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Ah, los muertos que vos matáis…

Fuentes: Rebelión

Hace unos días, sumándose al cansino ritornelo de análisis con motivo del segundo aniversario de la deposición de Saddam Hussein, ocurrida el 9 de abril del 2003, el editorial de un influyente diario europeo presentaba una imagen un tanto idílica de la situación en la vetusta Mesopotamia. Reconocía, eso sí, que «Iraq sigue sin ser […]

Hace unos días, sumándose al cansino ritornelo de análisis con motivo del segundo aniversario de la deposición de Saddam Hussein, ocurrida el 9 de abril del 2003, el editorial de un influyente diario europeo presentaba una imagen un tanto idílica de la situación en la vetusta Mesopotamia. Reconocía, eso sí, que «Iraq sigue sin ser una balsa de aceite»; pero argumentaba que «la dictadura ha desaparecido, los atentados han disminuido sustancialmente y el país vive ahora la fase, siempre difícil, de resolver los problemas de manera negociada».

Ya la misma decisión de resolver los problemas de modo «civilizado» está costando Dios y ayuda al nuevo Gobierno, encabezado por el chiita Ibrahim Yafari, quien, si bien no dispone de una base poderosa, fue nombrado gracias a su condición de candidato con menos enemigos (vox populi). Y este Yafari mantiene un pulso evidente con la parte kurda. Recordemos que la presidencia, cargo desprovisto de mando efectivo más influyente por su representatividad, está ocupada por Jalal Talabani, conocido líder del Kurdistán, enemigo jurado de Saddam, y de la línea de arabización del país.

La bronca se ha concentrado en torno al estratégico Ministerio del Petróleo, obstáculo para un acuerdo global sobre el reparto de poder, porque los kurdos -con 70 escaños en el Parlamento, frente a los 146 de los chiitas, de un total de 275- anhelan incorporar a su región autónoma la ciudad de Kirkuk, norteña zona rebosante de yacimientos, cuyo control les propiciaría el reforzamiento del régimen autonómico, e incluso el ansiado Estado independiente.

Así que los chiitas, representados por Ibrahim Yafari, están arrimando los hombros en un inmenso valladar -constituyen cerca del 60 por ciento de la población- que coarte las aspiraciones separatistas. Mientras, los sunnitas, que poseen la presidencia del Parlamento aunque boicotearon las elecciones del pasado 30 de enero, impuestas por los Estados Unidos y comparsa, se mantienen expectantes ante el reparto político.

En este nada balsámico panorama se divisan otros ángulos ríspidos, por supuesto. Los dirigentes kurdos y el ex primer ministro Iyad Alaui han advertido que no aceptarán la instauración de un Estado islámico (los kurdos declararían la soberanía de su región, tronaron Talabani y otros), y, como si ello resultara poco, en la palestra quedan, a nivel de grandes desafíos, la lucha contra la insurgencia y el futuro de las tropas coligadas, enseñoreadas del territorio bajo la égida de Washington y por cuya salida se han manifestado sunnitas y chiitas.

La resistencia

El accionar de ésta no se ha difuminado. Más bien se percibe cierto cambio de táctica. Menos ataques contra unas fuerzas extranjeras en repliegue de las ciudades -para agruparse en bases cual atalayas y fortines encargados de proteger el caro oro negro- y más arremetidas contra los cipayos iraquíes, árabes y kurdos indistintamente, que están ocupando los sitios más peligrosos, las avanzadillas, en una contienda donde el Tío Sam se cansó de ofrendar muertos y heridos al por mayor. Más de mil 500 víctimas fatales han disparado sus temores.

De acuerdo con un informe del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, «la guerrilla iraquí está llevando a cabo un plan sistemático de atentados y sabotajes contra la industria petrolífera y sus derivados que está provocando una importante interrupción de gasolina, agua y electricidad que mina la credibilidad de los partidos que sustentan la ocupación, empeñados en una sorda lucha por el reparto del poder después de la farsa electoral del 30 de enero en la composición del nuevo gobierno, y su capacidad para proporcionar servicios básicos a la población, de forma especial en Bagdad». O sea: descarnada ingobernabilidad.

Los ataques contra la industria petrolífera, acota el texto citado, se realizan de forma sistemática y coordinadamente, se han intensificando en las últimas semanas y se han extendido, de oleoductos y refinerías, a centrales eléctricas y sistemas de abastecimiento de agua. Si estadísticas hacen fe, bástenos las que siguen: «El año 2004 se cerró con un total de 246 ataques contra la infraestructura del petróleo, a una media de uno cada día y medio -el año 2003 se produjeron 77 ataques desde que se dio formalmente por finalizada la guerra, el 1ro. de mayo-, y supuso un costo de siete mil millones de dólares solo en relación con lo que se dejó de exportar, sin añadir el costo del fuel oil y de otros productos derivados, también afectados por los ataques.»

