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La Fábrica de Sueños. "Belle de Jour" (1967), de Luis Buñuel

El deseo como práctica de la libertad…

Fuentes: Rebelión

Lo que he pretendido mostrar con Belle de Jour es el terrible divorcio entre el corazón y la carne, entre un verdadero, inmenso y tierno amor y la implacable exigencia de los sentidos. LUIS BUÑUEL 

Si encuentro en mí mismo un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que yo fui hecho para otro mundo. C. S. LEWIS (Mero cristianismo, RIALP, 1995)

Los hombres se matan y entrematan por cosas sin mayor importancia, y no saben lo que quieren; lo remedian soñando y olvidan. MAX AUB (Conversaciones con Luis Buñuel, Aguilar, 1985: p. 17) 

Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, el Cine-Club Al Filo del Tiempo inicia su quinto año de actividades con varios ciclos de cine erótico, cada uno de ellos atravesado por diversos ciclos de autores: el primer filme del que se hablará es Belle de Jour (1967), del hispano/mexicano/francés Luis Buñuel (1900-1983) y el primer autor a abordar luego del primer ciclo de cine erótico, Lars von Trier, uno de los fundadores de Dogma/95. Belle de Nuit, en francés, es eufemismo por puta y Belle de Jour es la planta llamada dondiego de día cuyas flores sólo abren también de día; y, al mismo tiempo, la historia de una mujer llamada así a cambio de Séverine, de apellido Serizy por su esposo, el intachable e inexpresivo Pierre, todo ello por las taras y traumas de orden psicoanalítico que arrastra desde la infancia. Pero, ojo, Severina sólo es severa consigo misma, con los demás es un amor, que, sin embargo, se pasa de la raya y va a caer en los áridos/dolorosos campos del masoquismo.

Aun así, de entrada, hay que decir en su favor que Belle de Jour no recurre al sadismo, pues parece tener bastante con tratar de resolver sus líos de infancia, sino que más bien opta por llevar una doble vida: la de la discreta, transparente y elegante esposa del médico Pierre Serizy y la de puta, pero, eso sí, sólo de dos a cinco de la tarde, para poder llegar temprano a casa, bañarse y quemar las pruebas del delito conyugal asumido. El que, pese a todo, transforma de a poco en el ejercicio del deseo como su máxima acción de libertad y la que nadie le puede coartar: ni siquiera las gafas negras, como de ciega, a la manera de Ray Charles o de Stevie Wonder, que usa en exclusiva cada vez que sale de la casa de Madame Anaïs: un probable guiño a Anaïs Nin, la amante de H. Miller en la etapa francesa de una de las mayores figuras de la literatura erótica (recuérdense Trópico de cáncer, Trópico de capricornio y Primavera negra, Sexus, Plexus y Nexus), tal cual lo era Anaïs, hija del pianista Joaquín Nin.

La idea del deseo como acción de libertad, vía Carlos Fuentes, va ligada a la de la amistad que prima sobre el amor, vía Buñuel, y por eso éste gritaba: ¡Abajo el amor desenfrenado! ¡Viva la amistad!, como quien reniega de sus gritos juveniles y ya no ambiciona nada: ni una casa a orillas del mar, ni un Rolls Royce ni, sobre todo, objetos de arte (1), dice en Mi último suspiro (Memorias) el aragonés que, por no ser un hombre de pluma, Carrière, fiel a cuanto le contó, le ayudó a escribir y que dedicó A Jeanne, mi mujer, mi compañera. Fuentes, por su parte, inicia su libro En esto creo, esa suerte de afectos en orden alfabético, con Amistad, y que exalta, preciso, al hablar de la que tuvo con Buñuel y, así, recuerda que una vez abiertas las puertas de la casa, descubrimos formas del amor que hermanan al hogar y al mundo y esas formas se llaman amistades; que si la amistad puede convertirse en amor, éste rara vez se convierte en amistad; que las diferencias deben aumentar la amistad y el respeto mutuos…

