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Acerca de una canción de Ismael Serrano

Fuentes: /www.papel-literario.com/

Puede que haya quien se sorprenda por ver que en una revista de crítica literaria se dedique atención a una canción o a un cantante. Seguramente no, si se piensa mejor: todos sabemos la conexión tan íntima entre música y poesía. No descubro nada nuevo: hasta «Litoral», con sus firmas de siempre, dedicó un número […]

Puede que haya quien se sorprenda por ver que en una revista de crítica literaria se dedique atención a una canción o a un cantante. Seguramente no, si se piensa mejor: todos sabemos la conexión tan íntima entre música y poesía. No descubro nada nuevo: hasta «Litoral», con sus firmas de siempre, dedicó un número al tema, si no me falla la memoria (como siempre escriben los mismos, acabo confundiendo también los temas). Nadie duda de esta conexión si echa un vistazo a las letras de Jim Morrison, de Silvio Rodríguez, de Pablo Milanés, de Serrat, de Labordeta, de Sabina, ¡qué sé yo, de tantos! Por cierto, pongamos que hablo de Joaquín: Sabina es un poetazo cuando habla o canta, pero cuando ejerce de Poeta (esto es: libro de sonetos en Visor y presentación rodeado de Benjamín Prado y los «praditos» clónicos, García Montero y sus «monteritos» consuetudinarios, la Grandes…), no me llega. Por mucho que lo celebren, pero claro, también es que yo soy muy raro.
Todo esto viene a cuento de que voy a canturrear algo de Ismael Serrano. Es bueno este chico, tiene letras brillantes. Pero hay una canción suya que es como un Máster en Ciencia Política hecho verso, y por eso lo traigo aquí. Porque creo que había que decirlo y, como no sé si lo dijo alguien antes (seguro que sí: casi todo está dicho o escrito antes), pues ahora lo digo yo. La canción se titula «Papá cuéntame otra vez», y está incluida en su trabajo «Atrapados en azul». Es magistral. Describe el 68 y todo lo que supuso como Sabina describe la inmediata postguerra española en «De purísima y oro» (canción incluida en «19 días y 500 noches» y que es otro Máster de ciencias políticas).

Dice así: «Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito / de gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo, / y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana, / y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda. / Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis / estropeando la vejez a oxidados dictadores, / y cómo cantaste Al Vent y ocupasteis la Sorbona / en aquel mayo francés en los días de vino y rosas. / Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita / de aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia, / y cuyo fusil ya nadie se atrevió a tomar de nuevo, / y como desde aquel día todo parece más feo. / Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada / y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada, / al final de la partida no pudisteis hacer nada, / y bajo los adoquines no había arena de playa. / Fue muy dura la derrota: todo lo que se soñaba / se pudrió en los rincones, se cubrió de telarañas, / y ya nadie canta Al Vent, ya no hay locos ya no hay parias, / pero tiene que llover aún sigue sucia la plaza. / Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis, / que lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París, / sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual: / las ostias siguen cayendo sobre quien habla de más. / Y siguen los mismos muertos podridos de crueldad. / Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam. / Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam. / Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam».

Mientras releía la letra, canturreaba por lo bajo, no lo puedo evitar. Quien conoce la canción no podrá evitarlo. También es verdad que hay que tener una cultura política más o menos digna para sacarle partido a la letra, a ver cómo le cuentas todo esto en dos minutos a los quinceañeros que van persiguiendo quinceañeras por la playa (lo más noble que pueden hacer a esa edad) y que en Historia ya les pareció revolucionaria la llegada de Benedicto XVI, pues Juan Pablo II no era un Papa, sino el Papa.

No se puede decir más en menos palabras, ¡qué canción más sugerente, Serrano! ¿Recuerdan todo aquello? Yo lo recuerdo, y no lo viví (señal de que me hago viejo: se es viejo cuando se tiene perfecto recuerdo de lo que nunca se vivió). Policía y manifestantes aquí y allá (en España menos, el Centinela de Occidente todavía regía los destinos de la Patria con su Espada en la mano, la Espada más limpia de Occidente, que dijo alguien), Rolling Stones (siguen todavía rodando), los primeros flequillos y minifaldas, «Al vent» (¿la cantaría «Ansar» en esos círculos reducidos en los que también hablaba catalán, en aquella época en que necesitaba a Pujol para gobernar? Seguramente no: nunca tuvo buen oído), la Sorbona ocupada (con mi admirado Malraux ejerciendo de palanganero del General De Gaulle, ese tirano democrático o demócrata tiránico), el Che (al que mataron en Bolivia y atraparon en la foto de Korda; lo mató la CIA, hoy se sabe: «sargento, dispare de los hombros para abajo, que este hombre se supone que ha muerto en combate»), debajo de los adoquines sigue estando la playa, y todo eso que se decía y que acabó en nada.

Pero, como termina Serrano, al final todo siguió más o menos igual. Mayo del 68 sirvió para asumir socialmente alguna cosita y para que aumentara la natalidad en febrero del 69, porque todas las revueltas siempre las terminamos igual, que no tenemos enmienda. Los rebeldes del 68 tomaron las riendas del mundo y se dedicaron a eso de la socialdemocracia o al social-liberalismo, y de vez en cuando todavía recuerdan, desde sus despachos, lo divertido que era llamar fascista a un policía o tirarse a aquella maoísta que estaba buenísima en algún portal del Barrio Latino. Pero rápidamente cambian el chip: les informa la secretaria de que la delegación japonesa que estaba esperando ya llegó. Baja los pies de la mesa, se dirige al espejo, se recoloca la corbata y se coloca la chaqueta. Ya está preparado para cerrar nuevas operaciones comerciales.
Fue divertido mientras duró pero, como dijo De Gaulle a la vuelta de su enigmático viaje a sus cuarteles de primavera, «se acabó el recreo». «Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis, / que lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París, / sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual: / las ostias siguen cayendo sobre quien habla de más. / Y siguen los mismos muertos podridos de crueldad. / Ahora mueren en Bosnia los que morían en Vietnam».

La vida misma. Bravo, Serrano.