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Métodos y puntos de vista

El Marx sin ismos de Francisco Fernández Buey (XXVII)

Fuentes: Rebelión

«Economía y critica de la cultura burguesa» es el título del séptimo capítulo de Marx sin ismos [1]. Los apartados de este capítulo, como se comentó, son los siguientes: «En Londres: la derrota y el drama», «El largo adiós al partido», «Periodismo y crónica histórica», «El capital: un trabajo de investigación inacabado», «Economía e historia […]

«Economía y critica de la cultura burguesa» es el título del séptimo capítulo de Marx sin ismos [1]. Los apartados de este capítulo, como se comentó, son los siguientes: «En Londres: la derrota y el drama», «El largo adiós al partido», «Periodismo y crónica histórica», «El capital: un trabajo de investigación inacabado», «Economía e historia económica», «Sobre el funcionamiento del capitalismo», «Método, estilo, punto de vista» y «Crítica del capitalismo y de la civilización burguesa.». Me centro ahora en el penúltimo de ellos. Reflexiona aquí FFB, el que fuera profesor de metodología de las ciencias sociales, sobre uno de los temas de su preocupación e interés más prolongados. Hay nuevas aportaciones sobre él en su libro póstumo, Por la tercera cultura. [2]

El análisis macroeconómico del capitalismo se hace en Marx, y así lo declaraba el autor explícitamente, señalaba FFB, desde un punto de vista de clase. Unos lo dicen y otros no lo dicen, esa es la diferencia. Marx era de los que lo decían de entrada. Lo decía, eso sí, de una forma difícilmente aceptable para nosotros: confundiendo método de investigación con programa intelectual y, del mismo modo, programa intelectual con punto de vista de clase. En el contexto de la redacción de El capital, señala FFB, Marx había presentado «el método dialéctico, la dialéctica, como elemento intelectual diferenciador de su trabajo científico por comparación con el de otros economistas, como Smith o Ricardo». Marx había pensado (-así lo había repetido en muchas ocasiones desde su polémica con Proudhon en La miseria de la filosofía- que la dialéctica, «en lo tocante a la economía política, era un método en sentido propio».

Era cierto, en todo caso, que cuando Marx se puso a pensar un poco más en concreto sobre todo ello matizó.

Distinguió, por ejemplo, entre método de investigación (de captación de datos, diríamos hoy) y método de exposición [OME 40, 18-19, epílogo a la segunda edición de El capital] [3] Pero, aún así, aceptando la anterior diferenciación, Marx dio tanta importancia al valor de la dialéctica como método de exposición de los resultados alcanzados -sin distinguir del todo, apunta FFB, «entre esto y programa, punto de vista, paradigma, concepción del mundo o ángulo de la mirada»- que los resultados, había que admitirlo, habían sido muy negativos. Marx escribió -negro sobre blanco- que aquel «método» suyo, el tomado de Hegel e invertido, era un «escándalo y un horror» para la burguesía. Y no en cualquier lugar: en el mismísimo Das Kapital, en el epílogo de 1873.

Pues bien, continuaba FFB en una de sus metáforas logradas por el asunto dialéctico [4], «el capitán de la compañía se tomó esto literalmente en serio e interpretó que un método así, capaz de horrorizar a la burguesía, tenía que ser algo gordo, muy gordo: un arma teórica mucho mejor que las que usaba el enemigo en las universidades, una sartén bien agarrada por el mango». Como se estaba hablando de asuntos lógico-teóricos, prosigue el que fuera soldado obligado (y castigado) del ejército en el Sáhara entonces colonia española, «el sargento de la compañía interpretó que aquel instrumento-aterra-burgueses tenía que ser por lo menos una lógica distinta de las habituales (en particular de la lógica formal) y lo llamó «Lógica Dialéctica» con capitales áureas». Constructo magnífico, señalaba irónicamente FFB, que, en manos del cabo de la compañía, «produjo ya la transmutación esencial que sólo logran las verdaderas creencias mitológicas: una Lógica Alternativa que es a la vez un arma arrojadiza contra la burguesía y de tan fácil uso que basta con repetir las palabras rituales de tesis/antítesis/síntesis para que se abra de golpe la cueva de los ladrones». En el futuro, concluía aquí la metáfora explicativa FFB, «la soldadesca ya sólo tenía que decir: «Abracadabra-pata-de-cabra»».

Debería añadir algo por mor de la precisión, matizaba FFB: el capitán de la compañía de que estoy hablando no era Engels, el amigo de Marx. Al contrario: cuando a Engels le encargó el propio Marx que hiciera una reseña de la Contribución a la crítica de la economía política (en Alemania esta obra había pasado desapercibida), «aquél escribió una cosa bastante plausible: comparó los distintos materiales metodológicos existentes en la época y dijo que no había entonces nada adecuado para articular teóricamente el amplísimo proyecto económico-sociológico-histórico de Marx, razón por la cual su amigo se había visto obligado a usar (invirtiendo su sentido original) el mejor, o menos malo, de los materiales metodológicos disponibles, la dialéctica de Hegel».

Engels no era malo-tono de esta película. De hecho, la tesis señalada fue tomada por FFB en alguna ocasión.