Presupuestos teóricos que, en el caso de la puta ocasional o mujer de doble vida, Bella de Día, no se cumplen o malogran por otras razones o por acción directa o indirecta del dinero. Una vez ella traspasa las puertas de su hogar, seguro y estable, parece recibir la amistad de Anaïs, pero, muy rápido, ésta empieza a ejercer sobre aquélla la tiranía y le tira la moneda que encarna a la esclavitud. El personaje Henri Husson dice acerca de los prostíbulos: “Es un ambiente muy especial de mujeres esclavizadas”. Aquí Buñuel hurga fetiches, fobias y filias con un erotismo inusual a partir de esa mujer, llamada Séverine, que no cree todavía en algo más traicionable que la amistad y por eso entrega su amor a Anaïs, hasta que ésta le hace constatar la realidad: la putería no es la putería, sino un negocio. Y allí ni porte ni elegancia ni don alguno garantizan el paso de la amistad al amor, ni su revés. Ni siquiera, que las diferencias permitan abrigar la esperanza de incrementar la amistad o el respeto entre chicas.

Aunque las putas estén más de adorno que para jugar un papel diegético crucial o tengan charlas singulares o hablen del prostituirse como una explotación de las mujeres, mucho menos de un trabajo indigno. Lo que, claro, no impide un trato cordial con Anaïs ni con la en toda forma diferente, por su porte, vestuario, altivez. Al cabo, se trata de una burguesa que es puta, aunque no todo el mundo lo sepa, salvo el citado Husson, machista hasta la médula, suerte de juez no pedido, sujeto cuya mirada no le gusta a ella. En fin, persona de relativo carisma que cree poder decidir (como el Imperio sionista/gringo) sobre el destino de los pueblos (Siria, v. gr.) y a los que acosa hasta lograr sus fines. Si bien en él se ve al anti-deseo, y en Belle de Jour a la deseosa impenitente, también cabe afirmar que la crítica ve al deseo en el centro de la obra de Buñuel y que éste encarna la fuerza inocultable del mismo. Cosa que le confirma a Max Aub en su novela/texto Conversaciones con Buñuel (Aguilar, 1985).

En efecto, allí Buñuel señala: “El deseo nos expone al riesgo total de buscar lo imposible, la imposibilidad es el puente sobre el abismo que separa la realidad del deseo. Cada deseo satisfecho, cada escalón de la posibilidad nos acerca a la imposibilidad total, a la muerte. Somos insaciables de la vida, pero la muerte es insaciable de nosotros” (2). Como es Séverine insaciable de la vida, pero a quien tanto persigue la muerte en sus pesadillas, primero con la de ella misma, luego con la de Pierre que lleva al epílogo: epílogo más surrealista que real, pues ya uno está advertido por los sueños/flashbacks recurrentes de Belle de Jour. Mujer que sueña más que Buñuel despierto y que se hace libre al practicar/ejercer el deseo sin miedo ni prejuicio alguno: no le tiene miedo al marido ni a la idea de familia, tampoco a la Iglesia o a la sociedad o al Estado castrador que censura/reprime las libertades, con la misma facilidad con que las proclama. Séverine es tolerante, masoquista y sádica con nadie más que sí misma.

El sadismo se manifiesta en sus sueños o pesadillas. Como aquella con la que se inicia el filme. Ella es atada a un árbol, golpeada hasta el paroxismo por varios hombres y en una rara paradoja sufre al mismo tiempo que disfruta los vejámenes del patriarcado y del machismo. Está casada con un cirujano que muchas mujeres envidiarían, pero con el cual es incapaz de hacer el amor. Por su cabeza cruzan pensamientos y fantasías eróticas, hasta que un día, por mediación de Henri Husson, va al burdel de Madame Anaïs y comienza a trabajar allí no de cuatro a seis como se dice en el citado libro de Aub, Conversaciones con Buñuel, sino de dos a cinco, asunto con el que es más estricta que la proxeneta frente a los deberes de sus putas. Pierre, su marido, es el arquetipo del éxito, de la perfección e incluso del cuidado con ella, pero todo eso no impide que Séverine siga casta. El marido es perfecto, sin que ello implique que satisfaga los deseos más ocultos de su esposa, en tanto supone una inhibición de su deseo.                  

