Sin duda, al lado de Tiempos modernos, de Charles Chaplin, Las uvas de la ira, ¡Qué verde era mi valle!, de J. Ford, Ladrones de bicicletas, de V. de Sica, Novecento, de B. Bertolucci, Secretos y mentiras, de M. Leigh, Café irlandés, de S. Frears, Marius y Jeannette, de R. Guédiguian, Los santos inocentes, de M. Camus, Riff-Raff, Yo, Daniel Blake, We Sorry Missed You, de K. Loach, Los lunes al sol, de F. León de Aranoa, Calamari Union, Un hombre sin pasado, Luces al atardecer, de A. Kaurismäki, Billy Elliot (2000), de S. Daldry, es uno de los mayores ejemplos del Cine de los Trabajadores, del Realismo Social, de un cine socialista. Un filme en el que la vocación libertaria se enfrenta al monstruo pasado y actual de los males (pedofilia, explotación laboral/sexual, tráfico de órganos) que afectan a niños de cualquier latitud, encarnados por el Sistema Mundo: antes llamado Neoliberalismo, aunque no sea nuevo ni liberal, hoy, simplemente, capitalismo, al que algunos convierten en oxímoron al agregarle salvaje, como si no lo fuera de por sí. Para comprender el fenómeno, por horrible, del Neoliberalismo, hay que ir al fin de Bretton-Woods (1971) y la crisis del petróleo (1973), similar a la del Crack de 1929, y que, en 1980, con el thatcherismo, significó el retiro del apoyo financiero a la producción de cine británico, hasta entonces basado en dos pilares: el banco nacional del cine y el impuesto a las películas que provenían del exterior. Pero, antes, a la historia del Reino Unido, desde 1950 hasta 1980, con la Thatcher en el poder. Y, por último, a las diferencias entre la vocación artística y los dogmas de la “fe” neoliberal.
Entre el estímulo al sector privado y las restricciones sociales
En la década de 1950, el gobierno británico estableció la National Film Finance Corporation (NFFC), banco nacional del cine, y creó un impuesto a la entrada de filmes, el Eady Levy, cuyos ingresos iban directamente a los productores ingleses. La NFFC manejó fondos por importe de seis millones de libras, concediendo subvenciones a proyectos seleccionados, mientras que la Eady Levy atrajo al Reino Unido a muchos productores gringos, entre ellos Sam Spiegel y Cubby Broccoli. A comienzos de 1980, el gobierno Thatcher retiró el apoyo financiero a la producción que operaba a través de NFFC/Eady Levy, con lo que la cofinanciación televisiva, inicialmente fomentada por la emisora independiente Channel Four, coproductora de filmes, pasó a ser crucial para la supervivencia de la industria.
Esto abrió el camino a una de las principales vías de financiación del cine inglés, a la que se sumaron los aportes de productoras internacionales, como en el caso del filme El paciente inglés (1996), realizada por Anthony Minghella con fondos gringos. La BBC, siguiendo la pauta de Channel Four, es otra de las bases económicas del cine británico, buscando acuerdos en Europa y EEUU, exhibición en salas (bueno, hasta antes del virus/negocio apartheidista) antes que en emisiones televisivas o en plataformas por Internet (HBO, FOX, Netflix et al) y buscando conseguir ese difícil equilibrio entre los requerimientos comerciales y la expresión artística individual. En 1997, el Arts Council se convirtió en un medio más de apoyo al cine, esta vez por parte del Estado, gracias a fondos provenientes de la Lotería Nacional.