Esta versión de la cosa se correspondía bastante bien con los hechos. A Marx, de hecho, no le gustaba el proceder inductivo-deductivo de los grandes economistas ingleses: no eran críticos (o no eran suficientemente críticos). Tampoco le gustaba la utilización formal y especulativa que Proudhon había hecho de la dialéctica, hegeliana por supuesto: ridiculizó ese uso. Tampoco le gustaba el modo de proceder de los positivistas contemporáneos: mezclaban el principio de «atenerse a los hechos» con un misticismo innegable (Cuando estaba ya en la recta final de la redacción del libro primero de El capital, en julio de 1866, recordaba FFB, Marx le había escrito a Engels en los términos siguientes: «Comparado con Hegel, Comte es digno de compasión»). Tampoco le gustaba el modo de exposición de Darwin, el naturalista que más había leído Marx en esa época y del que se había sentido más próximo: a pesar de ello, la forma -¡la forma!- de El origen de las especies (1859) «le parecía «plana», «roma», sin gracia»

(Escribe FFB a continuación: «el lector que conozca esta obra de Darwin se preguntará enseguida: ¿en comparación con qué?» La respuesta era clara e inmediata: «en comparación con los altos vuelos del lenguaje de Hegel, que escribía (en más de un sentido) como Dios»).

Entretanto, Marx, como el pintor de Balzac, señalaba FFB, seguía dando vueltas y vueltas al asunto de la forma que debía tener su obra. «Buscaba una forma artística, arquitectónica, como un todo orgánicamente articulado, como para cuadrar el círculo de sus pensamientos». La correspondencia de aquellos años con Lassalle, que también tenía aspiraciones artísticas y con el que se metió en discusiones de ese tipo, recogía detalles de la búsqueda formal de Marx. En el período de preparación de los principales materiales para su obra, «había caído en sus manos, casi por casualidad (en 1857), la Lógica de Hegel. Marx volvió a sentir el viejo flechazo: las divagaciones artístico-literarias, también inacabadas, en las que Marx se mete en un contexto, el prólogo (1858-1859) a la Contribución, en el que está hablando del método de la economía política, ponen de manifiesto que, en esto, Marx no había olvidado sus orígenes intelectuales románticos». Muchos pasos de los Grundrisse eran «un testimonio inequívoco de la persistencia del enamoramiento intelectual de Marx por Hegel. Odiosas comparaciones, pues.».

En lo que hace a la captación y elaboración de los principales datos económicos que integran El capital, señalaba FFB, Marx trabajó de una forma parecida a como lo hacían y lo hacen habitualmente los economistas en general. Por ello, hablando con propiedad, se se habla de «dialéctica» marxiana no se debe entender que se habla de un «método» en el sentido usual (y actual) del término. Es más bien, como decía Manuel Sacristán, una «metódica»: es decir, un punto de vista general, un programa global, un estilo intelectual, y también un procedimiento de coronación de resultados científicos. Si se prefería, «una forma arquitectónica de exposición del resultado logrado en la investigación empírica que incluye la reflexión filosófica más general acerca de ellos». No está nada mal esta última consideración. En absoluto.

Precisamente porque «dialéctica» no era tanto un «método» cuanto un estilo y un punto de vista (de clase, es decir, favorable a una clase social) pudo escribir Marx, señala FFB, en el epílogo a la segunda edición de El capital [OME 40, 19] que, en «su forma racional», aquélla, la dialéctica, era «un horror para la burguesía».

¿En qué sentido pudo (puede) serlo? En el sentido de que la exposición detallada del punto de vista, «además de permitir comprender lo que hay, da argumentos para captar su lado perecedero, su ocaso». Sólo bajo el supuesto de la centralidad que tiene para Marx la existencia y papel central de la lucha de clases, «se puede entender que las conclusiones a las que llega este punto de vista (analítico y crítico a la vez) puedan ser un horror para la burguesía.»

Lo que FFB proponía era una lectura moderada (aparte de escamada) de aquel texto, tantas veces citado y convertido en llave maestra para abrir todas las puertas, sin excepciones casi. No era seguro que existieran estilos intelectuales -o puntos de vista- que horroricen a clases sociales enteras. Probablemente no. Pero, en cambio, sí era seguro que ningún «método», en el sentido convenido de la palabra, lograría nunca tal cosa. La moderación, en el asunto del «método dialéctico», no era cosa baladí, tenía implicaciones prácticas, «ya que la monumental confusión reinante durante cierto tiempo sobre este punto ha sido causa de que intelectuales, por lo demás inteligentes, pasaran en cuatro días de exaltarse a sí mismos como marxistas a proclamar la crisis definitiva del marxismo» (Colletti era un ejemplo destacado), y, acaso más importante, de que «trabajadores, por los demás sensibles, al comprobar que «el método» no funcionaba como pasaporte para entenderlo todo», se desanimaran, lo dejaran todo o casi todo y perdieran las ilusiones que un día habían puesto en la «verdadera ciencia», que acaso no era ciencia pero, en cambio, sí contenía, globalmente considerado el programa, el análisis y las finalidades, muchas dosis de veracidad y de verdad.

El Marx tardío es el próximo (y último) capítulo del Marx sin ismos.

Notas:

[1] FFB, Marx sin ismos. El Viejo Topo, Barcelona, 1998, pp. 171-196.

[2] FFB, Para la tercera cultura, El Viejo Topo (o Montesinos), Barcelona (en prensa)

[3] A este tema dedica FFB páginas luminosas, imprescindibles en mi opinión, en Para la tercera cultura, ed cit.

[4] En una carta personal de 1994, a propósito de Manuel Sacristán y el curso de doctorado que impartió sobre su obra, se expresaba en términos similares

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

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