Deseo que pugna por salir y que ella sólo puede hallar afuera de su casa. Si bien dispone de todos los bienes materiales deseables y es emblema del confort inherente a la burguesía, se siente insatisfecha frente a la normalidad cotidiana. Detrás de la rutina su ser íntimo se halla anulado: desde su infancia, tal como el propio Buñuel, se halla signada por el pacto social, la moral eclesial, la religión cristiana. De tal opresión derivan todos sus traumas, que por vía del flashback se van revelando a lo largo del metraje. Así, la realidad es atravesada por el surrealismo que Buñuel le imprime a sus imágenes, como quien a la vez muestra la dificultad existente entre el deseo y la acción ya realizada, entre la acción del deseo y la libertad puesta en práctica. El desorden interno que se produce choca con el orden impuesto y preestablecido hasta causar el conflicto que pone a rodar la trama fílmica. Entonces, Séverine arranca su viaje iniciático, interior, por vía del masoquismo, con el prurito de sentirse deseada/poseída.

Sin pensar en ser rechazada. En su ayuda acude el desparpajo, la frescura, su belleza no vanidosa, más bien indeliberada y sujeta a avatares, paradojas y sorpresas de la vida. La ilusión de ser anhelada facilita el asalto a su voluntad que la lleva a su doble vida de mujer virtuosa y casta y de belle de Nuit o vulgar puta, así sea por sólo tres horas diarias: un ejemplo poco ortodoxo de la relatividad del tiempo. El peligro y el riesgo, ya sea social, físico o ético, que entraña devenir puta, en vez de amilanarla la envalentona y la dispone a esgrimir su voluntad de poder, pone en éxtasis y la aleja de su rutina cotidiana. Para intentar mermar la complejidad y la ambivalencia de Belle de Jour, Buñuel acude a la simetría numérica, descrita por A. Sánchez V. en Luis Buñuel: “Dos visitas de Séverine al hospital, dos secuencias en la estación invernal, dos recuerdos infantiles” (3). Buñuel mezcla sin discriminar y sin previo aviso los sucesos de Séverine, y realidad con fantasía e impulsos morbosos que ella cranea…

Es clave recordar que Belle de Jour está basada en la novela homónima del argentino/judío, no sionista, y galo/lituano, Joseph Kessel (1898-1979), enfermero en la I GM, corresponsal en la GC española, miembro de la Resistencia Francesa en la II GM, en fin, escritor, con más de 70 novelas encima. Lo que, ante todo, le interesó a Buñuel fue la posibilidad de introducir en imágenes algunas de las ensoñaciones diurnas de Séverine, para a la vez reiterar el rol de doppelgänger Séverine/Belle de Nuit “en ese desgarramiento cuerpo/alma tan representativo de la neurosis cristiana”, diría el citado Sánchez Vidal (4). Neurosis que, a su turno, se vincula con la histeria femenina, punto de partida de Freud en los orígenes del psicoanálisis, a partir, cabe agregar, de su lectura con base en Dostoievski. La histeria de Séverine es la que la hace entrar en la neurosis, para intentar resolver luego, con base en la libertad como acción del deseo, C. Fuentes dixit, las fantasías, perversiones e impulsos morbosos que a ella le surgen.

Luego de explorar, descubrir y describir tales asuntos, se percibe con claridad que ya nada resulta ajeno o molesto al espectador. He ahí el por qué a Buñuel le fastidió tanto la censura francesa sobre el filme, antes que nada en la secuencia en la que se ve inmersa en un ritual necrológico con ella dentro de un ataúd en el que la ubica Duke; que se extendía unos minutos más con la compañía triste de una misa previa junto al Cristo doliente del alemán Grünewald, cuadro prototipo de la crucifixión, con mayor terror y sordidez de la historia del arte, en particular dentro del expresionismo y, más allá, del proto expresionismo (5). Imagen clave para Buñuel en tanto reúne tres elementos clave de su vida y obra: religión, erotismo, muerte. Lo que, por un lado, sirve para evidenciar aspectos de su formación y carácter y, por otro, para desvirtuar al ser humano de virtud, sin tacha y libre de prejuicios. No, él era un burgués, como Séverine, amigo del dinero, como la puta Belle de Nuit, mala persona con su esposa…