Aunque ha conocido uno que otro éxito comercial, como el de Cuatro bodas y un funeral (1994), de Mike Newell, que se recrea en la tradición británica del éxito económico, el cine inglés de finales del siglo XX y de la primera década del siglo XXI ha tenido grandes ventas solo de forma intermitente, como en el caso de Los amigos de Peter (1992), del cineasta, actor y dramaturgo irlandés Kenneth Branagh, Billy Elliot, de Daldry, El diario de Bridget Jones (2001), de Sharon Maguire, Las horas (2002), del mismo Daldry, sobre la escritora Virginia Woolf. Las superproducciones Carros de fuego (1981), de Hugh Hudson y Los gritos del silencio (1984), de Roland Joffé, producidas por David Puttnam, indican que el cine inglés comercial aún debe tenerse en cuenta solo por sus excepciones, como las de la segunda década del siglo XXI: llevadas a cabo, entre otros, por el ya citado Ken Loach en Riff-Raff, Tierra y libertad, El viento que agita la cebada, Yo, Daniel Blake, We Sorry Missed You, filmes, todos, en los que subyace su preocupación por los empobrecidos del mundo.
El neoliberalismo irrumpe y la clase obrera es destruida
¿Qué es el neoliberalismo? El geógrafo/urbanista y economista marxista David Harvey, en El enigma del capital y las crisis del capitalismo (1) al cuestionarse cómo interpretar el caos actual, si la crisis de hoy señala el fin del neoliberalismo de libre mercado como modelo prevalente para el desarrollo capitalista, señala: “En mi opinión el término alude a un proyecto de clase que cobró vida durante la crisis de los años 70; enmascarado bajo una espesa capa retórica sobre la libertad individual, la responsabilidad personal, las virtudes de la privatización, el libre mercado y el libre comercio, en la práctica legitimó políticas draconianas destinadas a restaurar y consolidar el poder de la clase capitalista. Este proyecto ha tenido éxito, a juzgar por la increíble centralización de riqueza y poder observable en todos los países que emprendieron la vía neoliberal, y no hay […] prueba de que se haya debilitado.
Uno de los principios pragmáticos básicos que surgieron en la década de los ochenta, por ejemplo, fue que el poder estatal debía proteger las instituciones financieras a cualquier precio. Ese principio, contradictorio con el no intervencionismo que prescribía la teoría neoliberal, surgió de la crisis presupuestaria de la ciudad de NY a mediados de la década de los 70, y luego se extendió internacionalmente a México en la crisis de la deuda que sacudió a aquel país en 1982 hasta sus cimientos. Dicho crudamente, consistía en privatizar los beneficios y socializar los riesgos: salvar los bancos a expensas del pueblo (en México, por ejemplo, el nivel de vida de la población cayó aproximadamente una cuarta parte en cuatro años tras el rescate financiero de 1982). El resultado fue lo que se conoce como ‘riesgo moral’ sistémico. Los bancos actúan perversamente porque no tienen que asumir ninguna responsabilidad por las consecuencias negativas de su comportamiento de alto riesgo. El actual rescate de los bancos es esa misma vieja historia, sólo que mayor y esta vez concentrada en Estados Unidos”. No hay que esforzarse para notar que dicha situación se replica en un espacio como Fosa Común: la crisis del sistema financiero, resuelta con “ayuda” gubernamental; también aquí, privatizando los beneficios y socializando las deudas, a partir de nuevos impuestos para el pueblo con el pretexto inventado de una deuda externa, por 320 billones, contraída a partir de préstamos dizque por el Covid. Y nadie que se sonroje siquiera.
