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El hombre de la cámara (1928): ¿Cómo agradecerle a Buster Luke Keaton?

Fuentes: Rebellión

Se sabe que Keaton se llama Buster Keaton (1895-1966): aquí será Luke, the Cameraman o Luke, el camarógrafo, por su filme de 1928, The Cameraman, que, curioso, lleva el mismo título de la obra pionera/revolucionaria del documental periodístico que luego inspirará decenas de filmes de ficción y lemas y eslóganes de la publicidad/propaganda: El hombre de la cámara (1929), del ruso Dziga-Vertov (1896-1954), el padre del Kino-Pravda o Cine-Verdad. Aquí, cabe la pregunta: ¿conocía Dziga-Vertov a Buster Keaton, para darle el mismo título? ¿Será producto de la coincidencia entre dos genios, uno del documental, otro de la ficción documentada, así él mismo como se verá produzca su propio material? El que entonces estaba ya en manos de un poderoso que luego deambulará por varios filmes de ficción (de Citizen Kane, de Orson Welles a Mank, de David Fincher). Además, El hombre de la cámara, vertoviano, se ha vinculado con la forma de documental urbano llamada serie sobre grandes ciudades, de éxito entonces, las “sinfonías de las grandes urbes”: París que duerme (1925), de René Clair (realismo poético), Berlín, sinfonía de una gran ciudad (1927), de Walter Ruttmann (expresionismo), Lluvia (1929), de Joris Ivens, “el holandés errante”.

El camarógrafo, keatoniano, se inicia con escenas de guerra (¡cómo no, si está en el país que las produce casi todas!) y la toma en picado de un edificio en NY. Aparece Luke, un menudo fotógrafo de la ciudad, o sea, parte del oficio más aburrido, así como se dice que el periodismo es el oficio más noble del mundo, sostenía Albert Camus. Aparece un subtítulo: “Y he aquí los otros tipos de fotógrafo”: el callejero que cobra $10c por foto: claro, Luke. Toma de las multitudes en NY, en picado, y de grandes personalidades. Luke queda al lado de una bella dama, telefonista de una Agencia de Actualidades Cinematográficas, y, al instante, ya parece enamorado por el modo como disfruta el aroma de su pelo y los ojos cerrados, no sin algo de morbo, eso sí. Pero, ella, ni lo ve. Se quedan solos: él le ofrece sacarle una placa por $10c. Y le indica cómo posar. Irrumpe otro fotógrafo o cameraman, el pretendiente de Sally y se la lleva. Llega Luke al edificio. “Quizás es Lydia Pinkham”, dice el portero, pero, no: es Sally. Entra. Le tiran la puerta en las narices. Piensa en irse. De pronto, la ve. “Es un regalo”, le dice él. Y la espera por espacio de tres horas, las que le faltan a Sally para salir.

Aunque no tiene talento para el oficio ni saber profesional, Luke le suelta al compañero de Sally, que a toda hora anda metido hasta en…: “Soy un fotógrafo. ¿Será que consigo trabajo aquí? Sally, al filo del tiempo, lo hará desistir de sus placas y él, para complacerla, se convierte en camarógrafo. No sin antes, claro, comprar una cámara, comenzar a rodar, preguntar ¿para qué sirve: ah, ya, para ser camarógrafo. Sobre todo, si quiere ganar el corazón de Sally. “Estoy esperando para ver al jefe”, dice, y está frente a él: que, por lo sabido, no está nada contento con un fotógrafo que, según el ánimo, rueda unas veces hacia adelante y otras hacia atrás, rápido por alegre y lento por triste. La estación Grand Central está ardiendo. “Usted también debería fotografiar el fuego”, le dice Sally. Luke, con su equipo de trabajo, llega al Yankee Stadium, sede de Los Yankees de NY. Allí hace una demostración, en pantomima, sobre el deporte en mención, con lujo de detalles, incluida la carrera de las tres bases, con tirada final al piso. Cual Sandy Koufax, estrella de Los Dodgers de LA, así no se sepa aún nada de él. Más tarde, le da su número a Sally, luego de no pocas piruetas. Luke, por su parte, se desgañita al tratar de desocupar la alcancía. Pero, al tirarla al piso, con rabia, las monedas saltan por el mismo: la ha abierto, sin querer. Sale en carrera a buscar a su enamorada, antes de que ella se aburra de hablar sola y le cuelgue. Llega en par patadas o, mejor, en par carrerones. “Lo siento si llegué tarde”, le dice Luke a Sally, quien no deja de sorprenderse, lo denotan sus ojos, por su velocidad de rayo. Mientras tanto, el policía de la esquina se devana los sesos y se coge las esas, pensando en quién será el personaje.