Sí, con Jeanne Rucar, de quien con el tiempo vino a saberse la mala vida que le dio, por su carácter machista/patriarcal y pendenciero que le granjeó no poca mala fama, sin que se tratara de calumnia alguna, como tantas otras veces sí ocurre. Es decir, lo opuesto al arquetipo de hombre Pierre, ejemplo de bonhomía, ternura (más cercana a la amistad que al amor) y buen trato e incluso exento de erotismo: en eso sí igual a Buñuel, quien le confesó a Max Aub sobre descubrir a Sade: No tuvo que ver nada con la erotología, sino con el pensamiento ateo (6). Tampoco, con la psicología, el análisis o el psicoanálisis, pese a que la lectura de Freud y el descubrimiento del psicoanálisis fueron un gran aporte en su juventud: al final, renegará de ello, así como, a partir de 1953, de su condición de surrealista; así, lo más sensato es no esgrimir nada de ello en favor de Belle de Jour y sus probables fuentes de alimento. Buñuel: “El psicoanálisis se me aparece como una terapéutica reservada a una clase social”.

Sin restarle méritos a un filme en todo caso desigual, con fallos notables de la puesta en escena y en la construcción de personajes, varios de ellos exentos de la mínima complejidad, con unas putas que más bien parecen amigas marianas y unos clientes poco carismáticos y harto acartonados, hay que decir que Belle de Jour, fuera del relativo fracaso artístico (aún con su León de Oro en Venecia) hoy no tendría ni siquiera el éxito económico que logró en su época, sin importar que la obra de Kessel le pareciera a Buñuel melodramática, aunque bien construida. Y que además facilitara traducir en imágenes ciertas ensoñaciones diurnas de Séverine y precisar el retrato de una joven burguesa masoquista. (6) Al mismo tiempo, un personaje plano, sin matices ni conflictos de conducta, que hace una cosa como otra y ni se despeina, como por otras causas lo hace Steven Seagal. Así como Cortázar decía de Nazarín: “Que es una película pagada por el Vaticano”, se podría decir algo similar de Belle de Jour

Podría especularse que es un filme financiado por el mayor puticlub (pero para hombres) del mundo: el del Vaticano. Con lo que el círculo del sexo, pero no el del erotismo, se cierra. Y se dice esto porque el propio Buñuel desmiente el supuesto erotismo de sus filmes: “Me quedo admirado, pero yo no lo veo”. (7) En tal sentido, su noble deseo de querer mostrar en Belle de Jour el terrible divorcio entre corazón y carne, se transforma en la infructuosa boda entre virtud y desvío, así como en la triste prueba de que por más implacables que sean los sentidos a la hora de exigir, todo amor está condenado al fracaso si no hay un aporte similar por la parte complementaria, por más verdad, dimensión y ternura que haya de por medio en uno de los miembros de la pareja. Así, la carencia de pasión en Pierre se ve rebasada por el desborde emocional de Séverine y, con mayor exactitud, por el extravío y desdoblamiento de Belle de Nuit, no de Jour, explicitado en el epílogo cuando reaparece el carruaje del inicio…

El mismo en el que ella al parecer es violada pues aún se ignora que es un flashback o imagina serlo: la imaginación, se recuerda, es factor clave en Buñuel porque le permite afirmar su inocencia, la inocencia de la imaginación: “Sólo hacia los 60 o 65 años comprendí y acepté plenamente la inocencia de la imaginación: Necesité todo ese tiempo para admitir que lo que sucedía en mi cabeza no concernía a nadie más que a mí, que en manera alguna se trataba de lo que se llamaba ‘malos pensamientos’, en manera alguna de un pecado y que había que dejar ir a la imaginación, aun cruenta y degenerada, adonde buenamente quisiera”. (8) Séverine hace a su modo lo que piensa Buñuel: deja volar su imaginación, esa loca de la casa, sin que pasen por su cabeza malos pensamientos, sin pensar en iglesia, religión o pecado, asume una actitud ecléctica, es decir, abierta a toda tendencia, tal como hacen los musulmanes, pero a los que Occidente castiga, estigmatiza, condena y aprovecha en su favor.