Todo lo anterior, proyecta una nube negra sobre el manejo de la situación financiera en Fosa Común y la “ayuda” oficial/clandestina (porque no se consulta a nadie, menos al pueblo) a la organización de Luis C. Sarmiento Angulo y, a la vez, no podría desligarse de la crisis financiera de 2008, generada por los bancos Leman Brothers y Merrill Lynch que, tras la burbuja inmobiliaria, llevaría a la cárcel al cerebro de la mayor estafa en la historia de Wall Street, por más de USD$65 mil millones, Bernard Madoff: cuando los clientes intentaron recuperar sus inversiones, la empresa del gurú de los mercados no estaba en capacidad para devolver los depósitos; en realidad, era una estafa que operaba bajo el esquema piramidal Ponzi: por Carlo Ponzi, estafador italiano de los años 20 en EEUU. Tras conocerse la verdad, su esposa, Ruth, y sus dos hijos, Mark y Andrew, lo entregaron a las autoridades gringas, fue juzgado en NY y condenado a 150 años de cárcel. Hoy está en la prisión de Butner, North Carolina, donde trabaja por USD$170. Se cuenta que compró todo el chocolate de taza que se vendía en ella, para especular con el precio, como ya lo había hecho con las hipotecas. (2)
Dos filmes dispares, Billy Elliot, basado en la lucha entre la Dama de(l) Hierro y los sindicatos en la huelga minera, de 1984, y La cuadrilla, sobre la forma desnuda/cruel como se privatizaron los ferrocarriles ingleses hacia el primer lustro de los años 2000, muestran las mañas que el Gobierno usó para destruir miles de empleos (como hoy hace un virus de laboratorio “que pronto mutará en otro”: Bill Gates), en función de la competencia capitalista, el éxito económico, las “bondades” del Sistema: todo ello, bajo la espesa capa retórica, aludida por Harvey, sobre libertad individual (eufemismo por egolatría), responsabilidad personal (que el Estado y/o las empresas eluden), virtudes de la privatización (como si lo público no fuera sino fallas/lastres), libre mercado/libre comercio (entelequias como democracia/equidad/justicia y excusas para matar a la competencia sin carga alguna). En tal sentido, Billy Elliot describe un proceso saturado de violencia, en el que un gobierno “democrático” recurrió a altos grados de represión para aniquilar la resistencia obrera. Como pasó en Brasil, con Obama “espiando” al PT y a la clase obrera, en cabeza de Lula da Silva y, después, de Dilma Rousseff. (3) Eso dicho al margen de la funesta labor que ya venían haciendo, por presión gringa, los golpistas Drácula Temer y Jair Messias (sic) Bolsonazi.
Búsqueda del equilibrio entre la expresión artística y la exigencia comercial
En la misma línea que intenta conseguir ese difícil equilibrio entre la expresión artística personal y/o grupal y las exigencias comerciales o los éxitos económicos, está Billy Elliot, filme que no de forma gratuita se inscribe históricamente en los comienzos de la era Thatcher. En efecto, se inicia como ya se dijo, en 1984, en Durham Coal Field o Campo de Carbón de Durham, al noroeste del Reino Unido. Lugar famoso sobre todo por la imponente Catedral, uno de los grandes monumentos románicos de Europa, erigido en un lugar a orillas del río Wear, junto al castillo residencial de los arzobispos de Durham y hoy perteneciente a la universidad de dicha urbe. El edificio central empezó a construirse en 1093, sobre el antiguo templo sajón, y se terminó en su mayor parte en 1137. La capilla oeste se añadió en 1170; después se levantó un crucero gótico al oeste, en 1240, y la torre central, entre 1465 y 1490.
Todo lo anterior para decir que se trata de un espacio conservador, tradicional, como la gente que lo habita y, sobre todo, que lo rige: a partir de las elecciones de abril de 1979, las políticas económicas del Gobierno estimularon al sector privado y restringieron los servicios y gastos sociales que salieran del manejo gubernamental. Ese año, los conservadores, presididos por Thatcher, fueron mayoría en el Parlamento, siendo la primera mujer en presidir un gobierno en la historia no solo británica sino europea; permanecería en el cargo los siguientes once años, el mandato continuado más largo desde el final de las Guerras Napoleónicas. En 1981 y 82, su política de restricción de los servicios sociales obtuvo cierto éxito, obvio, dentro de los sectores más retardatarios/radicales, pero solo a costa de las tasas de desempleo más altas desde la década de 1930. Época en la que, a propósito, la hambruna azotó a Europa y la papa americana (no, de EEUU) salvó en forma considerable a la población del viejo continente. Dentro de dicho marco económico, al que se suma la Depresión de octubre de 1929, se desarrolla la historia de Billy Elliot, una que pese a su fondo artístico no se desliga jamás de la realidad social ni de su forma patriarcal, machista, antropo/andro/céntrica e imperialista.
