Como se señaló, FFB hablaba en 1992 de la virtudes del marxismo [1]. Intentaba precisar ahora la naturaleza de la tradición. El marxismo había sido ante «todo pensamiento de la liberación humana, teoría de la revolución social». Como tal, prolongaba y afinaba una tradición milenaria: «como teoría de la revolución social, sitúa en una fase […]
Como se señaló, FFB hablaba en 1992 de la virtudes del marxismo [1]. Intentaba precisar ahora la naturaleza de la tradición.
El marxismo había sido ante «todo pensamiento de la liberación humana, teoría de la revolución social». Como tal, prolongaba y afinaba una tradición milenaria: «como teoría de la revolución social, sitúa en una fase nueva la vieja lucha de los parias de la tierra por emanciparse en esta tierra.»
El marxismo, desde luego, era heredero del Humanismo y de la Ilustración. Pero también, insistía FFB, «del romanticismo y de la pasión liberadora (prometeica, espartaquista y münzeriana) de los de abajo, sean éstos esclavos, siervos o proletarios industriales». Las dos herencias -la ilustrada y la romántico-revolucionaria- estaban ya en el joven Marx. Con matices y alteraciones, estas dos herencias «las reencontramos en el viejo Marx, quien, en los diez últimos años de su vida, se vio obligado por las circunstancias a repensar la teoría de la historia contenida en el volumen primero de El capital«. De hecho, se podía, se puede, hablar de teoría -¡teoría!- de la revolución social «justamente en la medida en que el marxismo eleva el antiquísimo sueño de los esclavos, de los siervos y de los proletarios de este mundo tanto en el plano del conocimiento como en el plano de la organización, de la práctica organizada». ¿Cómo? En el plano del conocimiento «mediante el análisis de la interacción de los factores económicos, sociales y culturales que bajo el capitalismo hacen del hombre una mercancía y contribuyen a su alienación». En el de la práctica «mediante una propuesta específica de organización tendente a transformar la sociedad». El socialismo de raíz marxista, escribía el socialista de raíz marxista FFB, quería «ser expresión de la pasión razonada de los parias de la tierra» (Pasión razonada fue expresión de su gusto -y de Víctor Ríos- hasta el final de sus días).
Unas cuantas tesis características del marxismo marxiano, relacionadas con su tentativa de síntesis, era bueno de nuevo recordaras «para analizar más tarde si aún pueden dar algo de sí.»
Las tesis:
Aunque el capitalismo ha creado por primera vez en la historia la base técnica para la liberación de los seres humanos, «por su lógica interna, este sistema amenaza con transformar las fuerzas de producción en fuerzas de destrucción.» La tesis era también importante en el marxismo-comunismo del Sacristán tardío y sus tesis sobre una política de la ciencia de orientación socialista.
La segunda concreta más esta transformación no deseada de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas: «el desarrollo del capitalismo, además de liquidar los últimos velos del sentimentalismo, mina las fuerzas de toda riqueza, o sea, no sólo el trabajo humano sino también el medio natural, la naturaleza.» [2]
La tercera precisa que la causa principal de esta amenaza -la que transforma las fuerzas de producción en fuerzas destructivas y que mina las fuentes de toda riqueza- «es la lógica del beneficio privado, con su tendencia a valorar todo, o casi todo, en dinero. En todo capitalismo, desde sus orígenes, hay una contraposición entre «racionalidad» económico-crematística parcial e irracionalidad socio-económica global». La mundialización del capitalismo, su tendencia a convertirse en sistema mundial, podía atenuar la percepción del carácter parcial de su racionalidad «en el centro del mismo sistema, pero no puede anular aquella contraposición: su irracionalidad resalta tanto más en la plétora miserable, donde el despilfarro más absoluto compite con el hambre y la miseria de millones de niños, mujeres y varones» [3]
La cuarta tesis decía así: «el carácter ambivalente del progreso técnico se acentúa en el capitalismo de tal manera que obnubila la conciencia de los hombres, aliena al trabajador en primera instancia y a toda la especie por derivación». Era esa obnubilación la que estaba detrás de la cristalización repetitiva de las formas ideológicas de la cultura burguesa en particular en dos de sus formas: «la legitimación positivista de lo dado, de lo que hay, de lo existente, y la añoranza romántica de un pasado idealizado.»