Sin embargo, una cosa piensa el burro y otra el que lo enjalma, decía mi padre. Así, al colisionar fantasía y realidad, Séverine pierde el equilibrio, la ecuanimidad, la coherencia. Se hace tan dependiente del dualismo, la ambivalencia, la paradoja, que al crear una fosa mental para Henri Husson, al que desprecia, primero cae en ella; entonces, se le ofrece e intercambia así silencio por fornicación. Ofrenda que no debe confundirse con sacrificio pues es parte de su deseo más íntimo según lo dejan ver las recurrentes imágenes oníricas durante el metraje. Tal simbiosis de vidas paralelas, como en La doble vida de Veronika de Kieślowski o en Ojos bien cerrados de Kubrick, con el símil que hay entre Séverine y Alice como burguesas, causa que Belle de Nuit abandone el burdel. Aunque su vida real sea más poderosa y trascendente, ella no logra frenar el ímpetu del deseo, es poseída por su fantasía, atraviesa los límites del inconsciente y se engancha con Marcel, el mafiosito desdentado, que la acosará hasta el final.

En efecto, esa especie de tiburón antropomorfo, suerte de andrógino en el que Séverine parece proyectar una tendencia filobisexual, será el determinador del desenlace trágico, al menos en apariencia: va a su casa, la coacciona para que vuelva a su orbe de fantasía y le provoca un combate entre su deseo y su razón. La coda termina por sellar la irrealidad de su propia siembra: Belle de Nuit es abandonada por su prepotente gángster y queda a la espera de Pierre. Tan pronto éste retorna, lo acribilla y huye en el carro que Hyppolite le prestó. Al chocar con otro auto, se baja y, como si se tratara del Michel Poicard activado por Belmondo en Sin aliento, de Godard, cae en mitad de la calle eliminado por un policía. Así, la torta da vuelta y Séverine tiene que cargar entonces con el fardo de un esposo ya imperfecto, lo que por contraste evidencia una mejoría de su ánimo vital. Pero, como quien dirige el barco es Buñuel para nada el confort burgués pasará sobre él, salvo sí por sobre su cadáver exquisito.

Al mezclar de manera tan eficaz realidad y fantasía es difícil saber qué pasa cuando de repente Pierre se levanta de su silla, deja sus gafas, va a tomar algo y Séverine oye la carroza y los caballos de la escena inicial, en la que recuerda o imagina ser víctima de una violación masiva; qué pasa cuando se asoma al balcón y se ve que la pareja ha dejado atrás la ciudad para internarse en el campo; en fin, qué pasa cuando ahora es Pierre el que por tratar de liquidar en un duelo al otro miembro del trío, Henri, termina por pegarle un tiro en la cara a su amada Séverine y luego enjuaga su sangre. Para resumir, la novela de Kessel narra en esencia cómo el deseo es desvirtuado por el goce del frenesí y la repetición, hasta el hartazgo. El acierto de Buñuel quizás resida en lograr que tras un filme convencional subyazga una trama narrativa en la que armonicen realidad e imaginación; y en el que vía viaje iniciático una burguesa es presa de traumas infantiles y a su vez vapuleada por un deseo irreprimible…

En conclusión, Belle de Jour responde en parte a la respuesta que Buñuel da a José de Colina y Tomás Pérez Turrent cuando cuestionan la moral de Sade: “[El Marqués] sólo cometía crímenes en su imaginación; era una forma de liberarse del deseo criminal. La imaginación puede permitirse todas las libertades […], la imaginación humana es libre, el hombre no”. He ahí otra de las paradojas que cobija a Séverine, la que de algún modo tiene que ver con el momento en que un mongol visita el burdel y les muestra a las putas una caja que nadie más ve. La compañera se espanta y huye, pero Séverine no y permanece con el cliente. Sobre lo que había en la caja, Buñuel decía: “Como no lo sé, la única respuesta posible es: lo que usted quiera”. Para que nadie quede intrigado, hace más de 15 años supe, al charlar con Carrière en la FILBO, que la cajita contenía el guion del filme. En igual sentido, Aub cuenta que cuando Buñuel le mostró una bibliografía sobre su obra, halló una de Henry Miller sobre él.