Filme que transcurre en un espacio dominado por miedo, desconfianza y muerte. Pero, también por machismo, homofobia, intolerancia. Por eso, cabe incluir este filme en un ciclo sobre Cine de los Trabajadores o sobre rebeldía juvenil o sobre DDHH. El que va en la órbita de la elección vocacional, la libertad para elegir, la autodeterminación del sujeto, en la vía a sentir/ser/hacer. William o Billy es un niño que crece en un medio donde las opciones deportivas y vitales, son boxeo, fútbol, lucha libre. “Pero, no el ballet”, le dice Jackie, su padre, al descubrir la pasión de su hijo, cuyas razones aquél desconoce, como se verá cuando una señora le pregunte: “¿Qué sientes cuando estás bailando?” De forma ambigua, responde: “No sé. Se siente bien…” Lo que no quiere decir que desconozca los sentimientos frente a su desafiante vocación: desafiante para los demás, no para él, que crece mientras en su familia se da una difícil situación económica. Su padre y su hermano van a una huelga como trabajadores del carbón, renglón que llevó a hacer del Reino Unido, potencia industrial del mundo hacia la década de 1970. Allí hay choques entre huelguistas y policía. Entre los mineros más exaltados están Tony y su padre. Éste se empeña en que su hijo pequeño reciba clases de boxeo. Pero, aunque él tiene un buen juego de piernas, carece por completo de pegada. O sea, su pegada más rotunda no está en las piernas ni en los pies, sino en la cabeza.
Dicha situación de potencia industrial, también para los Elliot ha cambiado, hecho que se refleja en la actitud hostil del padre y del hermano hacia Billy, quien debe dedicarse a cuidar a su despistada abuela antes que continuar con su afición a un arte de mariquitas. Entre los cuales también hay atletas, como Wayne Sleep, según le recuerda su amiga Debbie a Billy y éste a su padre Jackie. Quien, para su hijo, no tiene la culpa de su homofobia, que es producto de una historia antigua, propia de una sociedad conservadora, anacrónica, victoriana. Cabe recordar, Victoria I duró 64 años en el trono de la monarquía inglesa, 1837-1901, lo que representa el reinado más largo de la historia de Gran Bretaña (le sigue el de Isabel I, 1558-1603). Caracterizado por el ascenso de la clase media (la sempiterna cama del fascismo), el conservadurismo (el eterno lastre de las sociedades) y, ante todo, la doble moral política y religiosa (tándem siempre por derribar). Nieta histórica de ella sería, justo, la Dama de Hierro, una de las causantes del mundo sin trabajo que hoy pulula por doquier; que en Billy Elliot se refleja en la dura situación familiar, pero, antes, en la violencia interna que se genera con la frustración frente a la movilidad social ascendente; y que ha llevado a la uberización laboral, como se ve en Yo, Daniel Blake (4)y We Sorry Missed You, de Ken Loach.(5)
Billy, mientras tanto, se dedica a un deporte, el boxeo, que representa una metafísica actividad: la de procurar vencer a golpes a un adverso presente. Solo que, en el mismo espacio, la “frustrada” Mrs. Wilkinson tiene su improvisada academia de ballet. Allí donde Billy se familiarizará con los términos franceses de dicha disciplina, port de bras, demi-plié, pas de bourrée, una vuelta a la considerada forma pionera del lenguaje humano: con la pieza femenina por excelencia, el temido tutú, de tal actividad. En la que halla la razón de su existencia, el motivo para poder sobrevivir (“lo cual ya es un éxito”: Leonard Cohen) a la ausencia de Jenny, su madre, la causa involuntaria del disgusto de su padre. Y es allí donde, precisamente, se inicia el conflicto que divide su vocación de la exigencia filial, que involucra tanto al padre como al hermano. El mismo que al inicio llama “cabrón” a Billy por escuchar sus discos, entre los que hay temas como los que, en su orden, abren y cierran el filme: A Child is Born o Un niño nace y Burning Up, libremente Ardiendo por dentro. Título, este, que, como se verá, sirve a la postre para hacer una alegoría sobre lo que siente cuando baila.