La quinta: el marxismo marxiano postula que, para acabar con la noria de las ideas que representaba esta repetición exasperante (el adjetivo es de FFB) de positivismo y romanticismo, «hay que ir perfilando una nueva cultura alternativa, parte importante de la cual es la crítica de las ideologías, incluyendo la crítica de la política». El cambio de sistema que esto supone no requería «sólo crear un poder nuevo, una nueva forma de dominación con el signo clasista invertido (la revolución política y social), sino también, y sobre todo, perfilar y experimentar, avanzar e inventar hábitos, costumbres y modos de comportamiento alternativos en todos los órdenes de la vida».
Esta transformación cultural, el punto es importante en el autor de Por una tercera cultura, sólo podía llevarse a cabo «por contacto o interacción con las puntas más elaboradas del saber a las que llamamos ciencias, las cuales son por lo general externas a la subcultura obrera». De ahí la necesidad, de nuevo, de una aproximación histórica entre ciencia y proletariado.
Señalado lo anterior, había que atender en seguida a una diferenciación que muchas veces se perdía en las discusiones: «que marxismo (en tanto que cuerpo teórico desarrollado por Marx y otros) y socialismo (en tanto que movimiento u organización sociopolítica creada para lograr el fin de la sociedad regulada, de la sociedad de iguales) no son términos equivalentes». ¿Por qué? Porque el marxismo pretendía ser la ciencia (en sentido amplio, como conocimiento contrastado, riguroso) del socialismo, «pretende dar carácter científico a la viejísima aspiración al socialismo, o sea, a la igualación social y a la sociedad regulada racionalmente, de una parte de la humanidad».
Independientemente de lo que pudiera opinarse ya entonces de esa pretensión, «lo cierto es que no todo socialismo (en la medida en que con esta palabra hacemos referencia a un movimiento o a un partido) ha tenido raíz marxista». Como era obvio, antes y después de Marx había habido otros socialismos. Bastaba con recordar «el apartado con el que termina el Manifiesto comunista y la persistencia a lo largo del tiempo de organizaciones socialistas basadas en ideas de Fourier, de Cabet, de Owen, de Saint-Simon, de Babeuf o de Blanqui, por citar sólo a otros cuantos clásicos del socialismo». No sólo eso: «varios socialismos de orientación religiosa han seguido existiendo en Europa, América, Asia y África durante la segunda mitad del siglo XIX y lo que llevamos del siglo XX». Y luego, por supuesto, estaba «el socialismo (o comunismo) anarquista inspirado por Bakunin y por Kropotkin.»
Por otra parte, otro giro de interés, tampoco era el caso de que todo marxista haya sido siempre y necesariamente socialista. Dado que el marxismo se había presentado a veces como «una ciencia en el sentido fuerte de la palabra», se podía aceptar algunos elementos de la aportación marxiana en el ámbito del conocimiento crítico de las realidades económicas y sociológicas -así, la concepción materialista de la historia como hipótesis interpretativa del pasado de los hombres, como teoría de la historia- «sin aspirar por ello a una sociedad socialista, o sin decidirse a luchar por tal sociedad en el movimiento socialista organizado». El conocimiento de lo que hay no lleva anexo, en general, la pasión por su transformación.
FFB era consciente que puesto que durante cierto tiempo la vulgata marxista había predicado la identificación entre marxismo y socialismo, y como el abandono formal del marxismo por parte de muchos partidos socialistas había dado lugar a apasionadas controversias, no solía aceptarse con facilidad la posibilidad de diferenciación. Sin embargo, añadía,. «ésta no es una conjetura inventada, sino una realidad: ya en las últimas décadas del siglo pasado existía un marxismo llamado «de cátedra» con tal orientación; y ciertas variantes del «marxismo analítico» actual podrían ser consideradas en los mismos términos».