En ella le dedica 40 páginas al trabajo de Buñuel. Le recuerda que cuando muchos años atrás conoció a Miller en París, éste lo llamó desde el American Express, donde trabajaba como mensajero, para hablarle sobre La edad de oro: “Me expresó toda su admiración por La edad de oro”. Y no se priva de recordar a Miller con toda su chaqueta cubierta de caspa. (9) Hoy, dadas las circunstancias, y con el mundo patasarriba o al revés, podría ser que la chaqueta estuviera, más bien, cubierta de perico y no de caspa. De igual modo que Buñuel recomienda el disfraz pues permite ver otra vida: cuando uno va de obrero, v. gr., le ofrecen los fósforos más baratos, todos pasan por delante, las chicas no te miran y, en fin, este mundo no está hecho para uno, lo mismo puede decirse de Séverine: que cuando cada vez abandona el burdel, nadie descubre quién va detrás de esas gafas negras, que parecen las de Charles o Wonder, ni a nadie le importa, salvo al Henri Husson portador de la muy traicionable amistad.

Como ahora Séverine lo habrá sabido. Ahora bien, si ella halla en sí misma deseos que nada ni nadie en el mundo pueden satisfacerle, es muy posible que, como Buñuel, constate que fue hecha para otro mundo, lo que en otros términos habla de la transubstanciación de la vida en arte. Lo que ella imagina puede ser real, lo que ella hace puede ser fantasía. Nada parece ser verdad en la vida; toda mentira del arte puede ser cierta. Esas mismas paradojas circulan por el filme y las experimentamos a dosis iguales Séverine y los espectadores, sin que sepamos muy bien cómo una ni otros. Algo que quizás sirva para confirmar lo que ya dijera ese otro gran amigo de Buñuel y una víctima más de los desafueros del Poder político mafioso y guerrerista, Federico García Lorca: “Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio”. El mismo misterio del que es poseedora Séverine, al hacer del deseo una práctica de la libertad. 

Belle de Jour es, en suma, un largo viaje iniciático de una mujer que no cede a los chantajes.

Chantajes emocionales y vitales de la sociedad de su tiempo, con base en el deseo, la acción, la libertad y esa acción del deseo en la que consiste la libertad. La libertad que, en el caso de Pierre, representa un sacrificio hecho en nombre del amor por su esposa, la que no está para nada interesada en esa llama doble del placer que son el amor y el erotismo, sino apenas en tratar de vencer sus traumas de infancia con base en la memoria, la actividad onírica y los sueños de la vigilia que la enrutan por vía de la intuición y el instinto hacia la búsqueda de la satisfacción. Pero que, como siempre, termina siendo un viaje que no se sabe adónde va, en tanto está limitado por caprichos del destino, encuentros/desencuentros de los seres humanos, avatares, circunstancias y contingencias, con resultados inesperados e inciertos. Todo ello cruzado en el caso de Belle de Jour por la puesta en práctica de la libertad a través del deseo, del insaciable e irreprimible deseo y de la lucha entre el principio del placer y el de realidad.                                   

Todo ello en medio de la lucha de los hombres por acabarse entre sí merced a la cobardía de los políticos que los empujan sin saber lo que quieren, pero que es útil para su prurito de sembrar odio, así sólo recojan tempestades. Para ello recurren al sueño expansionista, corto de entendederas y largo de ambiciones, con el exclusivo recurso a la soberbia/codicia/envidia y avaricia y a lo políticamente correcto, así sea lo menos correcto e imperfectamente político. Aunque sueñen nada remedian pues rápido olvidan y caen por el tobogán de la desmemoria y el negacionismo: de paso le hacen creer al mundo que ellos tienen la verdad y, a la vez, gritan las peores mentiras como verdades irrefutables y usan el Lawfare para poner o quitar, según convenga, a quien se les atraviese por la ruta con la verdad. Como pasó con Assad en Siria, donde los terroristas puestos por el sionismo devienen rebeldes (10) y los rebeldes del resto del mundo devienen terroristas: mientras, EE.UU roba el 80% de su petróleo al día (11).