La difícil relación con Tony se revela en varias ocasiones, afecta hondamente a Billy en lo emocional y se disuelve una vez el padre cede en su postura, lo cual hace ceder a su hermano. Entretanto, para su aparente calma, Debbie, su amiga y la madre de ésta, la “Señorita”, porque sí, en la tradición inglesa hay que guardar distancias, le recitan: “Haz lo que te parezca, cariño”. Mientras, las imágenes cuidadas/respetuosas, a través de primeros planos, generales cerrados y abiertos, tomas en picado, se suceden sin más sobresaltos que los que la emoción inmediata del cine ocasiona (como de la música, que de paso configura un melodrama): tomas de Fred Astaire; alusiones a Ginger Rogers y Gene Kelly, excelsos bailarines e ídolos de la comedia musical; visita a la tumba de Jenny Elliot. Después de la cual, un Billy perplejo le pregunta a Tony si ha pensado en la muerte, la que ya habita su corazón y sus recuerdos, la que ya lo ha hecho (junto, claro, a la actitud filial frente a su vocación y a lo que los mineros son para la Thatcher, “el enemigo interno”), depositario del miedo y víctima de la represión.
Así, el pedir un tutú le hará decir: “Me siento como una niñita”. Lo que no necesariamente significa que ese sea su sentimiento, sino que por transferencia de sus mayores lo incorpora a su cantera sensible. Igual, solo por sus carencias económicas será capaz de robar el libro de ballet que con tanto ahínco desea conocer: lo que lleva a pensar en la traición como hija legítima de la carencia. Que, para el caso, no encierra una velada apología del delito. Así, se verá cómo su miedo le hace volcar su agresividad sobre la maestra, después de que Debbie le cuente que su madre enseña ballet porque está frustrada y porque duerme en camas separadas con un marido que se orina encima y porque, en consecuencia, no tiene sexo con él ni con nadie más (lo que lleva a pensar que la sociedad está enferma, no solo aquellos seres). Hecho que desembocará en una inmediata reconciliación con Mrs. Wilkinson, eso sí, no sin que antes Billy la interrogue, preocupado, aunque jocoso, sobre si no será que siente atracción por él, ya que un eventual Edipo aquí es imposible: se trata de un caso de infancia interrumpida, el de un niño que piensa de esa manera a causa de sus mayores, no de él mismo.
El equilibrio del filme se manifiesta en las situaciones alternas que involucran a los distintos personajes y a través de la música como medio, no como fin: mientras el montaje paralelo incluye escenas como la actividad privada del papá, de la abuela, las clases de ballet de Billy, al fondo se escucha el tema I Love to Boogie, pieza que de paso enseña los caminos de la cultura en transformación, la transformación de ella y de sus híbridos: la que desembocará, entre otros, en el fenómeno de los Ravers, músicos caracterizados (como los del Glam inglés) por su vestuario afeminado, indefinición sexual, vida disoluta, hacia la década del 1970, y luego, en el Punk (por “mocoso, basura, bueno para nada”). Para luego volver al conflicto: “Eres un inútil desde que murió mi madre”, le grita Tony a su padre. Hecho que, de algún modo, influirá en el cambio de actitud de éste hacia Billy: la que nunca fue crítica sino arrastrada por atavismos y que gracias a un cambio personal/interno terminó por ser positiva.
Billy se vincula al Royal Ballet, interpreta a un personaje de El lago de los cisnes, de Tchaikovski, ve culminado su sueño (que, obvio, no termina ahí). Al acto asisten su padre, su hermano y su amigo de infancia Michael, quien naturalmente, o sea, de forma natural, resultó, él sí, mariquita. Lo que, claro, no es motivo de reprobación, censura o estigma: simplemente, una prueba de que “la pluralidad es la ley de la tierra” (Hannah Arendt). (6) Además, de que solo en la diversidad es posible la igualdad; que esta no es antinomia de la diferencia, sino el camino más expedito para lograrla y la única forma humana similar a la justicia social, la mejor vía para hallar la ecuanimidad. La que, tras ardua lucha, parece conquistar Billy, quien responde a una señora del jurado del Royal Ballet sobre lo que siente al bailar: “No sé. Se siente bien. Un poco tieso al principio, pero cuando ya ha comenzado me olvido de todo. En cierto modo, desaparezco. Siento un cambio por todo el cuerpo. Como si ardiera por dentro. Y me quedo así… volando como un ave. Sí, como la electricidad”.