Suben al bus y, al quedar lejos, se buscan entre sí, mientras Luke en el segundo piso del vehículo se enfrenta a toda suerte de patanes y vicisitudes, hasta que él desciende. Cae del bus y vuelve a subir en segundos. El policía no puede creerlo. Aparece de nuevo con ella. Por su torpeza, se le caen las monedas. Entran al sitio de la piscina. Luke, detrás de Sally, como siempre, entra al baño de damas. Luego, por error, ingresa al vestier con un gordo que lo precede y que lo saca de un empujón. “Este es mi vestidor”, le reclama al intruso ignorando, de momento, su orfandad. El otro lo manda a callar; menos mal, no a comer de la que se sabe. Se desvisten en simultánea. Él trata de quitarse la corbata; el otro, descuelga el sombrero y se lo planta donde es: obvio, en la cabeza. Van a la piscina. Luke se lanza desde el trampolín. De pronto, se reconoce como dicen, sin saberlo nadie, que está como Dios lo trajo al mundo. Sin el camisón gigante, de aquel gordo con el que se agarró al entrar al vestier. 

Un poco después, al ver que su heroína telefonista está siendo acosada por un rival corpulento, después de mirar su mano a ver si el golpe alcanza para derribarlo, tira el pañuelo al piso: el gigante, amable, amabilísimo, se inclina… y recibe un patadón en el derrière (los hombres también tienen culo), cae al agua y Luke se va con su amor. El rival fotógrafo llama a Sally, quien intercede por Luke para que los tres vayan en el carro. Aquél lo hace subir atrás. Se suelta el aguacero. Resulta empapado/resfriado. Después, choca con el policía. Se prueban los reflejos entre sí, dándose golpes en las rodillas. Hasta que Luke sale corriendo y el policía cae. Por cabronazi. Lunes en la mañana. Luke espera a su amiga oficinista. Aparece el rival y le dice: “No hay nada para usted”. También, los chinos traficantes de armas. Uno le pasa un revólver al otro. Anuncio de guerra. Alguien los observa y llama a la telefonista de la agencia y le dice: “Esta celebración china puede resultar muy interesante”. Y que envíe a un hombre allá, le dice Randall. Ella le cuenta a Luke: “El Barrio Chino está celebrando las vacaciones. Puede que valga la pena tomarlo. Ve hacia abajo”. Luke parte en busca de la noticia: “Esta vez haré las cosas bien, Sally”, le dice a Sally. Y sale corriendo. Se estrella con otro fotógrafo, que lo acusa de matar al mico. La gente se arremolina alrededor del chisme.