Aunque no parezca, ni el propio Buñuel lo haya planeado, Belle de Jour (filme y mujer) nos hablan entre líneas de todo lo anterior: al fin y al cabo, la política, más que un juego, y un juego de ajedrez, es un burdel en el que las putas son desplazadas por los políticos. Como quien da a entender que sólo el dinero y el Poder, y el dinero que lleva a amasar más poder, son las razones inobjetables de su (mezquina) lucha cotidiana. Mientras tanto, esa pareja que al mismo tiempo parece ser perfecta como antitética, la de Pierre y Séverine, la de Séverine y Pierre, es atravesada por los rayos de la lucidez y la oscuridad en simultánea, con más visos de realidad, eso sí, que de surrealismo, para recordarnos lo que ya dijera Buñuel: que sí, que puede trasladar la historia de Belle de Jour a Madrid y que la casa de putas de París es un recuerdo de la casa de putas que conoció de joven en Madrid y sobre la cual precisa: de joven en la Calle de las Huertas. Esta vez, el deseo como práctica de la esclavitud, no de la libertad.       

A Santiago, nuestro hijo adorado, él sabe muy bien por qué.

A Marthica, mujer libre de una sola existencia, nunca doble vida.

A M. del Rosario, la única mujer con la que pasé del amor a la amistad.                    

Notas, enlaces y bibliografía:

(1) BUÑUEL, Luis. Mi último suspiro (Memorias). Plaza & Janés, Barcelona, 1983, 251 pp.: 247. 

(2) AUB, Max. Conversaciones con Buñuel. Aguilar, Madrid, 1985, PDF, 568 pp. 

(3) SÁNCHEZ VIDAL, Agustín. Luis Buñuel. Cátedra, Barcelona, 2004, 360 pp.

(4) Íbidem, 2004, 360 pp.

(5) https://historia-arte.com/obras/crucifixion 

(6) Íbidem, Nota 1, 1983, 251 pp.: 235.

(7) Íbidem, Nota 2, 1985, 568 pp.: 152.

(8) BARBÁCHANO, Carlos. Buñuel. Salvat N° 87, Barcelona, 1986, 221 pp.: 175.

(9) Íbidem, Nota 2, 1985, 568 pp.: 428.

(10) https://mpr21.info/los-terroristas-malos-estan-en-gaza-y-los-buenos-en-damasco/?jetpack_skip_subscription_popup 

(11) https://misionverdad.com/eeuu-roba-mas-de-80-de-la-produccion-petrolera-de-siria-por-dia  

FICHA TÉCNICA: Título Original: Belle de Jour. Castellano: Bella de Día. País: Francia (1967). Gén.: Drama. For.: 35 mm; color; 101 min. Dir.: Luis Buñuel. Guion: L. B. / J.-C. Carrière, según la novela de Kessel. Prod.: R. et R. Hakim. Mús.: Michel Magne. Fot.: Sacha Vierny. Mon.: Louisette Hautecœur. Int.: Séverine Serizy (C. Deneuve); Pierre Serizy (J. Sorel); Henri Husson (M. Piccoli); Madame Anaïs (G. Page); Marcel (P. Clémenti); Charlotte (F. Fabian); Renée (M. Méril); Mathilde (M. Latour); Pallas (M. Muni); M. Adolphe (F. Blanche); El Profesor (F. Maistre); Duke (G. Marchal); Hyppolite (Paco Rabal). Paris Film Productions / Five Film. Dist.: Allied Artists Pictures (EE.UU). Premios: León de Oro, Venecia/67. Estreno: España, 29.dic.1967. Enlace: https://www.youtube.com/watch?v=vXhSpgG3eGE                         

Luis Carlos Muñoz Sarmiento, (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y jazz, catedrático, corrector de estilo, traductor y, sobre todo, lector. Colaborador de El Magazín EE, 2012; columnista, 2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por MLK: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, publicado por la UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, lo lanzó UFES, 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por la UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, 25.nov.23). Autor en ARC, Rebelión, Magazín de EE, Las2Orillas y traductor/coautor, con Luis E. Soares, en dichos medios. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]

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