Detalle que se antoja más una respuesta ontológica/existencial/alegórica, sobre la victoria de la voluntad, de la libertad vocacional, de la rebeldía adolescente, de la autodeterminación del niño sobre los prejuicios del adulto. Además, una confirmación de la ley física: la energía no se pierde, sino que se transforma. En fin, el triunfo del espíritu sobre un equívoco sistema pedagógico que ve en los niños un depósito de sabiduría, olvidando que son, más bien, fuente de la misma. Hecho que ojalá permita abrigar la esperanza de un cambio, como el que se da en la cabeza de un radical padre de familia ante la determinación de su hijo por una vocación. La que no es más, pero tampoco menos, que eso: una vocación. Única, personal e inalienable. La de un niño que no se frustró porque fue fiel a sí mismo. Que siempre tuvo presente los designios de su madre en una carta que reafirma que las palabras exactas y verdaderas pueden tener el poder de los actos (7); la que debería abrir con 18 años pero que, en un acto de desobediencia civil, él abrió a los once, impulsado, además, por una irrefrenable e insaciable curiosidad infantil. Detrás de la cual se asoma la gracia de sentir, el deseo de ser, el poder del carácter, el ánimo de actuar, la voluntad de poder: no de joder, como practica el Capitalismo.
Un día, en el gimnasio, Billy observa la clase de ballet de Mrs. Wilkinson, mujer de carácter severo que lo anima a participar. A partir de ahí, se dedicará con ardentía a la danza. Y vendrán, cómo no, los problemas. Una historia sencilla: ni comedia, ni obra de superación o autoayuda. Simplemente, una obra seria que recurre al melodrama y al humor para hacerla, por vía de la inteligencia, soportable. Aunque la huelga termine en fracaso, Daldry jamás alude a la superación, más bien a los líos que debió enfrentar el pueblo inglés, y el resto del mundo, por las medidas neoliberales de la Thatcher, al igual que lo hizo Ronald Reagan. El actor que devino payaso y luego presidente, como Trump y, hoy, Biden y su fórmula efectista/mediática, “la primera mujer vicepresidenta y negra”, Harris; como antes lo fue “el primer presidente negro”, que resultó Óreo, por la galleta negra por fuera y blanca por dentro, hoy autor de un libro tributario del imperio sionista/gringo, no de balde titulado Una tierra prometida; un súbdito incondicional de la plutocracia, luego llevada al culmen de la desgracia con la figura adiposa del vulgar entertainer salido de la caja tonta, el ya citado Hitler Trump.
La historia transcurre en una de las zonas más deprimidas de Durham, Reino Unido, lo que de alguna manera lleva a recordar ese tan hilarante como desconsolador filme titulado The Meaning of the Life o El significado de la vida, de los Monty Python, con todas aquellas casas de ladrillo, montones de varados en las calles y 57 niños por alimentar, de la misma pareja y a los que se fotografía en un mismo cuarto. (8) Jamie Bell (Billy Elliot) hace una de los mejores papeles que podría encarnar una persona de su edad. Si alguien tuviera que elegir entre boxeo y danza, quizás elija la danza. El final, no sobra decirlo, no es un happy-end, pero emociona hasta el llanto, no por tristeza o melancolía, sino por el triunfo final de lo suave frente a lo duro. Algo de taoísta debe tener Stephen Daldry, quien logra imprimir alegría en un espacio que en sí mismo conduce a la depresión. Porque, sí, Billy Elliot, en especial por su baile de gala, es un emotivo y duro drama que nos habla del aplastante peso de las presiones socioculturales, las cuales a menudo van en contra de los sueños individuales y a favor del hombre-masa, el que acepta en silencio su desgracia. La historia de un niño en cuya familia la tradición minera, cargada de machismo, quizás venga de generaciones atrás.