“Págale por ese babuino… o te golpearé”, le dice el policía. Y le ordena quitarse del camino. Luke deja al marinero zoomorfo abandonado sobra una caneca. El que, de a poco, despierta y se toca la cabeza, que le duele. El mico se le sube al hombro. Salen corriendo. Chocan en la esquina con el policía, que cae al piso noqueado. Ambos, huyen como el criminal: sin que nadie los persiga. Se anuncia el carnaval: “Si el Wung Fa Tong arranca con cualquier cosa… ¡ya sabes qué hacer!” En medio de la barahúnda, Luke registra el espectáculo que deriva en batalla campal. De repente, le disparan y le quitan dos patas al trípode: menos mal, tiene tres; bueno, tenía… entonces, pone la tercera a disposición del espontáneo que con otro balazo le permita al trípode recuperar el equilibrio. Mejor dicho, lo asoma para que le disparen y lo logra. Sube una escalera, con el mico al hombro, pero, bravo no, sino apenas con él al hombro. Al arribar, se queda sin sostén, no como en la piscina, sino sin cómo agarrarse para no caer al vacío. Con todo encima, consigue sobreponerse y sube por fin. Cuadra su trípode, hecho a su medida por la guerra. Alguien debajo de él, tumba las tablas que lo sostienen y en cámara rápida, no lenta, cae al piso. Se arma el zaperoco, que parece no tener fin: como el de cierto narco-reino, que tampoco; sobre todo ahora que la Justicia no funciona con el que es muy eficaz para no aparecer funcionando: el sujeto que mejor supo tercerizar la criminalidad.

Alguien lo ataca, pero Luke es listo y se deshace de él; viene otro y entonces provoca a uno más que está en el suelo. Al llegar la amenaza, los otros dos terminan engarzados. La plasticidad de las imágenes, su rapidez al filmar, no deja de sorprender. Luke aprovecha para filmar, sabiendo, quizás, que ya el sensacionalismo está en boga. Son los tiempos del creador del periodismo amarillo o azul o rojo o verde, William Randolph Hearst, quien ya desde comienzos del siglo XX era el pater noster de la prensa sin escrúpulos, sin ninguna ética. Y a quien 13 años después, de rodarse El hombre de la cámara, Orson Welles transformará en Charles Foster Kane o Citizen Kane. Filme que, justo, incluye, tal vez por primera ocasión, escenas documentales periodísticas dentro de la ficción, lo que lo ha llevado a ser elegido en diversas encuestas como el mejor de la historia del cine. Cosa que no es tan cierta porque uno podría citar diez más, entre mil, que a todas luces no solo lo igualarían sino lo superarían: Stalker, de Tarkovski; The Straight Story, de David Lynch; Paris, Texas, de Wim Wenders; Kagemusha, de Kurosawa Akira; La soledad del corredor de fondo, de Tony Richardson; El séptimo sello, de Ingmar Bergman; El tesoro de la Sierra Madre, de John Huston; El árbol de los zuecos, de Ermanno Olmi (1934-2018); El hombre que nunca estuvo ahí, de Joel & Ethan Coen; La eternidad y un día, de Theo Angelopoulos; El caballo de Turín, de Béla Tarr.

Luke entra al segundo piso de un edificio. Pero, no sabe que está en la boca del lobo chino. De pronto, queda encerrado, cuando le bajan una cortina metálica. La amenaza se cierne sobre él, de forma paulatina, en un extremado poco a poco que haría sudar a un esquimal. La cosa, de verdad, da miedo. De repente, sin saber cómo (o, mejor dicho, ya casi sabiendo, digo, sabiendo cómo son los gringos), llega la policía. El espectador sí lo puede creer y Luke se lleva la mano al pecho, en una irónica complicidad, porque él (como yo) no está del lado de la policía; y lo hace en señal de haber vuelto a la vida, mientras el babuino, nervioso, sigue sobre su hombro. Los policías arrestan a los chinos, Of Course My Horse. Luke levanta a uno de ellos del piso y se abraza con él, agradecido porque su alma acaba de volver al cuerpo, que estaba de vacaciones. Con tan mala suerte que el policía resulta ser… sí, aquel con el que se dio golpecitos en la rodilla y luego en la persecución cayó al suelo. De manera que nuestro héroe Luke, queda arrestado hasta nueva orden y va con su ahora verdugo a la comisaría.

