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Agitación geopolítica en Medio Oriente

Fuentes: La Jornada

La soberanía de Irak le fue «retornada» al pueblo iraquí -más o menos. Y ahora qué. Todo mundo busca saber si la guerra de guerrillas contra Estados Unidos amainará, pero parece poco probable. Si no, qué podemos esperar en los próximos seis meses, en cinco años. Existen cuatro factores cruciales, interrelacionados, de inestabilidad y de […]

La soberanía de Irak le fue «retornada» al pueblo iraquí -más o menos. Y ahora qué. Todo mundo busca saber si la guerra de guerrillas contra Estados Unidos amainará, pero parece poco probable. Si no, qué podemos esperar en los próximos seis meses, en cinco años. Existen cuatro factores cruciales, interrelacionados, de inestabilidad y de posibles cambios significativos.

El primero es si puede crearse un gobierno iraquí estable. Parece claro que el nacionalismo está de vuelta en el candente centro de la política iraquí. Un punto en el que concuerdan chiítas y sunitas, religiosos y seglares, es que Irak debe restablecerse como Estado unificado, recuperar su fortaleza económica y reasegurar su papel político como potencia importante en el mundo árabe. Muy pocos líderes chiítas o sunitas están interesados en establecer un sistema multipartidario, con gobiernos de alternancia y extensas libertades civiles. Por el contrario, quieren un Estado fuerte. Lo más probable es que veamos surgir un Estado neobaazista, con tres diferencias con el anterior. Funcionará mediante la conjunción de las élites chiítas y sunitas. Tendrá un fuerte componente islamita, a diferencia del régimen baazista secular, siendo las mujeres quienes primero sentirán las diferencias. Ayad Allawi se posiciona para ser el nuevo Saddam, después de liquidarlo en un juicio veloz.

¿Será mejor para el pueblo iraquí o el gobierno de Estados Unidos? Eso está en duda. Por lo pronto el actual «liderazgo» iraquí teme cortar su dependencia con las fuerzas invasoras, y Estados Unidos continuará ocupando Irak hasta nuevo aviso. Pero se diluyen las ventajas obtenidas por el gobierno iraquí con este vínculo y crecen las desventajas. Es probable entonces que en seis meses o un año quien gobierne Irak pedirá el retiro de esas tropas, a lo que el gobierno estadunidense accederá más que gustoso. ¿Habrá elecciones? Tal vez.

El destino de los kurdos es otro factor de inestabilidad. El nuevo gobierno iraquí no alberga simpatía alguna hacia las demandas kurdas en pos de un régimen federal, y los kurdos no parecen propensos a reconocer la legitimidad de un gobierno que no les conceda lo que consideran justo. Los kurdos son un pueblo enorme. Casi todos son musulmanes sunitas, pero hasta ahora las tendencias islamitas han sido más bien débiles entre ellos. En lo colectivo, los kurdos muestran el rostro clásico de un movimiento nacionalista, pero tienen una historia ingrata.

Su momento para haberse establecido como Estado soberano vino después de la Primera Guerra Mundial, con la caída del imperio otomano. Pero no estaban lo suficientemente organizados ni eran útiles para alguna potencia mundial. Así, siguieron fragmentados entre varios estados soberanos distintos -Turquía, Siria, Irak e Irán- y ninguno los trató bien.

En consecuencia, hace ya algún tiempo que transitan el sendero de la rebelión nacionalista y se hacen de aliados donde quiera que los hallen. En los últimos 30 años su suerte ha sido adversa. En la década pasada se jugaron la carta estadunidense, presentándose como los aliados más fieles de Estados Unidos en la región. No importó que dicha nación los traicionara aproximadamente en 1991. Lo intentaron de nuevo en 2003. Danielle Miterrand, ardiente simpatizante suya, les advirtió que Estados Unidos era un pilar de poco fiar para cualquier estrategia que emprendieran. Y el tiempo le ha dado la razón. Aunque es indudable que a Washington le gustaría mantener el respaldo de los kurdos, el gobierno de George W. Bush decidió que le importan menos que el ayatollah Ali al-Sistani, y si tiene que decidirse se inclinará por éste. En cualquier caso, Estados Unidos no tiene mucho margen de maniobra. Ni siquiera puede seguir otorgándole a los kurdos la misma protección distante que les concedió en los 90 a Saddam Hussein.

Los kurdos se dan cuenta y ahora buscan al otro grupo sin amigos en Medio Oriente: Israel. A este país le encanta la idea. Pero aunque pueda ofrecerles apoyo técnico y conexiones políticas, no puede enviarles un ejército, que es lo que los kurdos necesitan. Muy pronto, además, Israel puede verse en serios problemas. El gobierno de Ariel Sharon se topa con más y más dificultades. Pese a que el plan de retirarse de Gaza es una estafa, es mucho más de lo que Sharon puede cumplir, dada la fanática resistencia de quienes favorecen los asentamientos de colonos.