En el rudo espacio de crianza, parece que su única alternativa es acabar de minero o boxeador, oficios que odia. Pero sus plegarias comienzan a ser atendidas cuando a hurtadillas va a las clases de Mrs. Wilkinson en las que él es el único varón. Ha descubierto que su única felicidad es el baile, para la cual está muy bien dotado. Claro, sus deseos chocarán contra los prejuicios del padre y del medio. Su padre es un apocado minero viudo que atraviesa graves problemas: la mina está en huelga y hay riesgo de despidos masivos. Ante tal ‘miedo ambiente’ antinatural, el ballet se proyecta como un estigma, algo impensable para el hijo de un rudo y machote minero que considera, como la mayoría, que el ballet solo es para niñas o maricas e impropia de varones, como pasaba en otra época con quien quería estudiar música. Pero Billy no concibe el futuro sin lo que ama como a sí mismo, sin vanidad ni egoísmo. ¿Cómo lograr su anhelo frente a tamaña oposición? Solo cuenta con su terquedad y su talento.
En conclusión, Billy Elliot se mueve entre las presiones endógenas, familiares, así como las de un medio social prejuicioso frente a su vocación libertaria, y las presiones exógenas, las propias del Sistema: desde luego, el Capitalista, ya no más Neoliberal, al que el principio del placer no rinde pleitesía, como espera el principio de realidad: uno hecho de convenciones, normas, leyes, límites, impuestos, sanciones y condenas. Y al que le importa la competencia sin piedad, no la cooperación; el máximo lucro en el menor tiempo posible; la acumulación a nivel individual o de Corporaciones, pero nunca en favor de la mayoría; el exterminio de la Humanidad ya sea por explotación, por virus o por ambos y el saqueo sin límites de los recursos naturales, igual que las quemas deliberadas de la selva para cambiar la razón del uso del suelo; la desidia frente a altas tasas impositivas, la inequidad socio/política, la ignominia socio/ambiental; la imposición de la precarización, muchos años antes del actual precariato; la reducción del Estado más en responsabilidades que en tamaño aunque esto también signifique huir de las leyes que lo limitan, para poder acumular no solo más libremente sino con la mayor irresponsabilidad. Por último, un drama sobre cómo hay que perseguir lo imposible, mientras la mayoría se dedica a lo posible, a los sueños que no requieren esfuerzo ni hacen historia. Billy Elliot (9)es la victoria de una vocación singular, en un medio de ordinariez, mezquindad, homofobia, intolerancia y explotación: del hombre por el hombre y por el patrón. Lo que planteó un teólogo, al que la historia oficial hizo filósofo: la dialéctica del amo y del esclavo. Pero, esta vez el esclavo no es tal y logra llegar al sitial del amo: al de sí mismo. Y eso ni su padre ni la familia ni el Estado… es decir, nadie, se lo puede arrebatar.
Bibliografía y Notas:
(1) HARVEY, David. El enigma del capital y las crisis del capitalismo. Ediciones Akal, Madrid, 2012, 239 pp. En PDF: 121 pp.: 7.
(3) https://www.bbc.com/mundo/noticias/2013/09/130917_descontento_brasil_con_eeuu_gl_bd
(4) Filme que se puede ver en Netflix.
(5) https://ok.ru/video/1870463240820
(6) https://www.youtube.com/watch?v=M96yQiO7aGU
(7) Tal como relata Raymond Carver en La vida de mi padre. Cinco ensayos y una meditación. Norma, Bogotá, 1995, 123 pp.Exactamente en Meditación sobre una frase de Santa Teresa: 123.
(8) https://www.youtube.com/watch?v=4Lc41nbJQ54
(9) https://www.youtube.com/watch?v=Wpil4esrLTM
Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). Autor, traductor y coautor, con LES, en portal Rebelión. E-mail: [email protected]La Fábrica de Sueños* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). Autor, traductor y coautor, con LES, en portal Rebelión. E-mail: [email protected]