificada políticamente). Lo explico con una historia. Cuando un grupo de amigos propusimos un programa de radio en Radio Círculo de Bellas Artes (más o menos a la vez que empecé a trabajar en Público) nos dijeron que sí pero con una condición: «no podéis hablar de política». Nos tomamos esa prohibición como un desafío: cómo hablar de política (la vida en común) sin hablar de lo que se entiende por política (las peleas de poder entre los partidos). Ponerse «fuera de lugar» implica asumir mucha incertidumbre: los interlocutores no están claros, la «agenda» no está clara, las referencias no están claras, uno va lanzando mensajes en la botella, buscando otros náufragos cómplices… Pero con el 15-M descubrí/descubrimos que había millones de personas fuera de lugar: incómodas con los partidos, las casillas tradicionales (PP/PSOE, izquierda/derecha), los lenguajes convencionales de la política… Las plazas fueron lugares donde encontrarnos los sin-lugar. Ahora estamos juntos en la incertidumbre. Hay más alegría viviendo fuera de lugar en compañía.

Tras volver sobre las entrevistas de este libro y al leer los textos nuevos de los autores, ¿qué has sentido? ¿Qué es lo que más te ha conmovido?

Que todo el trabajo hecho tenía mucho sentido. Mucha gente dice: «El 15-M ha sido una inyección de sentido». Para mí también. Ha dado sentido a lo que un puñado de amigos íbamos haciendo un poco a tientas desde el 11-M de 2004: tratar de pensar la política a partir de lugares, lenguajes y actores que desde la mirada tradicional se consideraban «no políticos». Al releer las entrevistas me ha asombrado su utilidad para pensar el presente, como si en ellas estuviésemos (entrevistador y entrevistados) siguiendo unas huellas difusas (por ejemplo las que dejaron movimientos previos al 15-M, como el No a la guerra, el 13-M de 2004 o la V de Vivienda) pero al final de las cuales había algo.

¿En qué ha cambiado tu vida desde 2007, cuando se lanzó ‘Público’?

Un cambio: tras el trabajo en Público, el post de La cena del miedo sobre la reunión con la ministra Sinde, los artículos sobre el 15-M, ahora estoy en un lugar de mucha visibilidad y exposición. Es un lugar lleno de posibilidades, pero también de trampas, un terreno minado. Cito algunas de esas trampas. La figura del opinador: la posición de dominio sobre la realidad con respuesta para todo, cuando yo no creo en un pensamiento sin experiencia, sin afectación por aquello de lo que se habla (y no se pueden tener infinitas experiencias del mundo). La presión a la producción: hay que estar siempre visible, cuando el pensamiento tiene otros ritmos, fases de silencio, momentos de balbuceo, crisis de sentido, accidentes y desapariciones. La cultura del fan/follower: encontrar más contactos que amigos, cuando en realidad se propone algo (un texto, un libro) para dar con nuevos amigos con los que seguir pensando el mundo, amigos que te lleven a otros lugares y te hagan ver las cosas de otras maneras. El nombre propio: la firma y el yo-marca que ocultan, tapan el hecho de que el pensamiento es más (al menos para mí) una especie de conversación, una red. Aún no sé cómo se sale de esas trampas.

¿Cómo estás pensando este momento histórico?

Por un lado, muy acompañado. Se ha activado una conversación colectiva, en las redes y las calles, de una intensidad y una calidad insólitas. Se escribe como nunca, se lee como nunca, estamos realmente hambrientos de referencias inspiradoras para entender lo que nos pasa y hacer algo al respecto. El 15-M ha servido más que un millón de cursos de fomento de la lectura. La crisis de la Cultura de la Transición ha abierto el mapa de lo posible y de nuevo las palabras tienen un gran valor. Ya no dicen y repiten lo obvio una y otra vez, haciéndose superfluas, sino que las necesitamos para vivir. La realidad que conocíamos se volatiliza, las preguntas sobre la vida nos estallan en la cara a todos, ya no es posible apenas vivir en una burbuja, casi me atrevería a decir que cualquiera está obligado a pensar críticamente. Sobre la realidad en caída libre no hay mucho que decir: el hundimiento del entramado institucional está muy claro. Pero, ¿qué queremos? ¿Qué es hoy el cambio social, cuando ha desaparecido la idea-fuerza de revolución que ha dado sentido a los dos últimos siglos de política de emancipación? Creo que la cuestión clave es esa, que obliga a repensar todas las demás: ¿qué significa hoy organizarse y luchar? ¿Cómo se articula lo personal y lo común? ¿Qué articulación podemos inventar entre la política macro y la micro? Hoy se han reabierto todas las preguntas sobre la política en sentido fuerte. Vivimos una situación realmente extraordinaria, una aceleración histórica y una apertura de lo posible sin precedentes en el pasado inmediato.

Peter Pal Pelbart habla en el libro de ese momento en que «nada es posible» y «todo es posible». ¿Cómo vivir en ese «momento»?

Un amigo ha escrito, en un sentido parecido: «Hoy vivimos entre la alegría y la ansiedad». Y así es (yo el primero). La alegría viene de la mano de la recuperación de nuestras capacidades para pensar, hablar, decidir, actuar. Y la ansiedad viene de la aceleración del tiempo de destrucción del capitalismo en la crisis que se traga en segundos logros que se consiguieron en largas luchas de años. La ansiedad reclama «soluciones ya», «que alguien pare esto». No se puede dejar de lado de qué es una expresión, pero la ansiedad es muy mala consejera. Los tiempos del cambio social, de la generación de relaciones distintas entre nosotros y con el mundo, son lentos. Los resultados más potentes vienen casi implícitos en los procesos bien trabajados: pienso en la PAH, por ejemplo. La ansiedad nos hace querer ir directamente «a por algo», cuando la mejor manera de conseguir un objetivo es suscitarlo indirectamente, cuidando y enriqueciendo cotidianamente el proceso que lo puede precipitar.