“Me tocó toda la culpa de la guerra”, le dice Luke al fotógrafo pretendiente/pretencioso de Sally. Sin previo aviso, dos enfermeros se lo cargan, por orden de la policía, y lo llevan a una ambulancia que lo trasladará al hospital de Bellevue, en Columbia University, de NY (donde también estuvo el saxo alto mayor de la historia del jazz, Charlie Parker), seguro para algún tratamiento psiquiátrico. Pero, él, siempre más veloz, más hábil, también sin avisar se les baja, recoge su trípode y sus cosas y se va en la parte trasera de otro vehículo. Al ir a voltear la ambulancia a la derecha, el policía la revisa, advierte que Luke no está. Trata de hacer algo, pero no puede y de nuevo al piso. Los fotógrafos, incluidos él y su monkey, llegan a la Agencia de Actualidades Cinematográficas con el material de guerra. Y exclama, al final, como El Pibe: “Conseguí algunas de las más grandes tomas de esa guerra Tong… ¡todo bien!” Y le agrega a Sally: “Tengo algunas fotos geniales de esa guerra de pinzas, ¿de acuerdo?” “Bonita guerrita”, se le burlan el amigo de Sally y el jefe: “Creo que olvidó poner la cinta en la cámara”, le dice el segundo, cuando, antes, Luke ha sacado un trocito de película. “¡Diga… ¿cómo se enteró de esa guerra de Tong”, le suelta el amigo de Sally. “La señorita […] me lo dijo”. Y como de por medio está el capitalismo, el jefe le dice a ella: “¿Le diste la propina, jovencita?” Al ser despedido, ya despechado y confundido, le suplica a Sally: “¡No te vayas por mí! Nunca volveré a molestar a ninguno de ustedes”. Jueves en la mañana. Regata del Wesport Yacht Club. Sally y su fanfarrón amigo van en su yate a toda velocidad. De pronto, aparece Luke en un bote, a toda lentitud. Já. Y el babuino con él. Rema ahora más rápido al darse cuenta de que es probable que el espectador esté molesto, jejeje, por el detalle. Sin más preámbulos, da la impresión de que la película perdida se haya, por fin, recuperado.

“¿Tú cambiaste esta caja de película en el Barrio Chino?”, le pregunta Luke a la mascota que ahora, frenética, aplaude. Entre genios se entienden, acá no es necesario el lenguaje: para eso existe la pantomima, en la que Buster Keaton es uno de los mayores maestros de la historia. Para este servidor, “el más grande”, The Great, como Muhammad Ali en el boxeo. Por encima de Chaplin, de Harry Langdon, de Harold Lloyd, de Mack Sennett, de Fatty Arbuckle. “¡Ten cuidado de que no te tiren fuera, cuando yo dé este giro!”, le advierte Luke al mico. Y sale a mil en el bote a salvar a su amada. Con tan mala suerte que choca contra el yate que, sin el pelotudo… perdón, sin el piloto, está como loco dando vueltas por el lago. Y estalla en el aire, mejor dicho, entre el agua. El fanfarrón llega a la orilla. En otro plano, Luke carga en brazos a su heroína Sally. Reposa su cabeza sobre una improvisada almohada en la arena, le frota las manos, se sobresalta y, en medio del desierto, ve la droguería, como quien busca ayuda. Corre hacia ella. Mientras tanto, el fanfarrón levanta su mirada, se acerca a Sally. Aprovecha la ausencia de Luke, para reanimarla entre sus brazos, ella abre los ojos y ya se insinúa que el salvador es otro, jajaja. En efecto, Sally, ignorante de todo, le dice: “Eres terriblemente valiente por haberme salvado”. “¿Qué más podía hacer un compañero?”, le responde la perfidia, en fin, la hipocresía, en la persona del fanfarrón: sí, porque todo el tiempo estuvo metido hasta en la sopa. Por lo menos, en la sopa de Luke. Y eso ya es bastante para el espectador aguzado y, sobre todo, celoso. Celoso de Sally, claro, no por Luke. Ni más faltaba que alguien se pusiera celoso por un filme que le habla de hipócritas cabronazis, que todos ven a cualquier hora en las calles. Ni más faltaba, se reitera. Sally y el fanfarrón se retiran. Justo es en ese momento sale Luke de la droguería, cargado de remedios, bueno, de automedicaciones. Llega al sitio donde momentos antes estaba Sally, creyéndola aún ahí. Se agacha y, al advertir que no está, cae, abatido, de rodillas: porque si es de cabeza, se la rompe.