Pero el entuerto no termina en estas cifras. La guerrilla ha dado un rotundo mentís a quienes la proclaman diluida, inoperante. «El año en curso, 2005, ha continuado con la misma tónica, puesto que solo en el tiempo transcurrido se han producido 38 ataques a la industria petrolera (a una media de 2,5 ataques a la semana).»

Ahora, ¿por qué esa diferencia raigal entre la visión de un influyente diario europeo -mejor: de buena parte de la prensa occidental- y de comités de solidaridad y otra porción de los medios de comunicación, tales la televisora qatarí Al Yazira, y periodistas independientes que viajan a Iraq por su cuenta y riesgo? Quizás porque la mayoría de los reporteros de los grandes medios siguen «encamados» en el ejército de ocupación. O por los intereses creados: Occidente aspira a una estabilidad que le garantice petróleo abundante.

Afortunadamente, gente como Dahr Jamail no carga con esa rémora. Se dice, y se dice bien, que es uno de los pocos periodistas occidentales -creció en Huston, Texas, donde estudió comunicación oral- que escriben con total independencia reportajes sobre la vida bajo la ocupación. Y esta inmejorable fuente nos impone de que «hoy, después de más de 100 mil víctimas iraquíes, después del escándalo de Abu Ghraib (la prisión de Bagdad en la que los estadounidenses se entregaron a torturas y humillaciones contra los prisioneros) y de dos asaltos particularmente sangrientos contra Faluya, la resistencia a la ocupación se ha hecho general. Casi cada iraquí tiene un pariente o amigo que ha sido encarcelado o asesinado por el ejército estadounidense. EE.UU. ha perdido ya toda credibilidad. Esta es la razón por la que el 80 por ciento de los iraquíes ya no tolera la ocupación».

Y no es para menos. Jamail y otros atestiguan que las ruinas y los escombros cubren la mayor parte del país, los parados suman el 70 por ciento de la población económicamente activa, los víveres no satisfacen las necesidades mínimas, la gente no dispone de electricidad ni calefacción, enfermedades como la gripe o la neumonía han aumentado significativamente… Mientras Falsimedia -como ha calificado el colectivo del quincenario español Cádiz Rebelde a la «gran» prensa occidental- entona una estrepitosa cantata a la apacibilidad de Iraq, un informe de las Naciones Unidas concluye -alguien lo resumió así-: «Los niños iraquíes estaban mejor bajo Saddam Hussein que lo que están ahora». Además, «lejos de mejorar la calidad de vida de los jóvenes iraquíes, el asalto a cargo de los EE.UU. ha duplicado la cantidad de niños menores de cinco años que padecen desnutrición…»

Razones éstas suficientes para que los iraquíes casi en pleno presten algún tipo de ayuda -material o moral- a una resistencia que vive aún, aunque los ocupantes, con eco mediático incluido, se desgañiten con el sonsonete de que se ha replegado… Pero pensándolo bien, sí que se ha replegado, solo que en aras de la más exitosa de las tácticas de supervivencia. Desde la óptica de Jamail, «la mayor parte de los combatientes saben cuándo EE.UU. va a lanzar una nueva ofensiva y entonces se van. Es una guerra de guerrillas. Algunos de los principios de ese arte militar consisten en que tú no atacas cuando se espera que ataques y lo haces cuando no se espera que lo hagas. No van a intentar ponerse en pie de igualdad con la capacidad de los militares estadounidenses».

Así las cosas, los gringos aducen que preparan fuerzas de seguridad -mercenarios, cipayos en buen romance- porque algún día habrán de retirarse de Iraq, ante la atenuación de los ataques de la insurgencia. Vaya logro, acotamos nosotros. ¿No será por sobrado temor ante una admitida coordinación de las acciones, como ocurrió en una reciente incursión contra la cárcel de Abu Ghraib? Que el muerto lo ponga otro, deben de considerar los estrategas del Pentágono al notar cómo se reducen los recursos de su «invicto» ejército, cuyas reservas se despliegan más de prisa de lo que pueden ser reemplazadas, por obra y gracia de las exigencias de mantener los combates en tierra. Algo a lo que se adicionan problemas en el reclutamiento y retraso en el envío de equipamiento.

Por eso, al pensar y repensar lo que ocurre en Iraq, creemos más a gente como Dahr Jamail que a las decenas y decenas de colegas «encamados» y a los voceros del Pentágono. A estos últimos les recordamos una vez más la aseveración del poeta: Los muertos que vos matáis gozan de buena salud. Y enhorabuena.