Ante la falta de referentes a todos los niveles (personales, éticos, existenciales, espirituales…), ¿Qué creaciones de sentido y de motivación estimas más urgentes? ¿Dónde incidir?

Creo que lo más importante a ese nivel han sido las plazas del 15-M. Una experiencia breve, pero al mismo tiempo perdurable de capacitación y de potencia. «Es posible, lo estamos haciendo». Un espacio auto-organizado, autoconstruido, abierto, acogedor, inclusivo, donde cualquiera podía activar sus saberes cotidianos, ponerlos en común y aprender de otros, donde cualquiera podía tomar la palabra, decidir, cooperar. Las plazas supusieron un revés a la impotencia cotidiana. A la idea de que la política es asunto de «los que saben». Nos demostramos unos a otros que la marcha del mundo depende de nosotros mismos, que las cosas supuestamente inamovibles se pueden alterar, que podemos hacer surgir lo excepcional. Es un referente colectivo, anónimo. Algo que hicimos entre todos, contribuyendo a muy diferentes niveles. Por eso son tan importantes las iniciativas culturales y políticas que pretenden mantener vivo el recuerdo de las plazas. Es el recuerdo de nuestra potencia, que puede actualizarse siempre y en cualquier momento en la vida cotidiana. Porque el desafío ahora es llevar las plazas a la vida cotidiana, prolongar lo excepcional en lo cotidiano.

¿Qué piensas de los referentes ciudadanos? ¿No es necesario que aparezcan sujetos individuales que encarnen la novedad que se está gestando?

Me preguntas por la cuestión del liderazgo, un tema espinoso. No creo que el poder sea algo malo en sí mismo. Hay que diferenciar entre un «poder de» y un «poder sobre». El primero alienta y capacita, el segundo empequeñece e inhibe. Ante cada situación o práctica de liderazgo hay que preguntarse: ¿alienta o inhibe? ¿Potencia o despotencia lo representado? Las situaciones o prácticas de liderazgo más interesantes (no hablo de líderes, sino más bien de situaciones o prácticas de liderazgo) son las que ayudan a sintetizar, formular, configurar una fuerza colectiva. Pero, ¿es necesario concentrar en una persona ese poder? ¿Y si esa figura desaparece qué pasa con la experiencia colectiva, se debilita? Pienso también en las vidas personales de algunos líderes y referentes, tan sacrificiales. Viven crucificados en su imagen y función. Por ellos y por todos es mejor que las cosas circulen y el poder se distribuya.

La crisis ha provocado que desde la calle determinadas voces pidan repensar todo, más allá de las ideologías clásicas. ¿Cómo valoras este paso atrás?

¿Por qué un paso atrás? Es algo necesario. Si realmente lo que vivimos es una novedad, hay que inventar también nuevas categorías para nombrarla y pensarla. De otra manera presuponemos que lo que pasa ya está pensado, que la respuesta a todo lo que pueda venir ya está contenida en ideologías que tienen el dominio de la realidad presente y por venir. Esto no quiere decir que la novedad del presente sea absoluta o que haya que desechar el bagaje de pensamiento y experiencia que tenemos. Ni mucho menos. Es un juego de continuidad y discontinuidad. No se trata simplemente de aplicar un saber previo o repetir unos mantras ideológicos, ni tampoco de tirar al cubo de la basura el pensamiento que acompañó al surgimiento de la política en otros momentos históricos, sino de activar el pasado en función del presente. Es todo un trabajo.

Insistes mucho en dar la voz a la gente, hablas de pensar la vida entre amigos, ¿cómo revalorizar la voz de la gente, de los amigos, ante la complejidad que presenta el mundo?

Antes había espacios donde pensar colectivamente, como el partido, la organización, etc. No son ya (para bien o para mal) espacios disponibles o vivos. Pero hay una conversación permanente entre amigos, es decir, entre gente suelta, gente que no milita en un mismo espacio o tiene una ideología en común, pero sí problemas y sensibilidades comunes. En las redes sociales pasa algo parecido, una conversación permanente uno a uno, pero entre muchos y desconocidos, sin marcos o dogmas previos, desde cada cual. Ahí hay una gran riqueza. Precisamente porque uno no puede pensarlo todo ni tener experiencia de todo, es necesario pensar entre muchos que vivan y hagan cosas diferentes. Formar redes de experiencia y pensamiento. Continuas, pero a la vez flexibles y abiertas. Los amigos, en este sentido amplio que digo, permiten un pensamiento plural y a la vez común.

El resquebrajamiento de nuestro suelo va acompañado irremediablemente de miedo. ¿Cómo gestionar ese miedo?

Lo que conjura el miedo es la compañía, ¿no? Sentirnos acompañados. En su entrevista, María Naredo habla de la seguridad en las calles. Retoma el pensamiento de Jane Jacobs para decir que una calle segura es una calle donde uno puede confiar en que si le pasa algo alguien le echará una mano. Pero no sólo confianza en alguien conocido, sino desconocido. Un concepto expandido de la vecindad. Tratar como vecino al desconocido. Creo que nuestros miedos contemporáneos tienen mucho que ver con la soledad. Se ha debilitado esos lazos de confianza en el otro. Pero el miedo sólo nos los podemos quitar unos a otros, activando el lazo social entre conocidos y desconocidos. Confianza contra miedo.

Fuente: http://www.lamarea.com/2013/06/07/las-preguntas-sobre-la-vida-nos-estallan-en-la-cara-a-todos-ya-no-es-posible-vivir-en-una-burbuja/