Jueves en la mañana. “Este pequeño cameraman [señalando al babuino] dejó esta película aquí. Él dice que usted puede obtenerla por nada”, le dice Luke al jefe de la Agencia de Actualidad Cinematográfica. Se sientan todos en la sala: Sally, el fanfarrón, el jefe y Luke. El proyeccionista apaga la luz y les muestra la filmación en el Barrio Chino. La perfidia, la hipocresía, el cabronazi fanfarrón ha quedado al descubierto. El auténtico salvador de Sally es Luke y, más allá, su mico marinero, que, justo, es el que ha filmado el accidente y el salvamento, es él quien había vaciado el cargador del negativo en la guerra del Tong que Luke halla en su bolsa. Es el babuino, quien, justo, ha registrado en cinta a su amigo, cuando, abatido, cae arrodillado con su cargamento de drogas. Cargamento lícito, esta vez, no para nada malo, sino para, simplemente, salir avante ante la adversidad por primera vez en su historia. El jefe celebra con un emotivo movimiento de brazos, para exclamar: “¡Este es el mejor trabajo de cámara que he visto en muchos años! ¡Traigan a ese hombre aquí, rápido!”

“¡Yo nunca podré agradecerte lo suficiente!”, le dice Sally a Luke, antes de que regrese a la Agencia, al saberse ya la verdad: que Luke, pese a todo, tiene sus méritos; que es a él a quien Sally debe su vida. “¡Todos están hablando de ti! Todos ellos están esperando darte una gran recepción”, añade Sally, antes de salir a marchar por las calles abarrotadas de gente, en NY, no se sabe si por el retorno de Lindbergh, quien había hecho el primer vuelo transatlántico, o por Luke, quien seguía extraviado por el mundo. En conclusión, el despistado Luke, junto al ubicado/talentoso Luke Keaton, ha hecho, sin querer queriendo, como el chavo amigo del paraco mayor, una incursión a fondo en los terrenos del amarillismo, cuando ya Hearst, el dueño de casi toda la prensa en California, lo había echado a andar. Así, al aprovecharse de la ocasión y de sus víctimas, Luke con la misma materia de la que se vale su secreto tutor, crea el más puro sensacionalismo: entonces, cuando un chino, de la China, claro, va a atacarlo, Luke se quita y aquel se topa con otro chino y ya se sabe lo que son dos chinos cogidos de las mechas, así no las tengan tan largas. De momento, Luke va salvado por la mano amiga de Sally y éste con el mico al hombro. Expresión literal: Nothing bad, brothers. Nada malo, hermanos del cine mudo cómico, de la comunidad del humor, de la política. Por El Cameraman, entre muchos otros filmes, no hay cómo agradecerle a Buster Luke Keaton.

FICHA TÉCNICA: Título original: The Cameraman. Año: 1928. País: EEUU. Formato: 35 mm.; b/n; 69 min. Dir.: Edward Sedgwick / Buster Keaton. Guion: Clyde Bruckman / Lew Lipton / Richard Schayer. Género: Cine mudo / Comedia / Drama. Fot.: Elgin Lessley / Reggie Lanning. Int.: Buster Keaton (Luke); Marceline Day (Sally Richards); Harry Gribbon; Harold Goodwin; Sidney Bracey; Ray Cooke; William Irving; Bert Moorehouse; Vernon Dent; Richard Alexander. Prod.: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM).     

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en portal Rebelión. E-mail: [email protected]