La aproximación crítica es de FFB, esta nota sobre el socialismo de cátedra es de Sacristán [4]:
«Socialismo de cátedra» o «socialismo de estado» son denominaciones que se aplican a varios intelectuales reformistas alemanes de la segunda mitad del siglo pasado (Lujo Brentano, Gustav Kohn, Adolf Held, Heinrich Kerner, etc) entre los que no faltaron científicos importantes (Adolph Wagner, Gustav Schmoller, Werner Sombart). Algunos de estos autores destacados y un número considerable de seguidores fundaron en 1872 la Asociación de Política Social (Verein für Sozialpolitik). La denominación, en alguna medida irónica, de «socialistas de cátedra» alude a la profesión académica de todos sus miembros influyentes, y también a la distanciación del socialismo obrero militante. El nombre «socialismo de estado» se refiere a la concepción de varios de estos autores según la cual es un fuerte estado tradicional (en el caso alemán, el estado del Kaiser y Bismarck) el que tiene que realizar las estatizaciones que para ellos son sinónimas de socialismo. El reconocimiento del estado tradicional como dirigente de la evolución hacia el socialismo así entendido, por medio de reformas, excluía todo protagonismo de los trabajadores e implicaba el freno a la lucha de clase de éstos.
Debía reconocerse, eso sí, que esa no había sido una actitud muy extendida en la historia contemporánea del marxismo y del socialismo, pero era teóricamente posible; «y se trata, además, de una posibilidad tanto más atendible a medida que algunas ideas básicas del materialismo histórico, de la concepción materialista y dialéctica de la historia, han ido pasando a los programas de enseñanza secundaria y superior de muchos países del mundo actual». En la misma senda: ¿había que recordar que se podía ser ecólogo sin aceptar la forma dominante que ha tomado el ecologismo político contemporáneo? ¿No se podía ser teólogo sin ser miembro activo de una iglesia o «partidario de alguna de las religiones que han tomado forma institucional a lo largo de la historia»?
En cualquier caso, en opinión de FFB (está escribiendo en 1993, 1994) y por lo que hacía al pasado reciente «puede decirse sin exageración que la referencia al marxismo es obligada para entender lo que ha sido la lucha por la emancipación de los trabajadores en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX, así como, más en general, la lucha por la liberación en casi todo el mundo durante el siglo XX». El que los sujetos activos de esas luchas hubieran sido derrotados, hubieran fracasado o, en algún caso (que no son todos los casos), hubieran conducido a sus pueblos a situaciones lamentables no era razón suficiente para echar todo marxismo al basurero de la historia. No.
¿Por qué? Porque no sólo es social y moralmente valioso lo que triunfa. «A veces lo social y moralmente valioso es lo que cae derrotado y queda como un cabo suelto o perdido en la historia de la humanidad.» Fracasar mejor es el título del último libro de Jorge Riechmann, amigo y compañero de Francisco Fernández Buey.
Notas:
[1] mientras tanto nº 52, noviembre / diciembre de 1992, pp. 57-64. Reproducido en Realidad, revista de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San Salvador (El Salvador), nº 37, enero-febrero de 1994, pp. 135-143.
[2] En sus apuntes escribía FFB: «Atención: para matizar estos dos puntos y no quedarse en un enfoque sólo «romántico» de la crítica marxiana del capitalismo, referencia al número monográfico de Rinascita/Il Contemporaneo conmemorativo del centenario de la muerte de Marx y C. Napoleoni,»Il posto di Marx nella storia del pensiero economico», en PE, enero del 92. Referencia también a Cohen, La teoría de la historia en Marx, para la caracterización de algunas tesis básicas.
[3] También en nota complementaria comentaba FFB: «Argumentar sobre la base de dos hechos recientes: la destrucción de una parte del armamento salido del belicismo de los años ochenta, con un coste tremendo para las economías de todos los países del planeta, y el caos económico-monetario que ha seguido el triunfo planetario del individualismo liberal, a la anarquía de la economía capitalista en el ámbito mundial, nada más derrumbarse el otro mundo, el mundo de la planificación, que hacía de contrapeso a las barbaridades del capitalismo financiero especulativo.»
[4] Es una nota de traductor, en su versión castellana del libro II de El Capital (OME-42, p. 5, nota 1).
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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