Sin embargo, el problema no es ese. La resistencia palestina no amaina. Y la locura antiArafat de Sharon parece garantizar que la resistencia asuma un tinte más islamita, y como tal menos propenso a compromisos. Que Israel gire más y más a la derecha crea un impasse del que puede no haber salida política alguna. Sharon supone, como también Peres y Mubarak lo hicieron, que el tiempo está en favor de los israelíes. «Crea un hecho consumado y tarde o temprano el mundo lo legitimará», parece ser el lema. Pero el tiempo corre contra Israel. Este es el tercer factor de inestabilidad.

Van por lo menos 30 años de que Israel cuenta con el ilimitado respaldo diplomático, económico y militar de Estados Unidos, y los lazos se han estrechado. En el gobierno de Bush es difícil pensar distancia alguna entre ambas administraciones. Israel terminó convirtiéndose en el intocable tabú de la política estadunidense. Toda los políticos apoyan a Israel, virtualmente en toda circunstancia. Pero ¿qué tanto puede durar esta situación?

El problema para Israel es ahora la invasión a Irak, que es un fiasco. Y la gente en Estados Unidos comienza a rechazarla con más firmeza. Las encuestas más recientes muestran que por vez primera la mayoría del pueblo estadunidense considera que la invasión fue un error, y los miembros del sistema estatuido, como el senador Fritz Holling, se atreven a escribir artículos diciendo que «Estados Unidos perdió su autoridad moral». Si el país reflexiona fundamentalmente sobre lo hecho en Irak, llegará el tiempo en que el público reconsidere también su respaldo incondicional a Israel. Y cuando tal apoyo se colapse, como ya ocurre en Europa, Israel se hallará en serios problemas.

Esto nos lleva al cuarto factor de grandes cambios: Irán.

Este país es una importante «potencia media» en el sistema-mundo. Cuenta con una vasta población y de ella surgen cuadros altamente calificados. Tiene riqueza, es heredero de una civilización muy antigua. Es también el enclave principal, junto con el sur de Irak, del chiísmo. Es cierto que tiene muchos problemas internos, que su régimen clerical es autoritario y que gran parte de su población lo rechaza. Pero esto puede no afectar su fortaleza geopolítica, como tampoco China la ve afectada por su estricto régimen político interno.

La pregunta inmediata que se formulan los poderes mundiales en torno a Irán es si aumenta su potencia nuclear. Concuerdo con quienes dicen que el gobierno iraní no es franco en este punto. No tengo dudas de que está buscando desarrollarse nuclearmente. Tampoco dudo de que en unos tres años, cuando mucho, hará estallar algún artefacto para colarse al «club nuclear», como alguno de sus funcionarios dijo de manera reciente.

Hay muchas razones que refuerzan lo dicho. Primero, a Irán no se le puede chantajear para que abandone su empresa. En el caso de Corea del Norte cabe la remota posibilidad, pero no con Irán. Es más, parece que este país realmente necesita la energía nuclear, si pretende lograr el tipo de desarrollo industrial importante que tiene pensado. Pero sobre todo, Irán está «rodeado» de potencias nucleares -India, Pakistán, China, Rusia, Israel y, por supuesto, Estados Unidos. Un líder iraní que no impulsara la fabricación de armas nucleares estaría loco. Además, esta nación no entiende por qué está bien que India, Pakistán y, sobre todo, Israel sean miembros del club, pero no está bien que Irán lo sea.

Hay otro peligro que amenaza a Irán. No es una invasión estadunidense, pues Estados Unidos no tiene ahora la fuerza militar, ya no digamos la fuerza política, para emprenderla, no importa qué tantas bombas nucleares fabricara Irán. El peligro que encara es un ataque aéreo israelí, con el fin de acabar con sus instalaciones nucleares, de las misma forma en que Tel Aviv atacó Irak el 7 de junio de 1981. Ciertamente, los israelíes consideran esto con mucha seriedad. El problema es que el mundo cambió desde 1981. En aquel entonces, Israel recibió un palmetazo por esta enorme violación de las leyes internacionales. Hoy, después de la invasión a Irak, el mundo sería menos tolerante. De hecho se enfurecería. Y el contragolpe contra Israel sería enorme, aun en Estados Unidos. A muy poca gente en Europa o Estados Unidos le gustaría ser arrastrada a un ataque militar contra Irán. Y con esto Irán aumentaría su ya considerable influencia en la región, incluido Irak.

El gobierno de Bush creó una tormenta de fuego, y Estados Unidos e Israel pagarán el precio. Los neoconservadores no se esperaban un escenario así.

Traducción: Ramón Vera Herrera.

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