Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
En un video podemos observar las figuras imprecisas de combatientes del Estado Islámico (ISIS) fuertemente armadas efectuando un ataque contra un puesto de avanzada en las planicies del norte de Irak, defendido por milicias leales al gobierno iraquí.
También podemos ver a cuatro de estos milicianos saltando por los aires al explotar una bomba. El ISIS se ha especializado en publicitar sus acciones militares en Internet con el objetivo de mostrar que sigue siendo una fuerza temible, a pesar de la destrucción de su supuesto califato y la muerte el año pasado de su líder, Abu Bakr al-Baghdadi.
A causa de las terribles atrocidades cometidas por el ISIS cuando estaba en el apogeo de su poder, cualquier nueva señal de actividad del movimiento crea un sentimiento de horror tanto en Oriente Próximo como en el exterior. Pero, aunque sean ciertas las pequeñas acciones de guerrilla que el ISIS ha realizado recientemente en Irak y en Siria, el efecto de estas puede estar sobreestimado. Los ataques siguen siendo muy limitados en comparación con los realizados los años anteriores a la toma de Mosul y de gran parte del occidente de Irak y el oriente de Siria. Sin contar ahora con la ventaja de la sorpresa y a falta de un vacío militar que rellenar, parece poco probable que el ISIS pueda volver a la vida.
El coronavirus aparentemente es otra peligrosa amenaza para Irak, que cuenta con un sistema sanitario público en ruinas y millones de víctimas potenciales amontonadas. Irak comparte frontera con Irán, repleta de casos de Covid-19. Tal vez sea solo cuestión de tiempo que la pandemia se extienda por Irak, pero de momento no lo ha hecho, posiblemente porque su población es joven y sigue sometido a toques de queda rigurosos.
Al centrarnos en el ISIS y el coronavirus como las principales amenazas a Irak, desviamos la atención de un peligro mucho mayor al que se enfrenta el país, al igual que otros exportadores de petróleo de Oriente Próximo. En Irak esta amenaza es muy más aguda porque sus 38 millones de habitantes están saliendo ahora de 40 años de guerra y crisis.
Los iraquíes siguen estando profundamente divididos y tienen la mala suerte de vivir en el país escogido por Estados Unidos e Irán para resolver a golpes sus diferencias. Aunque parezca que tuvo lugar en un tiempo pasado, solo hace cuatro meses que Estados Unidos asesinó con un dron al general iraní Qasem Soleimani en el aeropuerto de Bagdad y estuvo a punto de entrar en guerra con Irán.
El problema de Irak es sencillo pero insoluble: se está quedando sin dinero porque sus ingresos petroleros han caído en picado tras el colapso del precio del crudo provocado por el catastrófico impacto económico del coronavirus. El 90 por ciento de los ingresos del gobierno proceden de la exportación de crudo, pero en abril apenas percibió 1.400 millones de dólares, cuando necesita 5.000 millones para pagar salarios, pensiones y otros gastos del Estado.
El gobierno carece de liquidez para pagar a los cuatro millones y medio de empleados públicos y a los cuatro millones de pensionistas. Aunque este hecho pueda parecer una noticia anodina si la comparamos con el repunte de las muertes causadas por el ISIS o con los estragos potenciales del Covid-19, en el fondo puede resultar mucho más desestabilizador.
“El gobierno aún no ha pagado las pensiones este mes, aunque sigue prometiendo que lo hará en un par de días”, afirma Kamran Karadaghi, un comentarista iraquí que fue antiguo jefe de personal de la presidencia. “No cuentan con dinero en efectivo”. En Bagdad corre el rumor de que los salarios de los empleados públicos sufrirán un recorte del 20 o el 30 por ciento. El desastre inmediato podría esquivarse mediante créditos o agotando las reservas, pero estas medidas para reemplazar a los ingresos por petróleo tienen un límite temporal.
Irak –así como otros exportadores de petróleo de Oriente Próximo– no obtendrá mucha compasión internacional en un mundo que sufre confinamiento y una agitación económica sin precedentes. El futuro puede resultar especialmente sombrío en Irak, pero los otros estados petroleros están sometidos a presiones similares. Efectivamente, la era de los productores de petróleo superricos, iniciada con la subida del precio del petróleo en la primera mitad de los 70, podría estar llegando a su fin.
El problema es que la dependencia de las exportaciones de petróleo desplaza a la mayor parte de las demás formas de actividad económica: todo el mundo quiere trabajar para el gobierno porque es quien ofrece los mejores empleos. Los negocios privados parasitan al gobierno para hacer dinero. Todo es importado y apenas hay producción local. Una élite corrupta monopoliza la riqueza y el poder.
Irak acaba de estrenar un gobierno encabezado por Mustafa al-Khadimi, un antiguo jefe de inteligencia que durante mucho tiempo fue oponente de Saddam Hussein y que ahora tendrá que luchar contra terribles problemas financieros. Un antiguo ministro iraquí me dijo hace años que la única vez que había visto asustado a un gabinete iraquí no fue cuando el ISIS estaba a las puertas de Bagdad, sino cuando los precios del petróleo se desplomaron más bruscamente de lo habitual. En esta ocasión, la caída de precios es mucho peor de lo que nunca había sido, desde el punto de vista de los productores y aunque el precio ha subido desde su punto más bajo en abril, hay pocas probabilidades de que vaya a recuperarse por completo.
Las protestas comenzaron en Bagdad en octubre del pasado año, cuando los manifestantes exigían trabajo, el fin de la corrupción y mejoras en servicios públicos como la luz y el agua. En ellos murieron al menos 700 manifestantes y otros 15.000 resultaron heridos. Entonces, el pueblo creía que no estaba recibiendo una parte justa del pastel económico, y ahora el pastel se está haciendo mucho más pequeño.
En otros estados ricos en recursos naturales, desde Angola hasta Arabia Saudí, está surgiendo la misma indignación contra las élites predadoras, pero estas no son las únicas beneficiarias del sistema actual, en el que cualquiera que tenga los contactos adecuados –familia, secta, etnia o partido político– puede conseguir un empleo. Los ministerios se convierten en la gallina de los huevos de oro de diferentes intereses. No pasará mucho tiempo antes de que vuelvan las protestas.
El ISIS no constituye la amenaza para Irak que muchos imaginan y una población joven puede no resultar tan vulnerable ante el coronavirus, pero el efecto colateral de una caída prolongada de los precios del petróleo como consecuencia de la pandemia será profundamente desestabilizador para el conjunto de Oriente Próximo.
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